Ese fenómeno llamado Podemos

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Ese fenómeno llamado Podemos

 

Guste o no, Podemos de España es un fenómeno y como tal debemos estudiarlo.

 

 
Cuatro meses después de haber sido fundado se convirtió en el cuarto partido más votado en las elecciones europeas de 2014. Hoy, Febrero de 2016, Podemos ha superado al PSOE, instalándose en el segundo lugar, según las encuestas. Nadie conoce su techo.

 

 
¿Qué es un fenómeno? Un fenómeno es una aparición, algo que irrumpe sin que sepamos su para qué y su por qué. En cierto sentido –ese fue un tema que desarrolló Hannah Arendt en consonancia con la filosofía de Edmund Husserl– hay una relación entre la aparición de un fenómeno (o hecho o evento o acontecimiento) y un milagro, en el sentido teológico del término.

 

 
El método fenomenológico obliga a una detallada descripción de un aparecimiento. Solo después de haber observado el fenómeno podemos conocer los vínculos y relaciones establecidas en el espacio en donde ha irrumpido. Espacio que si es público debe ser político.

 

 
En el caso que nos ocupa, Podemos como fenómeno, es interesante comprobar que sus momentos pre-formativos no fueron políticos. Sus orígenes no se encuentran en las calles ni en las luchas sociales. Podemos viene de la Universidad Complutense. Pero no de un movimiento estudiantil, como ha sido el caso de diferentes partidos políticos, sino de círculos académicos que en la vida universitaria –eso lo sé muy bien- suelen ser muy cerrados. Quizás ese hecho explica el carácter autoritario que, pese a la imagen pubertaria que intenta darse a sí mismo, no logra disimular Podemos.

 

 
En el área de las ciencias sociales y políticas, los círculos académicos suelen adquirir la forma de sectas y si logran mantenerse en el tiempo, de castas. Así se explica por qué, apenas nacido, en vez de decir mamá, los de Podemos pronunciaron la palabra “casta”. No se necesita ser freudiano para percibir que “la casta”, hoy cambiada por “el bunker” -mote adjudicado a todos los partidos de “el sistema”- era una proyección de su propia identidad. Nacido de una casta, los partidos políticos les parecían ser, naturalmente, otras castas.

 

 
La pregunta pertinente es: ¿Cómo fue posible que una secta ideológica –una de las tantas sectas marxistas, tercermundistas, post-marxistas que proliferan en la universidades- hubiera conectado con espacios externos? La respuesta no puede ser otra: esos espacios existían antes que Podemos. Podemos, luego, no creó sus espacios. Los espacios que ocupó carecían de cobertura política. Podemos solo dio forma a un espectro social sin representación política definida.

 

 
Si aplicamos los conceptos de Alain Touraine podemos decir que los espacios cubiertos por Podemos son consustanciales a la llamada sociedad post-industrial.

 

 
En el orden industrial clásico, la derecha conservadora ocupaba los espacios de las agrupaciones estamentales, de las corporaciones empresariales, de los consorcios agrarios y de los sectores medios tradicionales. La izquierda socialdemócrata, los de los trabajadores sindicalmente organizados más una clientela proveniente de los sectores medios y de una gran parte de los miembros de las profesiones liberales. Esa es la razón por la cual el orden político bi-partidista había llegado a ser en España una superestructura del orden social post-franquista.

 

 
Tanto el PP como PSOE eran partidos clasistas en una sociedad organizada en clases (no otra cosa era la “sociedad industrial”). Y bien, con los partidos emergentes, Ciudadanos y Podemos, no ocurre lo mismo. Ambos deben ser entendidos de acuerdo a los cánones de la sociedad post-industrial.

 

 
Ciudadanos, por ejemplo, actúa como representante de una “nueva intelligentsia”. Sus militantes se mueven más allá del clásico esquema “izquierda-derecha”. Agrupa a sectores abiertos a nuevas propuestas sin fijación a ninguna ideología de tipo clasista o nacionalista. En lo ideológico defiende un liberalismo radical, en lo económico a la economía social de mercado, en lo político, a la unidad de la nación y a la inserción de España en una Europa moderna, pluralista, democrática y social.

 

 
Podemos, en cambio, se define como un partido de izquierda pero –y esto es lo novedoso- sus ofertas, a diferencia de las izquierdas comunistas y socialistas del pasado reciente, no interpelan a una determinada clase sino a un amplio y amorfo espectro social y político. En ese espectro tienen cabida fragmentos dispersos del antiguo orden, profesionales mal integrados, desocupados, trabajadores ocasionales, cuentapropistas, sectores informales, clase media pauperizada, juventudes desarraigadas, estudiantes anti-sistema y no por último, fragmentos de la antigua izquierda marxista en todas sus múltiples expresiones ideológicas.

 

 

 
Podemos puede ser caracterizado como un partido que, manteniendo una ideología de clase –un marxismo muy evaporado- es más bien un “partido de la multitud” (Hard y Negri). Su fuerza no proviene de la razón clasista sino, para aplicar la terminología de Ernesto Laclau, de la razón populista. Es, definitivamente, un partido populista. Y –dada la “cadena de demandas inequivalentes” (otra vez Laclau) que moviliza- no puede ser otra cosa.

 

 
Sin entrar en el resbaloso terreno de las tipologías, Podemos aparece como un partido populista clásico. Por eso las demandas heterogéneas que articula solo pueden expresarse de un modo radicalmente simbólico, sobre todo gracias a la relevancia del caudillo o líder mediático, papel que cumple casi a la perfección Pablo Iglesias, sin duda un maestro de la mímica populista. De ahí también el elevado grado de autonomía de la dirección de Podemos con respecto a la masa que lo sigue.

