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Frente al «patria o muerte» castro-chavista, el «ahora o nunca» democrático

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Frente al «patria o muerte» castro-chavista, el «ahora o nunca» democrático

 

Después de 21 años –toda una mayoría de edad, por donde se le vea- puede afirmarse sin vacilar que el chavismo es, esencialmente, una crisis. Perenne. Un cataclismo social y antropológico que, en los tiempos de la historia puede parecer un mero suspiro, pero que para los ciudadanos venezolanos luce una eternidad. Para entender el porqué quizá baste mencionar lo señalado al comienzo de una reciente nota del New York Times: “El colapso de Zimbabue con Robert Mugabe. La caída de la Unión Soviética. La desastrosa crisis de Cuba en la década de los noventa. El desplome de la economía de Venezuela ha superado todos esos desastres”.

 

 

El no reconocimiento, la negación de dicha crisis se expresa en una patología que afecta a sus actores y autores principales (Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez, Tarek El Aissami, entre los más reconocibles por sus abultados prontuarios criminales), a sus seguidores internos –lo que queda del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), última excusa organizativa para pretender darle visos democráticos y participativos al temperamento esencialmente caudillista y autoritario de Chávez- y externos –toda una izquierda de diversas recetas y sabores, repartida especialmente por el Cono Sur y la Europa meridional, más una variada gama de sanguijuelas internacionales (como los ya desocupados tomistas de la sede de la embajada venezolana en Washington) que vieron en Hugo Chávez y su olímpicamente atrabiliario ego la forma de solucionar sus problemas materiales-. Mención especial merece el actor hollywoodense Danny Glover, quien visitó varias veces a Chávez y a Maduro en búsqueda de fondos para un proyecto fílmico, nunca iniciado o completado (como casi toda obra chavista), sobre la vida de Toussaint-Louverture, personaje fundamental de la independencia haitiana. Se afirma que el avispadísimo actor (protagonista de las diversas entregas de “Arma letal”) ya ha recibido al menos 18 millones de los verdes.

Danny Glover y Hugo Chávez

 

 

Para el chavismo en sus tiempos felices, contradiciendo a Rubén Blades y su Pedro Navaja- la vida no daba sorpresas. Todo estaba calculado, medido, domesticado de acuerdo a una rutina centrada en satisfacer las apetencias y deseos de sus líderes –internos y foráneos, como los hermanos Castro-. Su ejercicio de gobierno era asimismo un paulatino proceso de anulación y persecución de toda crítica; solo el elogio a la figura del comandante, el jolgorio adulador a sus planes faraónicos, eran aceptables. Hasta que su Titanic particular se topó con el iceberg de la realidad.

 

 

Por eso no deja de causar risa que hace un par de semanas Nicolás Maduro convocara a lo que queda de sus huestes a un ejercicio de autocrítica, una jornada de diálogo y rectificación del chavismo, frente a la crisis que ellos mismos han cuidadosamente incubado y producido. Un supuesto debate “socialista”, que se dio casi en la clandestinidad, ante el total desinterés y desdén de los millones de ciudadanos venezolanos. Los delegados eran recibidos en el salón de reuniones del hotel Alba Caracas por un cuadro del “comandante eterno” cuya eternidad apenas llegó a los 58 años.

 

 

Todos, sin necesidad de que nadie les preguntara, jurando lealtad eterna a Nicolás Maduro; tanta insistencia hace recordar un viejo dicho: dime de qué presumes y te diré de qué careces.

 

 

La pregunta a responder aparentemente era ¿cómo renovar la acción fundamental, el “patria o muerte” castro-chavista? Para Tania Díaz, vicepresidente de la ilegal constituyente chavista, “hay que seguir el mensaje de Chávez, profundizar la revolución” (que es lo que seguramente está haciendo Maduro, profundizando la represión, la tortura y la persecución). Dispuestos todos a ofrendar la vida…de los indefensos ciudadanos venezolanos, claro. Hubo incluso ingenuos que exigieron un firme combate “contra la corrupción, la burocratización y el autoritarismo”. Eso es como pedirle a un escorpión que abandone su aguijón.

 

 

Las jornadas ofrecieron como nuevos los mismos viejos recados voluntaristas, tan vacíos como los tanques de gasolina del sufrido parque automotor criollo. Asimismo, alguna palabrería conciliatoria – cuando el chavismo habla de diálogo es que el semáforo vital les muestra la luz roja -; pero a pesar de las sonrisas nerviosas y la retórica triunfalista, no pueden quitarse de encima los hedores autoritarios, de podredumbre sin remedio proveniente de las cloacas chavistas. Es lo que sucede con todos los cadáveres.

 

 

Estas tristes jornadas más justificativas que reflexivas, no añadieron nada nuevo al considerable bagaje de lugares comunes y sandeces seudo-ideológicas y económicas que el chavismo y su socialismo del siglo XXI, que nacieran muertos como concepción de sociedad futura y alternativa, han generado siempre. Solo quedan las ruinas de un régimen que sobrevive gracias al corrupto apoyo de Vladimir Putin y Raúl Castro, esos autócratas que planean como zamuros sobre las diversas posturas ideológicas convencionales porque las confrontan y superan, al representar en buena medida lo que Umberto Eco llamaba el “fascismo eterno”.

Juan Guaidó, presidente interino de Venezuela

 

Frente a la insistencia de la mentira, del odio y del apartheid, del mensaje de muerte característico del chavismo, contrastan las palabras de esperanza y de vida, de futuro y libertad, del “ahora o nunca” encabezado por Juan Guaidó y sus tres premisas fundamentales: fin de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. Mensaje que sigue difundiendo por toda la geografía criolla, reuniendo multitudes, ciudadanos entusiasmados por oír a su presidente. Mientras, los emisarios de la muerte se esconden en sus cuevas/bunkers, con un Maduro que solo aparece en sitios públicos fuertemente custodiado –el susto de los drones no se le debe haber pasado- y rodeado siempre de militares.

 

 

El “patria o muerte”, al igual que en Cuba, languidece y fallece. Mientras que el “ahora o nunca” democrático está más vivo y desafiante, porque posee –en palabras de Albert Camus sobre la lucha de su patria contra el nazismo- la obstinación de las primaveras.

 

 

Las verdaderas preguntas que deberían haberse planteado los socialistas criollos es por qué y cómo Juan Guaidó, en apenas varios meses, ha alcanzado un grado de respeto y de apoyo entre los ciudadanos que no alcanzó jamás Hugo Chávez Frías.

 

 

Marcos Villasmil

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