Breves sobre el discurso para el cambio
agosto 12, 2022 7:40 am

 

“La responsabilidad es el eje de nuestro desarrollo en comunidad”, S. Velandia Ramírez, Bogotá 2022

 

 

El populismo vuelve a estar de moda, pero, fuerza es decirlo, siempre estuvo allí como una tentación en el ejercicio de la política; hoy, como antes también, es vehículo de una de muchas formas de irresponsabilidad. Es importante tenerlo claro en lo que atañe a la propuesta que es menester hacerle al país que yace sepultado en sus complejos, dudas y en sus renuncias.

 

 

El mundo occidental, fundamentalmente, conoce y padece hoy del síndrome del populismo originado en la sobreestimación de los supuestos derechos de la individualidad en detrimento de los derechos, valores, principios y fortalezas comunitarias.

 

 

Un buen ejemplo de lo comentado lo constituye la llamada ideología LGBT… que ha devenido una suerte de intelectual orgánico al pensar de Gramsci, siendo manifiesta minoría e imponiéndosele a la mayoría que confundida los ha dejado hacer con excesos deletéreos evidentes.

 

 

Nada de eso acontece en Asia, en África, en el orbe islámico y de allí se infiere que es un fenómeno al que llegamos con la práctica de un liberalismo a ratos insultante y, por cierto, he allí la paradoja, totalizante.

 

 

Paralelamente, si revisamos la historia reciente de nuestro continente, se observa desde distintas posturas en lo estratégico un virulento cuestionamiento al orden democrático basado en las instituciones y en la ley y, de otro lado, un paulatino ausentismo ciudadano que ha permitido que el grueso de la sociedad no se exprese y rencorosa, distante, egoísta, permita que las activas ideologías marquen el paso.

 

 

De allí que se hayan desplomado, literalmente, los referentes del no lejano siglo pasado y rijan otros parámetros que, entremezclados con una suerte de estado anómico, han modelado un perfil pleno de frustraciones, desencuentros, incertidumbres e incredulidad.

 

 

En Venezuela, donde cursa una revolución que ha traído al país todos los fracasos, transita la nación en una suerte dilemática depresiva y perniciosa. O se va la gente a cualquier otro destino y a veces a otro averno o se queda, se mimetiza y dimite.

 

 

Empero, queda un lote vacilante que, si despertara, tendría un papel decisivo en lo deliberante y en cuanto a la entidad de su soberanía; pero también ese consorcio coterráneo ha sido inoculado antropológicamente de forma que se ha segregado de sus conciudadanos. La gente que no se fue, que nos quedó, deambula sin planes, propósitos, al garete, en la mera experiencia del día a día y cabe repetirlo, conforme con sobrevivir.

 

 

La gruesa de patologías que nos afligen, diagnóstico compartido por la indubitable generalidad, además, nos encuentra con un liderazgo falente; si acaso lo hubiera y sin comunicación entre sus segmentaciones y tampoco con los que de alguna forma los siguen.

 

 

Allí obra la fuerza continuista del chavomadurismo, militarismo, ideologismo, facisocialista. No es su fuerza lo que les ha permitido prevalecer sino la debilidad del otro campo, empeñado en cuestionarse, incapaz de metabolizar sus fracasos y peor aún, encarnizado en tampoco aprender de sus éxitos.

 

 

No obstante, me permitiré discurrir sobre lo que considero de la mayor importancia en esta etapa del devenir y en ciernes una dinámica política; el discurso y la configuración de una propuesta del liderazgo para este relámpago de nuestra historia.

 

 

Disueltas muchas de nuestras fortalezas republicanas, en estado de precariedad normativa y ahíto de derivaciones anómicas; deconstruida la nación entre la centrifuga que nos ha vaciado y desarraigado y el daño antropológico que nos ha minado; es menester asumir la imperiosa necesidad de reconectarnos y el aspirante a dirigir deberá removernos del marasmo, la postración y la desesperanza; ha de hacerlo proponiendo con la verdad una perspectiva que suscite interés y luego, compromiso con una causa racionalmente más que justificada. Cambiamos o dejamos de ser lo que otrora fuimos y que ahora desfigurados descubrimos.

 

 

A diferencia del discurso populista que atendería las sensaciones y la epidermis del conjunto social, debe hurgarse, encontrarse aquello que sigue en el espíritu ciudadano e invocarlo, convocarlo, para una empresa mayor que la oportunidad electoral.

 

 

Lo que aspira y aún inconscientemente no lo realiza el país, no es otro presidente sino otro sistema, otra sociedad, recuperar la nación, otra economía, otra institucionalidad, otra educación, otra universidad, otro barrio, otro mundo.

