Asdrúbal Aguiar: No habrá otra etapa en Venezuela

Asdrúbal Aguiar: No habrá otra etapa en Venezuela

 

El título que precede es claro y sin medias tintas. Sigue la dictadura, lo que era previsible y cierra toda posibilidad de su salida en buenos términos. No existe otra opción, sino la misma, seguir avanzando hasta desalojarla. Pretendo, al decirlo, desnudar y con ello atajar a tiempo a una realidad que nos es genética y envuelve a los venezolanos e históricamente nos ha mantenido atados al mito de Sísifo: “Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.”

Ernesto Mayz Vallenilla, filósofo de luces y mucho fuste, rector fallecido, al escribir sobre nuestro ser inacabado y en permanente elaboración como venezolanos afirmaba que nuestro ser es un permanente No ser. Yo le llamo complejo adánico, pues, tras cada tropiezo personal o político siempre regresamos para reiniciar desde cero nuestro camino. No alcanzamos a entender que cada piedra con la que tropezamos es desafío y enseñanza, a la vez que indicativa de que avanzamos sobre el sendero correcto, hasta el final. La vía libre y atropellada, voluntarista, de disparos desde la cintura, como lo muestra y demuestra la experiencia, conduce al abismo, lleva hasta los infiernos.

Sentándonos a la vera, sedentarios, sólo observando y criticando a los caminantes, ni tropezamos con piedra alguna ni llegaremos a parte ninguna. Ulises, sabiendo de los tropiezos para su regreso al hogar, en Ítaca, pero dispuesto a encontrar a su mujer se hizo amarrar al mástil y tapar sus oídos para no ser distraído ni embrujado por el canto de las sirenas, durante su larga deriva. Y esto lo digo a propósito de los sucesos del 9 y 10 de enero pasados, aderezados con el cobarde atentado contra María Corina Machado – su victimario reincide como maltratador de mujeres – y dada la desangelada juramentación de Nicolás Maduro, autocoronado dictador en el restringido Salón Elíptico. Es un ánima sola este “ocupa” de Miraflores, rehén de los suyos.

La juramentación constitucionalmente pendiente y aún no realizada por el verdadero presidente electo – lo de electo es condición constitucional que ya le otorgan las actas electorales, como documentos oficiales y auténticos, hasta que logre su “real” juramentación – parece que no les basta o agrada a algunos opinadores. Les atrapa, como lo creo, la cultura de lo inmediato y el fatalismo, tanto como la devoción por los mitos. Quieren un gobernante jurado y exprés, para que mande y nombre ministros así sean de utilería, para el teatro de lo ineficaz; acaso mostrando una banda y collar simulados e impuestos en el salón de un hotel, o en una embajada tomada en préstamo, con público eufórico a su alrededor y aplaudiendo, oportuno para los “selfies”.

El caso es que González Urrutia es el primero, en 25 años, que tiene a mano unos cheques auténticos que valen casi 8 millones de votos. Son los que le confirman como el ganador indiscutible de las elecciones del 28 de julio, con más de 40 puntos de diferencia. Es el tope

más alto conocido en la región, que mal puede rematarse en pública almoneda o jugarse sobre una mesa de casino. La inconstitucional banda que se ha endosado el sátrapa Maduro es producto de una legalización de la ilegalidad, una mentira, y media una jura que nadie le reconoce. Aun así, sin embargo, ejerce un poder fáctico nada ficticio.

La Constitución está desmaterializada, sí, y habrá de ser restablecida sólo por quien la respete, y ella ordena que el presidente electo jure en territorio venezolano. Y lo hará Edmundo, si persiste y no le distraen aviesamente. Tendrá lugar ante los poderes reconstituidos una vez como quede derrotada y sea expulsada la dictadura. Sólo así preservará la sacralidad de su mando, que es veraz y le conservará en su seriedad como presidente electo ¿O acaso olvidamos que, por poseer tal cualidad, la de presidente electo, los presidentes de Argentina y de Estados Unidos, como el de Panamá, entre otros, le han dado su reconocimiento, luego de evaluarlo sus juristas y diplomáticos?

