Una persona es propiamente una persona cuando puede ser ciudadano y toma parte en la vida pública
En su brevísima introducción a la democracia de 2002 Bernard Crick, uno de mis autores favoritos, nos recuerda que en constituciones democráticas o en los escritos de Tocqueville y Mill, se asienta que “…todos pueden participar si les interesa (e interesarles debería), pero deben entonces respetar mutuamente los iguales derechos de sus conciudadanos dentro de un orden legal que define, protege y limita esos derechos”.
Una persona es propiamente una persona “…cuando puede ser ciudadano y toma parte en la vida pública. Pero sigue siendo verdad que todavía es considerado menos si él o ella no tiene espíritu público, no se preocupa ni toma parte en todos los empujones del interés propio, los intereses de grupo y las ideas que constituyen la política y la sociedad”. El mismo Crick pensaba que la política son las acciones públicas de los hombres libres y la libertad el ámbito de vida personal frente a intromisión de la acción pública. O para resumirlo, es “la ética hecha en público”.
Ciudadanía y política no son ideas contrapuestas, especie de agua y aceite en la vida social, como si del bien y el mal se tratara. Esa versión es interesada y cuando desinteresada la sostienen caídos de la mata. En realidad es todo lo contrario.
Ciudadanía es participación que puede expresarse en la opinión, la organización para influir, el voto o la aspiración legítima a cargos de representación o de gobierno. Ciudadanía es la responsabilidad de quien forma parte de la sociedad y está consciente de ello.
En sus Ensayos sobre la Ciudadanía, Crick cita al profesor Hargreaves: “los ciudadanos activos son tan políticos como son morales; la sensibilidad moral deriva en parte del entendimiento político; la apatía política engendra apatía moral”. En la idea de reforzar su insistencia en introducir la enseñanza de ciudadanía en las escuelas, hasta lograr su inclusión en el Curriculum Nacional.
Si ese reclamo insistente era válido en antiquísima y arraigada democracia británica ¿Cuál sería su evaluación tratándose de nuestro país?
La ciudadanía se aprende. En la vida, claro, en el hogar familiar y al cruzar sus puertas hacia afuera en el vecindario, la ciudad y el país. Si es así ¿por qué no enseñarla en la escuela? Los venezolanos lo hicimos en las llamadas repúblicas escolares y en el primer año, luego séptimo grado, con la Formación Social Moral y Cívica. Recuerdo mi libro de texto que fue aquel de Francisco Canestri.
¿Por qué dejamos de hacerlo? Ahora entiendo que hay una materia de que llaman GHC, ensamblaje de geografía, historia y ciudadanía, pero me temo que al final no se enseña mucho de ninguna de las tres.
Bien nos haría como sociedad que los venezolanos, civiles y militares, desde el más modesto hasta nuestros gobernantes y aspirantes a serlo aprendiéramos a ser ciudadanos. Y a los que creemos que esa es “materia vista”, no nos vendría mal repasarla.
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Ramón Guillermo Aveledo