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C4 Trío la mata del cambur pintón: Edward Ramírez, cuatro enloquecidas cuerda

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C4 Trío la mata del cambur pintón: Edward Ramírez, cuatro enloquecidas cuerda

Si el lugar de origen predestina, marca, influye, las cartas de Edward Ramírez fueran bien echadas. La esquina donde nació, creció y vivió hasta hace poco el único integrante de origen caraqueño de C4 Trío es Altagracia. Luego de escucharlo tocar —el cuatro se desdobla, es guitarra, es arpa, es cuatro por cuatro— el epígrafe clavado en la pared de casa deviene etiqueta personalizada. Justo requiebro. Presentación. Asombra la delicadeza y la elegancia con que toca a la vez la pasión con que subyuga entre sus dedos aquellas cuatro cuerdas, cuerdas que vuelve locas.

 

Arma a las primeras de cambio un revuelo de notas y ecos que parece que algo estallara allí, que una corriente eléctrica alcanzara a todos. Cuando el grupo de genios está completo, él y el cuatrista cumanés Jorge Glem y el cuatrista merideño Héctor Molina, y de un tiempo a esta parte Rodner Padilla en el bajo eléctrico que produce espesor y volumen, aquello es el clímax. Pero el hechizo también se produce en solitario. Manos sabias las suyas —y las de todos—, bien asidas a aquella figura curva, acinturada, que tan bien entiende, pues sí, verlo resulta sexy.

 

Delirante.

 

En la llamada Tarima Norte del Festival de la Lectura 2015 de Chacao, por encima de la deliciosa brisa de la cálida noche urbana termina de erizar las pieles el concierto que no más arranca produce una suerte de cosquillosa contentura, de hormigueo, de emocionante embriaguez. Todos parecen contagiados de las mismas ganas, ganas de soltar del cuerpo aquel atolondramiento que entra por los poros —o sale de la memoria genética—, aquel deseo de zapatear hasta sacarle chispas al asfalto; hasta los niños entran en una especie de trance; un bebé en su coche aplaude, balbucea y ríe alborozado, poseído, no es exageración. Lo que pasa es que Edward Ramírez toca ese cuatro eléctrico negro de diseño voladísimo, conectado a una pedalera que da bises y profundas reverberaciones, y Rafael Pino toca las maracas con una gracia natural que le sale desde los hombros; Rafa además de la percusión es también voz, o como dicen, buche. Se trata de un experimento. “El joropo tuyero es arpa, maraca y buche, sustituimos el arpa por el cuatro, las cuerdas por eso son de metal…”, explica Edward Ramírez. Una hora loca.

 

Hijo de colombianos y devoto irredento de la música venezolana, del clan de músicos que investigan, que componen, que arreglan, que saben, que son C4Trío, Edward Ramírez interpreta esa noche de luna accesible canciones de su nueva producción discográfica, un trabajo dedicado a ese género que rastrea, que adora, que interpreta y desde cuyo ritmo gozón y bailable, compone: el joropo tuyero o central. Fundador de C4 Trío, las piezas que estrena en vivo pertenecen al catálogo de su segundo disco en solitario. No, ni por asomo le pasa por la cabeza separarse del grupo. Quien ha compartido escenario con Joaquín Cortés, Zucchero, Jorge Drexler y Gilberto Santa Rosa, aclara que los proyectos individuales de cada uno de los integrantes de C4 Trío son parte del ejercicio vital de recargar las pilas del grupo. “Nos beneficiamos todos”.

