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¿Cómo te sientes hoy?

Posted on: mayo 21st, 2018 by Laura Espinoza No Comments

18 de junio de 1940. Francia había sucumbido. De Gaulle se dirige a sus conciudadanos desde la BBC de Londres. Cuenta Churchill que el 15 de mayo, un mes antes, Paul Reynaud, presidente del Consejo y Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, lo había despertado a las siete y media de la mañana para anunciarle que habían sido derrotados. “Nos han vencido; hemos perdido la batalla. Los alemanes han roto el frente, cerca de Sedan, y están entrando en grandes cantidades con carros de combate y vehículos blindados. El ejército francés que tenían delante ha sido destruido o se dispersó. Detrás de las unidades blindadas invasoras vienen ocho o diez divisiones motorizadas para asegurar el territorio conquistado. Se mueven a toda velocidad, y en cuestión de días estarán entrando en París.  Para colmo de males, no hay reserva estratégica con la que se pueda compensar el descalabro ocurrido”.

 

 

 

Churchill no lo podía creer. Confusión, parálisis e incertidumbre se transformaron en una pésima versión de la realidad que estaban viviendo, en una disminución alarmante de la capacidad para valorar las opciones que tenían en la mano, y al final, en un aliciente para darse por vencidos demasiado temprano. No era poca cosa lo que estaba ocurriendo. Buena parte del cuerpo expedicionario británico estaba comprometido. Y debían calibrar muy bien hasta cuando seguir y en qué momento retroceder. Dunkerque terminó siendo la única alternativa posible.

 

 

 

Un mes después, el once de junio, Churchill volvió a Francia. Ya el gobierno no estaba en París. El cuartel general se había replegado cerca de Briare. El ambiente era lacónico. La reunión estaba presidida por los peores pronósticos. El general Weygand adelantó que podría ser que los franceses pidieran un armisticio. Toda la noche esa fue la carta que no quisieron enseñar claramente. Esa era la opción de Pétain. Cualquier aporte era banal. Se habían entregado y solo faltaba el que lo reconocieran y lo anunciaran. El primer ministro británico, al percatarse de la verdadera situación dijo: “Si a Francia, en su desesperación, le parece mejor que su ejército capitule no duden ustedes por nosotros porque, independientemente de lo que hagan ustedes, nosotros seguiremos luchando siempre, siempre”. Pétain, pensó Churchill, es peligroso en esta coyuntura; siempre ha sido un derrotista”. Y los derrotistas se rinden demasiado temprano. Estaba claro que Francia estaba al límite de la resistencia. A partir de ese momento debía continuar la lucha por otros medios. Incluso era posible que hubiera dos gobiernos franceses, uno que hiciera la paz y otro que organizara la resistencia.

 

 

 

 

¿Perderían la guerra? Esa era una posibilidad que no se podía obviar. Pero había que hacer todo lo posible para que no ocurriese. El 28 de mayo de 1940 Churchill emitió la siguiente orden general: “En estos días sombríos, el primer ministro agradecería a sus colegas en el gobierno, que mantuvieran elevada la moral en sus círculos y que, sin minimizar la gravedad de los acontecimientos, mostraran confianza en nuestra capacidad y en nuestra decisión inflexible de continuar la guerra hasta acabar con la voluntad del enemigo de someter a toda Europa a su dominio. No debería tolerarse la idea de que Francia consiga una paz independiente. Pero sea lo que fuere que ocurra en los demás países de Europa, no podemos dudar de nuestra obligación, y sin duda usaremos todos los medios a nuestro alcance para defender la isla, el imperio y nuestra causa”.

 

 

 

En la guerra: determinación. Esa es parte esencial de la moraleja de las memorias de Winston Churchill. Hubo otro que nunca cedió. Charles De Gaulle no era un personaje principal. Joven y enérgico, había sido subsecretario de Estado en el Ministerio Defensa del gobierno de Paul Reynaud, pero una vez perdida la batalla de Francia pretendía ser el líder de su país en el exilio.

 

 

 

Su pretensión era poco más que una entelequia. La situación era mucho más terrible. El país, bajo la conducción de Pétain, había decidido plegarse mansamente. La resistencia era solo una proclama y una exigencia incómoda. Churchill siempre lo tuvo como un personaje incómodo al que con toleraba con mucha dificultad. Tardaría años en consolidar su proyecto de resistencia, pero sin duda, no dejó pasar un día para asumir la representación legítima de la Francia libre e insistir que su condición fuera reconocida por los aliados.

 

 

 

Y así llegamos al punto de partida de su épica. El 18 de junio de 1940 lanza su proclama. Comienza reconociendo que la superioridad bélica alemana los había sorprendido. Y que el ejército francés había capitulado. Pero, y aquí viene el desafío, “¿se ha dicho la última palabra? ¿Debe perderse la esperanza? ¿Es definitiva la derrota? ¡No! Creedme a mí que os hablo con conocimiento de causa y os digo que nada está perdido para Francia. Los mismos medios que nos han vencido pueden traer un día la victoria. ¡Porque Francia no está sola!”.

 

 

 

Dicho esto, termina con una invitación a la acción, asumida en primera persona. “Yo, general De Gaulle, actualmente en Londres, invito a los oficiales y soldados franceses que se encuentren o pasen a encontrase en territorio británico, con sus armas o sin ellas, invito a los ingenieros y a los obreros especialistas de las industrias de armamento que se encuentren o pasen a encontrarse en territorio británico, a poner se en contacto conmigo. Ocurra lo que ocurra la llama de la resistencia francesa no debe apagarse y no se apagará”.

 

 

 

 

La entelequia terminó siendo la única alternativa de sobrevivencia y la estaca de la dignidad nacional. Al principio fue visto con escepticismo. Luego como una molestia constante. Y al final como un aliado innegable.

 

 

 

Escribo esto con vistas al 21 de mayo y los días subsiguientes. Podría ser que te sientas perdido en la desilusión de asumir seis años más de tiranía. Podría ser que no estés dispuesto a escuchar a los que te convocan a la lucha. Podría ser que te sientas derrotado y quieras capitular. Si ese es tu caso, recuerda la determinación, el coraje y la capacidad de soñar de Churchill y De Gaulle. Cada uno con su estilo y sus intereses. Pero ambos inexpugnables en la esperanza que los llevó a la acción. Ni se rindieron, ni dejaron de convocar a sus conciudadanos a la lucha. Lo lógico es que reconozcamos las mismas virtudes en aquellos líderes venezolanos que convocan a la lucha con la misma convicción y pureza de finalidades.

 

 

 

La invitación de Charles De Gaulle fue emocionante. Se encontraba solo, él y su sueño. Lo estaba en un país extranjero, también en guerra. Los más prestigiosos militares de su país se habían abrazado al invasor. No tenía nada más que una promesa. Pero nada de eso lo amilanó, porque tenía una pregunta cuya raíz era moral: ¿Y si las fuerzas de la libertad triunfasen a la postre sobre las de la servidumbre, ¿cuál sería el destino de una Francia que se hubiese sometido al enemigo? Y con esa interrogante como herramienta de convencimiento convocó a todos sus conciudadanos, a cada uno, para que se sumaran y comenzaran a trabajar en conjunto, desde la particular condición y talento que tuvieran. El general francés invocó tres razones para la lucha: el honor, el sentido común y el interés de la Patria. Por ellas exigió a todos los franceses libres que prosiguieran el combate, allí donde se encontrasen, y en la medida de sus posibilidades. Al fin y al cabo, para él “el fin de la esperanza era el comienzo de la muerte”. Que nosotros no perdamos la esperanza.

 

 

 

Victor Maldonado C

@vjmc

Una brújula por favor

Posted on: mayo 15th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Alguna cosa buena debe tener la ingrata experiencia de vivir este
socialismo del siglo XXI, la posibilidad de ratificar que es una ideología
desvalida de la más mínima posibilidad para tener éxito. Para colmo, también
esta incapacitada para reconocerlo. Mientras peor nos va, más propaganda que
lo niega. Lo insano es precisamente tener que vivir en disociación constante
entre el oprobio y su negación. Entre la mascarada y quienes aplauden ese
carnaval de la infamia. Porque eso es lo que nos está ocurriendo vale la
pena intentar un decálogo de la sensatez, un guión de lo correcto, un
conjunto de aforismos que nos impida el extravío definitivo. Invoquemos a
Hayek para el que esfuerzo sea válido.

 

 

 

1.      El socialismo solo puede funcionar como remedo de los sistemas
medievales, con hambrunas y desbandadas quitándoles el exceso de la
población. El resto lo hace la represión y el culto a la personalidad.

 

 

 

2.      El socialismo está destinado a fracasar como sistema económico,
porque solo los mercados libres, accionados por individuos conduciéndose y
negociando en su propio interés, podrían generar la información necesaria
para coordinar inteligentemente el comportamiento social. En otras palabras,
la libertad es un ingreso de información imprescindible en una economía
próspera.

 

 

 

3.      Los populismos se asientan en una falacia. Que es posible estimular
el consumo -y con el consumo, una ilusión de armonía- mediante el
crecimiento del gasto público y su concomitante penalización del ahorro.
Comerse el futuro, permitir el festín del gasto irresponsable, más temprano
que tarde conduce a los países a crisis imposibles de manejar sin que los
sectores más vulnerables y las clases medias no reciban un brutal castigo a
sus condiciones de vida.

 

 

 

4.      No hay mejor posibilidad para el logro de la prosperidad que una
política económica asentada en el quinteto del buen gobierno: ahorro
voluntario, inversión privada, límites al gasto del gobierno y equilibrios
presupuestarios, competencia de libre mercado y estímulo a la productividad.
La ausencia de esta fórmula en la esencia de la economía política lo único
que asegura es crisis creciente porque afecta la confianza inversionista y
atenúa el espíritu emprendedor.

 

 

 

5.      Las economías de la libertad se piensan para el largo plazo. Los
desafueros populistas se trajinan en el corto plazo. Los socialismos son
falsas soluciones para problemas políticos planteados erróneamente. Tal y
como lo dijo Isaiah Berlin, detrás del discurso redentorista de los enemigos
de la libertad se esconde una voraz ambición de poder. En la locura
desenfrenada que desempeñan para mantenerse en el poder los socialistas
corrompen la economía y se aseguran la ruina y el descalabro para sus
sociedades. Tarde o temprano el castillo de naipes se derrumba. La peor
maldición posible es la interferencia del gobierno en la economía. Las
justificaciones siempre suenan muy bien, los resultados siempre son muy
malos.

 

 

 

6.      Hay que desprenderse de la idea de que las soluciones públicas no
tienen costos sociales. Un “estado de bienestar con seguridad social y
seguro contra el desempleo” tiene que estar apalancado por ingresos reales y
no por la ficción de la impresión de billetes sin respaldo. Las soluciones
que se proveen los países tienen que ver con su productividad. El caso
venezolano, amparado en la renta petrolera -pretendidamente creciente e
infinita- no se sale de la predicción. Un país destruido productivamente,
sin empresas privadas, no tiene otra solución posible que renunciar a la
alucinación de la renta y ponerse a trabajar. Esto tiene dos exigencias
cruciales: el repliegue del intervencionismo y el derrumbe de todas las
barreras que obstaculizan el emprendimiento.

 

 

 

7.      El mantra de la buena política es estabilidad económica con
seguridad jurídica. La forma de instrumentarla es mediante la disciplina
fiscal y la abundancia institucional provista por el estado de derecho. No
se puede pretender que le vaya bien a una política monetaria subordinada a
las expectativas populistas del momento. El caso venezolano, patético por
extremo, es una demostración palpable: Un bono inventado cada 15 días.
Aumentos seriales del salario mínimo, son manipulaciones indebidas que usa
el régimen para tratar de sobrevivir un día más. Eso no tiene ningún sentido
si comprendemos que “no hay almuerzo gratis”. Ya sabemos que el desempleo no
se resuelve con gasto público. La estructura de la población económicamente
activa solo cambia su configuración si y solo si se promueve la inversión
privada, el libre mercado y la vigencia irreductible del estado de derecho
como garante de las libertades.

