Hay un ambiente pesado ese final de septiembre de 1976 en Zhongnanhai, la ciudadela de la élite comunista en Pekín (claramente el equivalente de la antigua Ciudad Prohibida de tiempos del Imperio). No es para menos, Mao tiene apenas un poco más de dos semanas de muerto, y después de todo, a fines de ese julio, habían sido muy golpeados por el brutal terremoto de Pekín.
Esa tarde del 25 de septiembre, la pesada monotonía se ve perturbada por la aparición de Jiang Qing, la detestada viuda de Mao, quien se ha mantenido cuidadosamente al margen, tanto de los funerales que se preparan del difunto como de los arreglos que ya se iniciaron para garantizar su preservación, siguiendo el modelo de la tumba de Lenin en Moscú.
Jiang Qing ya ha sentido su clara pérdida de poder. En las escasas reuniones del Comité Permanente del Buró Político del Partido ya no se la trata con la misma deferencia; y paranoica como es, vocea a los cuatro vientos que los «revisionistas» se preparan para arruinar la herencia del difunto. Esa tarde, empero, comete un error que le costará muy caro.
Delante del equipo médico de su marido, expresa que ella «tiene ya un plan para manejar a estos revisionistas de la cúpula del partido. Tiene listo un plan para destruirlos», le dice a los doctores; y añade, «lo que pasa es que no puedo confiárselos a ustedes». Esas palabras serán su perdición.
Esa misma noche, en efecto, Wang Dongxing, el astuto comandante de la guarnición de la ciudadela, es informado de esas palabras. Wang tiene datos que le imponen tomar en serio estas amenazas. Sabe que sus partidarios en Shanghai están repartiendo armas a la milicia. Sabe que el secretario de la Universidad Qinhua de Pekín, Chi Qun, está en connivencia con el sobrino de Mao, el joven izquierdista Mao Yuanxin, para organizar la milicia de Pekín.
Este último, confidente de su difunto tío en los últimos meses, ha estado organizando una división armada muy cerca de Pekín, la que rápido se movería a la ciudad si preciso fuere. Todos estos, para Wang, son indicios del plan esbozado por Jiang Qing. Los izquierdistas traman un «golpe», asegura, y hay que actuar antes de que éstos se les adelanten, pues el tiempo corre.
Él sabe muy bien de lo que son capaces. Los ha visto actuar en el pasado y por ello piensa que hay que preparar ya el contragolpe. Debe convencer al sucesor de Zhou Enlai en la jefatura del Estado, el desconocido y gris Hua Guofeng, quien cree debe esperarse a su mayor aceptación por el partido y garantías de algún control del Ejército. Wang Dongxing opina, sin embargo, que el tiempo corre y mañana sería demasiado tarde.
En eso aparece en el escenario el importante mariscal Ye Jianying, quien asume el trabajo con los militares, de modo que determinados oficiales, no sólo estén al tanto, sino que se comprometan en la acción. Será en la propia ciudadela donde la guarnición (el Cuerpo de la Guarnición Central), que desde hace años comanda Wang Dongxing, arrestará a Jiang Qing y sus tres compañeros. Lo que queda por hacer es mantener el silencio absoluto de los implicados. Todo pende ya de la rapidez de Wang para llevar a cabo la acción.
Cuidadosamente se va preparando que Jiang Qing esté en la ciudadela, al igual que la clique de los trepadores del bastión ultra jacobino de Shanghai, Wang Hongwen y Zhang Chunqiao, miembros del poderoso cuarteto que, escogido por el Comité Permanente del Buró Político, vigilaba la acción médica sobre Mao.
En esos primeros días de octubre, la viuda no deja de proferir amenazas; por eso no capta el significado de la convocatoria de Hua para la noche del 6-O. A los ya conocidos del clan de Jiang se une Yao Wenyuan, el último en llegar a la reunión. Uno a uno van siendo hechos presos, así como sus cómplices en otros lugares.
De inmediato se informa del hecho a un complacido Buró Político; y muy pronto se enterará el país entero, cuando arrecie la campaña contra los presos. Así cayó la «Banda de los Cuatro», como fue conocida de inmediato. Comenzaba otra época para China, donde ya no estarían ni Wang ni Hua en la dirección.
En la Venezuela de esta década, sin esperar estar en la época pos-Mao, ya se conformó la «Banda de los Cuatro». Está corriendo el tiempo de las prisas, los contactos y los compromisos; y como cabía esperar, las serpientes del nido actúan con el mayor sigilo. Los cuatro hablan para el enfermo y su cancerbero habanero, ciegos ante el harakiri que realizan. ¡Que les aproveche!… Y a nosotros, mucho más.
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Fuente: EU