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José Martí, el poeta nacional

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José Martí, el poeta nacional

 

La Habana – Muchos países han intentado la transición desde el socialismo revolucionario hacia alguna forma de capitalismo democrático; Cuba sólo resulta ser el definitivo.

 

 

Mientras trata de hacer ese viaje, el país tiene muchas cosas en su contra. Sufre las disfunciones que afectan a naciones con estados burocráticos gigantes, toda una carga onerosa sobre la sociedad. Quienes están en la cima han sido entrenados toda su vida para regular y controlar. Las élites gobernantes hablan (con gran amplitud) una jerga ideológica y sin vida.

 

 

La actual consigna gubernamental – no sin prisa, pero sin pausa – sugiere un proceso constante de reformas, pero en realidad los ancianos que dirigen estos esfuerzos son glacialmente lentos. El mundo está cambiando a Cuba más rápido que lo que el estado cubano es capaz de hacer frente.

 

 

Los barrios se sienten más cálidos y más comunales que los de muchas otras naciones, pero sin duda hay una gran cantidad de jóvenes que pasan letárgicamente todo el día sin mucho que hacer.

 

 

Las instituciones cívicas independientes son escasas. Los jóvenes, dicen los expertos locales, están desilusionados con todos los sistemas. Tienen la esperanza de que la tecnología, o irse al exterior, los va a salvar.

 

 

Pero hay una cosa grande que Cuba definitivamente tiene a su favor: el orgullo nacional. Uno se encuentra con un intenso amor por el país, un sentido de la solidaridad nacional y un espíritu patriótico lleno de convicción que no poseen en la actualidad los Estados Unidos.

 

 

El patriotismo tiene manifestaciones complicadas. Los funcionarios cubanos, en sus conversaciones con estadounidenses,  hacen alusiones aleatorias sobre Bahía de Cochinos, sólo para obtener una cierta satisfacción hostil con ello. También hay una sensación generalizada (y, a veces completamente inútil) de excepcionalidad cubana; la idea es que ningún otro modelo se adapta a Cuba porque el lugar es notablemente distinto.

 

 

Sin embargo, hay demostraciones espléndidas. Una gran parte del orgullo nacional se basa en los logros culturales. Me encuentro aquí junto al Presidente del Comité de Artes y Humanidades, que forma parte del programa de reconciliación que el presidente Obama impulsa hacia Cuba. Músicos como Smokey Robinson, Dave Matthews, Joshua Bell, John Lloyd Young y Usher, y creadores como el dramaturgo John Guare y la coreógrafa Martha Clarke, pudieron interactuar con sus homólogos cubanos, mientras que los funcionarios del gobierno negociaban futuros intercambios.

 

 

Esta es la manera de ver lo mejor de Cuba. La comunidad artística es siempre deslumbrante. No es sólo la gran calidad artística. Hay una alegría que irradia en su desempeño, y que ilumina a cada artista, un resplandor de algo profundo en el alma cubana.

 

 

Pero el orgullo nacional cubano tiene otra fuente: el poeta y periodista del siglo 19 José Martí. Me sorprendió lo tanto que el nombre de Martí surgía en las diversas conversaciones que sostuve, y lo poco que se mencionaba a Fidel Castro. Martí es el poeta nacional, el que cambió el imaginario nacional, el que le dijo a los cubanos quiénes eran y cuál era su historia. Él inspiró una fe común en un futuro digno.

 

 

Un directivo de una fundación me dijo: “Cuando estoy deprimido intento leer a Martí. Él es un padre que te abraza. Creo que se acopla con lo mejor de Cuba “.

 

 

Martí enseñó con el ejemplo, luchando toda su vida por la independencia de Cuba. Encarcelado en su país, fue enviado al exilio en España y en otros lugares. Vivió una buena parte de su vida en los EE.UU., mientras combatía el imperialismo estadounidense, escribiendo asimismo ensayos admirables sobre Whitman, Emerson y el puente de Brooklyn. Se destacó como prosista y como poeta, además de actividades organizativas en la política. Murió en batalla, peleando por la independencia de su país frente a España.

 

 

También enseñó a través de su escritura, que se cita en todas partes. Creía en una Cuba independiente, con un sistema político moderado y democrático, y con protecciones que ayudaran a domesticar el capitalismo. Su amor por Cuba le llevó a amar a todos los cubanos. Pasó gran parte de su vida tratando de unirlos y reconciliarlos. “Si no queremos que fallen, las ideas absolutas deben adoptar formas relativas”, escribió.

 

 

Pero Martí no era fundamentalmente un pensador sistemático o programático. Él creía que “el problema de la independencia no es un cambio en la forma, sino un cambio de espíritu”. Emanaba patriotismo y confianza en sí mismo. Encontró satisfacción interior poniéndose al servicio de un proyecto nacional e imaginando un propósito nacional.

 

 

Es difícil ser demasiado optimista sobre el futuro a corto plazo de Cuba. Los líderes están tratando de cuadrar la madre de todos los círculos -tener una sociedad rica pero sin gente rica; tener una clase empresarial, pero sin perder la solidaridad igualitaria; tener el socialismo revolucionario y también la inversión exterior con crecimiento, asunción de riesgos e iniciativa.

 

 

Pero es emocionante ver una nación que tiene un sentido palpable de su propia alma. Es interesante ver cuán poderosa puede ser la fuerza de un poeta nacional. Muerto hace mucho tiempo, Martí es un recurso precioso que unifica en medio de desacuerdos, y fortalece en tiempos difíciles.

 

 

Cada nación necesita saber qué es y cuál es su historia colectiva. Me pregunto si el actual malestar de los Estados Unidos se debe a que hemos perdido el contacto con nuestros propios poetas nacionales, o incluso el sentido común de saber quiénes podrían serlo.

 

 

Autor: David Brooks – New York Times

 Traducción: Marcos Villasmil

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