 

 

 

8.      Los controles de precios son una obsesión perversa que provocan el
envilecimiento creciente de la economía hasta hacerla inútil a los efectos
de la prosperidad. La ofuscación intervencionista destruye la capacidad del
mercado para ser un importante co-ordenador social. Los precios son un
instrumento de comunicación y guía, que incorporan información esencial. Al
destruir el sistema de precios nos vemos inhabilitados para cualquier
cálculo económico. Cada vez que se confunde valor con mérito se plantea una
terrible confusión. Los individuos no deberían ser remunerados de acuerdo
con algún concepto de justicia. Nadie merece nada que primero no haya
trabajado y que por lo tanto no sea el resultado de su capacidad productiva.

 

 

9.      Es muy fácil distribuir la riqueza ajena.  Los venezolanos tienen
una cultura que favorece el intervencionismo carnívoro, la gente aplaude el
rol falazmente justiciero del régimen, asumiendo como verdad que los
empresarios tienen alguna culpa que redimir, o que hay una porción del
pueblo que “merece” una reivindicación.  Los regímenes intervencionistas
practican y se lucran del saqueo, hasta que no queda nada que saquear, lo
que los coloca siempre en la necesidad criminal de usar indiscriminadamente
la represión. Terminado el festín se cae en cuenta que los pobres terminan
siendo más pobres y más violentados en sus derechos, y que sus “justicieros”
no eran otra cosa que una banda de ladrones corruptos.

 

 

 

 

10.     La violencia y la inseguridad ciudadana generan costos
incuantificables a las sociedades que las padecen. Si un gobierno no puede
garantizar la vida y la propiedad entonces tiene que ser sustituido por otro
cuyo enfoque ideológico y prioridades de políticas comprendan la importancia
de destinar recursos a lo esencial, aunque deban sacrificar lo accesorio. El
capitalismo de estado, una forma muy decente de designar malos arreglos
entre compinches, es una muy cara excusa que presentan los regímenes
socialistas para no hacer lo debido.

 

 

 

Como corolario recordemos siempre que la violencia socialista es una forma
de encubrir su nefasta incapacidad.

 

Victor Maldonado C.

@vjmc

Las preguntas de la gente

Posted on: mayo 7th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

Algunos analistas están muy equivocados. Los venezolanos ya decidieron lo sustancial. No creen en las supuestas bondades del régimen. Saben que su esencia es perversa. Sufren en carne propia los desmanes de un sistema que se debate entre la corrupción, la complicidad y la prevaricación, pero no tienen al respecto ninguna expectativa de remisión. Tienen plena conciencia sobre el deterioro. Nada va a mejorar, ni la economía, ni la condición de la infraestructura, ni el régimen de libertades. Y además han llegado a la conclusión de que poco o nada pueden esperar de una oposición errática, plegada a la agenda del gobierno, sin iniciativa y poco dada a decir la verdad.  Muy pocos siguen aferrados al fetiche de la unidad. Preferirían claridad de propósitos al mal avenimiento de líderes que han demostrado ser incapaces de construir y practicar un proyecto colectivo, sin caer en el despropósito de la zancadilla o el puntapié. Por eso la mayoría decidió, y no porque están siguiendo una línea partidista, que no hay ruta electoral para sacar al régimen del poder.

 

 

 

Este régimen es una revolución en proceso destruccionista. Para poder hacer realidad el legado de Chávez necesita echar abajo todas las instituciones burguesas. No pueden convivir con la división de poderes, tampoco pueden tolerar una economía de mercado plena, con empresas sólidas y respeto por la propiedad. No saben de alternancia o de pluralismo. Sus “falsas verdades” no son compatibles con el debate o el contraste con la realidad. En el camino han demostrado impericia tanto para destruir como para intentar lo nuevo. En ambos casos los costos son la principal amenaza a la estabilidad del proceso. Pero en eso consiste precisamente el comunismo, su fatal arrogancia y su trágica terminación. En el desprecio por el talento que los deja al margen de poder resolver cualquiera de los problemas, y la revalorización de la lealtad a la revolución que los hace presas fáciles de sus propios errores. Cuando un ferviente revolucionario está al frente de un problema técnico, que sepa de memoria las canciones de Alí Primera y los cuentos del arañero no van a servir de nada. O sabes o no sabes. ¿Y saben qué? ¡Nunca saben! Tampoco importa que el revolucionario sea un vivo, o que tenga un “talento especial para el saqueo”. Repito de nuevo, o sabes del tema o no puedes ir más allá de la desidia y la ignorancia que se confabulan para dejar sin agua a las ciudades, no poder resolver el problema del suministro eléctrico, ni siquiera manejar la logística de recolección de la basura de un pueblo del interior. Eso sí, todos ellos se muestran hiperexcitados si de lo que se trata es de llenar un teatro, vestirse del consabido rojo, y gritar consignas contra el imperio. Eso, ya lo sabemos, no ha resuelto una sola de las crisis, pero los ha mostrado tal y como son. La gente tiene al respecto una decisión tomada y una opinión asumida.

 

 

 

La crueldad no necesita una inteligencia especial. Forma parte de esas pulsiones presociales y de esos desarreglos de la conducta humana que pueden llegar a configurar la sociopatía. Trescientos mil muertos por violencia no pueden dejar en pie ninguna duda. Si al régimen le da lo mismo que haya luz o que prive la oscuridad. Si no le importa que poblaciones enteras carezcan de agua. O que los hospitales estén desprovistos de lo mínimo indispensable. Si no se conmueve ante la muerte por que no se encuentran vacunas o medicinas. Si no le asusta las nuevas embestidas de las viejas epidemias. Y si le da lo mismo que la gente se muera de hambre, tenemos que llegar a la conclusión de que sufrimos un régimen indolente y brutal. La gente lo sabe.

 

 

 

El régimen es la práctica de un mal radical que nunca nos ha debido suceder. ¿Cómo es posible que no los vimos venir? ¿Cómo pudimos aceptar tanta interpretación permisiva, tanta audacia en la tergiversación? ¿Cómo es que podemos seguir conviviendo con tanta connivencia? Con tanta cooperación maléfica no podemos reconciliarnos. No podemos perdonar a quienes han falseado las encuestas para beneficiar al régimen. Tampoco es posible olvidar a quienes con criminal sistematicidad han argumentado a favor de salidas imposibles. ¿Acaso vamos a dejar pasar que un conglomerado de intelectuales exquisitos lleva veinte años enmascarando al régimen, haciendo todo lo posible para encubrir la trama marxista, la confabulación con los cubanos, el desguace de los recursos del país, la sinvergüenzura de las expoliaciones, la escalada temeraria de persecución contra los disidentes, y el acoso a las empresas privadas?

 

 

 

Ahora que todos somos víctimas indelebles del régimen comenzamos a saber que en la política el asunto de unos es el asunto de todos. Tal y como lo sugería Clemenceau “la injusticia que se inflige públicamente a uno solo es asunto de todos los ciudadanos, es una injusticia pública”. La gente sabe que no puede seguir asomada al balcón del silencio mientras muelen a los otros que nos parecen tan ajenos. Se trata, por el contrario, de un esfuerzo disolvente que busca eliminar derechos y transformarnos en siervos. Solamente esa sensación de daño universal es capaz de movilizarnos y dirigirnos hacia el cambio deseable.

 

 

 

El mal radical se encarna en esta ideología excluyente y negadora de la dignidad humana. Ellos, los líderes del proceso asumen como cierto el sentido superior de su ideología, y en consecuencia lo que plantean es imponerla totalitariamente. Que nadie pueda sustraerse a la presencia intensa del régimen, ni siquiera para los aspectos más elementales. El marxismo te confisca la libertad y la atribución de construir e instrumentar tu proyecto de vida, e intenta sustituirlo por tu rol de masa en la revolución socialista. Para ellos eres un número, un código QR, un requisito para llenar una calle, un miembro del ejército del chantaje, que debe ir a simular elecciones fraudulentas, levantar la mano o desfilar cada vez que la tiranía necesite una puesta en escena. Pero, además este mal radical tiene como objetivo hacernos superfluos y prescindibles. Por eso mismo auspician la muerte y la desbandada. La gente lo sabe, por eso huye.

 

 

 

La gente tiene claro que este régimen no sirve y que es irreversible la tendencia a la miseria. También ha llegado a la conclusión de que hay cursos de acción inservibles, tales como las falsas negociaciones, los diálogos insulsos, las falsas candidaturas y las simulaciones electorales. Eso los prepara para asumir que superar esta infausta etapa requerirá de lucha más integrada y de esfuerzos más inteligentes. Y de tener el coraje para tirar por la borda el lastre que nos hace peso inútil.

 

 

 

Los consensos en la base social son muy amplios y muy sólidos. La gente sabe lo que quiere, tiene claridad en lo que quiere dejar atrás, y mucha conciencia de los caminos que quedan por recorrer. Por eso mismo el régimen está sometido a esa corrosiva soledad e indiferencia de las que reniega constantemente. El régimen y su falsa oposición van a tener que conformarse con los espejismos de la propaganda mientras el colapso hace estragos en su legitimidad.

 

 

 

Víctor Maldonado C.

 victormaldonadoc@gmail.com

@vjmc

 

Como el huevo de Colón

Posted on: abril 23rd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

¿En serio? ¿Alguien puede creer que la tragedia que sufren los venezolanos es solamente un problema económico? Es decir, ¿aquí somos víctimas de algo meramente técnico, un mal resultado de una ecuación, un algoritmo mal resuelto, un sencillo error de cálculo que si se descubre y enmienda comienza a fluir la felicidad y la prosperidad como nunca? ¿Alguien puede ser tan necio como para creer que esto que vivimos es una especie de salpullido social que, crema mediante, puede ser resuelto con facilidad?

 

 

 

Entramos de lleno a una campaña cuyo único objetivo es lavarle la cara al régimen. No solo en su obvia ilegitimidad, peor aún, es una campaña para transformar lo que es una infamia sistemática en un simple error de aproximación. No solo busca darle validez a una dictadura atroz, también intenta proponer una discusión donde queden borrados cualquier abuso político para reducirlo simplemente a los efectos contraintuitivos de decisiones tomadas con buena fe. Pero no es así, y no podemos caer en el juego. El que así lo pretenda no solo confiesa ser el taparrabos de una tiranía, también es el que tiene como objetivo limpiar el rabo de toda esta infamia. Triste papel, aunque posiblemente muy lucrativo.

 

 

 

La verdad es otra. La política, cuando es buena, decanta en economías prósperas. Y cuando es mala, provoca corrupción, pobreza, hambre, enfermedad, represión y muerte. Esa es precisamente la característica más conspicua de los socialismos: Que, violando los derechos de propiedad para apropiarse de los activos productivos privados, pretende planificar un paraíso que termina siendo un infierno. Y que va construyendo una comunidad totalitaria con cada decisión, con cada intervención indebida, con cada apropiación de lo ajeno, con cada regulación, con cada una de las puestas en escena de la siempre fraudulenta justicia social. Cada movimiento es un avance de la represión. Cada intento es un paso en falso hacia el abismo. La verdad es que esto que estamos sufriendo es una confabulación política cuyo objetivo es la confiscación de la libertad para quedarse a perpetuidad con el poder, saquear los recursos del país, e incentivar una migración masiva para mantener al resto en condiciones similares a las de un campo de concentración.

