Más gris de lo esperado resultó el promocionado “Cara a Cara” de los candidatos a la Presidencia.
Todos jugaron a la defensiva, esforzándose por deslindarse de sus malas compañías y exculpar sus pecadillos. Zuluaga se descompuso cuando Santos mencionó la palabra fatal (títere) y luchó a brazo partido con los hilos para demostrar que se baña solito. Y para que nadie piense que es paisa de media arepa, prometió que velará la noche del siete de agosto en un buque de guerra en aguas de Nicaragua. Michín dijo a su mamá…
Peñalosa también se afanó por desmarcarse. Como sus banderas son la antipolítica y la lucha contra la corrupción, todas sus declaraciones tendieron a demostrar entre líneas que su relación con Uribe fue el desliz venial producto de una noche loca. Pero su sino fatal lo persiguió: el único asunto que domina, el urbanismo, no hizo parte del temario. Sin embargo, hizo el mejor epigrama de la noche: “Santos promete hacer lo que no hizo en cuatro años, y Zuluaga promete hacer ahora lo que no hicieron en ocho años”.
Clara López dijo tres cosas que me encharcaron los ojos: que cuando tenía seis años le pidió la paz al Niño Dios, que solo la historia y los jueces pueden condenar a los hermanos Moreno, y que Uribe era un fogoso joven liberal cuando ella se dio el gustico. Luego, y seguro trastornada por la evocación de ese recuerdo tórrido, se fajó esta romántica proclama: “Sí a la paz pero con cese bilateral del fuego”. Hay que ignorar a fondo la historia de las negociaciones con las Farc para proponer semejante cretinada. En otros momentos del debate, mostró carácter y sensibilidad social y dijo la única frase relajada de la noche; cuando le preguntaron qué papel jugará su marido cuando usted sea presidente, respondió: “Anda diciendo que se irá de pesca a Taganga”. Sabio el hombre.
La excepción al deslinde fue Marta Lucía Ramírez. Dejó en claro que es más uribista que Zuluaga, más macha que Uribe y más apostólica que el procurador, y predicó su anticredo: no Habana, no Venezuela, no gays, no aborto, no eutanasia, no marihuana, no infidelidad, no, no y no. Seguro alguien le dijo que el nicho electoral de la ultraderecha estaba vacante, y se lo creyó. Cuando le preguntaron cuántos puntos del PIB destinaría a la educación, dijo con su típica celeridad: 3%. La cifra actual es 4% pero ninguno de sus rivales la corrigió. Quizá la desconocen porque el tema les importa un rábano.
El tataretismo de Santos me hizo sudar más que la gesticulación de Mockus en los debates del 2010. El presidente trató de mantener la calma en medio del frenético revoloteo de los micos de sus reformas y de la lluvia de torpedos. No salió más apaleado porque sus rivales son tan mediocres como él. Si hubiera tenido al frente un Robledo, un Uribe o un Vargas Lleras, lo despedazan.
Cuando los interrogaron sobre minería, todos exhalaron suspiros bucólicos y hasta sostenibles pero a ninguno se le ocurrió sugerir el cambio de la minería extractiva por la minería de enclave, la única que de verdad genera empleo y riqueza.
El lenguaje de los cinco candidatos, pobrísimo: cifras resecas o imprecisas, frases rancias (de cero a siempre… cuando sea presidente… prometo…) rimas insoportables (haré, sancionaré, vigilaré…). Ni una sola frase poética, ni una propuesta audaz, ninguna creativa.
Las últimas encuestas mostraron un empate técnico entre Santos y Zuluaga. Pero como esos sondeos no miden el poder de la maquinaria ni el irresistible encanto de la mermelada, creo que Santos ganará finalmente. Es lo que hay. Es el más político y el único de los cinco con el músculo necesario para medio manejar este complejo país. Otros cuatro años de economía de mercado para uno de los países más inequitativos del mundo.
Julio César Londoño