La debilidad del socialismo

Posted on: septiembre 3rd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

Un régimen es débil si carece de opciones para manejar una crisis. Y mucho más si le toca administrar un sistema envilecido, colapsado y a punto de provocar un punto de quiebre capaz de derrumbarlo definitivamente. Un régimen es muy débil si todas sus apuestas tienen como única base de sustentación el uso indiscriminado de la fuerza y la represión para tratar de “controlar la realidad” y someterla a sus propios designios.

 

 

 

No se puede confundir el uso de la fuerza bruta y la imposición de un régimen tiránico, con fortaleza institucional y legitimidad. Al socialismo del siglo XXI nadie lo quiere, carece de aprecio social, nadie cree en su validez, y todos los días es refutado empíricamente. Ellos dicen una cosa, pero los apagones dicen otra totalmente contraria. Y no sólo es la crisis eléctrica. Es la crisis de efectivo -a pesar de hacer convivir dos conos monetarios-, la inflación que remonta todos los días cotas inexpugnables, la escasez de agua potable, la violencia en las calles, la recesión brutal de la economía, el colapso del transporte público, los escombros en los que se encuentra el sistema público de salud, la incertidumbre de alumnos y profesores de escuelas, liceos y universidades, la expansión de viejas pandemias, el bloqueo de los mercados, la ausencia de inversión extranjera, el cierre de los comercios, el desempleo, la imposibilidad de pagar las pensiones, el desmadre de los fondos contributivos, la desaparición de las reservas internacionales, la ruina de la industria petrolera, el exterminio ecológico del arco minero, las mafias del narcotráfico, la estética del lavado de dinero, la selecta clase de inexplicables “bendecidas y afortunadas” mal ayuntada con una extraña camada de nuevos ricos que lucen blindados y guardaespaldas. Este socialismo del siglo XXI vive su propio apocalipsis, y nadie debería siquiera pensar que está en su mejor momento.

 

 

 

¿Cuáles son las opciones de un sistema en condición de entropía? ¿Cuáles son las alternativas a la mano del régimen? En eso consiste su debilidad intrínseca. Que solamente puede seguir adelante, hacia el vacío, o rectificar y entregar el poder. No hay reforma posible, porque los regímenes totalitarios no pueden dejar de serlo. Ellos viven la alucinación de la propaganda y de las mentiras oficiales, pero la disonancia con la realidad es extrema. Nada de lo que dicen hacer o prometen hacer es posible. Porque las condiciones objetivas no se lo permiten. No tiene reservas, vive de un precario flujo de caja cada día más malogrado por la corrupción y el saqueo. Tiene las chequeras vacías, nadie le da crédito, por lo que cualquier gestión resulta más onerosa y difícil. Eso le proporciona una peligrosa fragilidad, porque no tiene ahorros, y tampoco quien le preste. Pero no solamente eso. Su principal fuente de ingresos en divisas, la industria petrolera, luce destrozada y solitaria. Todos están esperando su derrumbe final. Todos son ahora acreedores y no proveedores. Por lo tanto, no solo no tienen reservas, ni crédito posible. Tampoco tienen ingresos suficientes para mantener lo mínimo indispensable del país moderno que alguna vez fue Venezuela.

 

 

 

Intentaron buscar una opción en el arco minero. Pero ya sabemos que esa idea se convirtió en un nuevo espacio para el saqueo y los peores manejos imaginables. En ese espacio nadie sabe ni cuanto ni como se explotan esos recursos. La más absoluta opacidad, y la experiencia que ellos muestran en otros sectores no pueden hacernos pensar otra cosa: Es conspicuo al régimen la prioridad que se le otorga a la depredación de los recursos del país. Por eso el silencio, la nula rendición de cuentas, y esas apelaciones a la fantasía que ofrecen venta de lingotes en bolívares devaluados, nada más y nada menos que humo en los ojos de los menos precavidos. La verdad es otra: Al país lo están saqueando.

 

 

 

¿Es fuerte un régimen que no tiene opciones? De ninguna manera. Es como jugar a la ruleta rusa, pero con todo el cargador lleno de balas. Porque un país sin ahorros, sin crédito, sin flujo de caja y destrozado en la explotación de sus recursos no puede asumir con éxito ninguna eventualidad. O si se quiere, no podría con ninguna calamidad adicional, ni con la ocurrencia de alguna catástrofe. El filósofo Ernesto Garzón Valdés distingue calamidad de catástrofe. La primera es aquella desgracia, desastre o miseria que resulta de acciones humanas intencionales. En ese sentido, el régimen es nuestra calamidad. Su socialismo del siglo XXI, la forma errática como toma decisiones, y la obsesión en mantener una ideología insostenible, son la razón de la tragedia que viven los venezolanos. Son buenos destruyendo, y malos construyendo. Por eso se quedan sin alternativas. Y también por eso no pueden con ninguna desgracia, desastre o miseria provocados por causas naturales. El calamitoso socialismo del siglo XXI no tiene como encarar las vicisitudes de la fortuna, ni las consecuencias lógicas de su forma de hacer las cosas.

 

 

 

La debilidad es, por lo tanto, esa entropía -tendencia al desorden- que hace cada día más costosa el mantener la estabilidad de los sistemas. Maracaibo es una demostración fulgurante de lo dicho. Allá el sistema interconectado de suministro eléctrico entró en fase de colapso. Es irreparable el daño hecho. Cada día mantener la precariedad de lo que aun funciona es más oneroso. Y tarde o temprano eso no será posible. Pero la esencia estructural de la debilidad del régimen tiene que ver con que no tienen que lidiar con una sola catástrofe sino con la posible ocurrencia de varias en simultáneo. No es una ciudad, es todo el territorio nacional. No es solo el suministro eléctrico, es también el agua, la basura, las medicinas, la salud, las pensiones, la escasez de efectivo, la escasez de productos esenciales, la crisis humanitaria por la explosión migratoria, la caída de los ingresos, la inestabilidad de la plataforma de telecomunicaciones, la corrupción del sistema de identificación, la venta de pasaportes, y pare de contar, porque en realidad un sistema entra en caos cuando no puede dar respuestas adecuadas a las demandas que tiene que satisfacer. Y aquí, a estas alturas, todo lo que tenga que ver con la gestión pública está mostrando un peligroso patrón de inestabilidad. Y contra eso no puede ni la propaganda ni la represión.

 

 

 

Volvamos al criterio usado por Garzón Valdés para discriminar calamidad de catástrofe. La causa raíz es intencional, evitable y previsible. Por eso mismo es atroz el delito político de haber seguido adelante. Cuentan que en octubre de 1955 Mao pronunció un discurso frente a un grupo restringido de dirigentes del partido comunista. Se refería al programa de colectivización de los campesinos, que tanta miseria había traído como consecuencia, y el intento de extenderlo hacia las ciudades, donde quedaban, a su juicio, los últimos y agónicos reductos de la burguesía. Decía el “gran timonel” hacia el desastre chino lo siguiente:

 

 

 

“¡A este respecto, somos unos desalmados! Por lo que a esto se refiere, el marxismo es incluso cruel y no muestra la menor piedad, ya que está decidido a acabar de un puntapié con el imperialismo, el feudalismo, el capitalismo y la pequeña producción. Algunos de nuestros camaradas son demasiado amables, no son lo suficiente severos, en otras palabras, no son lo marxistas que deberían ser. La exterminación de la burguesía y el capitalismo en China es nuestro objetivo, borrarlo de la faz de la tierra y convertirlo en algo propio del pasado”.

 

 

 

Es precisamente esa obcecación la que los pierde. Son débiles porque el objetivo central de todo lo que hacen es destruir un enemigo imaginario, intentando con eso consolidar y hacer realidad una ideología panfletaria y resentida. Ellos toman decisiones erradas y siguen cursos de acción inconvenientes porque les va cerrando cualquier otra posibilidad. Las decisiones más recientes son una demostración de su propia precariedad.

 

 

 

En medio de la más desastrosa escalada hiperinflacionaria deciden por más inflación al decretar un aumento de salario improcesable por una economía debilitada al extremo. Deciden además por más escasez al mantener el control de precios e imponer otra temporada de saqueo de los inventarios. Deciden más devaluación al mantener el control de cambios bajo el eufemismo de imponer un tipo de cambio y un solo canal para hacer operaciones. Deciden mantener los ilícitos cambiarios al no reconocer a los empresarios el precio de sus productos, traídos al costo del dólar paralelo. Deciden incrementar el desorden fiscal al aumentar la extensión de las jubilaciones no contributivas por supuesto aparearlas con el aumento de salario. Deciden “regalar” el gas a Trinidad y Tobago, aunque en Venezuela se mantenga una fuerte escasez en la distribución del gas doméstico.

 

 

 

Como no generan ni una sola señal que mejore la confianza, lo que han provocado es una estampida de gente y de negocios. Ni siquiera un boceto de sensatez o racionalidad. Son los mismos, cometiendo los mismos errores, invocando las mismas excusas y reprimiendo de la misma manera. Ellos deciden con todo esto su propio callejón sin salida. Son aprendices de brujo, torpes, crueles, desatinados, incapaces, y alucinados. Sin terminar de convencerse de que no hay magia, no existe ningún artilugio que transforme los deseos en realidades, o los decretos en hechos cumplidos. La realidad es como es, está perturbada por sus malos manejos, ellos son nuestra calamidad, y el país no está preparado para ninguna catástrofe, precisamente porque ellos son calamitosos. Entonces, que no venga nadie a decir que ellos están más fuertes que nunca. Más brutales, ¡sí! Mas peligrosos, ¡también! Pero de ninguna manera fuertes, porque carecen de opciones a su propia debacle.