 

 

 

¿Qué decisión económica fundamenta el acumulado de más de 300 mil muertos por violencia? ¿Cuál guarismo macroeconómico expresa la decisión de dejar las cárceles en manos de los delincuentes? ¿A qué modelo microeconómico se debe la balcanización del país, cuya soberanía se la disputan narcomafias, grupos guerrilleros y campamentos terroristas? ¿Cómo entender al margen de la política el oprobio del racionamiento, el sometimiento por una bolsa de comida, la genuflexión de las fuerzas armadas, el discurso adulador de la izquierda exquisita, la falsa vocería de los quiméricos encuestadores, el colapso de las empresas públicas, la debacle de los servicios, la impunidad de la corrupción, el manejo de la represión, y la lista creciente de los presos políticos? ¿Qué cálculo se le puede aplicar a “las estrechas” relaciones con Cuba, y los privilegios con Siria, Corea del Norte, China y Rusia? ¿Cómo comprender el comunismo del siglo XXI, los proyectos históricos del plan de la patria, el descubrimiento de dineros públicos escondidos en paraísos fiscales?

 

 

 

¿Cómo explicar la feroz persecución contra las instituciones y poderes públicos de la república? ¿Cuál cálculo permite cortar por lo sano la parte gangrenada de esta realidad, para dejar indemne lo salvable? Hay mucho de perverso en este intento de reduccionismo que quiere dejar por fuera la culpa y la responsabilidad de los que han tramado que los ciudadanos sufran en carne propia la ignominia del hambre, el miedo y la constante condición de injusticia. Los que proponen tanta levedad son igualmente cómplices de cada lágrima, cada pérdida, cada dolor, cada una de las angustias, todas las separaciones, las inmensas y desoladoras soledades, el caos, la indefensión, y las terribles decisiones de vida o muerte que están asumiendo millones de venezolanos.

 

 

 

Algunos pretenden jugar a la falacia del punto medio. Son los que critican los extremos. Los “pisapasito” que apuestan a la moderación, aunque esté fundamentada en la equivocación, y por lo tanto conduzca a las mismas calles ciegas que ahora nos perturban. Su plan es el cambio cosmético, tratar de montarse sobre el mismo gobierno sin impugnar la ideología. Apuestan a que es posible regir un gobierno con empresas públicas y fuertes regulaciones privadas. Son los que dicen que pueden dolarizar los salarios sin sanear las finanzas del gobierno. Sostienen que pueden seguir endeudándonos para financiar la sinvergüenzura estatista, los excesos de la burocracia, las tiranías de los controles, y por supuesto, unas fuerzas armadas voraces, monopolistas en sus privilegios, empantanadas en malos manejos y desvirtuadas en sus funciones. Los “moderados” también creen que es posible lidiar con esa espuria asamblea constituyente, y que la nueva constitución debe ser más centralista, más socialista y más expoliadora. Ellos, por cierto, no quieren explicar ni comprometerse a develar lo que está detrás, esa monumental conspiración que entregó el país a las fauces del castro-comunismo, tal vez porque a ellos mismos les atrae inmensamente esa nostalgia de “buenos revolucionarios” que tanto daño y tanta afrenta ha traído a nuestro continente. A ellos les gusta el repartir bolsas de comida, les parece excelente práctica el populismo irresponsable, les encanta las puestas en escena, y hacen gala de disfrazarse de pueblo para luego investirse de caudillos. Ellos son parte de la rueda sin fin que nos vuelve a todos engranajes de una fatal tragedia.

 

 

 

 

Una responsabilidad innegable de los políticos virtuosos es comprender la realidad y significarla cabalmente. Hannah Arendt recomendaba comenzar con una apuesta responsable orientada a delinear lo que no se puede conocer totalmente. Es criminal, por tanto, desconocer o suavizar la trama que se interrelaciona hasta mostrarnos la entrada hacia la oscura caverna que presentimos como totalitarismo. Un político responsable y digno denuncia esta forma amorfa de barbarie sin ahorrarnos ninguna de sus aristas. “La terrible originalidad del totalitarismo -decía Arendt- no se debe a que alguna idea nueva haya entrado en el mundo, sino al hecho de que sus acciones rompen con todas nuestras tradiciones; han pulverizado literalmente nuestras categorías de análisis político, y nuestros criterios de juicio moral”. Por eso es criminal y éticamente imperdonable que los políticos y sus analistas a sueldo hayan aplacado una y otra vez la siniestra característica de lo que estamos padeciendo. No es una “semidemocracia”, tampoco una dictadura tradicional. Es algo mucho peor en términos de la amalgama lograda y del origen de cada uno de sus integrantes. Es esa insaciable sed de poder, voluntad de dominio, terror administrado y estructura de estado monolítico que esta dispuesto a llevarse por delante cualquier expectativa de liberación. No es fácil de comprender, aunque todos nosotros lo sufrimos como una desmesura que nos aplasta.

 

 

 

No hay totalitarismo que no haya fagocitado la displicencia de los dispuestos a colaborar con ella. En eso también consiste la profunda corrosión moral. En que algunos desempeñan un papel que puede ser el de candidato telonero, o como es común en Cuba, aquellos que, doblegados en su integridad, están dispuestos a hacer “autocríticas” para salvar el pellejo en la misma medida en que injurian y hunden la reputación de otros más incómodos. Cualquier cosa es posible en la mal vivencia totalitaria. Pero lo peor es convivir con el descaro. El que alguien se plante frente a una cámara para negar la muerte, el sufrimiento, el miedo, la tragedia de la persecución, la huida, la quiebra de las familias, la miseria aprovechada, en fin, negar nuestra realidad para intentar reducirla a un mal manejo económico es, por decir lo menos, la esencia de la banalización del mal. Al final, apreciar esto que estamos sobrellevando no es tan difícil como parece. Es como el desafío de “el huevo de Colon”, que aparentó tener mucha dificultad, pero resultó ser fácil al conocer su artificio. La suerte que tenemos es que lo totalitario es ya un cuento viejo, un conjunto de clichés, una mala práctica y un mismo y pavoroso resultado. El que algunos se confundan, o intenten confundirnos, también ha ocurrido antes. Por eso, mientras esos se extravían en la vorágine de este feroz socialismo, nosotros debemos insistir en aclarar y en bien significar. En eso consiste la política. Pedir a Dios, como hizo Salomón, un corazón comprensivo para ser buenos líderes, y discernir claramente entre lo que es bueno y lo que es malo, lo justo de lo injusto, la verdad de la mentira y la integridad de lo malogrado. Porque solamente aferrados a un proceso constante de comprensión al final podremos salvarnos.

 

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

@vjmc

 

El mal se llama socialismo

Posted on: abril 17th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

El mal es real, y tiene consecuencias reales. No es solamente una disquisición académica. Es una pregunta que queda por responder en el transcurso de esto que estamos viviendo en términos de violencia, crueldad, muerte, hambre, enfermedad, infortunio y la indiferencia colectiva respecto de lo que otros conciudadanos están padeciendo. Algunos temen el planteamiento explícito de la vivencia del mal. Esto es así porque su reconocimiento obliga a la denuncia y a la decisión personal sobre cual flanco escoger. El mal, su presencia, obliga a las definiciones, y a las consecuencias de esas definiciones.

 

 

 

Los cuatro jinetes del apocalipsis están cabalgando sobre el país. Comencemos por lo obvio. El jinete de la muerte nos está afligiendo. Los venezolanos estamos sufriendo los estragos de una incomprensible violencia. 307.920 víctimas de un sistema que inhabilita el derecho a la vida equivalen a la afectación del 1% de la población actual. El jinete que complementa y da sentido a este baño de sangre es el de la guerra. Una guerra civil no declarada, cuyos argumentos son la impunidad y un estado en condiciones fallidas, colocan a todos los venezolanos en riesgo mortal. Una guerra civil emprendida contra la protesta civil, a la que se aplasta a sangre y fuego, con el costo terrible en vidas humanas, cárcel y exilio. Una estrategia de aniquilamiento que se hizo patente en los excesos aplicados al caso de Oscar Pérez, y que ahora permite al gobierno ir más allá de cualquier frontera del estado de derecho para lograr sus objetivos. El régimen tiene años en guerra contra la libertad. El jinete del hambre se ceba en los sectores más vulnerables de la población. Las cifras de desnutrición anticipan generaciones enteras desvalidas de la posibilidad de encarar, en condiciones competitivas, sus propios proyectos de vida. El hambre asola la capacidad para pensar y crear, pero sobre todo la capacidad para reaccionar. Los que comen basura han descendido a los infiernos donde la dignidad y los derechos se han subordinado a la precaria supervivencia. No es menos pavorosa la presencia del jinete de la conquista. A pesar de que nos cuesta reconocerlo, estamos invadidos por los intereses del narcoterrorismo regentados por Cuba, que actúa como potencia imperial, a pesar de lo insólito que resulta la forma como se apropió de nuestro territorio, recursos y centros de decisión. Hugo Chavez fue a la vez el mal encarnado y su canal más conspicuo. No puede ser otra cosa que el mal en acción el que permite tanto ultraje sin que nosotros consigamos sacarnos de encima toda esa iniquidad. O la conquista interna que supone la ocupación de los espacios institucionales a través del despotismo destructivo que practica la espuria entidad constituyente. Somos población invadida, cercada, confinada a los grises espacios de la sobrevivencia.

 

 

 

El mal es un resultado que tiene actores. Es a la vez protagonismo y secuelas. El mal es el poder corrompido que deja de ser útil para el orden social de la libertad, y comienza a propagar la servidumbre. Y no hay puntos medios. Por eso mismo resulta inaceptable la práctica del “perdonavidismo de los promedios”. La descripción del mal no es exacta si se practica la tibieza argumental. Encararlo exige claras definiciones y la visualización de dolorosas tendencias. No hay derecho a la vida donde hay temor por la vida. No se respeta la propiedad si un funcionario, ejerciendo la más obscena impunidad, decide si la vas a conservar o no. No hay dignidad cuando para sobrevivir necesitas hurgar entre la basura. No hay felicidad si tienes hambre. No hay visión de futuro cuando el temor es constante. No hay humanidad en el silencio, la censura y la represión. Y la soberanía es una mascarada si las decisiones estratégicas y el destino de los recursos esenciales son decididos por Cuba. Como se aprecia, no es un tema de estadísticas, mucho menos de encuestas. No se trata de si el mal es popular. Se trata de que es inaceptable. Hitler era muy popular, y ya sabemos los ardores internos que provocaba Fidel Castro. Lo que pasa es que el mal se sirve de la seducción y el engaño. Por eso San Pablo en la segunda carta a los Corintios advertía contra su táctica: “No debe sorprendernos, porque el mismo satanás se disfraza de ángel de luz”.

 

 

 

El mal se aprecia en el sufrimiento de los demás. Permitir el desconsuelo, el dolor y la desolación de los otros exige primero un esfuerzo de cosificación mediante el cual se despoja de la condición humana a quienes se quiere someter o destruir. Por eso el mal se vale de la indiferencia criminal y de la explotación de los perjuicios. Se es indiferente desde la inacción o desde la mera expectación. Cuando el régimen deja morir de hambre a un preso, o no le importa dejar sin medicinas a los trasplantados, ejerce una apatía criminal que los hace culpables y responsables. Cuando un ciudadano no se escandaliza de los infortunios del prójimo, cuando no levanta su voz y sus manos exigiendo rectificación, está siendo corresponsable de lo que por cuenta del régimen está ocurriendo. El pecado capital de pereza se exhibe cuando en lugar de hacer, exigimos a los otros propuestas y acciones. No es endosable la responsabilidad ni la virtud. El mal abunda en la descalificación. Es desgraciadamente rico en la posibilidad de segmentar entre los propios y los demás. Es por eso por lo que gusta de la división y es abundoso en descalificativos. Ellos siempre se adjudican la esencia de lo indispensable, el resto terminan siendo descartable. El mal es discriminación ¿Por qué no nos rebelamos a seguir en el pozo de la displicencia?

