Mutatis Mutandis
Las turbulentas protestas que se han registrado en casi todo el país durante los últimos 30 días, han producido, entre otras bajas, el fin definitivo de un argumento, convertido con los años en una especie de versículo: el de la presunta responsabilidad de los medios de comunicación social en la promoción de la conflictividad.
Esta circunstancia se hizo presente entre nosotros sin que nos diéramos cuenta y sin que nadie llevara nota de la inflexión. Rangel, Istúriz, Villegas, Arreaza, Maduro, secundando al propio Chávez, en todas las crisis de polarización política del pasado, insistían una y otra vez que en el país había un conflicto que constituía, en sí mismo, un artificio, provocado por los «dueños de los medios», particularmente los dueños de televisoras.
Eran ellos, de acuerdo a la leyenda chavista, los directores de orquesta de un sofisticado aparato de odio que se había instalado en el ánimo de la clase media y media alta. La «matriz», argumentaban, permanecía completamente desgajada de la realidad social del país: el pueblo bolivariano llevaba adelante entusiasta la democracia protagónica mientras los poderes fácticos inventaban argumentos y fantasmas y llevaban a la pantalla una puesta en escena manipulada.
No es necesario que cavemos muy hondo para constatar lo que afirmo. En una entrevista que le concediera a Leonardo Padrón en sus Imposibles, José Vicente Rangel le atribuía toda la responsabilidad del ambiente insurreccional del 11 de abril de 2002, incluyendo su desenlace, al comportamiento de las televisoras.
Una interminable secuencia de reflexiones, entrevistas y letanías emanaron a continuación del chavismo y el filochavismo en torno al significado de la verdad en democracia, el costo de la rectitud en el proceder y el alcance de la ética como entidad ontológica del periodismo. Una especie de euforia pedagógica se apropió entonces de algunos voceros universitarios.
Observatorios de medios, de manos de puntillosos académicos de rostro imperturbable, periodistas y humoristas, nos explicaban los alcances de la hiperrealidad, el discurso paralelo, las agendas secretas y «los intereses trasnacionales» que privaban sobre el oficio de informar en este edén petrolero. Si algo se puso de moda en este país en el sector público hacia el año 2005 era hacer «análisis de contenido» de la prensa burguesa.
La crisis del 12 de febrero, estimulada por la escasez de bienes elementales, el desborde delictivo, la quiebra nacional, la corrupción y la anarquía, se hizo presente entre nosotros sin que mediara entre ellos mandato previo. Parece mentira que lo estemos diciendo: aquí nadie necesita a las televisoras para saber qué está pasando en la calle. La realidad ha desbordado por completo ese fetiche convertido en argumento perezoso y multiuso. No hemos vuelto a saber nada, a la fecha, de los flamantes hallazgos de estos prestigiosos investigadores amantes de la metodología en torno a las imposturas de los medios de la derecha.
La razón es muy sencilla: «los medios de la derecha», muy especialmente un canal de televisión en particular, al cual iban destinadas todas las invectivas y las sospechas del alto gobierno, están tomados por un muy conocido atajo de amantes del equilibrismo y vendedores de baratijas en el terreno probabilístico. Mientras le prometen a la audiencia mantenerla informada a cualquier costo, trabajan junto a las autoridades, de forma silenciosa, pero sostenida, para que aquello que está sucediendo en la calle no se sepa, o se sepa lo menos posible.
Estudiantes asesinados de tiros en la cabeza; paramilitares motorizados, organizados por el gobierno, disparando a edificios junto a la Guardia Nacional; bombas lacrimógenas invadiendo residencias en las cuales viven niños y ancianos, torturas y tratos degradantes a estudiantes.
El saldo de la represión ejercida por el chavismo en todo este trance es espantoso; pero en esta ocasión persisten notables puntos ciegos en torno sus verdaderas causas.
Muchas personas que tienen acceso a las redes y usan los pocos medios independientes disponibles pueden enterarse de lo que sucede en Venezuela. Persiste, sin embargo, un amplísimo sector de la población, habitantes de entidades federales medianas y pequeñas, en municipios apartados del país, en este momento impedidos de apreciar la panorámica completa de esta crisis gracias a la sórdida componenda entre los tributarios de Miraflores y algunos repentinos amantes del diálogo, para quienes, al parecer, la censura y la indecencia son máculas que debemos digerir con serenidad para que los miembros del alto gobierno puedan dormir tranquilos.
Los venezolanos de estas regiones apartadas, que son muchos, son espectadores lejanos de los disturbios y la represión. Con extremada frecuencia el único lente disponible que tienen para aproximarse a la realidad es el de Venezolana de Televisión. De manera por demás perversa y miserable, mientras tanto, un puñado de funcionarios sin escrúpulos tiene completamente maniatados a los canales de la televisión comercial, ejerciendo una fortísima presión para que no cumplan con su deber. De boca de ellos nadie deberá saber lo que pasa en Venezuela. Las felicitaciones dirigidas a los motorizados y colectivos armados que formularan Maduro y Arreaza tienen como destinatario esa audiencia: la de la Venezuela profunda.
Caracas, Valencia, San Cristóbal, Ureña, Rubio, Margarita, Mérida, Maracay, Barquisimeto, Maracaibo, Puerto Ordaz, Upata, Acarigua, entre tanto, prosiguen en la agenda de la protesta. Si algo hay en Venezuela es indignación. Los secuestros, los asesinatos, la escasez de medicinas, el desastre hospitalario, la corrupción a manos llenas, el imparable proceso de descomposición nacional: eso es lo que las alimenta. No quedan acá «montajes mediáticos» que glosar. De nada de eso hablarán ya, en virtud de que nada hay que hablar, las firmas que le montan matrices al gobierno ni los doctos que enjuician el comportamiento mediático.
Alonso Moleiro