 

Victor Maldonado C

@vjmc

El falso alquimista

Posted on: agosto 21st, 2018 by Laura Espinoza No Comments

El régimen está apostando a un milagro que no se va a dar. Los seguidores del régimen están apostando a las destrezas de un mago fraudulento, sin suerte, desprovisto de gracia, y acumulador de fracasos y vergüenzas.  No hay prodigio posible en el plano de la realidad. O se hacen bien las cosas, o cualquier intentona fracasa estruendosamente. Eso es lo que va a ocurrir con las últimas ocurrencias del régimen, aplicadas a una economía maltratada, vejada por años de intervencionismo, expoliación de la propiedad y cepos colocados a la innovación, el mercado y la confianza.

 

 

 

La tragedia del régimen es que la realidad es recalcitrante, desobediente y desafiante. Ellos, que prometieron la máxima felicidad han transformado un país relativamente grato en un infierno de penurias. Por más que insistan en que ellos son los garantes de nuestro bienestar, en carne propia se vive un desmentido sistemático que pesa cada vez más sobre la cordura de los que dirigen este desafuero. Ellos que dijeron amar a los pobres y haberse consustanciado con el pueblo, no pueden rebatir el saqueo que han practicado a los recursos del país. Dijeron, por ejemplo, que PDVSA en sus manos era del pueblo, para luego asaltar el fondo de jubilación, y posteriormente transformar esa empresa en un mecanismo asociado a los peores manejos. Ellos salieron ricos de la charada, y ahora los venezolanos no tienen renta suficiente para sortear todos los obstáculos que suponen vivir en un país desprovisto de los mínimos indispensables para vivir en la modernidad. El pueblo fue para ellos el eufemismo primordial, la excusa perfecta, el aliciente constante para depredar hasta dejar en el hueso los activos y la reputación de la que alguna vez fue modelo y orgullo. Pero lo mismo podríamos decir de cada empresa, servicio o iniciativa que propusieron, y que no pasó de ser propaganda y oportunidad para cobrar una comisión indebida.

 

 

 

¿Qué les salió mal? Que la propaganda te puede engañar un rato, pero al final ocurre una crisis de disonancia. Dicho de otra forma, cada uno comienza a sentir un escozor, una incomodidad, porque no hay correlación entre lo que te dicen en cadena nacional, y lo que perciben tus sentidos. No ves los alimentos que ellos dicen cosechar por toneladas. Tampoco consigues en ningún lado las medicinas que ellos aseguran están disponibles. Si vas a uno de sus “hospitales modelos” consigues escombros y carencias. Si buscas trenes, autopistas, túneles, empresas que dijeron haber inaugurado alguna vez, te confrontas con un vacío que ninguna palabra puede llenar de realidad. Y no hablemos del nauseabundo escándalo de las plantas termoeléctricas y el engendro de “bolichicos” que parió la más pavorosa corrupción. Ellos dicen una cosa, pero la realidad, brutal y descarnada, te hace vivir otra. ¿Dónde quedó el país potencia? ¿Dónde las reservas transformadas en riqueza y progreso? ¿Cuántos planes de seguridad ciudadana dicen haber instrumentado, y sin embargo llevamos a cuestas el dolor por la pérdida de más de 300 mil venezolanos caídos por hechos violentos? ¿Y la paz? ¿Y el amor por el país? ¿Y el lema “eficiencia o nada”?

 

 

 

El régimen se convirtió en un mentiroso patológico. Y en un mitómano. Dice muchas cosas, promete incesantemente, pero no hace. Es como el fatal adicto incapaz de regenerarse, y que cae una y otra vez en el vicio que hace solo un rato prometió dejar. Mentira, mitomanía e inconstancia son parte de un síndrome fatal que se llama “socialismo del siglo XXI”. Pero ojalá el diagnóstico fuera suficiente. No es así. El régimen se consiguió con dos herramientas tenebrosas que no ha dejado de usar con obsesión extrema. La represión de la disidencia, sin escrúpulos ni peso de conciencia. Todo vale a la hora de silenciar a todo aquel que sea capaz de develar la farsa. La segunda es el gasto público irresponsable, “inorgánico”, fantasioso, y por supuesto, fraudulento. Decidió escindir la renta petrolera del ingreso de los venezolanos. Ellos se quedaron con los dólares hasta dejarnos sin reservas, y para el resto dispusieron de una moneda que ni es canjeable, ni tiene capacidad adquisitiva alguna. En otras palabras, a la represión se le sumó la condena a una feroz pobreza. Acabadas las reservas, destrozada la industria petrolera, se enfocaron en saltear el oro y otras riquezas minerales, aprovechando también para cometer el crimen ecológico más doloroso en nuestra Amazonía, y de paso conceder indebidamente la soberanía territorial al consorcio de los peores, que ahora asesinan y asedian a los que allá viven. Si se hacen mal las cosas, no hay magia posible, los resultados siempre van a ser funestos.

 

 

 

¿Qué efectos puede tener una dictadura económica? Me refiero a las secuelas de decretar la viabilidad de una tenaz contradicción. Amentar más que desproporcionadamente el salario mínimo, pero controlando costos y precios, aumentando los impuestos y para colmo, exigiendo su entrega diaria. ¿A quién se le puede ocurrir que un incremento en los factores de producción pueda dejar indemne el precio de los productos?  Solamente a los comunistas, que se solazan en sus utopías alucinógenas, y que terminan convencidos que la realidad nace de los fusiles. Ellos pretenden hacer una realidad a tiros. Con la misma aprehensión quieren convencernos de que el Petro existe (o crees o mueres) y que su “anclaje” a reservas petroleras tiene algún sentido. Todo el mundo recuerda la fábula de Esopo que habla del tesoro escondido. La moraleja es precisa: No hay tesoro sin esfuerzo y sin trabajo. Así que querer explotar ese imaginario colectivo cuyo origen es la afanosa búsqueda de El Dorado, tratar de invalidarnos por nuestra raigambre de minero y las quimeras rentistas que hemos ideado en el último siglo, tal vez resultaran vanas, porque nadie va a creer que el valor del trabajo “fluctuará” entre las aguas de dos entelequias. La realidad apunta en otro sentido: el valor del trabajo es su productividad. De todos los artilugios presentados el viernes, este es el más burdo, el que tiene menos sentido.

 

 

 

Las leyes que rigen la realidad plantean relaciones más simples y tajantes: mas intervención en el sistema de mercado provocan menos empresarialidad. Y sin empresas no hay empleos, y obviamente, sin empleos no tiene sentido el hablar de aumentos de salarios. La devastación continuará su curso. Hasta ahora han desaparecido más de tres cuartos de la empresa nacional. Y millones de empleos se han evaporado. Porque no es casual que los venezolanos todos los días consigan razones para irse del país, y tampoco es un espejismo el notar que las zonas comerciales son ahora menos abundantes, que las zonas industriales luzcan desoladas, y que la gente tenga que comer basura para alejar el hambre y pedirle un breve plazo a la muerte. Si ha habido alguna magia ella debe haber sido negra, asociada al mal, invocada para la destrucción, entreverada de oscuridad y malos presagios.

 

 

 

Porque Venezuela es un sistema en crisis terminal. El régimen luce incapaz de mantener el sistema eléctrico interconectado nacional. Incapaz de buscar honestamente soluciones a esa crisis. Incapaz de suministrar agua potable. Incapaz de garantizar el abastecimiento alimentario. Incapaz de reactivar la industria nacional. Incapaz de poner orden en sus empresas públicas. Incapaz de reducir el tamaño del gasto público. Incapaz de practicar la fatal arrogancia socialista. Incapaz de resolver la hiperinflación. Incapaz de abatir su corrupción. Incapaz de no hacer trampa. Incapaz de parar la represión. Incapaz de no pervertir la justicia. Incapaz de mostrar compasión. Y muy incapaz de volver al decoro constitucional.

 

 

 

Entonces ¿Tiene sentido enfocarnos en las medidas? ¡No! Porque lo importante es no perder de vista quienes las parieron. El problema sigue siendo el régimen, su comunismo intemperante, su fatal totalitarismo, su trágica jactancia, y la imposibilidad de resolver sin costos un hecho de fuerza que se nos impone como desafío histórico.

 

 

 

¿Queda alguien que pueda siquiera darle el beneficio de la duda a este falso alquimista?

 

 

 

Victor Maldonado C

@vjmc

 

Cinco preguntas y un mismo odio

Posted on: agosto 13th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

¿Es toda esta destrucción un error de cálculo o es el producto de un plan siniestro?

 

 

Lo primero que debemos constatar es el grado de destrucción que ha padecido el país. Y si los esfuerzos del régimen han estado regidos por algún plan. Ambas proposiciones son lamentablemente ciertas. El país está cayendo en un abismo de imposibilidades crecientes que son el producto de una ideología cuyas consecuencias son la entrega de los recursos del país al castro-comunismo y sus aliados, la corrupción y la delincuencia internacional. Esta ideología, el socialismo del siglo XXI, no ha improvisado. El guión totalitario fue provisto por el Foro de Sao Paulo y la trama de ruina y descomposición ha tenido como libretos tres planes de desarrollo económico y social, el último de los cuales es el llamado Plan de la Patria. La concentración del poder en una cúpula cívico-militar, la profundización de la economía socialista y comunal, el fortalecimiento de las alianzas con Cuba y sus satélites ideológicos, y la planificación central como principio y fin de todas las decisiones están perfectamente delineadas en documentos que son públicos. El que haya habido un plan fortalece la hipótesis de que hay responsabilidad y, por lo tanto, ellos deben asumir las consecuencias de todo esto que han provocado.