 

 

Más claramente, debe construirse una comunicación real y veraz entre la palabra y la acción. La propuesta se aloja en ese diálogo a emprender y mantener con la sociedad silente y aun aquella que luce enajenada. Ante la desunión de los espíritus ciudadanos, rescatemos de la palabra que reúne el proyecto que surge de esa misma sociedad y que hay que reivindicar a tiempo, pero ofreciéndole confiabilidad.

 

 

Te oiré y sostendré la libertad de tu expresión ciertamente, pero, tabién te diré más de lo que quisieras oír, te hablaré de cómo debes ayudar a tu país, de cómo puedes ser artífice de una gesta épica a la que nos ha citado la historia. No es ganarles simplemente, es recuperar nuestra capacidad para edificar un porvenir diferente a la nada en la que vivimos. De cómo puedes ser actor y no simplemente muchedumbre, imagino yo, se diría.

 

 

Cuidar la disertación apuntando con la verdad a la línea de flotación de la hegemonía patológica impuesta. De eso se trata. La situación calamitosa, rutina diaria, que vivimos y padecemos todos en mayor o menor medida, la conocemos, la palpamos y sabemos que no queremos eso para nosotros y nuestros hijos. El informe médico está ya en la mente de la gente, toca ahora incorporarlos a la terapia que rehaga, rehabilite, recupere a la patria enferma, agónica inclusive.

 

 

“La razón es acción al ser voluntad” (Thiebaut, Carlos, Vindicación del ciudadano, Paidós, Barcelona, 1998, p. 16.). Inclinar, convencer, persuadir, descubrir, al tiempo que se aprende y concomitantemente se conoce, se advierte y se va infiriendo en el intercambio dialéctico, armando un discurso como expresión y comunicación, como un lenguaje que entiendan todos y su pragmática especialmente.

 

 

El discurso del cambio es, pues, moral, económico, social, institucional, espiritual, porque es allí donde el perjuicio del desgobierno y la avería pública más se han expuesto; sin embargo, es lo que la orientación filosófica del proyecto ciudadano irá destilando en su deliberación, lo que irá cimentando ese constructo para ese momento.

 

 

¿Cuánta libertad nos hace falta? ¿La igualdad se sobrepone a la solidaridad o es a través de ella como nos acercamos? ¿Es la dignidad de la persona humana el fin del Estado? ¿Cuál economía? ¿Asumo yo un papel del que puedan confiadamente atenerse los míos y los otros? ¿Yo, que demando justicia, ofrezco mi concurso para lograrla? ¿Soy un ciudadano, soy honesto, soy útil? ¿Amo a mi familia, a mis coterráneos, a mi historia, mi idioma, mi cultura, mis conceptos? ¿El sacrificio por los compatriotas lo contemplo alguna vez en mi vida?

 

 

Muchas son las interrogantes que debemos atrevernos a responder. La aspiración es competir, crecer, mejorar, producir riqueza, superarnos, realizarnos sin por ello, enervar al conjunto al que pertenecimos y hoy no pertenecemos. No es tolerar, es respetar. Potenciemos a nuestra nación. No se tratará de sojuzgar porque en la ocasión somos mayoría y siéndolo tenemos derecho a eso, pero tampoco es cierto que las minorías tengan siempre la razón.

 

 

Hay que reconstruir nuestro lenguaje, nuestra escritura, nuestro trato, nuestra valoración si en verdad nos atreveremos a inventar otro escenario existencial, otro teatro, otra ilusión, otra utopía, aún otra tragedia. “Sapere aude” recitó hace poco mi amigo Julio César Fernández Toro evocando a Horacio a Kant.

 

 

El replanteo cardinal de la responsabilidad es clave de bóveda y el avío con el que viajaríamos desde ahora y más allá del cambio esperado. La alteridad, la asunción del deber de cada cual y de todos entre nosotros, y de cada uno llamado a representar a los demás.

 

 

Hace unos años me tocó en suerte pronunciar un discurso solemne que pensé iría a lo profundo del ser ciudadano venezolano, pero no trascendió o muy poco. De ese discurso, el 5 de julio de 1995, traigo con emoción una cita final, un poema de un vasco, Gabriel Aresti, que viene a mi memoria frecuentemente y me toca hondo; tal vez como a los libertadores ese sentimiento que suscitó la idea de patria. “Defenderé la casa de mi padre, contra los lobos, contra la sequía, contra la usura, contra la justicia… Defenderé la casa de mi padre; perderé los ganados, los huertos, los pinares; perderé los intereses, las rentas, los dividendos, pero defenderé la casa de mi padre… Me quitarán las armas y con las manos defenderé la casa de mi padre. Me dejarán sin brazos, sin hombros y sin pecho, y con el alma defenderé la casa de mi padre. Me moriré, se perderá mi alma, se perderá mi prole, pero la casa de mi padre seguirá en pie”.

 

 

 Nelson Chitty La Roche

@nchittylaroche

nchittylaroche@hotmail.com