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Oposición y patriotismo

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Oposición y patriotismo

 

 

 

“La historia no se reduce a la desalentadora crónica de dominación en la que uno tiene la opción de servir al poder u oponerse a él sin esperanza”

 

Patrick Boucheron

 

 

Recientemente, en un trabajo editado por la gente de Le Monde sobre las revoluciones, destacó, para mí, como un interesante corolario, la frase que como acápite coloco en este artículo y que, sin embargo, me motivó a seguir la reflexión que surgió como un discurrir del pensamiento.

 

 

 

Si algo está evidenciado, y largamente en la Venezuela de hoy, es el enorme fracaso de la clase política gobernante y, en particular, se agrega, del llamado modelo del socialismo del siglo XXI. La revolución chavista resultó un desastre de proporciones inimaginables. El mundo todo, la academia, los países vecinos reconocen que la experiencia venezolana nos llevó al punto más alto del ranking de las peores gestiones en lo económico, y a la postre, en lo social, disputándose con países africanos y superándolos inclusive.

 

 

 

¿Cómo pueden negar Maduro y Cabello que el país cayó y sigue cayendo desde las alturas de una envidiable posición macroeconómica con el barril a más de 100 dólares y se encuentra en default selectivo y su industria petrolera arrodillada ante su peor crisis histórica?

 

 

 

¿Cómo puede la izquierda que los promovió y acompañó, desconocer el daño irreparable causado al país, a su gente, a su naturaleza, a su modelo de civilización, a sus niños, ancianos, a sus mujeres, a sus jóvenes, a su industria, a su universidad, a su educación, a su integridad territorial, a su porvenir?

 

 

 

Si lo hacen es porque mienten asquerosamente a todos y, si es por ignorancia, que es creíble en ambos, aunque lo dudo, se mienten también a ellos mismos. Eso no les impide pretender que nos conformemos con lo que hay y perdamos toda esperanza, que evocando a Dante Alighieri nos traslademos, pues, al averno.

 

 

 

Imputar a una tal guerra económica el naufragio es un temerario intento por descalificar la verdad frente a la verdad. La guerra la hacen ellos a la economía en una mezcla de estulticia a lo Jaua y Maduro de un lado y de cálculo perverso de los cubanos asesores del otro lado.

 

 

 

Es terrible la fusión de legos y malhechores y eso son los chavistas que arruinan y socavan la patria entre sustracciones y equivocaciones. Un grosero ejercicio de latrocinio y necedad. Entretanto, el FMI anticipa una hiperinflación de 1.000.000% y estos cínicos continúan simplemente asidos al demonio militar y al discurso de la mentira que conchudamente reta a la verdad.

 

 

 

Porque, atención a este punto, mentir como lo hacen estos facinerosos que gobiernan al país y haciéndolo lo destruyen, no es un asunto de ocasión sino una conducta deliberada y aprendida del difunto que los superó en el afán deformador, pero que a sus epígonos enseñó para hacerse del alma popular con desparpajo e insolencia. Cual don Juan de la demagogia canta el chavismo: “Toqué al cielo y no me oyó y pues sus puertas me cierran, de mis pasos en la tierra, responda el cielo y no yo”.

 

 

 

Se pasea la controvertida verdad por las calles desnudando su hambre en los basureros y a la vista de todos, por los ruidosos estómagos que en orquestado familiar se escuchan en las noches de las familias pobres que apenas comen. Obsceno el embuste, se pasea hilarante en los hospitales que no asisten ni resuelven la necesidad analgésica básica y muchísimo menos, la droga, el antibiótico, el tratamiento o la ablación requerida. Además, sin transporte y con la exigencia de una resignación sinvergüenza el gobierno se mantiene dentro de su mentira y del purulento dispositivo militar que lo asegura. Secan al ser humano en un intento taxidermista de esencia ideológica y totalizadora para usarlo y lanzarlo como un bagazo a la cuneta de la historia. Son realmente viles.

 

 

 

El discurso populista es como un traje a la medida. Se aplica al que le sirva y si no le cuadra, no por ello está desechado; lo recortarán o lo extenderán hasta que su destinatario sonría. Así el fraude del CLAP o las menguadas misiones que para nada constructivo y duradero sirven, sino para manipular, hacer creer, maniobrar.

 

 

 

El Estado se perdió en la bruma y solo queda esto como gobierno. No hay institucionalidad sino mando, controles y abusos; no hay justicia sino esbirros con toga entresacados de la mediocridad y del hampa misma y el testimonio de ello obra en las decenas de órdenes de excarcelación que causan la risa cínica de los cuerpos de seguridad. En el asesinato de El Junquito que evoca unas ejecuciones no solo de los disidentes rendidos sino de una mujer en estado de gravidez y un niño sin que el Ministerio Público haga nada, o en ese otro de Tarazona en Táchira, y pare de contar que quedan muchos por mencionar.

 

 

 

Frente a eso, ¿qué queda por hacer del lado ciudadano que aún no se rindió o se enajenó, se mimetizó, se asimiló al pueblo amorfo y menesteroso que se deja hacer? Resistir personalmente para comenzar. Ante ti mismo, ante tu entorno, tu familia, tus amigos y tu cotidianidad. Es menester sobrevivir al cataclismo y mantener vivo el ideal de la libertad. Porque en realidad, la que más expuesta está es la dignidad del hombre que se sustenta en su voluntad y en su moralidad. Y además, antes de que nos cubra el velo de la mentira definitivamente, como anticipó Orwell, tenemos que irradiarnos de conciencia articulada en la verdad.

 

 

 

Ferdinand Lasalle y luego Antonio Gramsci en L’ordine nuovo, lo dejan claro al postular la siguiente locución: “Decir la verdad es revolucionario”. Y en eso consiste el deber que nos queda por hacer, repetir la verdad una y otra vez para permitirnos vencer a los que solo repiten la mentira. La revolución que proponemos es la de la verdad, la virtud, el amor, y no el odio que segrega y margina.

 

 

 

Por eso, debemos abandonar posiciones y ofrecer nuestro concurso simplemente. Despojarnos de todo apetito y concurrir al espacio público opositor sin los gravámenes de la vanidad o de las ambiciones que, si bien se explican y pueden incluso lucir legítimas, en esta hora se exhiben pesadas frente al desafío que nos reclama unidos y versátiles. Es un duelo del alma ciudadana el que nos toca protagonizar.

 

 

 

La patria está en juego. Lo mejor de nosotros, los venezolanos, nuestros valores, principios, sentimientos, recuerdos, también lo están. Lo demás no significa nada ante esa afirmación y aquellos que se ven en el espejo ungidos de profundísima admiración por sí mismos, los aspirantes a lisonjas y reconocimientos, los que miran a los demás desde arriba, por encima del hombro, deben recordar al poeta Rimbaud: “El aire del infierno no tolera los himnos”.

 

 

 

 

Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@hotmail.com

 

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