 

 

¿Pero ellos planificaron la destrucción o quisieron instaurar un comunismo fundado en el petroestado?

 

 

 

El objetivo subyacente fue más importante que las declaraciones de principios. Nunca se propusieron ninguna otra cosa que apropiarse del poder, eliminar la alternatividad, abandonar cualquier principio de control institucional, evitar cualquier oposición con vocación de poder, y practicar esa nefasta conscupiscencia de aquel que tiene todo el poder sin tener que rendir cuentas. En eso consisten los comunismos. Y por eso mismo han fracasado en el objetivo de mantener la legitimidad de sus acciones. Todas las experiencias comunistas terminan practicando una tiranía brutal, porque más temprano que tarde se quedan sin ninguna otra cosa que la fuerza pura y dura, el uso indiscriminado e impune de la violencia. De tal manera que pretender instaurar un comunismo siempre termina siendo la planificación de la destrucción del país. Porque en algún momento se descubre la verdadera componenda, que la felicidad que ofrecen la corren constantemente para un después que nunca llega, que no practican la solidaridad, que la fraternidad es solo entre ellos, la camarilla que gobierna, que la igualdad es un chantaje indignante, que la máxima felicidad posible solo puede ocurrir si ellos se van.

 

 

 

 

 

¿Pero, es que ellos no quieren o no pueden realizar lo que predican?

 

 

 

Ni quieren ni pueden. En el plano esencialmente económico, el socialismo quiere asumir el control total del Estado sobre todas las actividades económicas. Y eso es operativamente imposible. Aquí tenemos una burocracia de 2.7 millones de empleados públicos y sin embargo no hay servicios de calidad, ni hay calidad de servicio. Von Mises dice que “la comunidad socialista” o sea ellos, los que están el en poder, carecen del instrumento intelectual para elaborar planes y programas económicos: el cálculo económico. Esa pertinaz arrogancia que se expresa en funcionarios multipropósito, gestores de cientos de empresas disímiles, que juegan en canchas diferentes a las del sistema de mercado, lo único que provoca es un completo caos. El caos se vive como lo estamos sufriendo los venezolanos: incertidumbre absoluta, turbulencia inflacionaria, escasez recurrente, y mucho miedo porque no hay futuro predecible. No es solo que planifican sin criterio económico, también es que la experticia nunca podrá ser sustituida por esa categoría gaseosa que llaman “lealtad revolucionaria”. Ya sabemos que, a la hora de una crisis del sistema eléctrico, o del suministro de agua potable, o manejar una inundación, o una epidemia, el “leal revolucionario” tiene valor cero. El diletante enfebrecido por el fervor revolucionario es capaz de destruir todo el país, tanto como es inhábil de resolver un simple problema de aceras y brocales. El odio por el talento es tan grande que además de asfixiar lentamente a las universidades autónomas, han montado en paralelo unas parodias lejanas del saber, en las que titulan a la ignorancia, solo porque ellos están interesados en generar tal nivel de confusión que al final nadie sepa quién es quién, y para qué sirven esos títulos expedidos con tanta rimbombancia. Hay en el fondo un inmenso desprecio por la gente, y un fraude sistemático a la confianza de todos esos jóvenes que han creído en ese mensaje más propio del realismo mágico que de una sociedad moderna, o sea que un aplauso, una marcha, una consigna a favor del régimen, sustituye el saber, el examen, el mérito intelectual. Sus propias carencias, las de los jerarcas, quieren esconderla detrás de toda esa turbadora ingenuidad.  A la corta, el mercado se encarga de marginarlos, y entonces se dan cuenta que han sido víctimas de una gran estafa.

 

 

 

Sin embargo, el régimen se ufana de sus resultados. ¿Tienen algún resultado rescatable?

 

 

Resulta patético siquiera pensar que haya algo que pueda ser rescatado de lo que ya es una inmensa frustración. El régimen siempre despreció las cualidades de los venezolanos. Por eso su modelo de destrucción partió de que debía aislar el ánimo emprendedor nacional. Desde el principio declaró que el empresario era enemigo. Y así lo ha tratado. Al régimen le molesta la competencia y la exhibición de que hay una alternativa mejor a la que ellos ofrecen. Y porque resultaba más ganancioso el favorecer las contrataciones internacionales. Las empresas venezolanas quedaron al margen, salvo aquellas que sinuosamente se han convertido en incondicionales, y se han prestado para lavarles la cara y hacer pingues ganancias mediante negocios no competitivos. Pero hay algo más. La renta petrolera les hizo creer que era posible el control total mediante la exclusión de cualquier competencia interna. Por eso lo que ellos no sabían hacer quisieron contratarlo con empresas y gobiernos foráneos, que de inmediato le vieron la utilidad a negociar con un régimen cuyo único propósito era decir que hacía, pero sin tener verdadero interés en los resultados. Corrupción y propaganda mezcladas. La realidad de ellos fue acotada a la ganancia indebida, mientras se lavaban la conciencia creyéndose las mentiras de sus propias propagandas. El desastre eléctrico es una muestra. Las obras inconclusas de Odebrecht son monumentos pavorosos de una gigantesca expoliación de los recursos del país. Pero la verdad es que toda la gestión padece del mismo mal, porque el poder absoluto corrompe absolutamente, sin dejar indemne a ningún componente del sistema. Esto es ineficiencia al máximo. Vivimos entre crisis de apagones tanto como resulta preocupante que sea tan difícil sacar una cédula u obtener un pasaporte. En todos los casos es la misma contraparte siniestra la que nos hace la existencia intolerable: el socialismo del siglo XXI, que nos odia libres, que busca afanosamente que nos arrodillemos frente a ellos, que les rindamos pleitesía.

 

 

 

El discurso oficial está cargado emocionalmente. ¿Se puede hacer del odio un sistema de opresión y servidumbre?

 

 

 

Tanta destrucción no puede ser el fruto de la impasibilidad. Hay sentimientos declarados de venganza, hubo incapacidad de satisfacerla por muchos años, y al final se ha transformado en odio y resentimiento, pasiones que no tienen nada de sublimes, ni con ellas se puede construir nada. El discurso oficial del régimen es de odio, división y venganza. Todos los que no son ellos son sus enemigos. Recordemos que la consigna originaria aludía a que todo era posible dentro de la revolución, pero que nada era aceptable fuera de ella. En eso consisten los totalitarismos. No hay amor en desafectar la dignidad humana, en presentar al adversario como enemigo mortal que no merece respeto alguno. Y en usar la ventaja de la fuerza para aplastar a la disidencia. El ambiente psicológico que es común a los que están en la cúpula es tóxico y crecientemente totalitario. Ellos quieren reducir el país a la servidumbre. Para eso se sirven del desmadre económico, del hambre, la enfermedad y el colapso de los servicios, y también de una contraparte política e intelectual domesticada, colaboracionista y procrastinadora de cualquier solución de cambio. Ellos son parte del régimen, pero les ha tocado desempeñar el rol más vil del libreto. Mientras tanto, la gente buena se muere o se va. Y los que quedan, debilitados en su esperanza, pero no vencidos, tienen que seguir luchando contra sus propias dudas. Muchos piensan que es más fácil huir que afrontar esta tragedia. El régimen tiene una gran capacidad para la mutación. Ahora viven la época de las post-misiones, porque no tienen cómo lubricar el populismo que hasta hace poco practicaron; actualmente todo se reduce a someter a los ciudadanos a la ración del carnet de la patria. Este artilugio no es otra cosa que el pase de entrada a un campo psíquico de concentración y exterminio. Semejante a lo que canta el Dante ante la puerta del infierno: “Por mí se va a la ciudad doliente, por mí se ingresa en el dolor eterno, por mí se va con la perdida gente. ¡Perded toda esperanza los que entráis!”. De eso se trata. De someternos al desaliento, de aplastar nuestra libertad, y de que comencemos a depender de las migajas que va repartiendo el régimen, no porque esté interesado en nuestra sobrevivencia, sino porque ese es el método para someternos.  Por eso es que no hay alternativa a la resistencia y al desafío que se niega a claudicar. Y en ese sentido se están dando batallas esplendorosas, porque no logran que la gente vaya voluntariamente a inscribirse, así como tampoco lograron que fueran a votar el pasado 20 de mayo. Los ciudadanos estamos en resistencia frente al odio aniquilante.

 

 

Ellos nos odian a nosotros, los ciudadanos que queremos ser libres, y nosotros odiamos el sistema que nos quiere reducir a la indignidad. No es el mismo odio. Uno está asociado a la barbarie, el nuestro vinculado a la esperanza porque se restaure la justicia y se permita la libertad. Porque al comunismo le conviene dos actitudes erróneas: que lo confundan con algún tipo de democracia imperfecta, pero redimible, y que no sea vista como repugnante, y por lo tanto pueda transarse con él algún tipo de acuerdo. Por eso es por lo que yerran los que insisten en elecciones o negociaciones. No hay forma de lograrlo.  Aristóteles plantea que dos son las causas que derriban a las tiranías: el odio y el desprecio. Al final, dice el filósofo, todo lo que dicen haber conseguido lo pierden porque se hacen muy despreciables a los ojos de los ciudadanos. Ciudadanos que no creen, que no aceptan, que no convalidan, y que no bajan la guardia, están enviando una señal muy clara de un sentimiento de desapego, de divorcio que termina siendo irreversible. Para salir del comunismo hay que odiarlo tanto como hay que amar la libertad.