 

 
Iglesias, a diferencia de antiguos dirigentes de los partidos de la izquierda clasista –quienes no movían un dedo sin consultar a las organizaciones sindicales- no tiene necesidad de dar cuentas a nadie en sus tomas de decisiones. Hace y deshace a su gusto. Él no representa a una clase social orgánica. Él es el líder de la “anomia social” (Durkheim) y de la masa anorgánica.

 

 
No hay nada más autoritario que un líder populista. El poder de Iglesias dentro de Podemos es casi monárquico. Su disfraz de adolescente desgreñado, su nostálgica coleta sesentista (en un país que no tuvo sesentismo) y su afectado tuteo al Rey, no logran ocultar la deriva caudillesca y autoritaria propia a todos los movimientos populistas. Razón para pensar que en cada líder populista se encuentra el germen de una futura dictadura o autocracia. Todos los ejemplos históricos lo han demostrado. Podemos no es la excepción.
Sus propias frases traicionan a Iglesias. Cuando espetó a Pedro Sánchez, “parece que tú no mandas en tu partido” hizo pública las relaciones de mando y obediencia que él había implantado en el suyo. Quiso decir: “yo sí mando en mi partido”. Y, efectivamente, así es. Los partidos populistas no se ajustan a un programa, ni siquiera a una agenda. El programa es el líder. La agenda la fija el líder. Los enemigos los dibuja el líder (pueden variar en el tiempo, según las conveniencias) Y, por supuesto, las alianzas las establece el líder.

 

 
La lógica de la política es la lógica del poder. Pero a diferencia de los partidos democráticos que buscan el poder para imponer objetivos, en los partidos populistas el poder no es un medio sino un fin. Solo así nos explicamos los virajes que realiza Podemos sobre la marcha. El más reciente ejemplo fue la adhesión a las banderas referendarias levantadas por los secesionismos que han vuelto a asolar, esta vez con mucha furia, a España.

 

 
Podemos, hasta una semana antes del 20-D, no había hecho pública ninguna posición a favor de los referendos. Esa publicidad ocurrió cuando Iglesias, descubriendo el caudal de votos que podía atraer hacia su partido, se decidió de la noche a la mañana a favor de las salidas plebiscitarias, invocando al “principio de la autodeterminación de los pueblos y las naciones”. Interesante es mencionar que ese mismo principio fue invocado por Lenin en Rusia, poco antes de la revolución de Octubre. Tal vez Iglesias intentó emular al audaz revolucionario. La “pequeña” diferencia es que Lenin levantó esa alternativa en contra de la autocracia zarista e Iglesias en contra de una democracia republicana.
De más está decir que la alternativa plebiscitaria no figuraba en el programa de Podemos. Para cualquier partido serio, ese tema, tan central a la política española, habría sido materia de un intenso congreso donde al final de largas discusiones debería haber sido llevado a votación entre cientos de delegados elegidos por sus bases. Iglesias en cambio, si lo consultó con alguien, fue con sus amigos más íntimos. O con la almohada.

 

 
La alternativa refendaria tampoco había sido una política de la izquierda española antes de Podemos. Esa izquierda, con todos sus errores a cuestas, siempre había sido clasista. Nunca nacionalista. Iglesias, aunque lo niegue, ha roto con la tradición política de la izquierda española.

 

 
Más leninista y autoritario que Lenin, Iglesias no dudó un segundo en poner en juego la integridad de la nación a cambio de un puñado de votos. Los mismos votos que hoy le permiten jaquear al PSOE. Así Iglesias ha puesto de manifiesto la deriva autoritaria de toda razón populista, no tematizada por Ernesto Laclau cuando erróneamente vio en el populismo una vía democrática para su “estrategia socialista”.

 
No obstante, el avance de Podemos no solo depende de la astucia de Pablo Iglesias y los suyos. Si Podemos ha podido encontrar espacios libres es simplemente porque los demás partidos no fueron capaces de ocuparlos. Eso quiere decir: el peligro que encierra Podemos para España puede ser contrarrestado siempre y cuando los partidos democráticos se decidan a hacerlo. Podemos representa en ese sentido un desafío a toda la democracia española.

 
Tres son las tareas que demandará la atención de la mayoría democrática cuando se resuelva el problema de la crisis presidencial. La primera será una reforma laboral destinada a actualizar las relaciones contractuales entre y con los sectores sociales emergidos en el periodo post-industrial. La segunda, una política que vaya más allá del reconocimiento de las autonomías, política que llevará a una reforma constitucional o nueva constitución que integrará en sí principios federalistas que hicieron fuertes a otras naciones. La tercera es la plena integración de una España unida en una Europa Unida, con todos los derechos y obligaciones que ello implica, incluyendo la participación militar en la guerra en contra del terrorismo islamista y la lucha política en contra de la xenofobia patriotera que carcome a Europa.

 
Si esas tres tareas son asumidas con decisión e inteligencia por el PP, el PSOE y Ciudadanos, organizaciones como Podemos llegarán a ser partidos políticos republicanos y democráticos en convivencia y competencia leal con los demás partidos de la nación. Pero si no ocurre así, España será consumida por insurrecciones populistas y micro-nacionalistas. España, está de más decirlo, no merece ese destino. Europa tampoco.

 

 

@FernandoMiresOl

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