 

Amplios, pues, como la música que interpretan —que le canta al mar, al llano, a los amores o a las circunstancias de la ciudad con humor llano que se agradece— añade sonriendo, a modo de recopilación de sus afanes en paralelo, que es integrante de Kapicúa y que con ellos —el guitarrista Álvaro Paiva, el mandolinista Jorge Torres y el maraquero Manuel Rangel— suma dos grabaciones. Que también ha tenido que ver con Venezuela Viva y Orinoco, bajo la dirección del pianista César Orozco, experiencias que explican el sello de su pasaporte en Holanda, Estados Unidos, Alemania, Edimburgo e Inglaterra. Que además forma parte de la Movida Acústica Urbana (MAU), sorprendente sombrilla de seis ensambles de música popular venezolana, con la que grabó un álbum doble en vivo. Que en el año 2011 —primer lugar como mejor cuatrista y primer lugar al mejor conjunto llanero— participó con el prodigioso arpista y compositor larense Carlos Orozco en la edición trigésimo séptima del Festival Internacional de Música Llanera “El Silbón de Oro”. Que asimismo hizo una suerte de pasantía en el Atlantic Center of the Arts en Florida y completó dos semanas de gira por el este de Estados Unidos —Nueva York, Philadelfia, Washington, Orlando, Charleston, y Floyd—, como acota la página virtual que registra su trayectoria, y que, por si fuera poco, compartió tarima con figuras como el bajista Gregg August, el percusionista Dafnis Prieto y el multiinstrumentista Mark Stewart. Solo y con permiso.

 

Como parte de C4 Trío, fue, a la vez, convocado en el año 2010 por el Berklee College of Music en Boston para dar un concierto en el Berklee Performance Center y además impartir una masterclass sobre el cuatro y la música venezolana. En 2013 salió al mercado su primera producción como solista Parroquia junto a Roberto Koch (contrabajo) y Carlos Nené Quintero (percusión), nueve temas compuestos para cuatro venezolano, ocho de su autoría y uno de su compañero de C4 Trío Héctor Molina. Agenda intensa la suya, reitera que no afecta pizca el compromiso vocacional y entrañable que mantiene con los compañeros de C4 Trío; y por supuesto que está en la discografía del grupo (en los discos: C4 Trío, Entremanos y Gualberto + C4). Gualberto Ibarreto, Anat Cohen, Aquiles Báez, Diego El Negro Álvarez, Rafael El Pollo Brito, Francisco Pacho Flores y Serenata Guayanesa son algunos de los artistas con los que ha grabado.

 

La música tiene que ver con el tiempo, él sabe manejarse a buen ritmo, el suyo, un seis por ocho.

 

***

Fundador de C4 Trío, como Glem y Molina, la ocurrencia que los convoca nace luego de que los tres resultan ser los tres finalistas del concurso de la Siembra del Cuatro 2005, aupado por el celebérrimo Cheo Hurtado. Sin perder tiempo, ahí mismo deciden que tienen que seguir compartiendo escena y emoción. Cada gira o presentación resultará un acontecimiento. Así en su tierra como en el mundo. Un jaleo en el medio musical de aquí y más allá, pues se alzarán con los Pepsi Music Award 2014, así como también, tras ser nominados dos años seguidos al Grammy Latino en el renglón de mejor álbum folklórico, esta vez por el disco De repente, ganarán en 2014 —y esto es una inédita circunstancia en el patio—, en la categoría de mejor ingeniería de sonido. Todavía celebran con el ingeniero musical Darío Peñaloza, virtuoso de los botones y la consola, el reconocimiento.

 

Edward Ramírez evocaría encantadísimo a la prensa la experiencia vivida el pasado 21 de noviembre en el auditorio del Mandalay Bay de Las Vegas:

 

“Fue fantástico, porque además de poder compartir con otros artistas y de vacilarnos el espectáculo en el propio teatro, disfrutamos lo que en verdad fue una fiesta venezolana, porque el premio al mejor álbum folklórico se lo trajo Reynaldo Armas, muy merecido, por supuesto, y la gala, que no fue televisada, la abrieron nuestros hermanos de La Vida Bohème que tocaron estupendamente”.

 

Y no paran. La agenda rebasa el rimero de notas —apuntes— clavados en la cartelera del estudio de Chacao, que incluye presentaciones, nuevos discos y más audacias creativas que aplicarán al instrumento que, en sus manos, es más versátil y divertido; universal.