 

 

 

Víctor Maldonado C.

@VJMC

Venezuela “sadiqueada”

Posted on: agosto 6th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

El gran tratado de Sun Tzu, el Arte de la Guerra, comienza con una admonición: “La guerra es un asunto de importancia vital para el estado. La provincia de la vida o de la muerte. El camino a su supervivencia o a la ruina. Por eso se debe estudiar profundamente”. Por eso -añado yo- se debe asumir con sentido de realidad. Luego de acumular 300 mil muertes violentas en los últimos veinte años ya va siendo el tiempo de reconocer la época que nos ha tocado en suerte. Vivimos tiempos de conflictos intensos, de una violencia aguda, aplicada por quienes deberían cuidar el bienestar de todos, pero que ahora se han convertido en nuestra peor pesadilla. La verdad es que somos víctimas de unos malhechores que se apropiaron indebidamente del estado, una circunstancia que por más de dos milenios ha sido la peor pesadilla de los filósofos políticos: la traición de Leviatán.

 

 

Venezuela es un país maltratado por los que han jurado resguardar leyes, garantías y derechos. El peor de los mundos imaginables. Los que llegaron al gobierno bajo las premisas democráticas, se quedaron con el poder y se voltearon contra el pueblo con crueldad inusitada. Sun Tzu lo sabía. La guerra, o si se quiere, el conflicto, deja pocos espacios para los valores asociados a la humanidad. Por eso no hay que bajar la guardia, ni pasar por tontos. No es cosa de recitar poesías ni de repetir sentencias morales. Es algo terrible. Es la guerra.

 

 

 

Un régimen totalitario tiene un sistema de valores dentro del cual entienden la palabra “ganancia”. Para ellos significa quedarse con el poder, no ser responsables de lo que ocurra a los ciudadanos mientras ellos saquean los recursos del país, practican la corrupción, violan derechos, y se confabulan para asolar globalmente los valores de la libertad y la democracia. Ellos creen que ganar es eso. ¿Y nosotros? ¿Qué entendemos por ganar o perder? Ellos creen que tienen el derecho de defender sus espacios “vitales” usando cualquier fórmula. Su forma de encarar el conflicto es total, ilimitado, sin barreras morales, sin escrúpulos. ¿Y nosotros? ¿Cómo encaramos este tipo de amenaza?

 

 

Por eso bien vale la pena recordar el grito de advertencia de Sun Tzu. La guerra, y esto es una guerra, siempre se trata de ganarlo todo, o perderlo todo. En nuestro caso se trata de sobrevivir, por eso precisamente, todo vale, porque a Venezuela la están “sadiqueando”. Los indicadores están a la vista. El país está siendo destruido, devastado, vaciado de gente, talento, riquezas y oportunidades. Y se está haciendo sistemáticamente, sin importar los costos. Ellos han venido afinando su voracidad a costa de la ruina de los ciudadanos. Sin comida, medicinas, bienes esenciales, servicios públicos devastados, y ahora, sin gasolina, gas, gasoil, o cualquiera de los derivados, porque la industria petrolera en sus manos está despedazándose. Lo importante es atender a la lógica subyacente: Bien o servicio que se vaya destruyendo va abriendo espacio a racionamiento y exclusión. Carnet de la patria para mantener agonizando a los leales, y total indiferencia con la suerte del resto. Por eso a ellos les va muy bien con la iniciativa de los que deciden irse. Y con los que van muriendo. Para ellos ganar es tener un territorio despoblado de ciudadanos, tierra yerma para que allí surja el “hombre nuevo del socialismo”, sordo a las quejas, ciego ante las fechorías y mudo ante la corrupción. Para ellos ganar es desterrar al ciudadano y quedarse con unos pocos en condición de servidumbre.

 

 

Sun Tzu lo tenía claro y por eso con esa frase comienza su libro. No hay sino dos alternativas, la sobrevivencia o la ruina. Los venezolanos lo sabemos. Pero ¿también lo sabrá el régimen que con tanta ligereza pronuncia amenazas y juega a los prolegómenos de la guerra? No hay guerra que pueda tomarse a la ligera. No es cuestión de armas, uniformes, paradas militares, arengas y marchas. Es algo más serio, más rudo, menos elegante. La advertencia va contra todos aquellos que, sin pensarlo demasiado bien, asumen que de cualquier forma y por cualquier manera, pueden iniciar una campaña de exterminio. Los muertos no siempre guardan ese silencio cómplice al que aspiran los tiranos.

 

 

 

Pero la misma advertencia debe hacerse también a los que se deslindan de la obligación de asumir la realidad tal cual es, y por lo tanto pretenden encerrar a la bestia totalitaria usando buenas maneras y argumentos racionales. El tipo de conflicto que vivimos no da para eso. Algunos insisten con terquedad fanática sobre transiciones con elecciones, o negociaciones en las que los resultados son un buen apretón de manos y la superación del conflicto. Nada de eso es posible si asumimos como cierto que el sistema de valores de la tiranía para nada se interesa en las mutuas expectativas asociadas a la convivencia de los que son los diversos. De hecho, las tiranías totalitarias, esta mixtura que se da dentro del socialismo del siglo XXI, donde hay de todo, no son políticas. Son la quinta esencia de lo contrario, son la antipolítica primordial, el uso de la fuerza, la declaración de que los demás estorban, la aniquilación rondando por las mentes de sus líderes, la “solución final” a flor de labios. En eso consiste la Venezuela “sadiqueada”.

 

 

 

 

Pero la teoría de los juegos hace una advertencia que unos y otros deberían comprender. No siempre querer es poder, porque la propia condición depende de lo que los otros intenten para defenderse de una amenaza, o para intentar la intimidación del otro que es visto como adversario. Amenazas e intimidaciones se cruzan de un flanco al otro, generando una diversidad de opciones que definirá los resultados. Me comentaba recientemente J.J. Rendón que estos resultados no solo tienen que ver con el que se equivoque menos, también va a ser definitorio quien ha concebido la mejor estrategia. Recordemos solamente un caso harto conocido. Israelitas y Filisteos estaban enfrentados en una guerra de asedio que ya duraba más de cuarenta días. Los enemigos de Israel tenían un arma secreta, un poderoso gigante que salía en las mañanas y al atardecer a retar a sus enemigos para que se decidiera la guerra en un combate cuerpo a cuerpo. Nadie se atrevía. Goliat, así se llamaba el gigante, no parecía tener contendor. Se sentía seguro. Un audaz joven se atrevió a aceptar el duelo. Un gigante, guerrero experimentado, debió sentirse seguro. Lo que se le enfrentaba no era motivo de preocupación. Llegado el momento -pensó- lo aplastaría y daría a su gente la victoria. Pero David, lanzó una piedra con su honda, se la clavó en la frente y lo mató. Luego le cortó la cabeza. Así terminó el desafío. Las moralejas son obvias. En este sentido, ya sabemos que no hay enemigo pequeño, ni conflicto que podamos calificar de trivial. La paz es siempre una aspiración trascendental, pero muy difícil de realizar sin pasar antes por la terrible prueba del enfrentamiento de unos contra otros. El conflicto es inevitable. A los venezolanos les cuesta comprender el camino y la trama.

 

 

La teoría de los juegos plantea que hay, por lo menos, dos tipos de conflictos. En el primero de ellos, lo que gana una parte lo pierde la otra. O gana Goliat, o gana David. No hay puntos medios. El que gana se lo lleva todo y reduce al adversario a la irrelevancia. A estos conflictos se les llama “de suma cero”. El segundo tipo de conflictos asume que entre los adversarios existe un interés común en llegar a soluciones que sean mutuamente ventajosas. Dicho en el lenguaje de la teoría de los juegos “la suma de las ganancias de cada uno de los participantes implicados en ellos no se hallan fijadas de tal modo que el más de uno signifique inexorablemente menos para el otro”. A estos se les llama “juegos de suma variable”. Claro está que uno no puede imaginar a Goliat y a David, o a Aqueos y Troyanos transándose en una negociación para limitar los daños y concediéndose mutuas ventajas. Cada juego tiene su propia dinámica, y eso es esencial comprenderlo, por lo menos para no errar el curso estratégico. No es que no haya juegos estratégicos donde sea concebible la existencia de un interés común en llegar a soluciones que sean mutuamente ventajosas. Pero eso dependerá de varios aspectos que se deben inventariar:

 

 

 

1- De lo que cada uno entienda por “ganancia” dentro de su sistema de valores. Ya sabemos que, en nuestro caso particular, las concepciones de “ganancias” son mutuamente irreconciliables porque el régimen ha planteado un juego de suma cero, y a nosotros no nos queda otro remedio que plantearnos una estrategia de sobrevivencia que depende del total desplazamiento del régimen del poder.

 

 

 

2- De la trayectoria del juego, o sea, de si en el transcurso vas ganando o vas perdiendo. Y si con el correr del tiempo se han cometido violaciones imperdonables a las reglas del juego, a la ley y a los derechos humanos. Si en el camino se hace imposible una negociación porque la conducta de una de las partes es moral o políticamente inaceptable. Podría ir ganando una de las partes, pero a un costo tan alto que todas sus ganancias se netean con los costos políticos o económicos. Incluso, de si piensas que vas ganando o que vas perdiendo, independientemente de la realidad, donde el cálculo es mucho más complejo.

 

 

3- De la percepción que mutuamente tengan de que los objetivos propios tengan una relación de dependencia con las medidas o decisiones que tome el otro. O sea, si el adversario te considera un jugador, o simplemente cree que está jugando solo. En nuestro caso, el régimen cree que puede prescindir de cualquier adversario. Ellos se creen Goliat, y no se saben el cuento de David.