Quiénes se empeñan en un juramento en vano y apresurado, ¿no saben que los gobiernos que han desconocido a Maduro se debaten, justamente, entre reconocer o no reconocer como tal presidente electo a González Urrutia, por el valor definitivo que tiene su título de depositario de la voluntad mayoritaria de los venezolanos? Unos le titulan así, expresamente, presidente electo. Otros, como República Dominicana, evitan comprometerse con dicho carácter oficial y constitucional llamándole ganador de las elecciones; pero en los hechos le han tratado como jefe de Estado, y se les agradece. He sido testigo, como acompañante de circunstancia y junto a los expresidentes del Grupo IDEA, invitados por los gobiernos de José Raúl Mulino y de Luis Abinader, del manejo cuidadoso que hizo de esos hilos de Ariadna el embajador González Urrutia, avezado diplomático, gobernante electo de Venezuela.

Entiendo que la cultura de lo virtual y del café instantáneo sea la propia de la cosmovisión dominante en los espacios en los que se practica el narcisismo digital. Pero el poder real es el real y más el de mando, no su simulación para autocomplacencias. Y acerca de esto, cabe subrayarlo, tenemos acabada y muy lamentada experiencia los venezolanos. Es una cuestión que importa y demasiado en las cancillerías de las potencias que pueden ayudarnos a alcanzar nuestra libertad.

¿Quién le toma el juramento, fuera de Venezuela, a González Urrutia? ¿El inexistente TSJ en el exilio que fue eliminado por el Estatuto para la Transición, que no existe, y que no lo reconocen nuestros aliados para el camino que nos falta por recorrer, Estados Unidos y Europa?

Mas allá del problema de ánimo colectivo sobrevenido y que se justifica, pasado el 10E – yo mismo deseo, fervientemente, que todo acabe en un tris para mi vuelta a la patria y a mis libros abandonados – y que se mueve, ciertamente, entre la derrota y el optimismo, la esperanza y la desconfianza, la voluntad y el abandono y que, enhorabuena, también nos hace resilientes a los venezolanos; pero lo cierto es que los observatorios imparciales de América y Europa, los de inteligencia – no los financiados por los sectores globales de interés y en

pugna política o de intereses económicos – aprecian que la yunta María Corina y Edmundo González Urrutia le ha propinado otra derrota monumental al dictador.

A pesar del Estado policial y la fuerte militarización de ciudades y fronteras que aún se mantiene, Maria Corina y las gentes salieron a la calle. Desafiaron a los represores, bajo todo riesgo, dentro de un campo de concentración como lo es Venezuela. ¿Fueron pocos o muchos los asistentes?, es irrelevante. Salieron, y pusieron sus carnes sobre el asador. No estamos en una jornada electoral para dividir agrados o desagrados de opinión. Lo esperable y razonable es que nadie hubiese salido. Y tampoco que lo hubiese hecho Machado, abandonando su cueva y exponiéndose al asesinato. Pongámonos, pues, en el sitio de esta líder y libertadora, y en el del presidente electo, cuyo yerno fue secuestrado, llevado a los sótanos de la policía política donde se encuentra.

El dictador, es lo relevante para las cancillerías del mundo, hizo ingentes esfuerzos para que los gobiernos americanos y europeos le acompañasen durante su “tercer” auto juramento inconstitucional. Mas la gira internacional de González Urrutia le dejó como la guayabera, con la camisa por fuera. El “carómetro” de los militares lo confirmaba. El miedo llegó hasta el Palacio Legislativo, en Caracas. Artillaron aviones, militarizaron fronteras.

¿Qué esperábamos? ¿Que en arresto de civilidad Maduro se quitase la banda presidencial y la pusiese sobre los hombros del electo Edmundo? ¿Qué esperábamos? ¿Que dijese González Urrutia, desde antes, que había optado por el exilio en Madrid y que no seguiría en su esfuerzo por posesionarse, yendo a Caracas? Eso hubiese sido mentir, y la transparencia es lo ha caracterizado el éxito de esa jornada de liberación, paso a paso, que inauguraron las elecciones primarias en Venezuela. Allí quedó enterrada una forma perversa de hacer política. La finta la hubiesen celebrado, ni que dudarlo, quienes le dicen a González Urrutia que debió ingresar a como diese lugar, o al menos fingirlo. Las guerras e intervenciones reales – preguntémoselos a Israel o a Rusia – cuando son ciertas, ajenas a los fogonazos o el ruido de redes, jamás se anuncian. No se develan. Seamos serios.

