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El sueño polaco

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El sueño polaco

 

 

Lo primero a destacar: la alta participación en las elecciones presidenciales que tuvieron lugar el 28.06. 2020 demuestra que Polonia, así como la mayoría de los países europeos, comienza a salir del letargo despolitizador que hasta hace poco imperaba en el continente. Lo segundo: con su alta votación, Rafal Trzakowski (30,3%) ha demostrado que cerrar el paso al supuestamente imparable ascenso del nacional-populismo (43,7%), puede ser perfectamente posible.

 

 

En condiciones determinadas por la expansión del covid-19, la ciudadanía polaca ha movilizado fuerzas para dilucidar dilemas en dos opciones que son muy polacas pero también muy europeas e, incluso, muy globales. Pues en Polonia, como en diferentes países, se enfrentan dos tendencias que trascienden lejos a las clásicas confrontaciones entre izquierda y derecha, propias al siglo XX. Se trata, en lo fundamental, del choque entre los contingentes nacional-populistas (otros dicen ultraconservadores) de Andrezej Duda, en representación del verdadero líder, el ultracatólico Jaroslaw Kaczynsk del partido PiS (Ley y Justicia) y los liberales democráticos encabezados por el alcalde de Varsovia Rafal Trzakowski del KO (Coalición Cívica).

 

 

Traducidas las mencionadas opciones en terminología politológica, lo que predomina en Europa y con mucha nitidez en Polonia, es el enfrentamiento entre un republicanismo de tipo autocrático, confesionalista, doctrinariamente i-liberal y anti EU, contra los partidarios de una democracia representativa que privilegia la defensa del parlamento, que aboga por el pluralismo y que pone el acento en el estado social más que en un estado tecnocrático, en el marco de una unidad europea cuya expresión es el el proyecto histórico de la Europa Unida y cuyo instrumento es la UE.

 

 

En el fondo, el último domingo de junio presenciamos un choque entre dos culturas políticas claramente reflejadas en la repartición de los votos. Mientras Duda obtuvo sus más altos porcentajes en las zonas agrarias, sometidas al dominio a veces muy oscurantista de la iglesia católica, el popular alcalde de Varsovia, Andresej Trzakowski, alcanzó su más alta votación en las grandes ciudades, poniendo de relieve el sesgo ciudadano que caracteriza a la mayoría de sus partidarios.

 

 

De algún modo, en las elecciones presidenciales de junio colisionaron dos Polonias: una que viene del pasado profundo y otra nacida bajo los techos de la modernidad y la globalidad. Visto así, cada uno de los candidatos tenía sus réplicas en el resto de Europa. De hecho, el partidario más ardiente de Duda no podía ser otro sino el húngaro Viktor Orban.

 

 

Con el mandatario húngaro comparte el polaco la misma visión autoritaria, religiosa y culturalista. Orban y Duda son enemigos acérrimos de la UE, defensores de la “república cristiana” (entiéndase lo que se quiera por ella), radicales enemigos de la política migratoria y exaltados defensores de la represión sexual.

 

 

Orban y Kaczynsk deben estar tan preocupados como Duda frente a la, por ellos no esperada, segunda vuelta. Aún perdiendo Trzakowski, pero alcanzando una votación superior a la obtenida en la primera vuelta, Duda, con una Polonia partida en dos partes casi iguales, vería muy debilitada la continuidad del eje nacional-populista formado por Varsovia y Budapest, eje apoyado por Moscú, aunque los partidarios de Duda intenten ocultarlo.

 

 

Putin mantiene una alianza explícita con Orban y tácita con Duda. Alianza que, de acuerdo al histórico y legítimo sentimiento anti-ruso del pueblo polaco, jamás se atrevería Duda a confesar públicamente. No obstante, sus coincidencias con Putin en todos los puntos que tienen que ver con la política, la cultura y la moral pública, son totales.

 

 

Tanto Duda como Putin son partidarios de un Estado fuerte y autoritario y de la limitación a las libertades ciudadanas, pero sobre todo, enemigos de la UE y – para Putin lo más importante – de la NATO. El objetivo de esos gobiernos – hay que sumar entre otros al del serbio Aleksandar Vucik- es liquidar la hegemonía franco-alemana representada en estos momentos por Merkel y Macron. En casi todos esos puntos se suma a la alianza Duda-Putin, el indiscutido apoyo que obtiene Duda de su amigo extracontinental, el inefable Donald Trump.

 

 

A primera vista pareciera haber diferencias entre Putin y Trump con respecto a la “cuestión polaca”. El hecho de que Trump aumentó los contingentes militares norteamericanos en Polonia ha sido presentado, incluso por periodistas avezados, como un desafío de Trump a Putin. Nada más incierto. Lo que busca Trump al desplazar tropas a Polonia no es debilitar a Putin sino debilitar a la NATO, propósito que seguramente regocija a Putin. El autócrata ruso no tiene por qué incomodarse. Su expansión hacia Europa no es militar, sino política. Sus aliados son gobiernos como el de Duda y Orban y movimientos como el Rassemblement National (RN), Lega Nord (LN), o Alternative für Deutschland (AfD). Ellos juegan el mismo rol para Rusia que el que jugaban los partidos comunistas para la URSS. Trump puede estacionar en Polonia todas las tropas que quiera sabiendo que ello no reportará problemas a Putin.

 

 

De ahí la importancia que tendrán las elecciones del domingo 12 de julio. Matemáticamente el PiS tiene todas las de ganar y políticamente todas las de perder. Hay análisis demoscópicos que incluso auguran un tête-à-tête entre los dos candidatos. Por cierto, sería una proeza histórica que Trzakowski supere a Duda (hay de por medio más de 13% de diferencia). Pero la cantidad de sufragios a su favor será grande. Por de pronto, el candidato del tercer lugar, el liberal Simon Holownic, ha dicho que él no votará por Duda. La derecha ultraextrema de Krzystof Bozak se inclinará seguramente por Duda. Como casi siempre, el enigma será dilucidado por los que no votaron en la primera vuelta y sí lo harán en la segunda.

 

 

Como sea, el mérito de Rafal Trzakowsky es enorme. Ha dado nueva vida a su coalición después de una intensa lucha política en la que logró desbancar a las tendencias abstencionistas representadas por Malgorata Kidawa-Blonzka quien había llamado a boicotear las elecciones de acuerdo al argumento de que no ofrecían condiciones mínimas.

 

 

Trzakowsky ha devuelto las esperanzas a una ciudadanía opositora que, hasta hace dos meses, parecía resignada. Hay quienes ya sueñan con una Polonia plenamente democrática. Por ahora es solo un sueño. Un hermoso sueño, sin duda. Pero un sueño, nada más.

 

 

Fernando Mires

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