 

 

 

4- De la capacidad de cada una de las partes para intimidar al contrincante. Para que una amenaza sea eficaz ha de ser verosímil, susceptible de ser creída, y que su credibilidad puede depender de los trabajos y riesgos que implicaría su cumplimiento por la parte amenazante. En la Venezuela sadiqueada el violador sistemático ha conseguido la forma de tener ventajas en esta instancia. No solo por la crueldad y el uso indiscriminado de la fuerza, también porque las sanciones tienen un desempeño más lento que la violencia que ellos aplican.

 

 

 

5- De la firmeza e integridad del liderazgo que está a cargo de dirigir el conflicto.

 

 

 

Los trabajos antropológicos sobre el malandro venezolano dan cuenta de cómo opera el “sadiqueo” contra el país. Pero también echa el cuento sobre cómo termina. Lo asumen como una forma de vida. No es un rol temporal. No es un mandato. No tiene cotas institucionales. Es actitud expresada en conducta irreversible, violenta, sin asunción de responsabilidad, y expuesta permanentemente a riesgos extremos, de vida o muerte, de sobrevivencia o ruina. Venezuela está siendo sadiqueada por el arquetipo del malandro cuyo gran mérito fue haberse robado el estado para aplicar sus propias reglas, un presente continuo de malos manejos, donde no existe ningún otro pasado ni futuro que el que ellos inventan para darle piso a sus alucinadas hazañas grandilocuentes. Tal y como ellos dicen, “vivir viviendo” mientras administran el socialismo de muerte a todos sus adversarios.

 

 

 

Víctor Maldonado C

@vjmc

La unión en la verdad

Posted on: julio 18th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Muchas veces se ha hablado de la supuesta necesidad de unidad política, pero bajo el formato de la conciliación de las cúpulas dirigentes y el acatamiento sumiso de los ciudadanos. Una unidad impuesta desde arriba, negociada desde supuestos respaldos populares, y de alcance muy corto. Una unidad que se plantea bajo premisas mafiosas, una unidad de reparticiones y no de propósitos, de mera supervivencia, que aparenta en público lo que niega en privado, y que por supuesto, deja cicatrices y marcas imposibles de ocultar. Hasta ahora eso es lo que se ha intentado, una plataforma que es muy buena si se trata de ir a elecciones, y especialmente mala para la conducción política de largo plazo. Se ganan elecciones, algunas veces, pero eso nunca ha significado el tener un curso estratégico consistente, una mirada realista de las condiciones, una disposición al menos de seguir juntos, de idear un proyecto común, de gobernar entre todos. Un ejemplo notorio es lo que ocurre en el parlamento, son corrientes de intereses las que mandan sobre fracciones que olvidan con facilidad pasmosa ofertas y mandatos encomendados. En los puestos ejecutivos, logrados a través de esas plataformas unitarias, nunca ha gobernado la unidad sino el partido que llevó a su candidato en la plancha que apoyamos todos. La unidad asumida como mesa de póker, con algunas cartas sobre la mesa y muchas cartas bajo la manga debía terminar en esta implosión de descrédito en la que ahora está. Y hay que decirlo una vez más: con esta forma de asumir la unidad, el país nunca saldrá del régimen.

 

 

 

Pero hay otras versiones totalmente diferenciadas del juego de manos al que hicimos referencia. Se fundamenta en la sensatez de asumir la realidad tal y como es, sin eufemismos, sin desviaciones del campo semántico, sin coqueteos con el régimen, sin hacerle el favorcito de edulcorar su despotismo, asumiendo que la situación es difícil, peligrosa y turbulenta, que los diagnósticos realistas obligan y apuran los medios que se pueden usar y los fines que se deben perseguir,  y que por lo tanto lo que se haga requiere de audacia, persistencia y sentido de urgencia. La unión en la verdad encuentra sus principales consensos en la realidad.

 

 

 

El primer consenso es obvio: Sufrimos la desgracia de vivir una tiranía marxista. Estamos estrenando el comunismo del siglo XXI, un proyecto multinacional asociado a las peores tramas del continente, y sin escrúpulos para apuntalar cualquier proyecto de la barbarie. Vivimos la desdicha de la falta absoluta de gobierno, el desinterés total por los problemas de la gente, el establecimiento de una forma de poder feudal, planteada para que un país de siervos esté a la disposición de unos señores que se solazan en su propio disfrute mientras aplican un caleidoscopio de corrupción, malos manejos y persecución de cualquier expresión de la libertad. Los ciudadanos reconocen que esta es la situación. La llaman dictadura, régimen, socialismo, chavismo o cualquiera de los sinónimos. Pero saben de lo que hablan, de una condición irreversible, insana, insoportable, imposible de transar con ella, que desea la muerte de todos nosotros, que nos maltrata y que nos quiere esclavos hambrientos y mansos.

 

 

 

El segundo consenso es una derivación del primero: las dictaduras comunistas no salen por elecciones ni negocian su separación del poder. Los ciudadanos llevan un año enviando el mismo mensaje: No convalidamos ni parodias de negociación, ni farsas electorales. Los partidos del establishment se han hundido en el lodazal de su propio desprestigio precisamente porque no han comprendido que los tiempos de la gente no dan para esa pérdida constante de oportunidades a la que juegan los partidos, pensando en sus propios balances. Y cuando de convocatorias electorales se trata, el mensaje es similar: los ciudadanos no están dispuestos a ser parte de la comparsa que necesita la tiranía para aparentar ser democrática. No importa el costo. Tampoco el estrato social. Ocho de cada diez venezolanos sienten un profundo asco moral cada vez que el régimen intenta una de sus tragicomedias, donde nada es como parece, y desde donde el régimen hace esos montajes fatuos que le permite decir que es el país más democrático del mundo, con la inefable colaboración de los que se prestan, esa izquierda exquisita que se facilita como contraparte de la sodomía política, mientras jadea pidiendo más, exigiendo más espacios, intentando presentarse como los únicos sensatos, prestos a cualquier cosa para evitar una violencia que, sin embargo, se cierne sobre los venezolanos a cántaros.

 

 

 

El tercer consenso está centrado en el hartazgo que supone una economía destrozada. La gente está harta de la hiperinflación, y hace tiempo que se deslindó de los mitos asociados a cualquier narrativa de guerra económica. Los ciudadanos han llegado ellos mismos a la conclusión de que el que tiene todo el poder, el que hace gala de tener todo el control, el que dice tener en su puño la voluntad de la maquinaria del estado, también tiene toda la responsabilidad sobre las consecuencias de sus decisiones. Los venezolanos ya saben los costos asociados al intervencionismo, las consecuencias que acarrean el que se controlen precios y costos, y que se impida el libre tránsito de las mercancías. Por eso se han resguardado en una economía subterránea, dolarizada, mientras esperan la liberación de todas esas ataduras propias de los delirios marxistas, llenas de obstáculos para los emprendedoras y plena de rutas rápidas para los corruptos. La gente quiere probar la libertad de mercado, y espera que no se repitan las causas que, tarde o temprano, colocan a la economía de los países en la infeliz circunstancia de morder el polvo.

 

 

 

El cuarto consenso esta enfocado en impedir que la tiranía se eternice en el poder.  En este sentido la búsqueda ansiosa y fructífera de un nuevo liderazgo, impecable en la práctica de sus principios, insobornable ante las embestidas del régimen, irreductible en su coraje, alternativo a lo que hay, esta encontrando adhesiones crecientes. Los viejos discursos, la política convencional, lo aparentemente “correcto” y lo supuestamente “adecuado” ya no encuentran eco en la disposición anímica de los venezolanos. El diálogo, la unidad, las elecciones, los consensos, todos han sido una y otra vez defraudados por la perversidad política, el cinismo practicante, la ironía como vocación y la constante defraudación de las esperanzas de los ciudadanos. Son palabras desgastadas en el desengaño y el fraude contumaz. Son cursos de acción que abonan al régimen tiempo y capacidad de fortalecerse aun en momentos que anuncian colapsos irreversibles. Una mirada atenta encuentra un claro guión colaboracionista en los virajes súbitos que repentinamente protagonizan algunas oposiciones,  y en los esfuerzos por anular o disolver las opciones claramente discernibles, que contrastan con una trama que eterniza los roles de la tiranía dirigiendo, y una falsa oposición jugando al desafío burlesco, pero condenada a eso, a ser oposición estéril, incapaz de mantener el pulso, que afloja en su mejor momento, y que luego juega a la locura de todos, y a la conveniente desmemoria.

