La semana pasada el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, recibió al vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, y a los dos días, al líder de la oposición venezolana, Henrique Capriles Radonski, porque sabe que en algún momento, más temprano que tarde, ocupará la Presidencia de Venezuela. Son claras las señales que Santos está mandando a los venezolanos. Se están dando las condiciones para un cambio de régimen, por eso reaccionaron visceralmente, haciendo una vez más el ridículo universal al hablar de puñaladas traperas por la espalda, presuntos sicariatos e inoculación de veneno para liquidar al presidente de facto.
Mientras se empañan las relaciones con el gobierno ilegítimo de Maduro, las relaciones del mandatario neogranadino con el imperio están más estrechas que nunca y seguirán viento en popa. Colombia respalda la entrada de Estados Unidos a la Alianza del Pacífico, los intereses económicos son una prioridad para los países –Chile, Perú, México y Colombia– que integran un mercado reconocido como la octava economía del mundo.
La agenda de Santos con Biden fue de conocimiento público, pura economía; con Capriles Radonski no trascendió lo que hablaron durante 50 minutos, pero es fácil deducir que, además del fraude electoral perpetrado el 14 de abril, la violencia contra los opositores, la grave crisis política y social de Venezuela, también hablaron de economía, del intercambio comercial, mejor dicho sobre las importaciones que hacemos desde Colombia y hasta habría tiempo para referirse a la vergonzosa escasez de papel toilette.
Mientras Colombia, como dice Santos, está pensando en grande, Venezuela tiene que ocuparse de sus rollos sanitarios y sólo empieza a bajar el tono de las desmesuras excretadas, cuando se percatan de que el vecino país es lo más cercano que tenemos para aliviar las urgencias planteadas con el desabastecimiento, que están a punto de disparar un gran estallido social, oportunidad esperada por grupos no identificados en la Fuerza Armada para desalojar a los incapaces que, en mala hora, el difunto escogió para sucederle.
Al Gobierno venezolano se le siguen sumando las preocupaciones. Apenas el canciller Jaua recibió instrucciones de “reconstruir y “reconfigurar” las relaciones “desconfiguradas” por la incontinencia verbal de Diosdado Cabello y Maduro Moros, se anunció un acuerdo de cooperación con la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), con miras al ingreso de Colombia a esa organización internacional de carácter militar.
En efecto, Colombia si piensa en grande, quiere que sus Fuerzas Armadas sean las mejores de la región. Méritos ha hecho. Después de combatir durante 50 años a la narcoguerrilla de las FARC, con la ayuda de sus aliados del norte se preparan para detener el avance de la expansión comunista, promovida por Cuba desde Venezuela.
El golpe fue directo a la mandíbula del almirante Molero, que anda pensando en cómo sobrevivir en las aguas turbulentas del chavismo antes que desarrollar militarmente a la FABN, partidizada, fragmentada y desmoralizada por la injerencia de la Fuerza Armada cubana, que afecta seriamente su dignidad, y por la creación de milicias paralelas como la obrera.
Tic tac
Según fuentes de inteligencia, detrás de la compra de Globovisión hay dinero de los iraníes. Señalan como intermediario de la operación con los testaferros al ex ministro de Finanzas y ex presidente del Banco Central Iraní, Tahmasb Mazaheri, que fue detenido en Alemania, en febrero pasado, cuando intentaba entrar con un cheque de Pdvsa por más de 70 millones de dólares, que supuestamente estaban destinados a financiar la construcción de viviendas iraníes en Venezuela… tic tac.
Por Marianella Salazar