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El letargo y el antídoto

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El letargo y el antídoto

Viernes, siete y cinco de la mañana. Tráfico más complicado que de costumbre. Policías y militares mal encarados agitan los brazos ordenando a los conductores manejar rápido y salirse del atasco. Puente de los Ruices. Levanto la mirada: gandola chocada, cientos de motorizados, personas caminando con cajas. Se respira caos y tensión. Sigo andando, en pocos minutos llego a la oficina y el vigilante me pregunta: “¿Cómo está eso afuera?” Le comento lo que describí en líneas anteriores y él, con sabiduría popular me recomienda: “suba rápido, el diablo anda suelto”. La noticia: Gandola choca y el conductor muere asfixiado mientras saquean la mercancía.

 

El episodio me recordó la película “Hunger games”. Una sociedad postapocalíptica insensible ante la injusticia, reducida a sus instintos más básicos, condenada a la supervivencia. Para mí el viernes fue un día de tristeza, ira y reflexión. No dejé de pensar en el hombre que yacía agonizante mientras la turba se robaba la carne del camión. No salió de mi cabeza esa escena infernal: personas sobre personas, motorizados atracando a la gente atrapada en el tráfico, militares incapaces de reestablecer el orden. Es que este régimen inmoral nos invita todos los días a ser injustos.

 

Nos expone a situaciones que ponen en riesgo nuestra integridad física y, lo que es peor aún, enferma nuestro espíritu. Nos enfrenta a escenarios que nos reducen a la supervivencia y, si no nos refugiamos en la virtud, terminamos siendo una versión “postmoderna” del hombre hobbesiano. Esta Revolución nos deshumaniza, nos hace peores, nos iguala a las bestias, nos arrastra en su maldad ¿Cómo es posible que vivamos así?¿Cómo podemos permitirnos esta bestialización? Una vez más: dolor de Patria ¡Qué tristeza vernos así!

 

Horas después de la muerte del chofer y del saqueo del camión seguía pensando en la pasividad con que vivimos esta tragedia. Nada nos inmuta; nada nos conmueve. Estamos ensimismados. El virus totalitario se ha hecho de nuestra sociedad. El miedo nos frena y nos calla. Somos testigos silentes de la maldad y lo peor es que esta mudez nos hace, en cierta medida, cómplices.

 

Ya lo decía Vaclav Havel en su primer discurso como Presidente de Checoslovaquia cuando recordaba los años de resistencia al comunismo soviético: “Todos nos habíamos acostumbrado al sistema totalitario, lo habíamos aceptado como un hecho inalterable y, por tanto, contribuíamos a perpetuarlo. Dicho de otro modo, todos nosotros -si bien, naturalmente, en diferentes grados somos responsables del funcionamiento de la maquinaria totalitaria; nadie es sólo su víctima, todos somos partícipes también de su creación.”

 

Si bien asumo con dolor mi cuota de responsabilidad, ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo contribuir a humanizarnos? De nuevo: “Hunger Games”. En una parte de la película, la protagonista -Katniss Everdeen- hace amistad con una niña –Rue- quien debería ser su enemiga. Resisten juntas y encuentran en aquella relación un punto de apoyo. Rue, la pequeña de doce años, muere brutalmente asesinada y Katniss Everdeen se encarga de humanizar su desaparición física.

 

Embellece con flores su lecho de muerte; da testimonio de amistad. Esta demostración de amor humano despierta las conciencias de quienes son testigos de la injusticia y conmueve a los coterráneos de Rue. Se inicia una rebelión en contra del régimen en su distrito. Se desata lo que Josef Pieper llama “la santa ira”. Se acaba la mal llamada paz que nace de la opresión y comienza la auténtica lucha por la justicia. Una demostración de amor humano fue suficiente para encender la mecha de la verdad y de la libertad.

 

El antídoto para que sociedades secuestradas por regímenes totalitarios encuentren la ansiada justicia es precisamente ese: testimonios auténticos de amor y entrega. Vaclav Havel, Juan Pablo II, Lech Walesa, Mart Laar, Péter Veres, Oswaldo Payá; hombres virtuosos, personas capaces de asumir el sufrimiento que viene con la lucha. Inicialmente, para despertar los corazones de los habitantes de Panem –país ficticio donde se desarrolla Hunger Games, no hubo una organización masiva; solo fue necesario el testimonio de una joven que se negó a bestializarse, que le demostró a sus iguales la bondad de la que es capaz, que encarnó el espíritu y la humanidad que dormía en el sometimiento.

 

Cada día veo con más claridad que Venezuela clama a gritos un liderazgo moral que de testimonio de lucha y entrega. Líderes que no caigan en el chantaje del revolucionario de la violencia. Que comprenda – y sepa transmitir – que violento no es quien sufre los embates de la injusticia, sino quien ataca.

 

Que nos recuerde de lo que somos capaces. Que nos invite a ser mejores. Que nos hable con la verdad y confíe en que somos capaces de aspirar a bienes superiores como la paz y la justicia. Detrás de las voces consternadas y el silencio asustadizo del viernes, hay un país esperando despertar del letargo. Hay una sociedad que se sabe enferma y espera con ansias el antídoto adecuado, aquel que nos saque de esta pesadilla y nos ponga en el camino del bien común.

 

Por Paola Bautista de Alemán

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