 

 

 

La gente quiere una oposición más auténtica, con capacidad para resistir los embates del régimen, dispuesta a asumir los costos de la transición y con claridad de los objetivos que necesitamos lograr para atajar la prosperidad perdida. Una consigna se extiende por todos los rincones del país: la recuperación moral de la política venezolana pasa por eliminar la reelección a los cargos ejecutivos. La no reelección es un consenso al que se ha llegado desde la repulsión ética a la voracidad de la permanencia eterna. Alrededor de la alternabilidad está concentrada la unión en la verdad. Y no es poca cosa. Porque este comunismo criollo asienta sus posaderas en la gran traición de 15 de febrero de 2009, cuando hechos los locos, dejaron aprobar una enmienda que les aseguraba a todos ellos, el régimen y su fraternal oposición, la reelección perpetua. Cada uno jugó al pequeño reducto, presidencia, alcaldía, gobernación, y se olvidó del país, y de la creciente estafa que ya estaban siendo cada una de las convocatorias a la consulta popular. No hay transición posible si los seculares ardores por quedarse con todo para siempre se regulan a través de una nueva regla: las instituciones son más importantes que las personas, y el estado de derecho más sustancial que los caudillos. Pero no solamente eso. La gente no quiere patria. Quiere república civil, donde cada institución juegue su rol, y en el que contemos con un fuerte y eficaz gobierno limitado. Donde los recursos del país sean debidamente explotados dentro de una lógica de mercado competitivo, y donde ser un rico productivo no sea malo, no haya posibilidad alguna de violar los derechos de propiedad y donde la justicia sea la expresión del sentido común y no un arma artera del poder para imponer su tiranía. La gente quiere estabilidad monetaria, cese del populismo y silencio gubernamental. Los venezolanos quieren disfrutar de sus voces libres, alegres, creativas y genuinas. La gente quiere paz sin desmemoria, y para nada quiere un nuevo episodio del mismo contubernio.

 

 

 

Los consensos están siendo enfocados en la agenda y no en quienes la lleven adelante, pero saben en quien confiar y a quienes no se les puede dar siquiera el beneficio de la duda.

 

 

 

El quinto consenso está en la disección de las oposiciones. Hay tres bloques absolutamente diferenciados e imposibles de homogeneizar sin repetir la farsa y sin que se beneficie el régimen. Los más cercanos al marxismo imperante son los socios de Henri Falcón, porque comparten su misma esencia, se asumen dentro de la misma ideología, y proponen que con ellos el proyecto del socialismo del siglo XXI funcionaría mejor. Ellos creen que todo es negociable, que se debe participar activamente de la agenda electoral del régimen, que el diálogo es el camino, que Zapatero es el mejor mediador del mundo y que los demás están obstaculizando el normal desempeño del país. En la Asamblea Nacional son los más reticentes a posiciones firmes y diferenciadas, no tienen pudor al traicionar los compromisos, el espíritu y propósito de la oferta electoral que llevó a la victoria en diciembre del 2015.

 

 

 

El segundo bloque es mimético y narcisista. Son los cofrades de la mesa de la unidad democrática alias “frente unitario”. Han negociado y han salido escaldados. Han participado de la distribución de la renta a través de las elecciones fraudulentas, cuentan con un aparato comunicacional que excluye, censura y minimiza a los que le llevan la contraria. Para ellos todo es utilizable. Una muestra es la convocatoria a la consulta del 16 de julio de 2017, para luego dejarla guindando. Lo mismo hicieron con la decisión de declarar el abandono del cargo del presidente de la república. La misma jugarreta plantearon cuando designaron al TSJ legítimo. El mismo guión han seguido con cada una de las solicitudes y requerimientos que ese poder les ha remitido oportunamente. No se toman en serio nada. Tienen como principio el deshonrar su palabra y como precedente ese curso estratégico tan errático y tan lleno de egos contradictorios. ¿Recuerdan las consignas sobre quiénes eran “la fuerza de la unidad”? No están dispuestos a la transparencia estratégica, ni a la integridad política porque son adictos al clientelismo y necesitan operar cualquier patraña para seguir garantizándose un caudal de recursos de los cuales viven. De allí que caigan una y otra vez en la tentación de defraudar sus propias posiciones. Ejemplos sobran. Cuando decidieron abstenerse, permitieron que sus cuadros participaran por mampuesto, para luego beneficiarse de la administración del clientelismo. Ellos administran con displicencia la autoexclusión y la autoinclusión automáticas, pretendiendo que jugara a favor la corta memoria del venezolano. Tampoco han tenido problemas con juguetear con la neolengua impuesta por el régimen, y ahora mismo su compromiso se expresa en la agenda parlamentaria, nula, fútil, reveladora del juego que están jugando, el hacerse invisibles, el deshacerse de los riesgos, el jugar a ser las víctimas, el pasar agachados. La mimetización en lo que ellos llamaron “Frente Amplio” fracasó porque el consenso de la base ciudadana repudia la irresponsabilidad y ya no tolera tanta obsesión de que los mismos, los que siempre han fracasado, sigan al frente, como si les quedara bien ser los transformistas de la política.

 

 

 

El tercer bloque esta anclado a sus principios y a la diferencia con todo lo que significa colaboracionismo y contumacia. Está representado en Soy Venezuela, y es ahora mismo el que tiene más adhesiones. La claridad de su discurso, el manejo apropiado de su pequeña fracción parlamentaria, que se ha convertido en la astilla en el ojo de las débiles posiciones del resto, y la sana y complementaria articulación de sus voceros, le han supuesto crecientes créditos políticos. Esa coalición siempre está en el punto de mira. Los otros quieren disolverla en opciones unitarias en las que todo sea posible. Quieren hacer desaparecer el contraste. Pero, como hemos dicho antes, los ciudadanos tienen derecho a un mercado de opciones políticas que compitan y que propongan alternativas a un país cansado de escoger entre malas opciones.

 

 

 

Los ciudadanos están muy claros en las diferencias. Hay un creciente consenso en las bases del país que busca desentenderse y desconectarse de las tendencias colaboracionistas para quedarse con la opción contrastante. Y me temo que esta nueva ola es irreversible, porque la gente está cansada de la mentira, el falso liderazgo por imposturas, las negociaciones bajo la mesa, los desplantes altisonantes de algunos líderes que, sin embargo, mantienen negociaciones extrañas y oscuras con lo peor del régimen. La gente está igualmente harta del cinismo de algunos intelectuales, del uso de la ironía gruesa, del sectarismo almibarado, de los bufones que se disfrazan de sumos sacerdotes para seguir dándole espacio al sistema totalitario, del uso sistemático del disimulo, de los falsos héroes, de los mártires de mentiritas, de los soplones y delatores, de los que tienen más de una vida, la que exponen en público una cosa y las privadas sostienen otras, que son inconfesables. Hay cansancio de lo que hay. Es hora de comenzar a tirar por la borda todo el fardo que nos ha impedido avanzar más rápido y con mayor firmeza.

 

 

 

Ahora bien. Piense solo un momento. ¿Usted respaldaría un nuevo esfuerzo para lograr la unidad por arriba, traicionando la verdad, sacrificando los principios, facilitándole la vida al régimen, manipulando la calle, negociando los presos políticos por goteo, calándonos al eterno Zapatero como supremo intérprete, sufriendo los desafueros de ciertos personajes de segundo nivel, tolerando los desplantes narcisistas de otros, solamente para lograr una foto que cubra todos los espectros, desde el extremo Falcón hasta el otro extremo que bien podría representar Ramos Allup? ¿Una foto condenada a ser una frustración más, una babel de desencuentros, un “estira y encoge”, una pecera llena de intereses inconfesables? ¿Está usted dispuestos a seguir inmolado en el altar de la unidad espuria?  El sexto consenso es que la gente no quiere esa unidad donde todos se funden en la inconsistencia. Como las relaciones mal avenidas, lo mejor que ocurre es cuando cada uno agarra por su lado.

 

 

 

Porque la unidad cupular solo es posible si tiene respaldo ciudadano. Y aquí y ahora no lo tiene. Los venezolanos están unidos en la verdad de una experiencia terrible de la que han aprendido a sacar sus propias conclusiones. La unión en la verdad por primera vez es mayoría, y está buscando un mejor guionista, buenos y leales intérpretes, comprometidos al menos en no traicionar la trama. Esta unidad en la verdad tiene un nuevo centro de gravedad, y está abierta a todos aquellos que coincidan en el diagnóstico y en sus concomitantes cursos estratégicos. Porque como dice Machado en uno de sus versos, ya no estamos para versiones interesadas. “¿Tu verdad?  No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

 

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

E-mail: victormaldonadoc@gmail.com

@vjmc

 

 

La libertad tiene enemigos

Posted on: julio 9th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

No hay nada más desalentador que pasearse por las calles de Caracas, una ciudad triste y agobiada por la desesperanza. No es solamente lo que pesa una economía deshecha, es también la sensación de ruptura, quiebre, disolución, separación y tiempo vencido que aqueja a los que todavía aquí vivimos. No es fácil transitar los días entre las angustias personales y las que sufren los demás. La hiperinflación hace estragos, y nos condena a un plazo, nos consigna un momento en el cual va a tratarnos como rama seca en medio de una ventolera. Pero no es solamente eso. La vida de cada uno depende de unas apuestas temerarias. No solamente porque los seguros han dejado de tener sentido, y por lo tanto sabemos que no tenemos ningún respaldo para enfrentar una calamidad. La gente sabe que está en la cuerda floja de una enfermedad posible, no importa su gravedad, lo relevante es que no hay especialistas, medicinas, ni insumos, ni posibilidad de atención en un hospital privado para un porcentaje mayoritario de la población. Y tampoco existe la alternativa pública. Del sistema hospitalario solo quedan los cascarones de una infraestructura que se ha venido perdiendo en la misma medida que el socialismo abrazador ha continuado la destructiva ruta que emprendió hace dos décadas. Y como esta crisis lleva por lo menos seis años de aguda presencia entre nosotros, el rebusque, las cadenas de favores, el compartir solidario, todas esas iniciativas que reflejan la buena disposición del venezolano están agotadas por sobreuso, y porque son más las necesidades que la capacidad de darle respuesta. Cada uno de nosotros es su propia ruleta rusa.