 

 

 

El mal se solaza en el análisis y en la digresión retórica. En el plano de la teoría el mal se hace pasar por bien. Transforma crímenes en costos, y abismos en plataformas para seguir avanzando. El mal reducido a estadísticas se hace leve. El mal se despliega cómodamente en el cálculo de las conveniencias que asumen como perfectamente normales los tiempos de espera, progresividad y exigencias de conversión que resultan imposibles de implementar. El mal se alimenta y fortalece con esos desplantes de corrección política, de falsa decencia republicana que pide al hambriento que siga pasando hambre, al enfermo que se inmole, al preso que aguante y al que padece violencia y represión que siga sacrificándose, mientras ellos, los adalides de la falsa decencia juegan a los dados, negocian, y se pasean por el mundo pidiendo mejoras incrementales en la calidad de los procesos electorales. ¿Cuántos muertos, lágrimas y vidas desgastadas se habrán sacrificado en el altar de las malas estrategias, de la ingenuidad culposa, de los arreglos subyacentes?

 

 

 

San Agustín propone que el mal es la privación de todo bien, que nos conduce a la nada. En eso consiste la liquidación de cualquiera que se oponga, y para eso sirve la brutal capacidad que en la actualidad tiene el poder para violentar la promesa originaria de servir a la vida y a la propiedad de los ciudadanos a su cuidado. El mal siempre tiene vocación totalitaria, absoluta. El filósofo argentino Víctor Massuh lo narra como “la quiebra de la razón y la locura que pierde su pudor”. Toda experiencia totalitaria es irracionalidad lujuriosa, que se va perfeccionando con cada crimen. Parafraseando a Jorge Semprún, en nuestro caso “nada es verdad, salvo la lista personalizada de todos aquellos que han padecido y perecido por esta ráfaga de violencia socialista. Nada es verdad, salvo la ausencia y el vacío que todos ellos han dejado. Nada es verdad salvo el miedo, el sufrimiento acumulado, la rabia, la decepción y la desbandada”.

 

 

 

Algunos previenen contra este discurso centrado en el mal. Lo tildan de pretencioso y peligroso, porque ¿quién asegura que ellos son los malos, y que en todos los casos ellos participen de esta lógica del mal? ¿Quién nos permite escindirnos entre ellos y nosotros? El mal es actor y consecuencias, y también se ceba en nuestro recato. ¿Cómo sabemos que ellos son el mal y nosotros estamos en el flanco del bien? Jesús nos da la pista. Es malo quien produce el mal. Es bueno quien provoca el bien. Por sus obras los conoceréis, dice el evangelio. El mal germina en esos momentos de nuestra historia en los que las normas de moralidad mínimas, aquellas necesarias para la convivencia desaparecen o son fatalmente eliminadas. Y de allí se extiende hasta confines inenarrables de muerte, violencia y destrucción. ¿No es eso lo que estamos viviendo? ¿No sabemos nosotros cual es la causa raíz de todas nuestras angustias? ¿No hemos inventariado una y otra vez nuestras derrotas, duelos, traiciones, represión, sacrificios y muertes? ¿No nos sentimos ahora más desvalidos? ¿No se nos hacen lejanas la felicidad, la autonomía y la libertad? ¿No son acasos malos frutos, agrios y ponzoñosos, esos que nos da todos los días el socialismo del siglo XXI? Sus frutos son el mal, y el mal produce esos frutos.

 

 

 

Dos lecciones adicionales servirán de epílogo a esta larga reflexión. La primera lección es la irreversibilidad del mal. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos, dice el evangelio. La segunda lección es la necesidad de extirpar de raíz la causa del mal. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. No se preserva, se elimina porque no se puede convivir con el mal absoluto que siempre significa la desgracia del otro, el envilecimiento del otro, la ignominia del otro.

 

 

Víctor Maldonado C. @vjmc

@vjmc

 

Los espejismos de abril

Posted on: abril 2nd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

Finalizada la semana santa queda por delante un complejo sistema de incertidumbres y de certezas. La debacle económica seguirá su curso hacia el abismo, sin que se sepa cómo ni cuando se va a revertir el proceso de desguace de la calidad de vida de los ciudadanos. Vivimos el vértigo de una experiencia indecible respecto de la cual los políticos de la MUD, devenida ahora en Frente Amplio, no se dan por aludidos. Ellos siguen pidiendo “condiciones electorales favorables a la participación” como si viviéramos una mínima normalidad en la cual pudiese separarse lo electoral del conjunto de aflicciones que viven los venezolanos.

 

 

 

El llamado “Frente Amplio” es otra alucinación. A estas alturas no ha podido enmascarar perfectamente la tragedia de cuatro partidos totalmente desprestigiados. Sin embargo, han logrado vender que la unidad es una condición necesaria y suficiente para salir del régimen. Ya hemos dicho que una unidad sin reflexión sobre las estrategias, los medios y los fines, es simplemente un fetiche que un grupo de oportunistas enarbolan para encubrir sus propias impudicias, como si se pudieran disolver en un promedio difícil de calcular. No hay tal cosa como un “Frente Amplio” que haya logrado organicidad, y lo que queda luego del carnaval de eventos que se realizaron en marzo no es otra cosa que un puño de liderazgos desgastados que todos los días se debaten entre participar del fraude electoral convocado por la espuria constituyente, o mantenerse al margen.

 

 

 

La Asamblea Nacional Constituyente sigue vigente, aunque es ilegítima y espuria. Es el altar donde se reconoce a una dictadura totalitaria, y donde doblan la cerviz los políticos que juegan al oportunismo clientelar. Tampoco fue una confusión el que cuatro gobernadores adecos y unos cuantos alcaldes de PJ (que actuaron por mampuesto) corrieron a juramentarse, y a reconocer lo que debió ser siempre irreconocible. En todo caso, para la ANC sus metas son innegociables. Ellos son la garantía estatuida de la declaración del comunismo mediante la constitución totalitaria.  Opera, eso sí, como un submarino, sumergido parte de su tiempo, con el periscopio siempre observando, y con capacidad para emerger cuando lo crean conveniente.

 

 

Las elecciones convocadas por la asamblea constituyente, espuria e ilegítima son también un espejismo. No son tales, pero hay gente, dinero e intereses intentando hacerlas pasar por buenas. El que funge de candidato de la oposición ha planteado una campaña insípida, propia de los que no quieren meterse en honduras. Un país bello, pleno de paisajes esplendorosos, lleno de gente buena y amable, que está comprometida con una Venezuela diferente. Para el comando de la izquierda exquisita, no hay crisis que denunciar, ni contrastes que resaltar. Aunque cada cierto tiempo, lanzan un guante, intentan un debate, amañan una seña, como para que todo el montaje no sea tan tedioso, vulgar y ordinario.

 

 

Soluciones a la escasez de divisas, como el Petro, son otra quimera que hacen ver al régimen como especialmente preocupado por el desastre que ellos mismos han provocado. A estas alturas resulta una total necedad prestarle atención a ese juego de prestidigitación que no logra ni siquiera explicar cómo vamos a pagar el pasaje del autobús en una ficción monetaria que no es canjeable libremente ni tiene claro cual es el soporte del valor que dicen tener. Eso sí, podemos estar completamente seguros de que giras y suministros de la nomenclatura oficial se financian en dólares contantes y sonantes y no en la falsa moneda que ellos quieren imponer a los demás.

 

 

 

El nuevo “cono monetario” llamado ahora “bolívar soberano” morirá antes de nacer porque será devorado por la hiperinflación que a su vez es producto de la indisciplina fiscal que practica el régimen con malévolo candor. El intento de quitarle ceros a la hiperinflación es un esfuerzo inútil, flor de un día, porque es el equivalente de cubrir con una “curita” un sarcoma purulento. Mientras tanto, la crisis de efectivo es generalizada y los grupos más vulnerables tienen que “comprar dinero” con un sobrecosto que llega en algunos casos al 100%.

 

 

Las soluciones a la devastación de la moneda son objeto de airados debates. Unos se plantean la dolarización como opción mientras que otros defienden la causa del rescate del bolívar. Los primeros, entre los que me cuento, plantean la necesidad de quitarle al gobierno su capacidad de maniobra monetaria, que siempre dispone a favor de sus ínfulas populistas. Los segundos tal vez no incorporen en sus ecuaciones el grado de deterioro del sistema institucional financiero y monetario, ni se imaginen que el BCV actual es su propio espectro, que la corrupción es el signo más conspicuo de veinte años de gestión, y que lo que hay que recuperar de la manera más rápida posible es el  bienestar ciudadano, y que eso depende en mucho de la posibilidad de frenar la hiperinflación.

 

 

La industria nacional no existe. Tampoco la agroindustria. Lo que queda son empresas y hatos arruinados por décadas de intervencionismo, violación de la propiedad, inseguridad jurídica y ciudadana, caída del consumo, imposibilidad de adquirir materias primas, bloqueo de las compras internacionales, y una corrupción con la que es imposible llevar adelante un negocio. Las empresas cierran sin que otras abran. El talento sigue en fuga y las ventajas para las nuevas inversiones no existen. Los comercios lucen agónicos y el ánimo emprendedor sigue su merma. En esas condiciones no hay ninguna posibilidad de recuperación mientras no se reviertan las causas, que son políticas. Con el socialismo del siglo XXI, lo único que es factible es la continuación de la miseria y la servidumbre.

 

 

Los servicios públicos también son ficciones. Escuelas, hospitales, agua potable, suministro eléctrico, telecomunicaciones, servicios de internet, prevención de epidemias y catástrofes, ninguna de ellas está operando normalmente. Todo lo contrario, están en el borde de la falla operacional irreversible, porque así son las revoluciones, expertas en la mentira, ávidas en la profusión de propaganda, y muy malas en la gestión. No hay institución pública que funcione. Tampoco las FFAA.

 

La gestión de la soberanía también es un albur. El país es víctima de la violencia compartida entre grupos violentos de diferente tenor. Megabandas, grupos terroristas, guerrilleros, narcotráfico, paramilitares, y similares, parecen haberse repartido el país, con la complacencia de quienes deberían defender y garantizar el orden social y la vigencia de la ley. El viejo concepto de Estado cruje en Venezuela: Un gobierno que no logra garantizar a la población el control del territorio. También en esto son conspicuas las revoluciones.

 

 

 

Por todo esto debemos estar atentos, incluso suspicaces. Mantener el foco en la realidad nos inhabilita para creer en falsos profetas y en falsas soluciones. En estos tiempos menguados lo único que no podemos permitirnos es la alucinación:

 

 

Esta crisis no se resuelve con “mejoras en las condiciones electorales”.

 

Esta crisis no se resuelve con “negociaciones seriales” sin fuerza y respaldo popular.

 

El régimen está organizando una farsa electoral para mantenerse en el poder.

 

La unidad sin unidad de propósitos no es atributo de los estadistas, sino una vulgar trampa de la corrección política. El que juegue a la connivencia con el error, termina siendo víctima de sus equivocaciones.

 

Nadie se acuerda del peligro subyacente en la vigencia espuria de una Asamblea Constituyente, sus poderes omnímodos, su constitución comunista, y la pretensión de ser lo que no es, allanando los poderes republicanos y siendo voceros oportunistas de una dictadura totalitaria.

 

El petro no es una moneda. Es un cripto-canal para la corrupción y el lavado de dinero.

 

El cono monetario no va a detener la hiperinflación. La va a encapuchar por un breve tiempo.

