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Eduardo Abad, el colega de Dios

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Eduardo Abad, el colega de Dios

“La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas… la tierra no tenía forma y estaba vacía y la oscuridad cubría las aguas profundas; y el espíritu de Dios se movía en el aire sobre la superficie de las aguas…”

 

 

Estimados lectores, tal vez el título de la crónica de hoy les parezca exagerado o quizás algo raro. Pronto entenderán que no es así. Este artículo se lo estoy dedicando a un gran artista plástico venezolano, por ahora no muy conocido, pero del cual estoy seguro que muy pronto escucharán hablar ya que el talento, y eso lo ha demostrado la historia, es una cualidad que no se puede silenciar. Su nombre es Eduardo Abad. Se los presento en Instagram: @eduardoabadpaints

 

 

Eduardo es ingeniero mecánico pero siempre fue pintor. Es también algo así como un senderista o excursionista apasionado. Precisamente y gracias a esa pasión, ha logrado descubrir y explorar recónditos rincones de esta Venezuela creada por su colega Dios.

 

 

Después de excursiones casi increíbles, de días y días caminando por selvas, montañas y lugares tan maravillosos como el Salto Ángel, nuestro amigo, por inspiración divina ya que no hay otra manera de describirlo, toma su pincel y con la destreza que solo tienen los grandes artistas, plasma sobre lienzos fastidiados, pinturas asombrosas en donde dibuja sitios mágicos que pocos pueden visitar.

 

 

Los trabajos de Eduardo sobre el Salto Ángel y los tepuyes son tan, pero tan realistas, que pareciera que te vas a mojar bajo la caída de agua o que no vas a poder ver bien el cuadro por la niebla que allí aparece.

 

 

No soy crítico de arte y me cuesta definir el estilo de su pintura pero, aunque Abad afirma no ser hiperrealista, yo lo catalogaría así, aunque no porque su trabajo sea como una fotografía. No. Hay algo más en esas pinturas que es difícil de definir, algo sublime. Pocos artistas pueden lograr la sensación de hacerte creer que no estás viendo un cuadro, sino que formas parte de él.

 

 

En estilos diferentes podríamos decir que el trabajo de Abad, aunque aparenta no tener ninguna coincidencia, se parece a las sensaciones que logra transmitir el gran maestro Manuel Cabré cuando pintaba el Ávila. Y es que con Cabré, no es solo un cerro bien pintado lo que se ve, es algo extraño, maravilloso e inquietante lo que sentimos con los Ávilas del maestro. Es esa luz con volumen, son las sombras, los reflejos, los colores y quién sabe cuántas otras cosas más que con palabras no se pueden describir pero que, al tener de frente a uno de esos cuadros, nos lo hace sentir. La comparación es válida y no exagerada porque Eduardo Abad nos embruja con sus pinturas, nos atrapa y al menor descuido, cautiva nuestros sentidos y nos mete dentro de ellas.

 

 

Nuestro amigo pintor vive actualmente en Tenerife, en las islas Canarias y desde allá, no deja de asombrarnos. Ahora nos impresiona inspirado en los bellos paisajes de esa isla y del Teide, su imponente volcán, al que con gran maestría hace erupcionar pero de belleza y realismo. Esta majestuosa estructura volcánica tampoco ha podido salvarse del virtuoso pincel de Eduardo. Dígame cuando en su inmensa maldad de artista, Abad dibuja paisajes marinos con sus barcos o cuando con esmero pinta la Torre de la Catedral de mi iglesia de la Candelaria, la cual hice mía durante los casi nueve meses que permanecí atrapado por la pandemia. Eso es un horror de virtuosismo.

 

 

Hoy, Eduardo siente nostalgia por su Venezuela e implacable nos castiga con paisajes de esta tierra de gracia y con guacamayas multicolores a las que solo les falta pedir comida desde el cuadro que en la exhibición cuelga de la pared.

 

 

Lo que hoy les cuento puede sonar exagerado, pero puedo jurar que si no fuese verdad lo que les he dicho sobre este gran artista, no me atrevería ni de vaina a escribirlo por más que él me caiga bien y es que Abad, además de ser un pintor fuera de serie, es un tipo simpatiquísimo. Aclaro, por si acaso, que no me ha pagado por escribir esto y no porque yo no quiera ni lo necesite, sino porque él no podría cancelar mi alto precio.

 

 

Eduardo Abad, este próximo viernes 15 de octubre, va a exponer parte de sus magníficas obras en el Real Casino de Tenerife, plaza de la Candelaria 12, Santa Cruz de Tenerife. La exposición lleva por título: Tierra de Gracia.

 

 

Ya casi finalizando porque ya no hallo qué otra cosa buena decir sobre él, les contaré que vaticino que Eduardo Abad pasará a la historia del arte en Venezuela como un pintor arrechísimo, y me perdonan la expresión, pero cuando a un venezolano le preguntan cómo es fulano y tú le contestas: “¡arrechísimo!”, ya no hay más que añadir ni qué explicar.

 

 

Ah… un comentario aparte, el único defecto que se le ve por encimita a Eduardo Abad, es que físicamente no es que sea muy agraciado que se diga. Se podría decir, siendo condescendiente, que nuestro amigo es más bien feíto. Sin embargo, es un sortario ya que está casado con Nayarit, una mujer tan hermosa y atractiva como sus cuadros. Cuando uno está cerca de ella, se da cuenta de que su piel es de óleo y su ropa de acrílico. No duerme en una cama sino dentro de un marco colgada en una pared. Estoy casi seguro de que esa mujer no existe. Él la pintó. Ojalá y logren verla porque a Eduardo no le gusta llevarla a sus exposiciones, pues cuando Nayarit lo acompaña, nadie ve sus pinturas.

 

 

 Claudio Nazoa 

Instagram: @claudionazoaoficial

Twitter: @claudionazoa

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