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¿Dibujo libre?

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¿Dibujo libre?

Leon Tolstoi solía burlarse del genio de Napoleón. Su libro Guerra y Paz es, entre otras cosas, un inmenso esfuerzo argumental para demostrar que no hay estrategia militar que se pueda sostener en el medio de una batalla. Cada hombre con bayoneta es su propia habilidad de sobrevivencia, y no hay forma de atajar esa mezcla de coraje, miedo y fe que se da en la lucha cuerpo a cuerpo. Se reía de la arrogancia de los altos mandos, que pretendían resolver la suerte de los países desde una colina, mientras abajo, en el valle, donde sucedían los acontecimientos, cada soldado estaba calculando las oportunidades y ventajas de las que disponían para salir airosos del trance.

 

En ese instante, cuando de lo que se trata es de vencer o morir, no hay plan estratégico que valga. Lo que ocurre es una sucesión desordenada y caótica de acontecimientos en los que a veces priva la suerte y otras muchas la adversidad. Y solo los que sobreviven lo cuentan, a su manera, tal vez quitándole algo de protagonismo a la diosa Fortuna, para otorgársela indebidamente a la diosa Atenea, ama y señora de las victorias guerreras.

 

Las sociedades son un saldo de resultados. Los esclarecidos autores liberales insisten en caracterizarlas como una totalidad, un orden extenso cuyas causas y consecuencias están más allá de cualquier manipulación humana. Son el resultado de infinitas interacciones entre los seres humanos, y del cruce de momentos psicológicos que a veces se integran en forma de explosión social o de mera indiferencia. Y todo lo demás son, a juicio de Ludwig Von Mises, “intentos vanos para tantear en la oscuridad”, o esa fatal arrogancia del que quiere echar el cuento a su manera, arrimando la brasa para su propia sardina.

 

Cada quien está en su derecho de arreglar la historia para quedar retratado entre los ganadores. Pero a lo que nadie debería tener derecho es a descalificar el esfuerzo del resto. Me refiero, entre otras cosas, a los que dicen que los otros –siempre los otros- hacen dibujo libre, no saben qué es lo que quieren y tienen posturas extremistas, mientras que ellos –siempre ellos- si tienen un plan. Lo que ninguno de ellos confiesa es que ese plan no existía hace siete semanas.

 

Y que fue la calle la que les proporcionó la oportunidad de montarse sobre una ola de resultados que nadie sabe a dónde va a parar. Tolstoi sonreiría al apreciar en ellos –siempre ellos- esa candidez narcisista y arrogante que los coloca como protagonistas de una película que nadie ha producido. La reacción social, eso sí, tiene causas, consecuencias, víctimas, relatores y, como siempre, ganancias especulativas.

 

Las causas las sabemos. Es esa mezcla tóxica de pretensiones totalitarias, ausencia de diálogo, corrupción y malos resultados económicos. La tormenta perfecta para un país que no entiende cómo llegó a estar tan perdido en la maraña de circunstancias tan adversas. El gobierno se equivocó, porque en lugar de pisar pasito, se dedicó a incrementar la represión y el desparpajo. Las consecuencias las podemos avistar en este barajo tan crucial. El gobierno en caída libre, la coalición cívico-militar crujiendo, y Nicolás pidiendo cacao en el New York Times.

 

Las víctimas son los jóvenes que han muerto por esa represión tan excesiva que ha denunciado la Iglesia y que le ha hecho exigir que el Gobierno desarme a los grupos civiles armados porque su actuación coordinada, siguiendo unos patrones determinados, demuestra que no se trata de grupos aislados o espontáneos, sino entrenados para intervenir violentamente. Igualmente la Iglesia denuncia que en muchos casos estos grupos han actuado impunemente bajo la mirada indiferente de las fuerzas del orden público, por lo cual la actuación de éstas ha quedado seriamente cuestionada.

 

También son víctimas los que han sido detenidos, maltratados y violados. Y sus familias que han tenido que pasar por la terrible pesadilla de ver a sus seres queridos lastimados y lacerados en su dignidad. Víctimas han sido las parroquias, municipios y ciudades que han sido asoladas continua y sistemáticamente por la rudeza inexplicable de la GNB y la PNB. Y por supuesto, los dirigentes políticos, alcaldes y parlamentarios que han sido apresados, despojados, condenados y también arrebatados sus derechos. Y todos los que hemos vivido con horror estas circunstancias, sabiendo que cualquier día seremos nosotros los golpeados por ese brutal puño de hierro.

