La bancarrota económica en que, inapelablemente, se hunde el “Socialismo del Siglo XXI” (que una vez llamé desde esta misma columna “Socialismo Petrolero”), es la prueba incontrastable de que, el sistema económico inventado por Marx y Engels, ni siquiera pierde su carácter utópico en un país rentista, donde, un abultado ingreso producto de la exportación de una materia prima de altos precios y de alta demanda, le resuelve el problema de la acumulación de capital.
Pecado original al cual se atribuyó el fracaso del socialismo en los países pobres y atrasados que lo intentaron implementar a lo largo del siglo XX, (la Unión Soviética, China, los países de Europa del Este, Cuba, Corea del Norte y Vietnam), pero que se pensó exorcizado cuando en un país de América del Sur con la más grande producción de petróleo del mundo occidental, se quiso demostrar que el socialismo no estaba muerto.
Era febrero de 1999 y el “aprendiz de brujo” era un teniente coronel, Hugo Chávez, que luego de fracasar en una intentona golpista 7 años antes, participó en las elecciones democráticas de diciembre del 98, y las había ganado con una oferta, donde, si no se vendía el socialismo, si se atraía a los más pobres con un populismo radical que los conducía a una “democracia participativa y protagónica” que era la puerta de ingreso a la justicia y la igualdad política y social.
No estaban altos los precios del petróleo en aquellos comienzos (entre 20 y 30 dólares el barril promedio para una producción de 3 millones y medio de barriles diarios) y “nuestro aprendiz”, sin duda que preparándose para tiempos mejores, no quiso alejarse de la fase instrumental del proyecto que durante 4 años se limitó a convocar una constituyente, desmontar el llamado aparato de dominación burguesa constituido por las instituciones democráticas, aplicarle una política de “limpieza ideológica” a la FAN y PDVSA que desde entonces pasaron a ser chavistas, o “rojas rojitas” (hasta 25 mil trabajadores fueron despedidos de la estatal petrolera de un plumazo) y edificar un sistema electoral automatizado, unipartidista y fraudulento que legitimaba a Chávez cuantas veces lo creyera necesario.
El gran envión, o milagro, no empezaría a manifestarse, sin embargo, sino a raíz de la crisis energética global que irrumpió a mediados del 2004, con una oferta de crudos colapsada por la caída de la producción en la OPEP y los productores independientes y un auge en las economías capitalistas e industrializadas que bramaban por más y más petróleo.
¡El delirio!… y los precios se escalaron en subidas diarias de 3, 4 y hasta 6 dólares, que alcanzaron sus topes en julio del 2008, cuando se colocaron en la astronómica cifra 126 dólares el barril.
El estado venezolano, entonces, se convirtió en el más rico de la región, y Chávez pasó a comportarse como un petrodictador déspota y malhumorado, que además, quería gritar que el socialismo si era posible, y que si había fracasado en la Rusia de Lenin y de Stalin, en la China de Mao y Chu En-Lai, y en la Cuba de Fidel y Raúl Castro era porque no contaban con petróleo, ni un genio político como él.
Y con tantos millones y millones de petrodólares entrando a la Tesorería Nacional, no habían voces “revolucionarias” para contradecirlo, y, desde teóricos y dirigentes de la izquierda náufraga, hasta presidentes de países como Daniel Ortega de Nicaragua, Rafael Correa de Ecuador, y Evo Morales de Bolívia, (a quienes Chávez había financiado para ganar elecciones en sus países), pasando por directores y actores de Hollywood, se convirtieron en devotos del líder restaurador que los puso bajo su patrocinio y tutela.
Caracas pasó entonces a reconfigurarse en una suerte de Moscú de los años 20, o de Habana de los 60, la ciudad capital de los sueños, donde bajo el conjuro de un caudillo poderoso, jefe mesiánico e inspirado comandante, se podía ofrecerle de nuevo a los “pobres del planeta”, a los humillados y ofendidos, una restauración de la utopía comunista que yacía enterrada bajo los escombros del muro de Berlín y el colapso del imperio soviético, una tierra de promisión, en fin, donde empezaría a realizarse otra vez “el reino de Dios en la tierra”.
El 25 de febrero del 2005, Hugo Chávez, en la celebración de la “IV Cumbre de la Deuda Social”, proclamó que era “socialista”. “Entonces”, dijo “si no es el capitalismo ¿qué? Yo no tengo dudas, es el socialismo. Ahora ¿cuál socialismo? ¿Cuál de tantos? Pudiéramos pensar entonces que ninguno de los que han sido…Tendremos que inventárnoslos, y de ahí la importancia de estos debates…Hay que inventar el “Socialismo del Siglo XXI”, y habrá que ver porque vías”.
