El mito

La única política que está instrumentando el oficialismo para que quienes hoy ejercen el poder puedan mantenerse en él es la creación del mito. Todo lo que se ha hecho desde el fallecimiento del Presidente -y todo lo que se hará hasta el 14 de abril- ha sido y será la exaltación del hombre a niveles de heroicidad sólo comparables con nuestro Libertador.

 

Incluso se llega a la veneración casi divina para colocarlo en los altares de los dioses. Creado el mito, su principal función será servir de protector para que sus sucesores permanezcan en el poder, escudarse detrás de él y utilizar sus méritos y designios como principal razón para hacerlos propios.

 

El muy respetado psicoanalista norteamericano Rollo May señala que un mito tiene tres funciones esenciales. Una función explicativa que pretende justificar o desarrollar la razón de ser de algunos aspectos de la vida social. Una pragmática que consiste en señalar al mito como la base de ciertas estructuras sociales y acciones a seguir; vale decir, el mito puede marcar una línea genealógica y determinar quiénes pueden gobernar o no.

 

Y finalmente, una función de significado, conforme a la cual no sólo son historias que brindan explicaciones o justificaciones políticas, sino también que otorgan consuelo, objetivo de vida o calma. May señala que estas tres funciones se mezclan constantemente en las sociedades donde nacen los mitos.

 

La gran historiadora Inés Quintero señaló también, en reciente entrevista, que estábamos viviendo justamente la creación del mito. Ciertamente así es, aunque es muy temprano para determinar si todo el esfuerzo oficial para inventarlo tendrá el éxito desmedido que esperan.

 

Cómo pasarán finalmente estos años a los libros de historia, sólo el tiempo lo dirá.

 

En este empeño por la fabricación del mito se están mezclando las tres funciones que señalaba May: se pretende explicar que nuestra historia patria se divide en un antes y un después de su existencia, se quiere señalar quiénes deben gobernar luego del mito y quiénes no, y, finalmente, al volverlo mito, sirve de consuelo y calma para aquellos que lo admiraban y querían.

 

El mito permite tratar de mantenerlo vivo en el ideario colectivo y aprovecharse de ello para el fin más pragmático: mantenerse en el poder, alegando que sus herederos políticos son el mito que aún vive en ellos.

 

Pero ocurre que los «herederos» lucen débiles e inseguros en sus apariciones públicas. No cuentan con las dotes personales y pasionales que poseía a quien pretenden suceder.

 

Tratan de imitarlo en anécdotas, cantos, insultos y amenazas, pero no producen los mismos efectos en el colectivo. Rara vez un heredero político ha triunfado y casi nunca ha superado a su antecesor. Tampoco es cierto que todo aquel que seguía a un líder necesariamente seguirá a quienes pretendan ser sus herederos.

 

Dos hechos recientes nos señalan que el liderazgo no se traspasa tan fácilmente. El primero fue una acción completamente reactiva del candidato oficialista; el segundo, el acto de masas frente al CNE el día de su inscripción.

 

Cuando Capriles dio su muy dura y contundente rueda de prensa en la cual manifestó que aceptaba la postulación de la Unidad Democrática para ser nuestro abanderado, pero denunciando la inmensa desventaja institucional que enfrenta ante un poder estatal nada independiente, que juega y decide con todas sus fuerzas para favorecer al candidato contrario, este último no se aguantó y salió casi de inmediato a responderle de manera reactiva, a insultarlo y a escudarse bajo la imagen protectora del mito.

 

Eso jamás lo hubiera hecho Chávez, quien no hubiera reaccionado con tanta rapidez y mucho menos le hubiera respondido directamente. Recordemos que siempre dijo «águila no caza moscas» y que hasta calificó al contrario como la Nada. Claro está que Chávez hubiera esperado otro momento para usar su filoso verbo y tratar de enterrar al adversario.

 

Maduro reaccionó tan rápidamente que los venezolanos pudimos comparar la aparición pública de ambos candidatos: la fortaleza del primero y las debilidades e inseguridad del segundo.

 

Hasta los que no somos chavistas extrañamos el verbo y locuacidad de Chávez, ante el aburrido discurso de Maduro en su mitin de inscripción ante el CNE.

 

En tres ocasiones tuvo que pedir la atención de su propio público (que no es propio, sino prestado de Chávez), debido al fastidio que sentían al escucharlo y verlo tratar de imitar lo que no tiene imitación.

 

Ha cantado, ha recitado, ha amenazado, ha insultado, pero no convence. Dura tarea le asignaron y seguramente más de uno en sus propias filas debe estar muy preocupado por lo que está comenzando a verse.

 

gblyde@gmail.com / @GerardoBlyde

 

Fuente: EU

Por Gerardo Blyde 

 

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