El diálogo de la discordia
junio 7, 2016 5:32 am

 

Vistos los acontecimientos en la Organización de Estados Americanos, no queda duda de que lo que ocurre en nuestro país genera preocupación en todo el continente y más allá. El conflicto social y político que hoy vivimos los venezolanos es inocultable a los ojos del mundo. Es cierto que básicamente es un asunto entre venezolanos, pero con sus acciones, tanto gobierno como oposición están admitiendo lo que muchos ya tememos: parece que solos no podemos.

 

 

 

Cada bando, por llamar de alguna manera a los principales protagonistas de la confrontación, busca sus aliados fuera del país y mueve sus piezas con la idea de librar exitosamente la batalla internacional, que tiene mucho peso pero que seguramente no será la decisiva. Es una vana ilusión creer que por una resolución de la OEA o de cualquier otro bloque regional de América o de otras latitudes las cosas se van a resolver en Venezuela.

 

 

 

Podrá haber grupo de amigos, mediadores, facilitadores o cualquier otra figura similar que haga las veces de correo o de mensajeros entre las partes, pero si al final no existe una sincera voluntad política es obvio que esas figuras, como hoy la encarnan los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos, fracasarán en su intento de lograr que se convoque a un diálogo y una negociación política que generen no solo confianza sino resultados concretos.

 

 

 

Lo decía el propio Elías Jaua, diputado y dirigente del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela, en entrevista que recogieron diversos medios. “Es necesario que se llegue a un mínimo de acuerdos para que la confrontación política no impacte al pueblo”. Y uno se pregunta si Elías puede dar fe de que en esta oportunidad para el gobierno sí hay real interés en que el diálogo llegue a buen puerto. Aquí es donde cabe lo que públicamente le pedí al presidente Nicolás Maduro, cuando se dio aquel primer encuentro en Miraflores, el 26 de febrero de 2014, cuando se instaló la llamada Conferencia de Paz. En ese entonces le dije a Maduro que era necesaria una prueba de amor para que el llamado a diálogo fuera creíble. Me refería, por ejemplo, a la amnistía, que hoy sería un buen punto de partida de un diálogo auténtico.

 

 

 

La amnistía sigue siendo una exigencia de densos sectores del país. Pero ese paso, que lógicamente sería bien recibido, hoy luce insuficiente, dada la complejidad de la crisis que vivimos en todos los órdenes. Más que mínimos acuerdos, la hora actual reclama un gran acuerdo nacional para evitar la confrontación violenta y para darle viabilidad a las decisiones que hay que adoptar en un país donde la gente más pobre paga los platos rotos y comienza a perder la paciencia en forma acelerada. La agenda política de cada uno de los actores se parece muy poco a las necesidades concretas de la ciudadanía que se consume entre largas colas y la desesperanza.

 

 

 

No hay unanimidad en ambos sectores con respecto al diálogo. Unos lo invocan, otros lo tirotean. En el caso de la oposición, comienzan a surgir diferencias públicas sobre el tema e incluso sobre el rumbo a seguir.

 

 

 

Mientras tanto observamos casi con impotencia que nos dirigimos a niveles de mayor conflictividad. La distribución de alimentos por la vía de instancias sometidas a control político partidista, como es el caso de los llamados CLAP, puede terminar siendo peor remedio que la enfermedad. Abarcan a un pequeño sector de la población, no hay garantías de una actuación alejada del sectarismo y es altísima la probabilidad de que sucumba a vicios como la burocracia y la corrupción.

 

 

 

La búsqueda de un acuerdo nacional para enfrentar la grave crisis política, económica y social implica ampliar la convocatoria del diálogo, si es que este se convierte en realidad. Instituciones como las universidades, las distintas congregaciones religiosas, los medios de comunicación social, los gremios empresariales, los sindicatos en su más amplia expresión, deben ser escuchados. La Constitución tiene en su contenido las soluciones democráticas a las dificultades que nos colocan en medio de esta gran emergencia nacional.

 

 

 

Entiendo y asumo que el diálogo no es una buena palabra para una gran cantidad de personas, y sus puntos de vista los respeto. Pero tengo claro que tarde o temprano, antes o después de una gran confrontación, hacia allá iremos. No hay mejor opción que esa. Diálogo no es sinónimo de renuncia a derechos o de claudicación. Es simplemente una herramienta que le ha evitado a la humanidad buena parte de los dolores y traumas que deja la violencia.

 

 

 

Vladimir Villegas