La reflexión era, sin embargo, postiza y absolutamente falsa y extemporánea, pues desde La Habana, y quizá meses o un año antes, en discusiones con Fidel Castro y la élite cubana, se había decidido qué “vía al socialismo” había que empezar a pavimentar, y no era tanto el “Socialismo del Siglo XXI”, como el “Socialismo Petrolero”.
Este podría definirse como la utilización de una renta de la tierra, en este caso, la exportación de una materia prima de enorme demanda y precios cada vez más altos, para adquirir los recursos que permitieran una suerte de distribución de los ingresos entre los más pobres, así como llevar a cabo una ofensiva contra el sector productivo privado de la economía, cuyas fábricas y fundos debían ser arrebatados mediante compras, expropiaciones y confiscaciones.
El “Plan Maestro” era sumar más apoyos y más apoyos entre los más pobres que eran mayoría en el patrón electoral e ir destruyendo el capitalismo “sin violencia”, y forzando a los empresarios a vender sus propiedades a los precios que fijara el gobierno y de acuerdo a leyes que “legalizaban” el robo y la exacción.
Y el sistema pareció funcionar durante los años de auge y esplendor del chavismo (2006, 2007 y 2008), justamente los de mayores picos en los precios del crudo, con las llamadas misiones emplazando una red de ayudas y dádivas, combinada con una asistencia médica y escolar, que eran pesca de apoyos y votos, y el colapso de la producción de bienes y servicios, pero fundamentalmente de alimentos y manufacturas que eran sustituidos por masivos volúmenes de importaciones,
El resultado no pudo ser más atroz, con la inmensa riqueza ingresada a Venezuela como consecuencia del ciclo alcista de los precios del crudo (UN BILLÓN Y MEDIO DE DÓLARES, según cálculos conservadores) no utilizada para reconstruir y consolidar el aparato productivo nacional público y privado, mejorar y crear nueva infraestructura y multiplicar y hacer más eficientes los servicios públicos, sino dilapidada en el financiamiento de economías extranjeras, como la colombiana, la brasileña y la argentina que suplían la demanda de alimentos, la rusa, la bielorrusa, iraní y china que nos vendían chatarra militar y baratijas y la norteamericana que nos enviaban insumos y productos de la HighTech.
Pero con las importaciones, llegó también una corrupción incontrolable, que unida a los petrodólares que se tiraron al basurero de la creación de una especie de Comecom, o Caricom, llamada el ALBA (Cuba, Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia), -creada para impedir que los países de la región hicieran alianzas de libre comercio con los Estados Unidos´-, y después de esperpentos como la CELAC y la UNASUR, terminaron de hacer el trabajo para que nuestra nación realizara la pesadilla del afortunado que se duerme superrico y amanece superpobre.
Superpobre y con la industria petrolera devastada por la ideologización que, al despojarla de sus mejores gerentes, técnicos y trabajadores, la convirtió en una empresa invisible entre los gigantes petroleros, con la producción reducida a 2 millones de barriles diarios, y descapitalizada al extremo que no tiene petrodólares para invertir y vive del fiado.
Una herramienta que, en la coyuntura de la crisis energética, y el delirio de Chávez de construir el “Socialismo Petrolero”, fue usada como arma política para que el caudillo regalara o vendiera a precios subsidiados su producción, o sus beneficios fueran repartidos en programas sociales para granjearle votos al comandante-presidente para consolidar su dictadura.
Extravío que crujió tan pronto empezaron a bajar los precios de crudo a mediados del 2008 y ha ido volatizándose para dejarnos una Venezuela en bancarrota, literalmente en ruinas, con el aparato productivo nacional colapsado y sin dólares para importar alimentos, productos elaborados, ni insumos para la economía.
En otras palabras, que los que antes regalaban terminaron en pedigüeños y es una vergüenza que el presidente Maduro haga giras internacionales rogándoles a países “hermanos” que nos envíen comida y que el presidente de PDVSA, Rafael Ramírez, comprometa las reservas de crudo que pertenecen a todos venezolanos, para que países como China nos presten 4 mil millones de dólares y gigantes petroleros como Chevron 2 mil, para que la estatal pueda operar.
Los índices para el 2013 no pueden ser más sombríos: casi un cien por ciento de desabastecimiento en productos de la cesta básica, cero crecimiento, 45 por ciento de inflación y paridad bolívar dólar a: 30 bs X 1 $.
En otras palabras, que fracaso de otro socialismo, el petrolero, que, como el resto de sus antecesores, solo genera improductividad, dilapidación de recursos, corrupción, pobreza, injusticias, desigualdad y unas dictaduras feroces que, cuando son de caudillos como Stalin, Mao y Fidel Castro producen terror, pero si son presididas por segundones como Maduro, burlas.
Manuel Malaver