De la implosión y otros inexorables más
mayo 25, 2018 5:21 am

 

 

“Salve, oh, destino, eres cruel, inexorable y ciego”. José Gil Fortoul.

 

 

Mucha gente, alumnos, correligionarios, condiscípulos, familiares, me encara e interroga: ¿y ahora qué? Pensando que por viejo y político, como soy y fui, puedo atreverme a responder o, al menos, arrojar luces sobre el desafío de las incertidumbres que caracterizan el pesado tiempo histórico que vivimos, como, tal vez, lo denominaría Koselleck.

 

 

 

La gente intuye que se trata de una crisis, basada en la disfuncionalidad del sistema que se muestra absolutamente precario y a ratos simplemente paralizado. Con extremada dificultad y con falencias reiteradas, el Estado chavista exhibe su incapacidad para ofrecer las prestaciones más elementales. Es un Estado fallido en todos los órdenes, político, social, institucional, constitucional, legal. Tenemos, pues, de un lado agonía y del otro, una expectativa inextricable y misteriosa por lo que vendrá después.

 

 

 

Me equivoqué y acerté antes y tal vez de nuevo ahora, pero, osadamente, advierto, en el oteo del horizonte histórico, finalmente, la implosión de la peste populista y demagógica, militarista y corrupta que, como una maldición, nos empapó de miseria y amargura. Llegó la hora y me explicaré de seguidas.

 

 

 

Macroeconómicamente el país está en default selectivo. Paga algunas deudas y otras no. El mundo de los acreedores petroleros, para comenzar, ya nos persigue, embargan y asedian. Por allí vienen los titulares de bonos y otros papeles que en cabeza de la República o de Pdvsa circulan por los mercados emergentes, sin olvidar a los rusos y chinos, a los que los camaradas dieron para garantizar prendas, pignoraciones y demás instrumentos financieros que pesan bastante y vulneran nuestra soberanía.

 

 

 

Por otro lado, Pdvsa no produce o apenas para exportar. Importamos la gasolina que consumimos y que se les regala a los consumidores venezolanos, tanto como se les dona el pasaje del Metro, el precio público del agua, la luz eléctrica, entre otras cosas. No hay en caja ni para inversión ni para mantenimiento y, por eso, estamos en severas carencias de esos bienes y servicios.

 

 

 

Igualmente, el BCV es dirigido por una caterva de incompetentes y sumisos adulantes que a diario violan la CRBV, echando a andar la máquina de imprimir dinero sin respaldo de producción. Allí obra la madre de la hiperinflación que nos arruina. El déficit fiscal supera a cada rato los registros anteriores y nadie le pone coto. En el último trimestre comentaba un amigo y muy distinguido economista que se superó ya todo lo dispensado en 2017.

 

 

Los ademanes demagógicos del alza falaz de los salarios, al contrario, reducen la capacidad adquisitiva del estoico pueblo que cae inerme en el vacío de una política económica suicida, irresponsable e insostenible. No hay ya empresa, iniciativa económica ni trabajo ni otra cosa que no sea negociados, maniobras y guisos de los personeros del gobierno. El padre de un amigo y colega, Julián Guillermo Amaya, lo explicaba así: “A Venezuela no le han dejado ni un hueso sano”.

 

 

¿Y socialmente? Los estudios de Susana Raffalli apuntan a un dantesco salto en las estadísticas de desnutrición de nuestros niños y otros también afirman de nuestras mujeres, dada la hambruna sancionada en la rutina de los que acechan los basureros sin ninguna pudicia. Las mediciones oficiales guardan el silencio de lo burocracia cobarde, o disponen la mentira, el maquillaje, la tergiversación. El pueblo, y no exagero para nada, muere de hambre, enfermo, y sin recursos espirituales para soportar esta prueba que lo lleva al extremo masoquista. La inseguridad, el hampa, la descomposición social drena para que desde el mismo pueblo se escalpe al pueblo mismo.

 

 

La producción de alimentos y medicinas o las importaciones en manos de los militares no ofrecen sino malos presagios, frustraciones y ninguna certeza. El contubernio de la escasez y la hiperinflación solivianta la cordura y la paz ciudadana y ello incluye a la soldadesca que recibe un rancho de limosnero, salvo que se compensen como lo hace la Guardia Nacional, traumatizando la legalidad y extorsionando a la ciudadanía de mil maneras. Otrosí para los cuerpos de seguridad.

 

 

 

Lo más grave es el atraco oficial que es una modalidad a cargo de los paramilitares llamados colectivos o de los capos del régimen mafioso que extorsionan, chantajean, despojan, se apropian y asesinan como ha pasado en Guárico, Zulia, Mérida y Táchira recientemente, como el caso del ganadero Tarazona. No creemos que haya aliento ni tanto miedo para sostener tamaño abuso.

 

 

 

Políticamente, ni hablar. Como dicen por la calle popularmente, no los quiere en el mundo ni sus madres. En todas partes se les cuestiona y un centenar de países les niegan el reconocimiento después de que muchos de ellos los auparon y vitorearon hace una década. El grupo de Lima, la UE y los halcones de Estados Unidos los tienen en la mira, y si bien ello no nos complace, esa situación es una variable a no desestimar. Puede pasar cualquier cosa y ojalá sea un conato de racionalidad y patriotismo que les conmine a renunciar.

 

 

 

Renunciar sí, siendo que internamente están groseramente deslegitimados. El país los mira distante y la brecha se ahonda al tiempo que se llena de odio y no tienen cómo regresar del camino de los errores ni de la inmundicia corrupta en que navegan. La gobernabilidad del desastre no está asegurada. Presumen que los pobres y los que no se asumen, pero cada día lo son más, se asemejan a los pasantes de esa serie sórdida y sorprendentemente exitosa The walking dead.

 

 

 

Todas las mechas están prendidas y los rabos de paja humeantes, anuncian el final, salvo que olviden o desestimen aquello de Llovera Páez de “pescuezo no retoña”. Pido a Dios con humildad los ilumine y guíe y los haga reaccionar y partir, antes de que Fuenteovejuna vaya a buscar al comendador.

 

 

nchittylaroche@hotmail.com