 

Las empresas públicas están quebradas. El negocio petrolero ya no existe. Los servicios públicos viven el colapso. La industria nacional desapareció. La agroindustria dejó de tener sentido. No hay empresarialidad posible dentro de los cánones del socialismo del siglo XXI.

 

La soberanía nacional está disuelta en un sinnúmero de grupos facciosos que se reparten el usufructo de la violencia.

 

El país vive momentos de colapso, acelerado por los tiempos concedidos a los farsantes.

 

Son tiempos para concentrarnos y mantener el foco en la realidad, a pesar de los espejismos de abril.

 

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

Twitter: @vjmc

 

Nuestro propio camino

Posted on: marzo 27th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

Señor, ¿quién como tú, que libras al afligido de aquel que es más fuerte que él, sí, al afligido y al necesitado de aquel que lo despoja? Pero apúrate Señor porque nuestra tierra está tomada por el mal que ha edificado sobre nosotros el imperio de la mentira y de la muerte. Ayúdanos a sortear los obstáculos del camino para llegar al momento en el que la luz se imponga a la oscuridad.

 

 

 

1ª Estación: Jesús sentenciado a muerte. ¡Estoy asustado! Esta mañana me dijeron que la de hoy es la última diálisis. Se acabaron los filtros, no pueden funcionar las máquinas, y el socialismo reinante acaba de mandar a su Poncio Pilatos a leernos la sentencia y a lavarse las manos. De repente todos los sueños, todas las apuestas, todo enunciado futuro se han vuelto irrelevantes. Voy a morir, a pesar de que no le encuentro sentido a esta muerte tan inoportuna. ¿Qué haré con todo lo que quisimos ser? El viento es recio y atemorizante. Siento que me hundo. ¡Señor

 

 

sálvame!

2ª Estación: Jesús cargado con la cruz. Tres años desde que su esposo fue detenido. Muchos días pensando en ese abrazo en libertad que se ha convertido en sueño recurrente, en madrugadas de insomnio y en lágrimas furtivas. Pesa sobre los hombros la inmensa carga del miedo, la tristeza de los días perdidos, la soledad, y el saber cuánto cuesta el cruel castigo que nos quita lo único realmente importante: el no poder vivir juntos. Me lamento con la certeza de Marco Aurelio cuando recuerda que “ninguno pierde otra vida que la que vive ahora, ni vive otra que la que pierde”. El tiempo no se interrumpe, mientras la justicia se torna en un espejismo huidizo que confunde los sentidos y engaña el alma. Duele el olvido. Perturba la mirada indiferente. Humilla el paso por las calles cuando se siente el juicio severo de los que transforman al inocente en culpable, sin antes haberse detenido a reflexionar sobre los terribles tiempos que vivimos. Son épocas malas para el justo. Siento con Job que “se ha cambiado mi arpa en luto, y mi flauta en voz de lamentadores”.

 

 

 

3ª Estación: Jesús cae, por primera vez, bajo el peso de la cruz. ¡Tengo hambre! ¡Mis hijos tienen hambre! Duermen todos ellos, pero en el rostro se les ve el apuro y las ganas. El colegio está lejos. Tan distante como la cena que anoche no tuvimos, el desayuno que no tenemos y el almuerzo que no habrá. Que difícil conjugación de la nada transformada en amenaza inminente. ¿Dónde está tu divina providencia? ¿Dónde está el buen samaritano que no se hace presente? ¡Las piedras no se transforman en panes! ¡La nada no se convierte en comida!  Dios mío ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; rezo de noche, y no hay para mí reposo. Señor, ahora que paso por este valle de sombras y de muerte, no me abandones a mis propias flaquezas. Guárdanos de este mal que nos agobia. Dame fuerzas para seguir. Dame voz para exigir. Dame claridad para discernir. Me levanto, y continúo.

 

 

 

4ª Estación: Encuentro con su madre. ¡Ya vengo! Eso fue lo último que escuchó de su hijo vivo. Luego todo fue confusión. Y al final de la noche la noticia infausta, el aviso que nadie quiere recibir. La tragedia tocando a la puerta. Una víctima que al pasar de los días solo iba a ser una reseña estadística, una aproximación a la realidad que nadie quiere afrontar. Otra vez Poncio Pilato aparece lavándose las manos, haciéndose la vista gorda, volteando la mirada. Pero ella no. Ella sabe de su dolor, de su ausencia, del vacío, de la locura que provoca la muerte inesperada. Ella está allí, frente a frente con una circunstancia aterradora. Un grito explota en su alma hasta doblar todo su cuerpo. ¿Llorar tiene sentido? ¿Alguna cosa tiene sentido cuando el tiempo ha dejado de ser para dar paso al eterno silencio?  Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hijo no habría muerto. ¿Por qué estás tan lejos Señor, y permites que las sombras de la muerte no dejen espacio a la luz y a la esperanza?

 

 

 

5ª Estación: El Cirineo ayuda al señor a llevar la cruz. Algunos agonizan. Otros han quedado solos. Muchos pasan hambre. Hay quienes necesitan una explicación, un abrazo, una mirada compasiva. Tantos que necesitan ayuda y que están tan próximos. ¿Y quién es mi prójimo? El médico sabía la respuesta. Ese paciente que aterrorizado sabía que solo un milagro lo podía salvar. La enfermera sabía la respuesta. Su prójimo era ese anciano que necesitaba que velara con ella su noche de dolor. El psicólogo que aplaca el pánico y hace que el yugo sea más ligero. La vida a veces pesa demasiado para asumirla en soledad. Señor, danos la gracia de la disponibilidad y del servicio generoso. Haz que no apartemos nuestra mirada de aquellos que sufren más que nosotros, que se sienten más débiles. Ayúdanos a ayudar y a combatir la enfermedad, la soledad, el hambre y la injusticia.

 

 

 

6ª Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús. El mal se ceba en la confusión. Y se despliega en la soberbia. La verdad está impedida por el político que no la honra y por el ciudadano que no quiere reconocerla. A veces no puedes ver porque tus sentidos están congestionados por el odio y los sectarismos. Por el dolor y la angustia. Y por la frustración del tiempo perdido. Por las lealtades que te hacen cómplice y los intereses particulares que ponen a pesar más que la suerte del país. A veces hay que pedirle a Dios que su generosidad se exprese limpiándonos el rostro de todo lo que nos impide apreciar la realidad. No se puede ser libre si antes no se asume un compromiso firme con la verdad.

 

 

 

7ª Estación: Segunda caída en el camino de la cruz. Se pone a prueba la disciplina de la humildad y el coraje de mantener la ruta por más dolorosa que parezca. “Anda, ve y llama a la calle para la salida final. No aguardes por nosotros. Tú, que dices tener una mejor opción que la nuestra, esa que estamos negociando, hazla sin demora. No esperes por nosotros. Tú, que objetas y exiges, ¿qué propones? Te desafío a que saltes desde lo alto, que el daño no será la consecuencia”. El peso es descomunal. El cansancio es insoportable. Y la tentación inmensa. Es la segunda caída. Ahora la duda está asociada a la falsa heroicidad de los que improvisan. Y el acicate está provisto por aquellos que necesitan el colapso de los mejores para salir ellos invictos, aun cuando están equivocados. “Anda, sal y asume la grandeza de tu liderazgo, que no vas a tropezar con ningún obstáculo”. El diablo sigue tentando, quiere disfrutar de tu cara golpeando el duro suelo. Pero el camino está señalado. La caída es otra. Es la soledad asociada a la integridad incomprendida, mientras los demás caen en la tentación de repetir el beso que traiciona y las doce monedas que terminaron en tragedia.

 

 

 

8ª Estación: Jesús consuela a las hijas de la ciudad. Nadie se salva. El espectro totalitario es una gran noche que se cierne sobre todos nosotros. Un castigo que asola y determina el monto del daño infligido. Todo es colapso y deterioro. Nadie puede sentirse al margen. Todos estamos participando de un atroz sorteo en el que la ganancia es el sufrimiento, la represión, la persecución, incluso la muerte. Oh Señor, ¿por qué se enciende tu ira contra tu pueblo, que tú has sacado otras veces de la tribulación con gran poder y con mano fuerte? El condenado pasa y observa el dolor de quienes se conmueven, pero que no hacen nada por resolver la trama de injusticia. Pueden disfrutar del ejercicio cómodo de la conmiseración, sin sentirse realmente comprometidos. Pero el mal totalitario se come incluso a sus hijos dilectos. El que pronto va a morir advierte: No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos… Pues si al árbol verde le tratan de esta manera, ¿en el seco qué se hará? Desgraciados los que no se inmutan y se plantan contra la iniquidad. Ellos, llegado el momento, serán también víctimas.

 

 

 

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez. ¿Ves el mundo? ¿Aprecias toda esa capacidad de ejercer poder y dominio? Todo el poder te será dado. Todo el poder lo compartiré contigo si me reconoces, si postrándote delante de mí, me adoras. Todo este dolor pasa rápido. Es cuestión que aceptes a esta constituyente, el socialismo eterno, la sagrada palabra del líder supremo, los arcanos del cuartel de la montaña, los dogmas del comunismo cubano, los intereses del narcosistema, las conjuras del terrorismo. Tanto que te podemos ofrecer por tan poco. ¿Ves el mundo? ¡Será absolutamente tuyo, nuestro, mío! ¿Te atreves? ¡Ven y fúndete en nosotros!

 

 

 

10ª Estación: Jesús despojado de sus vestiduras. Pedro está resistiendo la embestida. Ha visto como sus hijos han partido buscando nuevos horizontes. Ha debido soportar el cierre de la empresa donde trabajó los últimos quince años. Ha visto morir a su madre, abandonada a su suerte en un país sin medicinas y sin hospitales. Está viviendo esa soledad que produce la miseria y la competencia por sobrevivir. Así, desnudo de posibilidades, despojado de cualquier compañía, abandonado a la soledad, dejó de ser alguien para ser nadie. Ahora el socialismo lo ha convertido en un marginado, sometido al escarnio del desprecio. Ya no hay paraíso que se pueda soñar. El socialismo del siglo XXI se juega a la suerte el destino de toda esa dignidad perdida. Ahora yace desnudo y avergonzado. Desnudo vine a este mundo, y desnudo saldré de él. El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor!

 

 

 

11ª Estación: Jesús clavado en la cruz. Antonio despertó en medio de la noche. “Ya no duermo, y no es porque me duela más, o porque el dolor se aplaca para ceder su espacio a la advertencia cruel del que sabe que está muriendo”. Desde lo alto de la madrugada lo ve todo claro. Un país sumido en el silencio que provoca el miedo y esa impostura de resignación del que se sabe vencido por anticipado. Las manos extendidas, como si estuvieran efectivamente sometidas por el clavo a la madera, la respiración acelerada por la angustia de todo lo que queda sin resolver. ¿Ha llegado el momento de perdonar o se debe esperar el tiempo de la justicia? Antonio sabe que él, como muchos otros, es testimonio de lo que nunca más debería suceder, pero que sucede cada vez que el hombre cede. Ya es tan tarde que la oscuridad amenaza con no cesar nunca más. Oh Señor, llévame contigo, allá donde el horizonte no tiene más allá, y la tierra se precipita en un suave azul.

