El asesinato de Lilian Hergueta, a manos de dos individuos que luego de quitarle la vida la desmembraron, ha desembocado en una polémica en torno a si ese par de criminales tiene vínculos con la oposición o son «patriotas cooperantes». El ministro del Interior, Justicia y Paz, Gustavo González López, dio a conocer fotografías que vinculan a estos desalmados con líderes opositores, pero desde esa trinchera ripostan que se trata de infiltrados por el gobierno en organizaciones que adversan al chavismo.
Esa es una arista del caso. Pero tal vez no es la más importante. Si los asesinos de Lilian Hergueta tenían o no alguna militancia o afinidad política, tal condición no deja de ser resaltante, pero no va al fondo de un asunto que tiene mayor relevancia, por sus implicaciones. Se trata de que esta tipología de crímenes se ha venido haciendo frecuente en el país. En primer lugar, viene aumentando el número de feminicidios, y también crecen las cifras de asesinatos acompañados de desmembramiento y otras «metodologías» rayanas en el sadismo extremo.
La saña que caracteriza la actuación de los asesinos de Lilian Hergueta ha estado presente en muchos otros asesinatos, unos más sonados que otros. Puedo citar el caso del joven parlamentario Robert Serra, cuyo cuerpo no fue desmembrado, pero sí atacado salvajemente como pocas veces se había visto. Han habido otros casos de desmembramiento, lo cual obliga a que nos detengamos a ver, sin pasiones políticas que poco ayudan, qué nos está ocurriendo como sociedad.
No solo se mata para robar un celular, hasta un viejo par de zapatos, un reloj o una billetera. La delincuencia está llegando a unos niveles de crueldad, frialdad y sadismo que no conocíamos. En días recientes la nonagenaria abuela del radiodifusor Nelson Belfort también fue asesinada por unos malandros que se introdujeron en su casa con la intención de robarla. Asesinatos como el de esta ciudadana Lilian Hergueta son muy comunes en México y lo fueron en Colombia.
Pero la actuación criminal sin el más mínimo respeto por la vida no es exclusiva de la delincuencia. En días recientes vimos el video de funcionarios de la Policía del Estado Aragua ajusticiando a un presunto delincuente y lanzando su cadáver al lado de otros presuntos hampones. Muy bien que el gobernador Tareck el Aissami anunciara las medidas del caso contra estos funcionarios. Pero uno no deja de preguntarse, como lo hacíamos en nuestros tiempos de parlamentario presidente de la Subcomisión de Derechos Humanos del viejo Congreso, cuántos supuestos enfrentamientos no habrán sido fusilamientos como el que mostró el video. Y no me refiero solo a la policía aragüeña sino a los cuerpos policiales en general. Le corresponde tanto a la Fiscalía General de la República como a la propia Defensoría del Pueblo meterle el diente a este asunto sin complejos ni miramientos.
Fíjense lo que pasó en Ayotzinapa, y vuelvo a tomar como ejemplo a la hermana nación mexicana. Funcionarios policiales involucrados en la desaparición de 43 estudiantes.
La cultura de la muerte está entre nosotros y no da ninguna muestra de querer marcharse, sino todo lo contrario. Es importante determinar cómo llegamos a este nivel de criminalidad, y por qué se están viendo casos tan macabros y escandalosos. Pero más importante es cómo enfrentamos con éxito esa cultura de la muerte. ¿Habrá sectores interesados en promover en Venezuela una violencia criminal como la que estamos viendo o esta es una manifestación derivada de la descomposición social que desgraciadamente existe?
No tengo respuesta. No banalizo ninguna hipótesis al respecto, pero tampoco acompaño la idea de encubrir la gravedad de este asunto con el manto de la polarización. Como decía aquel famoso reportero de sucesos José Campos Suárez, «el crimen no paga», y yo le agregaría: venga de donde venga.
Vladimir Villegas