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José Gregorio y el desafío

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José Gregorio y el desafío

 

 

La ansiada beatificación del Dr. José Gregorio Hernández por fin llegó y de qué manera. Precisamente en el momento que más lo necesita el pueblo venezolano: en medio de una pandemia a la cual nos enfrentamos sin ahorros, sin sistema de salud, sin alimentos en las despensas y sin esperanza en los corazones. Desde la muerte de José Gregorio, nunca había sido tan necesario el socorro que ha prestado el médico de los pobres al pueblo venezolano.

 

 

José Gregorio, con sus servicios y favores, es un fenómeno de masas, es el refugio de los cuerpos enfermos y de los necesitados. Se cuenta que el día de su muerte se acabaron todas las flores de Caracas: ni en los jardines de las casas ni en las faldas del Ávila quedó alguna, el pueblo agradecido las llevó todas al Paraninfo de la Universidad Central de Venezuela, a la Catedral de Caracas y finalmente al Cementerio General del Sur donde fue llevado en hombros por un pueblo que gritaba: “¡José Gregorio es nuestro!”

 

 

La vida de José Gregorio estuvo llena de desafíos, uno de ellos fue la persecución política por ser “godo” en una sociedad “liberal”. Cultivó la santidad en medio del mundo -en el ejercicio de su profesión- cuando ésta sólo parecía reservada para monjes y frailes. También alcanzó la síntesis entre fe y razón en el auge del positivismo científico. Mientras mayor era el desafío, mejor era la respuesta del santo, nunca se amilanó ante las dificultades, con paciencia y serenidad las superó y de qué forma.

 

 

José Gregorio nació en Isnotú porque su padre era un perseguido político de los “liberales”. En el convulso Barinas de la Guerra Federal no había espacio para ellos, su padre como muchos “godos” huyeron de la persecución política para asentarse en las montañas andinas. La persecución política siempre marcó a toda la familia y por varias generaciones. Volvió a los Andes al terminar su carrera universitaria y recorrió los pueblos de Trujillo buscando donde ejercer la medicina y no perdió la paz en Boconó, cuando nuevamente los médicos “liberales” del pueblo lo acusaron de “godo” para evitar la competencia, impidiéndole así hacer carrera médica en su tierra natal. La tolerancia política no figuraba en el credo liberal venezolano del siglo XIX, como tampoco aparece en el socialismo del siglo XXI.

 

 

Otro gran desafío de su vida fue su encuentro con Dios. La santidad en su tiempo parecía imposible para un cristiano corriente que ejerce su profesión en medio del mundo, cumpliendo sus deberes familiares y ciudadanos. La santidad estaba reservada para los que se apartan del mundo para contemplar a Dios en la celda de un convento: cosa de privilegiados. Esa búsqueda de Dios lo llevó a la Cartuja de Farnetta (Italia), al Seminario Mayor de Caracas y al Seminario Pio Latinoamericano en Roma. Finalmente descubrió a Dios en el ejercicio de la medicina y en el servicio que con ella hacía a sus pacientes. Entre los enfermos y los pobres de Caracas estaba Dios, en el laboratorio de Medicina Experimental estaba Dios, en la Cátedra de Bacteriología estaba Dios. Dios está allí donde están nuestras preocupaciones y sueños.

 

 

El tercer desafío fue encontrar una síntesis entre fe y razón. Para la élite caraqueña “liberal” de la época ser católico era una vergüenza. Las órdenes religiosas habían sido expulsadas junto a los Obispos durante el guzmanato, ser científico era incompatible con la creencia religiosa. El positivismo dominante solo aceptaba como verdadero el conocimiento científico, desdeñando la fe religiosa. Con maestría política, con rigor científico y con debate sereno José Gregorio supo superar el desafío. Formado por los discípulos de Pasteur en París, nadie podía dudar de su rigor científico. Su examen doctoral y sus publicaciones dan cuenta de su robusta formación. Fue magistral su firmeza y serenidad en el debate sobre creacionismo y la evolución con Razetti. El debate no destruyó la amistad sino que la hizo más pura. Saber mantener los puntos de vista sin perder la amistad es un asunto siempre pendiente en nuestra sociedad, donde la hoguera no debe encenderse nunca más.

 

 

Fue así como José Gregorio se metió en el alma del pueblo: con tolerancia, con caridad, con serenidad, con paciencia, sin discursos altisonantes, con amistad sincera, con rigor científico, defendiendo sus ideas sin llegar a la pelea. La Iglesia lleva a los altares muy pronto a un “santazo” venezolano. Yo le pido cure los cuerpos en la pandemia del coronavirus y que el sufrimiento del pueblo cese de inmediato, pero también le pido que cure el alma de un pueblo, al que le ha caído la peor de todas las pestes: el socialismo del siglo XXI.

 

Angel Alvarado

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