 

 

 

 

12ª Estación: Jesús muere en la cruz.  ¿Quieres un testimonio más determinante que mi propia muerte? Soy ese joven envejecido por la desesperanza. Soy esa mano cansada que se levanta para exigir el cese de tanta injusticia. Soy la audacia temeraria con la que me enfrento a la agresión que aplasta mi voz y allana mi vida. Soy esa mirada invicta. Soy ese cuerpo torturado, violado, mancillado, manoseado y maltratado por la fuerza pura y dura, ejercida con brutalidad y practicada con ese odio primordial. Soy ese cuerpo caído, abandonado, vencido, abaleado, o simplemente exhausto de tanto esperar esa justicia que prometieron pero que no llegó a tiempo. No lloren por mí, ni por ustedes. No lloren, luchen por los que no pudimos. El justo desaparece y a nadie le llama la atención; la cruz no es obvia. El monte no está a la vista; los hombres de bien son arrebatados por un mal al que nos estamos acostumbrando. Nadie comprende que el justo es arrebatado a consecuencia de la maldad. Pero algún día llegará la paz. Ese día podremos descansar.

 

 

 

13ª Estación: Jesús en brazos de su madre. Los cuerpos de seguridad lo aniquilaron. Quiso entregarse y no se lo permitieron. La fuerza de la insensatez se impuso. El cuerpo era la evidencia del despropósito que narraba la desmesura de una violencia indescriptible e inútil. El permitir su velorio solo iba a ratificar la pretensión infame del asesino que con sus excesos tergiversó el significado de la justicia. Están muertos, y sus mujeres apresadas, torturadas y amedrentadas. Sus hijos, escondidos, tratando de evadir la artera arremetida del exterminio. Que no quede memoria es el mandato. Muy temprano sacaron su cuerpo para enterrarlo sin que la madre pudiera ver al hijo, y el cuerpo inerte del hijo pudiera recibir de su madre la última caricia, el recuerdo del niño frágil que terminó siendo. No hay abrazo póstumo, ni una última lágrima. El crimen apura los pasos y devora las costumbres. Los gemidos son mi alimento; mi bebida, las quejas de dolor.  Todo lo que yo temía, lo que más miedo me causaba, ha caído sobre mí. Señor, que tú seas mi venganza.

 

 

 

14ª Estación: El cadáver de Jesús puesto en el sepulcro. ¿En qué consiste este encierro? ¿Por qué el país parece una cárcel de la que no podemos salir? ¿Por qué sufrir la pesada piedra que nos sepulta en este abismo sin derechos? ¿Por qué padecer la muerte en vida de aquellos que no tienen otra libertad invicta que sus sueños de volver a ser libres?  En el sepulcro yacen los que se dieron por vencidos, los que dejaron de sonreír, los que se amargaron, los que cayeron víctimas del cinismo, los que quieren irse, pero no pueden, los que simulan una adhesión que no sienten, los que cedieron a la tentación y ahora están entrampados. Oscuridad y silencio esperando esa chispa que todo lo encienda. Señor, haz que de la oscuridad resplandezca la luz.

 

 

 

 

15ª Estación: Jesús resucita. Dios es la vigencia de la libertad, el esplendor de la justicia y el que le otorga significado a nuestros sufrimientos. El peor de los sufrimientos del hombre es la experiencia del mal. Por eso, la esencia del coraje es intentarlo todo para que el mal no prevalezca, porque cuando el mal prevalece el hombre sufre las consecuencias. Nuestro propio camino es el testimonio de esa ausencia de Dios que ha cedido todos los espacios a su contrario. Por eso, todos estamos llamados a participar del esfuerzo cotidiano que significa luchar por la verdad. En eso consiste la cruz que todos los días cargamos sobre nuestros hombros, las tentaciones que en el transcurso sufrimos, la soledad que nos agobia, y el dolor que sentimos por los que no aguantan este trecho de tantos sufrimientos sin que se les encuentre sentido. No debemos ceder a la angustia primordial que significa el saber que estamos invirtiendo nuestras vidas en la experiencia. Tal vez solo seamos semilla de un nuevo renacer. Tal vez nuestras lágrimas abonen millones de sonrisas, miles de abrazos y centenares de sueños. Los de nuestros hijos, herederos de esta tierra y beneficiarios de nuestros afanes. Que no nos perturbe la muerte, la oscuridad, el silencio y la perplejidad. Dios está con nosotros.

 

 

 

Víctor Maldonado C

@vjmc

El acólito turiferario

Posted on: marzo 19th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Hay actualmente una epidemia de una vieja perversión política consistente en la adulación contumaz. Y una incapacidad para la autocrítica que impide cualquier posibilidad de mejorar lo que actualmente se está haciendo muy mal. Los malos gobernantes se encubren detrás de los aduladores. Los malos políticos ahora fomentan una pléyade de lisonjeros a tiempo completo que obstaculizan cualquier debate sobre la conducta y resultados de los dirigentes. Estos profesionales de la marrullería los han convertido en el objeto de su adoración perpetua, y los defienden con obsecuente y fundamentalista beatitud. En el camino se ha perdido la capacidad de discernir y de valorar los resultados de su gestión o la calidad de las propuestas. Todo fluye por otros senderos, por los caminos de la incondicionalidad y de los cheques en blanco, terminando en decenas de certámenes estériles que nada tienen que ver con el país sino con la necesidad de sobrevivencia de una farsa donde concurren tanto la necesidad del aplaudido como la del que aplaude. Unos y otros necesitan, al parecer, del halago prepagado, y de las puestas en escena donde los principales arriban “en olor de multitud”, tienen respuestas para todo, y cuentan como respaldo con un coro de entusiastas zalameros que reaccionan de inmediato a las inflexiones oratorias de sus discursos. Pero eso no es lo más peligroso. El verdadero peligro es que los políticos terminen creyéndose infalibles e intocables.

 

 

 

En algún momento comenzamos a creer que todo era posible. Que un militar de repente se transformara en un perfecto filósofo renacentista, o que un chofer de autobús terminara siendo experto economista, eminente historiador, magnífico orador y atinado estratega. La adulación tiene como objetivo el nublar las mentes y capacidad de análisis de los auditorios. Hasta que la realidad hace su entrada triunfal y se encarga de pasar las cuentas. Es en ese momento que nos damos cuentas de la inmensa farsa en la que algunos están involucrados, y otros están más que comprometidos. Sucede que la oferta de felicidad y socialismo no era ninguna otra cosa que gasto irresponsable y una inmensa voracidad de poder. O que los arrebatos patrióticos escondían un entreguismo alucinante del cual se favorecieron los hermanos Castro y su régimen comunista. O que las recurrentes visitas de Evo Morales y la pandilla del Alba no eran otra cosa que una muy económica forma de hacerse con unos dólares. Venían, aplaudían, gritaban vivas a la revolución, volvían a aplaudir, se calaban las largas peroratas del anfitrión y al final de la jornada salían con las alforjas llenas. Esa izquierda exquisita sabe cómo ganarse unos reales.

 

 

 

Hacia el interior del régimen opera la misma condición. Vemos cómo en cualquiera de los diversos programas y cadenas presidenciales ocurre lo mismo. Llama la atención que en todos ellos se pase lista, y que los altos mandos se paren firmes cuando los nombran. Pero lo más patético es cuando les corresponde bailar, o reírse de los supuestos chistes de los protagonistas. Todo ocurre de acuerdo con el guión, y a los que les toca el indigno papel de comparsa adulante se les nota el esfuerzo en pasar por verdad lo que es una inmensa mentira. El país reducido a la indignidad que gobierna. No dejemos por fuera lo que ahora ocurre en los desfiles militares, la caricatura de una fidelidad a la patria, al régimen y a sus cabecillas que luego no terminan de cuadrar a lo largo de la ceremonia. La adulación tiene en estos casos un himno para cada uno de ellos, los vivos y los muertos, los que fueron y los que ahora siguen siendo. Cada problema no abordado termina también reducido a un lema, como aquel que dice que “el sol de Venezuela sale por el esequibo”, sin que ello signifique que detengan la ceremonia y todos los efectivos salgan de inmediato a defender un territorio que todos dan por perdido.

 

 

Todos saben que en ese intento de mutua adulación, PDVSA pasó a ser del pueblo. Pero la verdad es que ahora los ciudadanos son más ajenos que nunca a esa oferta propietaria. Y desde que se estatizaron las empresas “básicas” y muchas otras más, menos privilegios se han obtenido. Sin embargo, la lisonja como sistema se ha encargado de mantener la falsa apariencia de que esas empresas son la garantía de la prosperidad del pueblo. Mientras eso es lo que dicen por televisión, lo que realmente ocurre es que los más pobres están comiendo basura y pensando cómo salir del país para no morirse de mengua. Los aduladores nunca darán su brazo a torcer. Nunca reconocerán que esa es la realidad. Por eso prefieren la mortandad a tener que reconocer que el país pasa por una crisis que requeriría un canal humanitario, y que, si es cierto que necesitamos de todo, porque aquí nada se produce.

 

 

 

Los aduladores también saben guardar silencio. Las estadísticas de la debacle dejaron de publicarse. E inventaron una situación de emergencia tal que es imposible decir la verdad. ¿Quiénes serán los redactores de esos informes y notas oficiales que aluden constantemente a guerras económicas, bloqueos imperiales, confabulaciones de las oligarquías latinoamericanas, e infundios de los enemigos del pueblo? ¿Quiénes perpetrarán las mil y una fábulas llenas de atentados, magnicidios, intentos de golpe, invasiones y variaciones del mismo tema que luego la citada corte de fanáticos repite como si fueran ciertas? ¿Hablan ellos de escasez, de hiperinflación, de hambre, enfermedad, fallas en los medicamentos, o del paludismo que está a días de enseñorearse en Caracas? Guardan silencio porque de eso se trata la adulación inteligente. De saber lo que pueden decir, lo que no pueden decir, lo que tienen que repetir, y la realidad a la que deben aludir. Ser un adulante profesional requiere esa disciplina que les permite sortear el peligro que significa ser descubiertos.

 

 

Pero la política no es eso. No se reduce a la seducción del líder, o la complicidad con sus fraudes. La política es otra cosa. Es no dejar pasar al emperador desnudo. Es no caer en la tentación de aplaudirle sus magníficas vestimentas, que en realidad no existen. Es mantener un compromiso con la verdad y asumir el riesgo de dar testimonio sobre lo que efectivamente está ocurriendo. La verdad es parte de la dignidad que se exige al ejercicio republicano de la política. Verdad, integridad, coraje y compromiso son el cuarteto virtuoso sobre el cual se funda el esfuerzo de allanar el camino a la libertad. El político tiene que practicar la autenticidad y correr el riesgo. Está destinado al fracaso el que se inserta en la mentira y se encubre detrás de una multitud de incondicionales. Se convierte en parodia el que termina por creerse sus puestas en escena, llenas de falsos aplausos, de malas consignas y de pésimos performances. Y los que juegan a la desmemoria. Los que se creen teflón a la hora de resbalar sus errores. Los que se barnizan de un conocimiento que realmente no tienen, para intentar ser lo que no son.

 

 

Pero detrás de cada político seducido por su propio ego se encuentra alguien dispuesto a ser su acólito turiferario, dedicado a ofrecerle incienso, siempre presto a la genuflexión indebida, y a ser parte de una procesión donde el protagonista es siempre un ídolo con pies de barro. Por la obstinación de estos sacristanes del humo del halago muchos personajes se han mantenido a pesar de que al momento de pesarlos y medirlos siempre resulten fallos. Pero ¿es que acaso nosotros somos todos víctimas de un clima de adulación universal? ¿No aplaudimos demasiado temprano, demasiado fácil?

 

 

 

Uno de los momentos culminantes de la película Quo Vadis es cuando Petronio escribe su última carta a Nerón. Tiene la belleza del que prefiere morir antes que seguir siendo parte de la cuadrilla de “jaladores” que servían incondicionalmente las infatuaciones artísticas del emperador. “Escuchar tu música, oírte declamar versos que no son tuyos, desdichado poetastro de suburbio, son cosas verdaderamente superiores a mis fuerzas y a mi paciencia, y han acabado por inspirarme el irresistible deseo de morir. Roma se tapa los oídos por no oírte, y el mundo se ríe de ti y te desprecia. En cuanto a mí, no puedo continuar avergonzándome de tu insignificancia, ni aunque pudiera lo querría. ¡No puedo más! Salud, augusto, y no cantes; asesina, pero no hagas versos; envenena, pero no bailes; ¡incendia, pero no toques la cítara! “Estos son los deseos y el último consejo del Arbiter Elegantiorum.”

