Caracas y su Ávila
julio 25, 2019 9:58 pm

 

Veo la montaña del ÁVILA

 

en todas partes.

 

La llevo en mi imaginación,

 

La presiento mientras recorro un camino.

 

Mi olfato se deja llevar por el encanto

 

de su fragancia,

 

mi instinto se estremece

 

cuando paso frente al Aconcagua

 

y mi mente la escala como

 

si trepara la ensenada avileña.

 

Su verdor, su fauna bullanguera,

 

el ruido placentero de sus riachuelos

 

me hacen pensar que veo mi montaña

 

cuando se atraviesa ante mi vista El Everest.

 

Mi paladar saborea su cercanía con los Ojos del Salado,

 

la tanteo con la punta de mi lengua

 

pero no sabe igual.

 

Su recuerdo me quema

 

con esas llamaradas de nostalgia,

 

por eso girando en torno al Teide

 

siento su calor, su brisa apacible

 

y advierto a ese papagayo multicolor

 

que vuela sobre mi cabeza.

 

Un crepúsculo moribundo

 

se estrella sobre sus gigantes

 

piedras que aguardan

 

la llegada de otro deslave,

 

para bajar desquiciadamente

 

a cobrarle a los inocentes

 

los crímenes de los depredadores.

 

Una bruma negruzca es cómplice

 

tratando de encubrir

 

las aguas afeadas del Guaire,

 

ese espejo de fachadas pestilentes

 

con marquesinas de quebradas.

 

Miro una gráfica del Himalaya

 

y me digo, ¡más grandioso es mi cerro

 

aún, cuando gime mientras lo incendian!

 

Sus cálidas laderas, sus coquetas faldas

 

y su mágico valle, desafían a Los Alpes.

 

¡Gana mi Avila!, siempre,

 

por señorial, por su espléndida

 

cima desde donde soy testigo

 

de la sumisión de la gente ante su pie.

 

Antonio Ledezma