 

 

 

Pero es la mirada de los que progresivamente se han quedado solos lo que más agobia la percepción de los que queremos y debemos hacer análisis. Esa sensación de abandono y sueños rotos, de lejanía obligada y distancia asumida por la fuerza de los hechos lo que provoca más desazón. La gente anda por Caracas con la mirada perdida y la nostalgia al alza, buscando por los rincones las escasas alegorías de los que han debido partir, una cara conocida, una sonrisa parecida, un gesto que encarne a los que ya no están cerca. Y si, los niños y jóvenes sufren del encierro, de la violencia provocada por la inseguridad, de la incertidumbre constante, de la falta de estructura, del descalabro de los colegios, las partidas de los profesores y la disolución de los grupos.

 

 

 

Nuestros muchachos viven con infelicidad esta atroz etapa de nuestras vidas, esta guerra de exterminio cuyo campo de batalla es la dignidad de la gente. Lo que está en juego es la capacidad de resistir la determinación del régimen que quiere transformarnos a todos en siervos. Nadie puede ser libre si vive con miedo, si se siente infeliz, si la fuerza de las circunstancias lo obligan a tomar decisiones que no quiere, y si tiene que ceder espacios a sus principios para extender la mano y recibir una bolsa de comida que viene con extorsión, que es un vil chantaje. Nadie puede pretenderse libre si toto el tiempo tiene que pensar si lo que hace o deja de hacer constituye un peligro para su integridad personal, si le gusta o no le gusta al régimen, si lo que dice puede ser motivo de una parodia de demanda judicial, eso sí, con efectos concretos en términos de cárcel y expoliación.

 

 

 

Obviamente no vivimos un embrujo colectivo. Somos víctimas de una conspiración política e ideológica cuyo objetivo es la aniquilación de la libertad. No puede ser casualidad una trama tan destructiva. De ser así uno tendría que identificar islas de sensatez, llamados de atención y propuestas alternativas surgidas dentro del flanco del régimen. Pero no es así. Entre ellos hay variaciones del mismo tema, pases de factura, competencias de liderazgo, críticas al hacer, pero como desviaciones al legado del “comandante eterno” cuya trama ya la conocemos: el transito irreductible al comunismo intentado por etapas, de a poquito, para ir removiendo obstáculos y resguardar el aura de decencia que no tenían. El que vino después es obviamente más brutal, menos estratégico y mucho más temerario.

 

 

 

¿Cómo llegamos hasta aquí? El comunismo del siglo XXI ha descalabrado el amplio orden de cooperación capitalista que caracteriza a las sociedades modernas. Desmadró el mercado venezolano. Se montó en el discurso descalificador de la libre empresa y prometió encargarse directamente. No queremos decir con esto que el caso venezolano haya sido un ejemplo perfecto de sistema de mercado, habida cuenta de la obsesión redistribuidora de los “petroestados”, el arraigo cultural del socialismo silvestre, el mercantilismo de compinches y las ineficiencias derivadas de las empresas públicas. Venezuela siempre ha padecido de un estado demasiado fuerte y una sociedad debilitada por la intromisión desmedida del sector público. Lo que pasa es que la experiencia socialista del siglo XXI superó todos los límites.

 

 

 

Porque el régimen se concentró en destruir lo bueno y promover lo malo hasta crear el espacio perfecto para la corrupción y los negocios tóxicos. No hablemos de la devastación republicana. La extorsión sistemática y el acoso comenzó en el plano legal para continuar hasta la dimensión de las transacciones reales. Intervino las notarías y registros. Acabó con las posibilidades del sistema de mercado al permitir que el gobierno compitiera deslealmente, modificó maquiavélicamente el régimen laboral, controló costos y precios, expropió empresas y tierras productivas, estranguló al comercio, ahuyentó a las empresas de servicios, se ha servido de las empresas de telecomunicaciones para practicar la censura por mampuesto, ha perseguido periódicos, estaciones de radio, programas y comunicadores sociales. También ha asolado a las universidades autónomas, destrozado la integridad de las FFAAA, destruyó sindicatos, apresó a sus dirigentes, humilló a las iglesias, condicionó la educación popular y penetró la oposición política. No es casual que el PIB haya caído hasta llegar a ser solo el 50% de nuestra capacidad para producir bienes y servicios. Todo esto no puede ser otra cosa que un guión perfectamente delineado para acabar con las condiciones mínimas en las que germina la libertad. Pero la libertad es recalcitrante.

 

 

 

Dicho de otra manera, el régimen ha propuesto una percepción social totalitaria y caótica, destruccionista e invivible, indiferente a la dignidad y a la vida, depredadora de las libertades, que ha impactado el ánimo de los venezolanos hasta hacerles pensar si cualquier lucha en adelante tiene sentido. Pero hay esperanza. Porque en el intento de destruirlo todo también se están destruyendo ellos. Opera una especie de interrelación karmica entre lo que provocan y lo que ellos mismos se infligen. Nadie puede pretender regir la catástrofe absoluta y sobrevivir para contarlo.  En este juego suma cero ellos no podían pretender hacer un corte quirúrgico entre lo que ellos necesitan y lo que los ciudadanos requieren. Por eso las reservas internacionales están acabadas y la industria petrolera acercándose peligrosamente al punto de no retorno, más allá del cual no hay presente rentable y se hace muy difícil gestionar el futuro inmediato. Y la guerra que el régimen ha emprendido contra los mercados la está perdiendo ominosamente. Porque en ese sentido los mercados son radicales: sin condiciones mínimas, sin honrar los compromisos, sin respetar los derechos de propiedad, sin posibilidad de repatriación de capitales, y para colmo, sin transparencia e integridad en el flujo de recursos, es imposible realizar cualquier transacción. En el camino el régimen se ha quedado sin crédito y sin beneficio de la duda.

 

 

 

El régimen le sacó los ojos al mercado venezolano, pero también se sacó los suyos, y ahora no hay ingresos ni forma de distribuirlos sin apelar al odioso racionamiento. El régimen quiso sustituir el mercado para planificar una nueva versión del mar de la felicidad. La realidad que han provocado no es otra que la ruina y la ansiedad mágica. La verdad es que generales presidentes de PDVSA andan haciendo cadenas de oración y misas de penitencia para salvar lo que queda de industria petrolera. ¿Qué estará haciendo el resto? Una empresa no se salva a punta de jaculatorias sino a partir del trabajo experto continuo y sistemático, contrario a lo que aquí se aplica desde que se decretó una PDVSA roja-rojita. Aquí sufrimos las devastadoras consecuencias de una rápida transición de la fatal arrogancia a la patética locura, donde las apelaciones a la razón no eran otra cosa que la prepotencia concentrada del caudillismo populista tradicional, el militarismo ingenuamente teórico, embobado por el romanticismo heroico de falsas gestas libertarias, y sin duda, la ideología marxista mal estudiada y peor digerida, pero así son todos los marxistas, consumidores de panfletos, cultivadores del resentimiento, cultores del odio social. La libertad se lleva muy mal con la ignorancia empoderada.

 

 

 

Entonces, ¿quiénes han sido los enemigos de la libertad? Los que siempre alentaron las dictaduras por encima de las soluciones constitucionales. Los que prefieren el intervencionismo a la eficiencia de los mercados libres. Los que aplauden las logias de compinches y enchufados por encima de cualquier consideración de competencia. Los que caen seducidos por el discurso populista. Los que no preguntan cómo se pagan los beneficios ni cuales son los costos. Los que son indiferentes a la violencia y la represión. Los que no se sienten afectados por lo que les pasa a los otros. Los que por temer ellos acallan las instituciones usando para ello argumentos falaces de corrección política.  Y por supuesto, los que creen que este tipo de regímenes quieren negociar su salida o son capaces de someterse a elecciones limpias. Porque todos ellos son coautores de una situación social donde abunda la tristeza, la soledad, el sinsentido, la frustración, y la necesidad.

 

 

 

 

Recuperar la libertad implica remover los obstáculos y construir un nuevo proyecto donde las causas que nos trajeron hasta aquí queden extirpadas. Por eso hay que luchar contra la ligereza de la desmemoria tanto como tenemos que combatir el diletantismo político que procura mantener intactas las causas de nuestra perdición porque son susceptibles de ser controladas en manos más probas, las de ellos. Eso intentar dormir en un nido de serpientes, imposible sin perder la vida. La tristeza y el desasosiego de hoy fueron ayer cheques en blanco que se endosaron a un caudillo y sus promesas de refundar la república destruyendo todo lo que habíamos significado hasta ese momento. Ojalá que por lo menos ese sea el aprendizaje, que nunca más caigamos en la trampa de la demagogia y el populismo.

 

 

 

Victor Maldonado C

@vjmc

El poder insensato

Posted on: julio 2nd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

En el libro de Jeremías, capítulo 6, el profeta dice: “Así habla el Señor: Deténganse sobre los caminos y miren, pregunten a los senderos antiguos donde está el buen camino, y vayan por él: así encontrarán tranquilidad para sus almas. Pero ellos dijeron: ¡No iremos!”. Nada más irracional que saber cuál es la ruta y elegir la contraria. Sin embargo, no debe resultarnos extraño porque muchas veces hemos resuelto transgredir el buen juicio para ir tras el abrazo del fatal error.