 

“Nos contaron que el famosísimo bajista Víctor Wooten dijo hace poco en una clase magistral en la que había un músico venezolano que por favor le dijera de su parte a Jorge Glem, a quien conoció en una gira, que el cuatro es el instrumento folclórico del futuro; comparable con el banyo, sin duda tiene muchas posibilidades sonoras, qué maravilla esta profecía ¿no? En eso estamos, nuestra música está haciendo bulla en todos lados, es una suerte de onda expansiva”, se ufana.

 

Bulla producida desde la calidad, añade, no sobra el marketing. “Nos quejamos de la normativa del uno por uno por impositiva, pero en Brasil, por ejemplo, donde en las discotiendas la música local ocupa 90 por ciento de los anaqueles, las radios se rigen por un más nacionalista aún tres por uno”, compara consonancias.

 

***

 

Y eso que aún tiene resentida la mano izquierda; no tiene el vigor conquistado por el ejercicio, abre y cierra el puño, se soba la muñeca; ya no duele como antes, pero ha tenido que fajarse duro para dar la talla en las presentaciones posteriores al chocazo que le propinara un conductor que, como la empresa donde trabaja, ha hecho mutis hasta ahora. No responde. Edward espera la recuperación total, por supuesto, así como ser resarcido por los daños derivados de la colisión, como toca. “Con la izquierda aprieto los trastes, tiene que tener fuerza para sostener las cuerdas de manera tal que el sonido sea totalmente limpio… los primeros días…”.

 

Boleros aparte, de golpes sí sabe, el 24 de febrero a Manuel Rangel (maraquero) y a él los chocaron violentamente.

 

“Veníamos por la avenida La Salle, yo manejaba mi carro, tras terminar una entrevista de radio en la que habíamos hablado de una gira que estábamos promocionando, Locos de Carretera, acaso un chiste cruel, cuando a eso de las ocho de la mañana nos bombea una camioneta amarilla blindada, una Fortuner, que salía a toda velocidad desde la avenida Lima. Manuel sufrió un latigazo y a mí la contusión me lesionó con más saña la mano izquierda, de ahí viene la incomodidad que todavía tengo; tanto fue que Manuel tuvo que usar collarín y yo férula, eso, por supuesto, afectó mi desempeño en la gira que a la semana siguiente tuvimos por el oriente del país. La historia es larga y complicada, pero así como amamos a Venezuela a través de su música queremos un país en el que las leyes se cumplan y la gente las respete, ni Daniel Fernández, el conductor, ni la empresa donde trabaja, Maripérez Motors, se han responsabilizado por el hecho y por eso el caso ahora está en manos de un abogado, hemos tenido que entablar un pleito legal…”.

 

Creyendo en la buena fe del conductor pensaría que la palabra dada sería equivalente a un acuerdo de caballeros, luego de salir de la clínica, tras llamar a un teléfono en el que solo atiende el hermano del que los chocó y luego de ir a su sitio de trabajo sin obtener la más mínima atención decidiría cambiar de estrategia “al cabo de tres meses de espera e irregularidades”, canta Edward la incómoda letra. Desportillado su auto y su mano sanando, felizmente, aguarda por la solución de este desafinado impasse, ese disco rayado que no dará al traste su esperanza.

 

A salvo su tenaz desempeño en una ciudad convulsa en la que puede oírse joropo en Altamira y un frenazo discordante en la Salle, salsa cabilla chorrénadose por las ventanas de los autobuses mientras el rock se enconcha en los oídos que encapsulan unos audífonos, ciudad que “lleva un ritmo peculiar, ya en el pregón del heladero ya en el tumbao que tienen las chicas guapas al caminar”, como diría en una visita a Caracas el cantante cubano Amaury Pérez, cada tres por dos una corneta propone un compás que no es de espera, sino un resistente movimiento a favor.

 

Edward Ramírez lo escucha desde su buena vibra. Para lo armonioso tiene alta fidelidad.

 

Faitha Nahmens

Prodavinci

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