 

Esa lucha que ha traído tanto dolor es la causa y la razón por la que el régimen ha abierto tímidamente la rendija para verse cara a cara con líderes económicos –los únicos que se han atrevido- y que por eso mismo deberían reconocer que son usufructuarios principales de eso que con algo de desprecio algunos llaman “dibujo libre”. Deberían reconocer que esa calle tumultuosa y radical les abrió las puertas del palacio y de los despachos ministeriales. Y que ahora les toca a ellos administrar la fortuna –que no la virtud- con mesura y visión integral del país. Para no terminar siendo los especuladores de un drama tan intenso, tienen que reconocer y reconocerse en estos saldos de realidad en los que algunos han dejado algo más que un balance de ganancias y pérdidas.

 

Porque no es cierto que se pueda deslindar lo económico de lo político. Tampoco es cierto que los que se enfocan en la economía no están haciendo política. Todo lo contrario, la hacen y con furor, a veces con más lustre y otras tantas con menos éxito. Porque ese país íntegro está compuesto de individuos, casi 29 millones, que tiene miedo porque lo van a matar, tiene miedo porque le pueden arrebatar lo suyo, tiene miedo porque puede perder el empleo, tiene miedo porque no consigue las cosas que necesita, tiene miedo porque pueden allanarle su casa, tiene miedo porque pueden meter presos a sus hijos. Tiene muchas razones para tener miedo, y en esa condición, estando entre la espada y la pared, han hecho lo que les ha parecido mejor, en relación con su honor y el legado que quiere dejarle al país.

 

Por eso mismo está de más calificar como “dibujo libre” estos saldos de resultados de los cuales algunos se han aprovechado muy bien, porque a fin de cuentas, nadie sabe para quien trabaja. La Conferencia Episcopal lo hizo mejor, como siempre. Lo hizo mejor porque se coloca en el medio para denunciar este totalitarismo que no se puede negociar por partes, como la raíz de todos nuestros males. Lo hizo mejor porque denuncia la represión, y denuncia el falso diálogo como parte de una farsa que no nos va a llevar a ninguna parte. Porque cualquier encuentro no puede calificarse como diálogo productivo y por eso mismo ellos dicen que “la salida de la crisis es clara: el diálogo sincero del Gobierno con todos los sectores del país, con una agenda previa y condiciones de igualdad, y con gestos concretos, evaluables en el tiempo, como señales de la necesaria rectificación”.

 

Que algunos tengan el desparpajo de decir que “ellos no hacen política, porque están en otra cosa” tiene que resonar en el corazón de todos los venezolanos en forma de desprecio por lo que hacen los más valiosos, los más jóvenes, y en estas horas oscuras, los más arrojados. Pero así es la miseria humana, y las treinta monedas a veces son un argumento que para algunos resulta irresistible, porque a fin de cuentas, no serán ellos ni los primeros ni los últimos que venden su primogenitura por un plato de lentejas. A diferencia de lo que algunos piensan, la política es algo más noble, tal vez inescrutable para ellos, porque se refiere siempre a escrutar las condiciones para lograr la convivencia pacífica entre los diversos.

 

Por eso, si se trata de aplaudir el mensaje sabio y firme de la iglesia católica venezolana, entonces también tenemos que aceptar la exigencia que ellos hacen de “responsabilizarnos del destino del país, no permanecer indiferentes sino más bien involucrarnos en la defensa de la vida, de los derechos humanos, de la libertad y la democracia. Nadie que viva en Venezuela debe decir que no le interesa o preocupa la violencia y las muertes que están aconteciendo en ciudades y pueblos. Todos, sin excepción, somos responsables de la libertad, la paz y el destino democrático de nuestra Patria.” Yo suscribo absolutamente este llamado, así como no puedo ocultar mi profunda vergüenza de los que mirando para el otro lado quieren sacar ganancias ignorando el costo social de lo que aquí está ocurriendo.

 

Por eso mismo nunca había sido tan fructuoso el dibujo libre que algunos aluden con sorna.

 

Por Víctor Maldonado

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