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Anotaciones sobre la desrepublicanización de la república de Venezuela

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Anotaciones sobre la desrepublicanización de la república de Venezuela

“Los amigos de la verdad son aquellos que la buscan y no los que se vanaglorian de haberla encontrado”. Condorcet

 

 

Más que definir a la república me luce más útil advertir su naturaleza y características tipológicas entre las formas de gobierno, diría, pienso yo, el gran turinés Norberto Bobbio.

 

 

Un elemento surge para resguardar la calidad del concepto y salvar, en lo posible, la esencia de la idea de la república, de manera de no confundirla, por ligereza metodológica o inconsistencia semiótica, con la democracia y, usarlas una y otra o por la otra, como por antonomasia.

 

 

Una cita nos facilitará la clarificación que buscamos y así evocamos a Regis Debray: “Como el homo sapiens es un mamífero más; la república es otra democracia. Más preciosa y más precaria. Más ingrata y más gratificante. La república es la libertad más la razón. El Estado de Derecho más la justicia. La tolerancia más la libertad.” (Etes-vous démocrate ou républicain?, 1995)

 

 

La república es una empresa de normación, organización y control societario, basada en la ética ciudadana. La democracia es más bien una dinámica igualitaria de coexistencia y ejercicio articulado en tres nociones básicas. Isonomia, Isegoría e Isocracia son ellas, como nos lo recuerda Bovero.

 

 

La soberanía está presente en ambas, sin embargo. Lo está por cuanto enlaza deliberación y decisión del compuesto social, pero la democracia se dirige a la formulación de mecanismos de legitimación de los mandos por medios mayoritarios y a la preservación de los derechos políticos del colectivo, dicho a grandes rasgos. También la república es como ingeniería, una disposición de la voluntad social, pero enfatiza y se define, se decanta, se perfila sumándole a la democracia, aspectos de sustancia moral pública como veremos.

 

 

Una república debe ser de hombres libres y comprometidos con el sentido comunitario. La ciudadanía de la república trasciende las elecciones periódicas. Tiene a la libertad de todos y de cada uno como norte y allí comienza, la diferenciación con la democracia que suele hacer de la mayoría una prueba de jure, de soberanía, pero no es necesariamente así.

 

 

Benjamín Constant, en una de sus conferencias, deja claro que la soberanía tampoco es absoluta; los valores políticos actúan como naturales contrapesos, los derechos del hombre gravitando y allí radica el cimiente ético de la república que, cuida al uno y a todos y no se fascina de coyunturas en que la popularidad o las aplastantes masas parecieran dictar, ordenar, imponer las decisiones que se deben tomar. La república se asume como un servicio y se pretende capaz de limitarse.

 

 

Los padres de la nación americana y consta ello en el federalista, prefirieron a la república sobre la democracia y, aunque a ratos se parecieran, son suficientemente distintas. Para asir ora la una, es menester y por el contrario, destacar las diferencias sin menospreciar claro, las coincidencias.

 

 

La república, dijimos, es la libertad y su culto. De allí, por cierto, y desde esa perspectiva, surgirá la libertad de prensa y el derecho a informarse, como un obsequio republicano. En efecto, uno de los hallazgos del curso revolucionario francés se fundamenta en una de esas frases felices que de inmediato conocen el éxito de la asunción como referente lingüístico y comunicacional. “La publicidad es la salvaguarda del pueblo”. (Jean-Sylvain Bailly, París, 13 de agosto de 1789).

 

 

Claro que se refiere al conocimiento de la cosa pública que es realmente ancha, pero sin la cual no se informa, no se conoce, no se sabe lo que acontece a la nación y a cada uno de sus integrantes. Yo agregaría que la verdad es propia de esa configuración de variables e instrumentos que edifican una república. A la frase de Condorcet que como acápite encabeza estas reflexiones, cabría agregar otra muy pertinente del talentoso André Gide: “Créanle a los que buscan la verdad y duden, de los que la encuentren”.

