Derecha, izquierda, fascista
septiembre 13, 2013 10:34 am

Ando con la palabra izquierda atravesada en la garganta y cada vez que escucho a alguien llenarse la boca y jactarse de ser políticamente de izquierda me atraganto. Ha transcurrido demasiado tiempo desde el 11 de septiembre de 1789 para que el lado de la Asamblea Nacional Constituyente en que se sentaron los delegados que votaron en contra del poder absoluto del monarca francés siga significando cambio social. Si no fuera por la desafortunada obsesión de Norberto Bobbio de pretender defender la vigencia de la dicotomía izquierda y derecha como categorías políticas opuestas entre sí, tal vez hace tiempo nos hubiéramos liberado del falaz estereotipo que como simplón estribillo asocia la izquierda con la preocupación por los pobres, la indignación ante la desigualdad y la exclusión social y la lucha contra la injusticia. Cuanto mejor andaría el mundo si todos aplicáramos una psicología desenmascaradora o sin tan solo atendiéramos la sabiduría de la intuición popular, como la expresada en aquel proverbio que dice: “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”. Axel Capriles, opinión, El Universal, 12/09/2013.

 

La lección aprendida

 

Los analfabetos en materia política pero seguidores de cualquier movimiento revolucionario que les prometa cambios, por lo general aprenden en su iniciación un breve compendio de frases y palabras que se repiten a toda hora y forman parte de su típica manera de expresarse. Los líderes de izquierda que suelen mantener en su mente una variada colección de frases geniales de Marx Lenin, Fidel Castro y Mao se convierten en maestros de esa masa a la cual no solo los han disfrazado con camisas y gorras rojas, sino que a la muerte de Chávez les han hecho creer, vía Maduro, como el desaparecido anda por ahí volando bajo, en forma de pajarito que le va trinando a su obligado sucesor las “coordenadas” como suelen decir los jefes de las comunas.

 

El odio a los escuálidos

 

La primera palabra con la cual Chávez designó a la oposición, o sea a todos aquellos que no nos identificamos con su ideología, fue la de escuálidos. Después vino una sarta de palabrotas e insultos que pasó por herencia directa al discurso de Cabello, Jaua, Maduro y toda la población enquistada en las agencias noticiosas, las columnas de opinión, las redes sociales y la enorme cadena de emisoras en las cuales solo se escuchan los vocablos “apátridas, asesinos, fascistas, proimperialistas, nazis”. En fin que es lo que bien cabría a quienes las divulgan.

 

Ellos suelen exaltar a los pobres, a los trabajadores, a los estudiantes de izquierda y a las mujeres, invistiéndolas de las mismas características heroicas, no de Juana Camejo, ni de Eulalia Ramos o Luisa Cáceres de Arismendi, sino de Eva Perón o Cristina Kirchner, como lo he escuchado en la emisora Arsenal que ya por su nombre se sabe para dónde va y es la misma que se monta cuando quiere sobre la señal que tiene 38 años divulgando belleza y expresándose en castellano puro como es la Emisora Cultural 97.7, de la cual empieza a correrse la voz que saldrá del aire y debemos estar dispuestos a defenderla a toda costa, salvo que su dueño tire la toalla o lo conminen a tirarla, bajo exigencias que no aceptarían ni él, ni sus espléndidos colaboradores.

 

El rey criollo

 

Es posible que del descontento naciera el movimiento mal llamado revolucionario, pero fue Chávez quien logró mitificar a los mitificadores con su campaña diaria en un ciclo largo de “yo te amo, tú me amas, nosotros nos amamos” repetido en cantinela preciosista y deliberada durante los interminables “Aló” Presidente.

 

Para confirmarlo están las palabras de Hitler en mayo de 1936: “Somos muy afortunados y yo estoy orgulloso de ser vuestro Führer. Tan orgulloso que no puedo creer que nada en este mundo pueda convencerme de cambiarlo por otra cosa. Preferiría antes, mil veces antes, ser el último camarada nacional que un rey en cualquier otro sitio”. Palabras más, palabras menos, el sentimiento de Chávez tenía ese mismo tono de halago para sus seguidores que vieron en él al redentor prometido que veían en su persona las tragedias de sus propias vidas.

 

El desespero camina

 

A esa misma masa la quiere convencer con halagos el sucesor del profeta, pero ya la masa solo entiende de harina pan, aceite, azúcar, leche, papel higiénico, sal y seguridad para su familia. Todos los días los fieles seguidores del Señor de la Montaña cierran calles y manifiestan porque se están cayendo los edificios fabricados a la buena de Dios, no hay suficientes productos en la cesta familia y cada día los malandros disparan a mataren los barrios. No son tan pendejos para seguir Führer creyendo que el mayor comprador de petróleo sea el mismo que les esté quitando el pan de la mesa, haya incendiado Amuay y les robe la oportunidad de vivir en una casa digna.

 

Cuando gente desesperada recurre a la política de la fe y a la falsa felicidad del plato lleno y la casa digna, prometida por un pseudo Mesías, ocurre lo que hoy estamos viviendo todos, sin mayores diferencias de clases. Maduro los arrastra todavía a manifestaciones para que griten a todo pulmón que Obama, El Nacional y la poca prensa que resiste es la culpable de todos los males.

 

Y no hay mal que dure cien años.