Cuando murió Chávez ya la cosa estaba fea, pero ahora es insufrible. Lo escuchamos en cualquier esquina, parada de autobuses o en el calambre de cualquier cola traga tiempo para buscar qué comer. El temor de Maduro para tomar las medidas pertinentes nos está matando de angustia y vértigo, literalmente.
El desastre ya no se puede ocultar ni con episodios ficticios de presuntas guerras económicas llevadas a cabo por empresarios quebrados, expropiados y «desdolarizados» que ya no se pueden seguir satanizando como especuladores de la escasez. El congreso ideológico tampoco levanta la más mínima emoción dentro de sus adeptos. La gente sabe que algo no está bien con la visita de tantos presidentes prestamistas y usureros. Tenemos una economía enferma y eso no se cura reprimiendo toda crítica y divergencia no solo de quienes disienten sino de quienes desde las propias filas de la revolución comienzan a sufrir los embates de la crisis.
Hace una semana Maduro demostró que teme las consecuencias. Las inevitables medidas podrían colocarlo tambaleante en la cuerda floja de una inflación que roza el 70% para finales de año y una recesión incalculable, con un desabastecimiento crónico, una deuda alarmante y un sistema clientelar que requiere de la corrupción para subsistir, porque destruyeron desde sus entrañas el aparato productivo del país.
Pero la decisión ya está tomada y no precisamente por Maduro, ni por los garantes castrocomunistas del plan de la patria, ni por la línea dura representada por Diosdado, sino por el Fondo Monetario Internacional, una de las organizaciones financieras más recalcitrantes del capitalismo ya rechazada en diferentes oportunidades por el propio líder supremo, Hugo Chávez y hasta por su propio hijo heredero, Nicolás Maduro, cuando fungía como canciller, cuando lo llamo «mecanismo de chantaje y opresión», pero el mundo da muchas vueltas.
El propósito, según los expertos, será levantar en el plazo de un año el control de cambio impuesto desde hace 11 años y acudir a un nuevo préstamo, que según el director de Econométrica, Ángel García Banchs, está estimado en 12 mil 500 millones de dólares, que junto a los préstamos hechos ya por China y Rusia, nos convertirían no solo en el país más hipotecado del mundo sino el único con un gobierno que considera revolucionario no rendirle cuentas al país de un recurso que debemos pagar entre todos con las colas, la escasez, el encarecimiento de productos y servicios, y todo tipo de carencias.
El nuevo paquete de Maduro bajo la línea estricta del FMI incluye aumento de la gasolina, devaluación vía unificación cambiaria, mayor costo de los servicios, reducción de los programas sociales y mayor desempleo.
Obligados a vivir en la incertidumbre hasta el 15 de agosto, la anunciada devaluación ya expuesta en anteriores oportunidades por el súper ministro Ramírez prevé la eliminación de los tres tipos de cambio (6,30, 11 y 50 bolívares) por uno que oscilaría entre 30 y 35 bolívares por dólar como nuevo cambio oficial, lo que permitiría bajar el de libre flotación en el mercado negro que ronda los 70 bolívares por unidad norteamericana.
Sin embargo Maduro no la tiene nada fácil consigo y ha comenzado a recibir presiones de los sectores más talibanes del chavismo que no reconocen ni la crisis ni el daño que tanta corrupción y manejos errados ha provocado sobre la economía nacional.
«El control de cambio en Venezuela no es una medida económica, el control de cambio en Venezuela, mis queridos compatriotas es una medida política. Porque si nosotros quitamos el control de cambio, ustedes sacan los dólares y nos tumban», dijo Aristóbulo Istúriz a manera de confirmación sobre la forma como una clase gobernante explota al resto de los venezolanos.
Tal invocación es una prueba irrefutable de que para esa clase «enchufada» desde hace 16 años en el poder, es más importante preservar sus cargos, prebendas y beneficios que sacar a flote al país.
Es un secreto a voces, solo que Aristóbulo lo dejó al descubierto: sin una banda cambiaria «6:30 y 11 solo para empresas especiales de amigos y familiares», sin un control político de las divisas para chantajear, comprar, arrodillar, generar crueles diferencias, perseguir, encarcelar, señalar, expropiar, ahogar, comprar, no hay poder ni revolución.
El pasado domingo no hubo adeptos ni militancia espontánea en los centros de votación, quizás porque ya están cansados del engaño y el cinismo «Aristobuliano». Están cansados de los mismos de siempre sacando y tumbando los dólares de todos.
El problema es que aunque no lo reconozcan este impacto terrible del 2014 también los afectará. Podrán seguir gobernando y existiendo como partido, pero están tan «entrampados» como cualquier otro venezolano en la cola. Ya el FMI le dio a Maduro una palmada en la espalda: «Hay que transitar en un modelo económico más libre».
@damasojimenez