 

 

La desesperada y postrera solicitud es también un despojo hacia el flanco correcto de la política. Decir la verdad, evitar los excesos y recordar que el poder no nos hace superhombres. ¿Cuantos errores no nos ahorraríamos si en lugar del coro fácil de los aduladores tuviéramos ciudadanos con coraje? ¿Por qué no concertamos una última consigna y nos aunamos en la petición que implore “por un país sin jalabolas”?

 

 

 

Víctor Maldonado C
@vjmc

¿Podrá renacer la república?

Posted on: marzo 12th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

La república civil ha muerto. El socialismo del siglo XXI se ha convertido en un entramado de intereses que se entretejen hasta lograr asfixiar cualquier intento de libertad y derecho. Los efectos están a la vista en la represión, la primacía del socialismo policial, el racionamiento y la debacle de la dignidad humana usada como palanca para lograr la servidumbre de la nación. Pasamos a ser una ficción en la que todavía alucinan los resquicios de una oposición que prefirió ser contraparte estable y no ruptura definitiva.

 

 

Sin embargo, el colapso sigue su curso y no hay alternativa a la debacle del régimen. Se hundirá y en su síncope arrastrará consigo la orquestación colaboracionista, la complicidad de los mandos militares, los negociados que arruinaron al país y la fábula del bienestar socialista. Todos ellos formarán parte de un repudio inconsciente, de un esfuerzo para que nunca más caigamos en la felonía caudillesca que, por quedarse en el poder para siempre, es incluso capaz de entregar soberanía y recursos a otro país.

 

 

Algún día toda esta tragedia pasará y tocará a los supervivientes responder interrogantes y actuar en consecuencia. La primera de ellas no es retórica ni meramente legalista. Superado el socialismo ¿podemos restaurar la república invocando la misma constitución que la abrogó, o necesitamos una nueva constituyente? ¿Y si regresamos a la constitución de 1961? Ninguna de ellas nos saca del yugo de un estado fuerte, propietario indebido de los recursos del país, oferente de un conjunto de derechos que no se pueden cumplir, excesivamente centralista, negador de la aspiración federalista y excesivamente presidencialista. Esas constituciones restringen el libre mercado, recelan de los derechos de propiedad, delimitan el emprendimiento y colocan al gobernante en la posición de ser mejor que el resto de los venezolanos. Ellas pretenden un país rico cuando es lo contrario, y asumen como proyecto a seguir el capitalismo de estado, error de fatal arrogancia, que ahora nos tiene al borde de la quiebra, si no es que más allá de ella. Necesitamos una constitución nueva, en la que se pacten límites al gobierno, se replantee el rol de las FFAA, se garantice estabilidad económica y donde el populismo no sea la ideología oficial.

 

 

Y en la transición deseable, ¿cuál es la legalidad que se puede invocar? Se recibirá un país arruinado, violentado, devastado en los servicios públicos, sin instituciones confiables, y tomado por grupos de delincuencia organizada. ¿Cómo se puede garantizar la gobernabilidad de un régimen de transición? ¿Cómo se puede decidir con rapidez, eficacia y respetando los derechos de las gentes? Esto solo será viable con un gobierno de unidad nacional que permita presuponer los acuerdos necesarios para sacar al país del foso. No es un pacto para repartirse el poder sino para sacar adelante un proyecto de país estable y capaz de progresar. Probablemente haya que actuar en el marco de la sensatez para pasar del desgobierno a un gobierno que quiera y pueda resolver problemas hasta llegar a un mínimo aceptable: Seguridad creciente, estabilidad económica progresiva, y restablecimiento del estado de derecho.  Hay que refundar el poder judicial, reconocer la autonomía del parlamento, derogar la legislación de la tiranía, y reactivar la economía privada mediante el establecimiento del libre mercado y el reconocimiento de los derechos de propiedad.  Que no se nos olvide señalar el deber moral de decretar una amplia amnistía que libere a todos los presos políticos, los civiles y los militares, los que son de nuestro gusto y los que no lo son. No podemos transformar esa promesa en una nueva parodia.

 

 

 

Hay que decirlo. Se recibirá una tragedia humanitaria en lugar de un país con posibilidades. Habrá que atender la urgencia y sentar las bases de una recuperación estable. Solo una economía de mercado permitirá reencontrarnos con el sendero que lleva al progreso. Empresas, producción y empleos son el triángulo dorado de la prosperidad. Y mientras más rápido se decida, más rápida será la recuperación.

 

 

En muchos aspectos habrá que comenzar de cero. El daño institucional es mayor. El abandono de la función de gobierno y su sustitución por el diletantismo ideológico y la lógica mafiosa hacen que muchas entidades luzcan inservibles. Ese va a ser el desafío a la hora de restablecer el orden público, porque los cuerpos policiales tendrán que ser revaluados integralmente. El indicador de éxito será la derrota de la impunidad y el abandono de la política de raseros múltiples aplicado por la revolución. No se puede obviar el esfuerzo pedagógico para evitar que haya un retroceso fatal. Tiene que instrumentarse una “comisión de la verdad” y mecanismos de justicia transicional que acompañen el esfuerzo de rescatar la decencia y la probidad. Ojalá que la pedagogía política intentada permita determinar quiénes son los enemigos de Venezuela, de su libertad, democracia, independencia, soberanía, dignidad y justicia, para denunciarlos y apartarlos definitivamente. El continente tiene mucho que aprender con nuestra experiencia.

 

 

 

Una fiscalía independiente, nombrada a título temporal, deberá garantizar el debido proceso y la vigencia de los derechos humanos. La firmeza en el combate a la delincuencia no puede llevarse por delante el derecho a la vida y la preeminencia de la justicia. Este tipo de designaciones implica nuevos aprendizajes institucionales. No se trata de intentar negociar cuotas partidistas. Se trata de intentar consensos sobre personas cuyo mandato sea provisto de independencia y autonomía institucional.

 

 

 

Otro proyecto urgente es “la descubanización” de las FFAA y los sistemas de registro público e identidad. Terminada la fatal intervención castro-comunista las instituciones deberán volver a su espacio natural de servicio público. El militarismo empresarial tiene que concluir. El control de información sensible por parte de los cubanos tiene que eliminarse. Y probablemente se deba hacer otro registro de identidad, para superar la malversación de cédulas y pasaportes.

 

 

 

Respecto al capitalismo de estado hay que ser realistas. ¿Podemos financiar un gobierno que tiene más de quinientas empresas quebradas y más de 2,7 millones de empleados públicos? Este socialismo acabó con esa ilusión. La nacionalización de activos productivos que comenzó hace cuarenta años terminó en esta ruina que ahora experimentamos. PDVSA es la mejor representación de lo que nunca más debe ocurrir.

 

 

 

Hay que intentar rescatar los recursos saqueados. Esa tarea debe comenzarse de inmediato y no cesar hasta que tengan perfectamente mapeados donde están y quien los tiene indebidamente. Esos recursos son necesarios para reconstruir la infraestructura del país y recomponer la economía. Identificar a los saqueadores, neutralizarlos y llevarlos a juicio tiene que convertirse en parte del esfuerzo de restaurar la soberanía nacional. Pero no podremos hacerlo solos. Necesitamos cooperación internacional para que se haga justicia y también para evitar que esta tragedia se repita.

 

 

 

Rescatar a Venezuela va a requerir de un gran apoyo continental. Nuestro país ha sido entregado de facto a intereses geopolíticos que nada tienen que ver con la democracia y la libertad. Sacarnos del trance exige, por lo tanto, de un esfuerzo sostenido para librar a américa latina de los peligros del terrorismo, la delincuencia organizada en mafias, la penetración del comunismo en alianza con los integrismos, y por supuesto, la guerrilla transformada en negocio trasnacional.

 

 

 

Son muchos los desafíos de la primera etapa. Todos parecen urgentes. Todos forman parte de un acertijo que si no se resuelve apropiadamente va a terminar por condenarnos a ser un crónico país fallido. Por eso es tan importante tener las metas claras y a la mano los acuerdos mínimos para darle viabilidad a nuestro futuro. La transición será menos turbulenta si nos hemos paseado por el desafío de recomponer un país cuando ha sido arruinado, violentado, saqueado y tomado por fuerzas e intereses hostiles. Y cuando las instituciones esenciales han traicionado a la patria. Por eso es por lo que solo tiene sentido una unidad de propósitos, que piense en términos del fin que aspiramos y los medios para conseguirla.

 

 

 

Por último, debemos preocuparnos por la estabilidad. “Soy Venezuela” ha propuesto su proyecto “Venezuela tierra de gracia” en la que visualiza un país donde rigen diez consensos esenciales. Todos ellos van en la dirección de deponer la tradición de los gobiernos que dicen ser fuertes pero que son pasto de los personalismos y el faccionalismo que al final trae como consecuencia una nueva temporada de inestabilidad. Hay que apostar a las instituciones, la vigencia del derecho, y, sobre todo, aprender a vivir con gobiernos limitados pero eficaces, no patrimonialistas, y por eso mismo, inhabilitados para aplastar nuestra libertad. El gobierno no puede seguir siendo visto como un botín, sino como una oportunidad para proveer de libertades y prosperidad a los venezolanos. La no reelección es por eso, el principio de cualquier cambio institucional que nos propongamos.

 

 

 

¿Podrá renacer la república? Sin duda, pero solos no podemos. En su momento requeriremos de todo el apoyo posible para refundarla. Y de toda la coherencia y determinación que podamos aportar. Lo demás vendrá por añadidura.

 

 

 

Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

 @vjmc

 

 

@vjmc

 

La unidad como espectáculo

Posted on: marzo 5th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

No hay dictadura sin puestas en escena, porque la realidad es tan atroz que resulta improcesable a los ojos de los ciudadanos. Los tiranos saben que el esfuerzo central asociado a su propia supervivencia es que los demás vivan la paradoja sin disonancias rupturistas. Los proyectos totalitarios tienen claro que dependen de que la gente se acostumbre a creer lo que ellos dicen, independientemente de lo que les digan las tripas.  Pero eso no se logra sin haber implantado antes un gran sistema de colaboración, represión y fraude. Por ejemplo, no ver la jugada espeluznante de la negación sistemática es una exquisita forma de colaboración, la de “los edulcoradores de oficio”, que siempre tendrán a mano el salvavidas del que se puede aferrar el socialismo del siglo XXI para no develarse definitivamente. Son ellos los adalides de las “semi-democracias”, “regímenes no-democráticos” y otras aberraciones discursivas. También se inscriben allí los que ruegan por “unas semi-condiciones mínimas” para ir a las elecciones, los que dicen “defender espacios”, los “votistas fundamentalistas”, las imposturas de la izquierda exquisita y los que simulan una unidad que no existe.

 

 

 

Los más ingenuos de entre nosotros están esperando que el régimen decida, un buen día de estos, proclamarse dictadura marxista leninista, feroz y tiránica. O que reconozca la existencia de presos políticos, la violencia paramilitar, la repartición del país con grupos delincuenciales, la trampa y el ventajismo sistemático, o simplemente asumir que ellos son los culpables del hambre y la enfermedad desgarradora. Ese no es su oficio. Es otro, mantenerse en el poder, sobrevivir a cada desplante democrático. Superar cada crisis de legitimidad. Sobrevivir al bloqueo. Inventarse todos los días una excusa. Imponer la mentira como la única verdad aceptable, y captar todos los días nuevos y diversos secuaces. Los que piensan que llegado el momento el régimen se va de revelar contra su propia naturaleza, y va a cometer suicidio, son unos cándidos pertinaces.  No lo va a hacer y le hacen un flaco favor a la verdad los que mientras tanto pretenden que el régimen se comporte como un demócrata, o funcionan como comparsa de esas engañifas tan propias de las épocas que vivimos. ¿Cándidos o cómplices de una charada?

