Hay razones para preocuparse cuando el presidente Nicolás Maduro y el ex candidato presidencial opositor Henrique Capriles ponen en su boca la palabra golpe. Cada uno desde su base argumental, cada quien con su postura política, pero colocan en la agenda un tema que necesariamente tiene que quitarnos el sueño.
No faltará quien desee, con buenas o malas intenciones, que se concrete un golpe de Estado. Allí no radica el problema sino en qué medida quienes tienen posiciones dirigentes en el país están haciendo lo correcto, desde gobierno y oposición, para impedirlo.
El presidente Maduro denuncia una conspiración internacional, mientras que Capriles dice que quien busca el golpe es el propio mandatario venezolano. Lo cierto es que en tiempos de crisis mentar la soga en la casa del ahorcado le da vida a fantasmas que nos han rondado históricamente. Las rupturas institucionales, los golpes de Estado, las conspiraciones militares, han formado parte de nuestra vida como país, y se vuelven a colocar en la lista de probabilidades cuando no hemos sido capaces de colocar por encima de intereses parcelarios las prioridades del país.
Si, como denuncia el presidente, está en marcha una conspiración, urge la convocatoria de todos los sectores democráticos para enfrentarla. Para impedir que los conjurados, del lado que sean, se salgan con la suya y nos pongan a protagonizar la película que ya vimos en Chile, Argentina o Uruguay. Un golpe no sería sólo contra el gobierno de Maduro sino incluso contra las fuerzas que se le oponen democráticamente.
Preocupa que frente a temas de menor monta no hemos podido generar acuerdos. No lo hemos logrado para diseñar un plan económico que involucre a todos los factores de la producción, que permita derrotar la inflación, rescatar el poder adquisitivo de nuestro signo monetario y crear las condiciones que permitan atraer inversiones más allá del ámbito petrolero. Se quedaron en el aparato los intentos de diálogo político y económico del año pasado. Tampoco fueron exitosos los planes para el trabajo conjunto contra la inseguridad, salvo casos aislados. Ni hablar de las iniciativas para el desarme. Ese era y es uno de los temas en torno a los cuales se podía y se podría consolidar un espacio de dialogo y acuerdo, dos palabras que aunque incomoden a algunos, de lado y lado, son la clave para conseguir éxitos como nación.
Precisamente la falta de éxito en lograr acuerdos es lo que hace temer que hoy tampoco existan condiciones para al menos coincidir en que algo debemos hacer para impedir que alguien pretenda resolver los problemas nacionales por la vía del palo a la lámpara. Hablar de golpe, denunciarlo verbalmente, no es suficiente, si en verdad ese peligro nos acecha. Por supuesto que una de las principales responsabilidades de un gobierno es impedir que lo tumben, y en esa tarea pudieran no ser suficientes sus propias fuerzas. Si vamos a la historia seguramente encontraremos ejemplos suficientes al respecto.
Así que me gustaría escuchar al Presidente convocando a los sectores democráticos, a los empresarios, a los trabajadores, a la intelectualidad de pensamiento diverso y demás factores a conversar y a trabajar en conjunto no sólo para impedir salidas de fuerza sino para escuchar con humildad y espíritu autocrítico y tomar decisiones que permitan corregir rumbos equivocados, sobre todo en el campo económico, y generar un clima político de distensión, favorable a la reconciliación nacional. Los golpes pueden tener éxito cuando gobierno y oposición democrática no están a la altura de las circunstancias. No es lo mismo menar al diablo que verlo llegar.
Olga Dragnic
Imposible concluir estas líneas sin hacer mención del lamentable fallecimiento de la profesora Olga Dragnic, docente de la Escuela de Comunicación Social de la UCV durante largos años, y viuda del también profesor y periodista Federico Álvarez. Nuestras condolencias a sus familiares, especialmente a su hijo Max.
Vladimir Villegas