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La gente ahora habla poco de política en la comarca, hasta muchos líderes han reducido sustancialmente sus declaraciones públicas, en los dos bandos. Seguro que más de quince años de no hablar de otra cosa tiene lo suyo, la búsqueda de espacios coloquiales más distendidos y privados. O las batallas contra la escasez y los altos precios de cada día ocupan buena parte de las conversas. O el desastre nacional es de tal magnitud, tan grande como el de las víctimas del ébola o las guerras civiles (FMI), que nos deja boquiabiertos, enmudecidos. Ahora bien yo diría que sobre todo hemos perdido posibilidades de hacer prospectivas, pronósticos, escenarios convincentes. Y para qué abordar el tema, si es una película de la que se nos extravió el rollo con el final, el desenlace; si no confiamos en que alguno tenga la capacidad de elaborar premoniciones conclusivas.

 

 

La política es pasión por el futuro, lo otro es periodismo o historia. De manera que aparentemente estamos despolitizados o sobresaturados, que es lo mismo. Pero la procesión va por dentro y todos sentimos temor y temblor, también ira, por el mañana. Así esperemos que alguna vez habrá un día claro y amable, vaya usted a saber cuándo. En concreto vivimos una campaña electoral que consideramos definitiva, paradójicamente bastante asordinada, intangible.

 

 

Ahora bien, como todo en esta vida lo apuntado no es solo pérdida. Por ahí dicen que vivir en el presente es condición propicia para acercarnos a la vida verdadera. Mitiga la ansiedad y el miedo, sustituye lo ilusorio por lo real, lo ausente y distante por la acción que conmina. De manera que aminorar verbalmente el tema puede aliviarnos de intoxicaciones retóricas sin deteriorar la reciedumbre y el realismo que a veces son justamente silenciosos.

 

 

Porque si algo sí sabemos con certeza es que ya no hay vuelta atrás y que son tales las fuerzas desatadas y el monto de lo que se juega que debemos hacer acopio de valor cada día, porque ya no está en nosotros la escogencia íntegra de la hora, los lugares y las armas con las que se ha de dirimir esta contienda  contra un poder sin escrúpulos ni principios.

 

 

Yo me atrevo a creer que con este paso lento, sin aspavientos desafiantes, sin trompetas, sosteniendo nuestra convicción democrática estamos acuñando una disposición de vida. La que se necesita, en la historia o en la aventura existencial, para ocasiones en que debemos seguir andando hacia un destino señalado, sin que tengamos posibilidad de eludirlo. Y en tales situaciones límites solo el valor acumulado y sedimentado, en este caso producto del agravio sin cese y de las exigencias de supervivencia e integridad personal, puede acompañarnos realmente. Ese camino andamos, ojalá lo hagamos nuestro de veras, a cualquier precio.

 

 

Fernando Rodríguez

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