 

 

Otro trazo fenotípico de la república, aunque Bobbio también lo percibe y postula para la democracia en general, es la sujeción al derecho. El llamado “Estado de Derecho” ha sin embargo evolucionado hacia una locución más acabada y completa. Ahora hablamos del “Estado Constitucional” pero, se resume a modo que y desde los orígenes de la modernidad republicana, como el gobierno de las leyes y no de los hombres.

 

 

La democracia es víctima de sí misma a menudo. Algunos ungidos se aprovecharon de sus holguras para justificar sus vilezas, entre el vitoreó de la muchedumbre. Aquello de, “Vox populi, Vox dei” se constituye en una amenaza frecuente y, una más que gravosa filtración, como lo hemos visto muchas veces, en que la manipulación del carismático líder fue posible y recurrentemente perniciosa.

 

 

Aún la experimentada república del norte resultó seducida por esos cantos de sirena y un espectáculo viviente protagoniza contra la institucionalidad, un asalto sistémico que la compromete, con episodios insospechados, por el megalómano y ególatra Trump. Resurge aquella imprecación de Cicerón a Lucio Servio Catilina, “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?  quamdiu etiam furor iste tuus nos eludet ? quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?”.

 

 

El liderazgo sin responsabilidad no es republicano y no lo era, en la acosada y en acelerada degradación de la república romana y no lo será tampoco en esta hora opaca de la república norteamericana. Lo grave, además, es que el gnomo demagogo que obra en el closet interior de detentadores, se encuentra también dentro de numerosos destinatarios del poder. Democracia contra república puede describir el forcejeo actual que como un alfil filibustero, hace jaque a la legalidad y a la legitimidad.

 

 

Empero lo afirmado, en la república y como consecuencia de su genética, de su naturaleza y contenido, se es responsable en dos dimensiones que de seguidas menciono. De un lado, el detentador debe rendir cuentas y responder de sus actos porque ejerce una magistratura y por ello, lo debe a la sociedad que lo designó y por el otro, siendo que la sociedad es contralora, debe evaluar, cotejar, aprobar o reclamarle su conducta como funcionario a su servicio.

 

 

Ni la república ni la democracia son perfectas y lo sabemos hasta la saciedad, pero concluyo que el ideal republicano conserva y ahora más que nunca, la autoridad de una siempre utopía prometedora y mucho más que la democracia que conoce un desarrollo rodeado sino de ingenuidades, de inmunodeficiencias cuasi universales, cabe señalar el populismo de todos los signos como un virus que anda en el torrente de la democracia.

 

 

Evidencia de lo que sostengo es, sin que haya lugar a titubeos racionales o emocionales, el derrumbamiento de la república liberal democrática venezolana que tanto costó erigir, en un país de montoneras y de militarismo, de caudillos y sicofantes cínicos, de jueces que merecen ser juzgados y de felones que se llenan el hocico citando a Bolívar y lo peor, de instituciones flojas y precarias.

 

 

Pero lo peor es la desciudadanización y el desarraigo que nos alcanza y fagocita. La némesis que divide y parte entre el gentilicio. La desrepublicanización que como legado, resultas, herencia del chavismo, madurismo, militarismo y castrismo y que los hace a ellos, históricamente responsables, entre otros débitos de variada índole de las que son o serán reos, si volvemos alguna vez a la república y nos quitamos de encima a estos sátrapas.

 

 

Como sumario y corolario aseveramos convencidos que, la llamada república bolivariana o quinta república o como les plazca denominarle no es sino la ruptura con esa república que nace con Gual y España, con la junta patriótica, con Bolívar y entra como dicen en la logia masónica “en sueños” hasta 1945 con el trienio que nos develó y otorgó la ciudadanía, para luego de otro zarpazo del militarismo corrupto, realizarse como la república civil y democrática que rigió de 1958 hasta 1998, en que nuevamente, parafraseando al presidente Ramón J. Velásquez, se destapó la alcantarilla del infierno y los de uniforme volvieron demoníacos a hacer de Venezuela, un pandemónium pero, esta vez, como simulación democrática. ¡En mala hora!

 

 

 Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@hotmail.com

@nchittylaroche

 

 

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