 

 

 

Tal vez no podamos entender perfectamente lo que estamos diciendo sin antes pasearnos por las tesis de un filósofo marxista, Guy Debord, para quien “todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”, pero con guión propio. Vargas Llosa, en su libro “La civilización del espectáculo” abundó en su pensamiento para escudriñar certezas como “la ilusión de la mentira convertida en verdad” que intenta ser un orden social sustitutivo de la realidad al lograr que todo se reduzca a “una representación en la que todo lo espontáneo, auténtico y genuino ha sido sustituido por lo artificial y lo falso”. Para el intelectual francés se ha aniquilado “la verdad de lo humano” y el ciudadano está sometido a presiones intensas para que acate sin rechistar “la dictadura efectiva de la ilusión”. De acuerdo con sus argumentos, la unidad sería, en este sentido, una mercancía más. ¿Pero por qué una ilusión y no una realidad?

 

 

 

Claro que Vargas Llosa no se queda con las elucubraciones de Debord. Cuando intenta dilucidar qué es esta civilización del espectáculo termina caracterizándola como “la de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”. Excelente y tajante como siempre acostumbra Vargas Llosa.

 

 

 

Ahora podemos responder a las preguntas que dejamos pendientes. La unidad como espectáculo, que se tramita como un evento, que se produce como si fuera una puesta en escena, sufre la misma superficialidad porque forma parte de la misma cultura de la evasión. La unidad ha devenido en sensación y es tan excusa como “la guerra económica”.  El concepto ha perdido contenido para terminar estancado en la puerilidad, la futilidad, la patraña y los desplantes. Asumida así, es más un lema de campaña desgastado y usado con mucha deshonestidad que una práctica cotidiana con la cual se pueda salir adelante. La unidad es usada como invocación cada vez que se sufre una aparatosa derrota y es tirada al albañal cada vez que se obtiene algún triunfo. Ha sido degradada a ser un artículo desechable y asumida como algo que está al margen de cualquier compromiso que se deba honrar ulteriormente. Como siempre es bueno ilustrar con ejemplos, podemos argumentar que aquí en Venezuela los que ganan montados en la unidad y su tarjeta, gobiernan después en exclusiva con sus partidos. ¿Eso no les dice algo?

 

 

 

 

La gente pide desesperadamente unidad, como si su sola invocación pudiera hacer milagros. La gente exige unidad como si ella fuera una bolsa donde cupieran amuñuñadas las extravagancias, los egos, las agendas y los puñales de todos los intereses diversos que malviven en las antípodas del régimen. La gente entiende la unidad como la conformación de una fuerza, como la confluencia de esos muchos que aplastarían numéricamente al contrincante. La gente exige multitud como demostración de unidad, aunque no haya un solo acuerdo, un solo pacto, una mínima norma de convivencia, un objetivo compartido, un único propósito, la definición armoniosa de rutas, medios y fines, la organización de una única empresa y, sobre todo, el tipo de país que entre todos podemos armar. Nada de eso existe en esa bolsa. Por eso, dentro de esa bolsa habrá multitud, una versión injuriosa de Babel, pero nunca unidad. Pero estamos claros que la gente clama por el espectáculo de la unidad. Y quiere lo que sea que se le presente así. Luego sumará decepciones a las que ya tiene. Pero así funcionan las telenovelas más exitosas.

 

 

 

Y eso es efectivamente lo que le van a dar de nuevo. La Mesa de la Unidad Democrática, acostumbrada a sus desafueros autoritarios, torre de babel política en la que poco se sabe de sus procesos de decisión, titular de errores seriales que convierten triunfos en derrotas, ahora que sabe que está en su ciclo menguante, vuelve a invocar la unidad, cuando hace pocas semanas se imponía con el criterio del diálogo, usando todas las reservas de prepotencia que aun le quedaban. En esa ocasión ya comenzó a compartir la suerte de su propio naufragio con una sociedad civil designada a dedo, que fue malversada en una violenta y unilateral vocería donde no faltaron descalificaciones, intimidaciones, insultos e insolencias dirigidas a todos aquellos que se atrevían a señalar el error o la tibieza de sus proposiciones. ¿Recuerdan las interminables discusiones sobre si estaban ganando o perdiendo el tiempo? Ese espectáculo dado en las parodias dominicanas, una trágica farsa, terminó con la fase pública de unas discusiones que al parecer no concluyen aún. ¿Quién los empoderó? ¿Cómo se invistieron de la representación nacional? Nadie es capaz de explicar el asunto, así como ninguno de ellos está dispuesto a señalar por qué defraudaron el mandato del 16J, cómo hicieron para desintegrar la autoridad moral de la asamblea nacional y quién mandó a Julio Borges a otra gira por América Latina.

 

 

 

Como vivimos la cultura del espectáculo, entonces la unidad tiene que ser una puesta en escena, un evento, donde todos concurran, donde el aplauso esté asegurado, y donde el esfuerzo unitario de las diversas expresiones de la sociedad reciba como mandato “el nuevo paquete de la unidad”. Dicho de otra forma, en el espectáculo que se está montando, unos pocos, los de siempre, decidirán quienes, y cómo se van a hacer las cosas, y el resto tiene el compromiso moral de acatarlos entusiastamente. De la misma forma que el libre pueblo de Corea del Norte aplaude cuando debe, sonríe cuando los mandan, lloran si es necesario, y demuestran con todas las fibras de su cuerpo la adhesión, la fusión espiritual con el caudillo que los gobierna. Eso se llama “democracia popular”. ¿Será que estamos practicando desde ya la misma metodología y el mismo tipo de entretenimiento?

 

 

 

Esa unidad de comparsas, cheques en blanco, decisiones tomadas por el mismo cogollo, ahora algo ampliado, y la cultura de los hechos cumplidos que deben acatarse, es una puesta en escena que tiene el mismo tenor autoritario e inútil que las correspondientes al tirano del socialismo del siglo XXI. En ese sentido son tal para cual.

 

 

 

¿Qué es la unidad? Es alineación de objetivos y capacidad para instrumentarlos. La unidad es ante todo un acuerdo sobre lo que hay qué hacer y cómo hacerlo. Si eso no está acordado estamos haciendo mal el trabajo. La unidad es, por ejemplo, decidir de una buena vez que se cerró el ciclo electoral porque esto es una dictadura marxista. Es también denunciar al socialismo como expoliador de la libertad y la dignidad del ser humano. Es dejar el coqueteo infame y degradante con un diálogo que no existe, aunque algunos cobren dividendos por mantenerlo vigente. La unidad es coherencia en la conducción. Y en el caso de la política, la construcción de un consenso sobre quien va a ejecutar, a quienes va a rendir cuentas, y como se le va a hacer seguimiento. La unidad que necesitamos no puede ser el resultado de una suscripción de acciones basados en resultados pasados que hoy no tienen ningún asidero. La unidad que necesitamos no puede delegar en ejecutivos que no se reconocen en esa unidad y que son y seguirán siendo secuaces de un solo partido, de un grupo de ellos, o sea, de intereses particulares, que siempre terminan confiscando el esfuerzo hasta hacerlo una eficaz degradación de las expectativas de los ciudadanos.

 

 

 

La unidad que necesitamos necesita acordar una estrategia univoca.  No puede seguir expuesta a los caprichos de los líderes políticos y al cálculo de sus ganancias subalternas. No puede depender del humor de Ramos Allup, de los cálculos de Rosales, de las apuestas de Capriles, y tampoco puede estar pendiente de la última extorsión intentada contra Leopoldo. La unidad tiene que definir una ruta, unas prioridades, unos aliados, y también debe desprenderse de los que traicionan los acuerdos. La unidad que necesitamos no necesita tanto pescueceo y si requiere respetar los espacios bien ganados de algunas organizaciones como el Foro Penal, indebidamente maltratado por esa unidad que solo ha logrado quebrantar la integridad de una institución tan útil. La unidad necesita definir metas, indicadores de gestión, determinar un presupuesto, integrar un grupo de trabajo, establecer una vocería, y aclarar qué es lo que está buscando. La unidad no puede ser la que censura, depone, excluye y maltrata liderazgos naturales, sencillamente porque ellos no quieren reconocerlos. La unidad no puede trabajar con recursos que no comparte, mandando a hacer encuestas que favorecen a unos y desprestigian a otros. Esa unidad no puede seguir siendo la macolla de los mismos de siempre, y de los que ahora se suman, pero con la misma forma de pensar y de actuar.

 

 

 

Dicho esto, debe quedarnos claro que si la unidad que ahora se pretende relanzar es solo un evento realizado en el aula magna de una universidad, estamos cayendo de nuevo en el fraude de una puesta en escena, de un espectáculo banal y pueril que degrada la política y es poco útil para los ciudadanos. Eso no es unidad. Es simplemente el disfraz detrás del cual lo mismo quiere pasar por novedoso. Estamos a la mitad del juego. Han ocurrido cosas. Se han cometido errores. Se ha botado el juego más de una vez. Han jugado cerrado los que nunca han ganado. Han provocado y han defraudado. Por eso, hoy más que nunca se requiere un barajo de lo que hasta ahora se está haciendo. Los mismos que han fracasado y nos han hecho perder el tiempo no pueden seguir al frente, ni ellos ni por mampuesto. La unidad no es una sensación, no es una emoción, no es un éxtasis. Son un conjunto de expectativas que se han alineado para tomar decisiones eficaces. Hoy más que nunca se requiere un relevo y una explicación al país. Deben reconocer que cometieron fraude a la confianza del país el 16J. Y pedir excusas. Y ceder la dirección. Deben reconocer que cometieron fraude a la confianza del país el 19J. Y pedir excusas. Y ceder la dirección. Deben reconocer que se equivocaron al perder el tiempo en las parodias dominicanas. Y que se solazaron en la ofensa y la descalificación. Y pedir excusas. Y ceder la dirección. Deben reconocer que nunca debieron siquiera pensar en ir a elecciones. Que nunca debieron hincarse ante la ANC. Que nunca debieron tener en la mesa de negociación el reconocimiento del fraude constituyente. Que nunca debieron negar y renegar del apoyo internacional y de las sanciones. Que nunca debieron ser tan permisivos, colaboradores y con tan poco coraje como se comportaron en fechas recientes. Que la guinda de la torta fue el besito a Delcy, porque era solo eso, un espectáculo en el que ellos mostraron que el rol que dijeron asumir lo tergiversaron hasta hacer de esa novela una ofensiva tragedia. ¿A quien le interesa una unidad declarativa? ¿A quien le gusta una supuesta unidad que va en sentido contrario a la sensatez?

 

 

 

La base del país no quiere más esa unidad. Por más que llenen todos los asientos con partidarios disfrazados de sociedad civil. Por más que cuenten con el beneplácito de instituciones reconocidas que de buena fe están intentando hacer algo. Lo que así se haga nunca será algo más que una escena mil veces interpretada si no responden con claridad cómo van a dejar de ser lo que hasta ahora han sido, para comenzar a ser lo que nunca han podido. Termino con un aserto de Mario Vargas Llosa: “En la civilización del espectáculo el cómico es el rey”. ¿Y no será que convertimos la política en un circo?  Si es así, mejor desmontar las carpas y exponernos a la luminosa realidad.

 

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

Twitter: @vjmc 

 

 

 

 

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