“El pueblo nunca se equivoca!” sentenció Juan Domingo Perón en 1954 antes sus huestes justicialistas. Una máxima que desearíamos la hubiese demostrado, no solo la propia historia del peronismo, sino también la de nuestro díscolo continente suramericano. Pero las escogencias políticas de nuestros pueblos continúan aflorando teñidas de desaciertos.
Recientemente, la mayoría colombiana votó por un ex guerrillero. Un pretendido redentor con el manido recetario de nuestros revolucionarios socialistas. En medio de escándalos pecuniarios, incoherencias y proclamándose azote del capitalismo, intenta reformas radicales contrarias a la inversión privada y a las oportunidades de empleo. Su rechazo ha unido por igual a patrones y trabajadores. A diez meses de mandato ya es desaprobado por casi dos tercios de los colombianos.
En Perú, la demagogia etnicista convenció a la mayoría de elevar a la presidencia a un ciudadano impresentable para asumir esa responsabilidad. De paso, incurso en corrupción. Fue defenestrado y el país ha quedado sumido en un caos político que luce interminable.
Hace 4 años, tal vez por aquello de que para los argentinos el peronismo, más que ideología es un sentimiento, votaron nuevamente por la facción más decadente de cuantas ha engendrado el legado de Perón y Evita: el kirchnerismo. Hoy, luego de una devastadora gestión económica, la mayoría anhela la llegada de las próximas elecciones para votar por un urgente saneamiento político.
En Chile, la revuelta de octubre de 2019 inspiró a una mayoría a votar el año pasado por la opción más radical y revolucionaria. Ya en el poder, sacudido por la realidad socioeconómica, el ungido mandatario da pasos apresurados para desmontar la fantasía que lo llevó a la presidencia.
Son ilustraciones de cómo a nuestros pueblos los sigue deslumbrando el Dorado de la mentira populista. Drama que continuará mientras los equívocos no se traduzcan en lecciones y desarrollemos los anticuerpos contra la farsa redentora de pretendidos mesías.
Ramón Peña