A quienes buscan sumarse como actores políticos en la circunstancia – no es mi caso – y para el proceso de desenlace venezolano en marcha, si es que puedo sugerírselos y me lo permiten, le animo a aprender de lo vivido para mejor dominar nuestras tendencias; sobre todo para ponerle fin a la saña cainita que tanto denunció en vida el presidente Rómulo Betancourt.

Los venezolanos perdimos la península de la Goajira que nos concedió Colombia tras nuestra separación a partir de 1830, por creer nuestros políticos de sillón y de oficio que los colombianos nos estaban timando; que algo ocultaba su generosidad. Y mientras el congreso colombiano aprobaba el Tratado Pombo-Michelena, el nuestro optó por rechazarlo. Descuidamos un valioso espacio territorial.

Años después, en 1844, debatiéndose la cuestión del Esequibo en Londres, nuestro gran negociador Alejo Fortique, olvidado y hasta desconocido por nuestros escribamos, logra con los ingleses partir de por mitad el respectivo territorio en reclamación, entre las bocas del Orinoco y el Río Moroco. Conjuraba, con su fórmula, la pretensión británica de expandir su dominio hasta Amacuro. Antes de fallecer, en 1845, le escribe a Carlos Soublette y le dice tajante que, si no aceptamos, “temo que perdamos soga y cabra”. Y así fue.

Ha sido un milagro verdadero lo alcanzado por el pueblo al elegir a Edmundo González Urrutia como el presidente electo de Venezuela, tras el pedido de María Corina y en una saga de alcabalas, apoyada en una estrategia sin alteraciones que no cesa y todavía marca el derrotero para nuestra libertad. Salvo que se lo abandone.

Se impidió el voto de los venezolanos en el extranjero. Se quisieron montar unas primarias hipotecadas y controladas por el régimen, para direccionarlas en contra de Machado. El régimen y la Unidad, como la comunidad internacional, sujetaron a Machado a los Acuerdos de Barbados, y esta los aceptó y cumplió. Electa candidata por el 90% de los electores, su victoria fue desmontada por los violadores de los Acuerdos de Barbados, que la obligaron a acudir al TSJ y este la inhabilitó. Pero su plan por escalas y de mirada de largo aliento se sobrepuso y dejó de lado el aventurerismo. No cedió ni bajó la guardia ante el empeño de querer dejarla fuera de juego y es lo que hizo lugar a la candidatura de González Urrutia, cuya historia se conoce por partes. Llegado el 28J, tras las proclamaciones de Maduro, los narcisos y los adanes señalaban, como ahora y pasado el 10E que, que o es todo o es nada. Dicen que la historia llegó a su final, que otra etapa se inicia. Son los discípulos de Sísifo.

Sólo en el mundo del mal radical o absoluto se hace política con la vida y la muerte de los enjaulados y los desaparecidos. Eso no puede ni debe ocurrir en Venezuela. Calma y cordura, repetía el general Eleazar López Contreras en los momentos más agonales.

En Bolivia, en 1980, lo recuerdo nítidamente pues me tocó hacerle seguimiento desde mi oficina en la cancillería venezolana, Hernán Siles Suazo fue electo presidente. Un golpe militar – previo un atentado frustrado contra su vida, que perdieron otros – impidió que asumiese. Se desconoció a la soberanía popular – la única que vale y da legitimidad de origen al poder en las democracias; esa que no otorgan servilletas de ocasión o sentencias por jueces que legalizan la ilegalidad – y le siguieron sucesivos golpes de Estado. Tras la caída de la dictadura, pasado un año, Siles Suazo asumió el poder, al lograrse la transición. La Historia magistra vitae est, dice Cicerón.

 

Asdrúbal Aguiar

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