 

 

 

La sinrazón es conspicua al ejercicio del poder, y en general a las relaciones políticas. Barbara Tuchman, en su portentosa obra “La marcha de la locura”, atinó al señalar que la insensatez tiene por lo menos cuatro características. La primera es que resulta claramente contraproducente a los intereses de quienes la practican. Terminan siempre arruinados o devastados. La segunda, tienen que haber alternativas de acción claramente discernibles. No es una fatalidad o una catástrofe que obliga a sufrir las consecuencias calamitosas de un patrón de malas decisiones. Es un acto libre, pero errático, que sume a los países en la degradación y la barbarie. La tercera es que no es el producto de una personalidad sino la de un grupo, tal vez una sociedad entera, que se tira al abismo sin que no haya nadie que la detenga. La cuarta es la testarudez con la que se asume una y otra vez la misma ruta perniciosa, porque podría ser que las causas de la debacle sean repetidas, o hayan sido experimentadas por otros antes, y sin embargo los necios la asumen como propia, la encaran como si fuera inédita, e irresponsablemente la cargan de buenos, pero insostenibles augurios.

 

 

 

 

Y en este cuarteto de características se encierra la tragedia. Los contemporáneos de las épocas de insensatez comparten la necedad, la exacerban, la transforman en un deber, la asumen como un imperativo ético, y por esa vía se disponen a ser víctimas fatales de una temporada de estupidez y desmesura. Lo peor es cuando varias corrientes de la misma insensatez se cruzan para condenar a un país al derrumbe. Los pueblos se equivocan constantemente. Las sociedades viven de error en error, perdiendo oportunidades y confiriéndoles mandatos a los menos aptos. Los ciudadanos confunden la encomienda y las competencias para encargar un mandato. Y por supuesto, niegan rotundamente oportunidades a los más aptos por las circunstancias más estrafalarias.

 

 

 

 

Que los venezolanos hayan corrido a abrazar con febril idolatría a un oscuro comandante militar hasta convertirlo en el Atila de la república es solamente un ejemplo. Los mexicanos no lo están haciendo mejor que nosotros. Y los nicaragüenses tampoco se dieron el lujo del discernimiento. Porque la gente cree en lo que quiere creer, no importa si luce estrambótico o insostenible. Nadie, al parecer, hace cálculos racionales, y deja que sus emociones más básicas decidan su futuro.

 

 

 

 

Delcy Rodríguez, en un ataque súbito de sinceridad, reconoció hace muy poco que su participación en la revolución era sobre todas las cosas un acto de venganza. Pero no fue la única, porque el resentimiento era generalizado. Cada uno tenía una factura que pasarle al gobierno, y al final se la imputaron a sí mismos. ¿Tiene algo de razonabilidad el intentar la venganza desde el gobierno? ¿Tiene algún sentido condenar al país a décadas de penurias porque había hartazgo con la clase política dominante?

 

 

 

 

Pero sigamos la línea argumental de Barbara Tuchman. Para ella la testarudez es una fuente incesante de autoengaño. “Consiste en evaluar una situación de acuerdo con ideas fijas preconcebidas, mientras se pasan por alto o se rechazan todas señales contrarias. Consiste en actuar conforme a nuestros deseos, sin que nos desvíen los hechos”. Ella describe lo que es una epidemia de estupidez, que en cada flanco de la misma sociedad devastada tiene sus énfasis.

 

 

 

 

El régimen pretende salir de su propio barranco aplicando las mismas medidas que lo lanzaron al despeñadero. Una economía excluyente, arbitraria, sin reglas claras, habilitada únicamente para el saqueo, despreciadora del mercado y la propiedad, violenta y brutal en sus métodos, esporádica en el uso de eufemismos, agotada en su credibilidad y patrocinadora de un sistema de mafias que se ha estratificado y expandido a todas las actividades de la vida nacional. Por otra parte, la oposición oficial insiste en diversas gradaciones de lo mismo, negociar serialmente, y pedir condiciones electorales justas, también serialmente. Además, usando la misma inhabilidad, los mismos incapaces y para colmo, el mismo “mediador”, el expresidente español Zapatero, que poco a poco ha abandonado cualquier máscara de pudor y ahora opera con descaro un desbalance que ratifica la ruta errónea que varias veces han recorrido. Pero no solamente eso. Creo que ya llega la hora de decir que todo esto lo han hecho con paroxismo sectario, sacando del juego a todos aquellos que les resulten incómodos para la componenda, como son los casos de María Corina Machado, Antonio Ledezma y la coalición Soy Venezuela. Les estorba porque les complica la vida el contraste.

 

 

 

 

Ideas fijas y la constitución de una coalición de la sinrazón donde hay que incluir, además de los políticos, empresas corruptas, intelectuales, periodistas, influenciadores, dirigentes gremiales y los llamados “bonholders”, que parecen coaligarse para conducir, con disciplina y desparpajo, a todo el país al desfiladero, pretendiendo eso sí, preservarse ellos. En eso consiste la marcha de la locura.  Y si, hay que decirlo una y otra vez, porque entre todos han creado una costra de intereses malsanos, aprovechándose del impacto e influencia que todavía tienen en algunos sectores de la sociedad venezolana. Pero aquí no termina esta trama de insanias, porque todo esto se aliña con una buena dosis de falacias, malentendidos y las peores atribuciones posibles al diletantismo opinático que opera como una maquinaria aceitada, para repetir lo mismo, y ser consecuentes con una versión oficial de la realidad que nos condena a una larga época de servidumbre. Es muy osado seguir manteniendo como centro de nuestra atención a los que nos han defraudado una y otra vez. Peor aun es darles el beneficio de la duda y mantenerlos al frente del país.

 

 

 

 

Pero recordemos otra cosa sobre la testarudez. También es negarse recalcitrantemente a aprender de la experiencia. ¿Hasta cuándo estirarán la misma cuerda que ha demostrado su inutilidad, una y otra vez? La terquedad es la consecuencia de la falta de imaginación y muy poca formación política. Esa aridez de alternativas solo es posible cuando no hay reflexión suficiente, cuando el carácter no se ha formado apropiadamente, o cuando intereses subalternos operan con la fuerza de la extorsión. Algunos no saben hacer nada diferente a lo que han hecho en los últimos veinte años. Unos expertos en tiranías, y otros expertos en hacerle el juego a la tiranía. Una especie de coreografía perfecta donde nadie pierde su papel ni arriesga su protagonismo.

 

 

 

 

Otra forma de verlo es a través del quiebre de la economía fundada en el capitalismo de estado y la planificación central. Al parecer la realidad y sus terribles vivencias no son lo más importante. Se impone una terquedad asombrosa que se traduce en mantener la causa raíz del error, sin importar los costos. Que haya un diálogo fluido en el idioma intervencionista, que ambos bandos debatan sobre la mejor forma de perfeccionar el estado patrimonialista, que coincidan en la preponderancia del gobierno en detrimento de las libertades, y que conjuntamente desafíen la cordura al practicar un discurso populista centrado en empresas del estado, organismos reguladores, agencias normativas, y controles para toda iniciativa, resulta una evidencia esclarecedora de la comunión en el error. Ni que decir de ese despropósito de pedir indexación de salarios en época de hiperinflación.

 

 

 

 

El contraste no solo es necesario sino enriquecedor. La cordura reclama intentar otras vías y otras posibles soluciones. Mercado libre, empresas liberadas del intervencionismo, propiedad protegida del saqueo, y condiciones estables para el fomento del ánimo emprendedor deberían ser componentes esenciales de un proyecto alternativo. Así como la no reelección presidencial y un sistema de doble vuelta resultan útiles para cercenar la ambición desmedida y la lógica perversa de la complicidad entre compinches, como si el país se tratará de la cueva de los cuarenta ladrones. Es buena la diferencia entre un discurso demagógico y permisivo, que juega al circo y se arriesga al espectáculo, y otro que plantee con seriedad y parsimonia una agenda para la recuperación del país donde todos tendremos que seguir agregando esfuerzos para restaurar la libertad y las instituciones republicanas. No es transmisión de mando sino transición y nuevo mandato lo que se impondrá.

 

 

 

 

La prepotencia y la inhabilidad para ceder al buen juicio es también causante de muy malos resultados políticos. La forma como se trata a los presos políticos. La imposibilidad de encontrarle un quicio a la represión, las jugarretas con los procesos simulados y la sospecha generalizada propia de los “policial-socialismos” son rutas temerarias que tarde o temprano conducen al desastre. No se puede arremeter contra los cuadros medios de las FFAA y pretender que ello contribuya a la lealtad legítima de una institución que es valiosa para la república. El asolarlos de esa forma solo puede propiciar un realineamiento porque la fuerza usada brutalmente no provoca cohesión. Así como tampoco tiene sentido el corretear a dirigentes políticos, llevarlos al exilio, mantenerlos amedrentados, forzar a un mínimo funcionamiento de la Asamblea Nacional y mantener al TSJ legítimo en el exilio por razones de extrema necesidad. ¿Alguien puede pretender que eso sea sostenible?

 

 

 

Por último, hay mucha enajenación en el nihilismo que hace de la duda y la descalificación un refugio para la inacción. La inconformidad malcriada, la incapacidad para apreciar los pequeños avances, el desprecio por el coraje que no es temerario pero que si es sistemático, el desdén por el que decide resistir, quedarse y luchar, la distancia jactanciosa con los que, desde cualquier lugar del mundo, cooperan genuinamente para que la tiranía se derrumbe más temprano que tarde, y la campaña de desaliento constante, como si fuera una alternativa la derrota definitiva, son todas ellas parte del mismo síndrome de la insensatez y el absurdo.

 

 

 

 

El bamboleo dubitativo que implica reconocer que una de las opciones tiene el valor y la razón de su parte, para inmediatamente advertir que igual no la apoyan, tiene que calificarse de disparate, otro de los atributos de las épocas en las que una sociedad completa ha perdido la razón. Pero igual se podría decir de los que fungen como viudas de unas elecciones que no pasaron de ser una farsa electoral y que laceran la prudencia con la que la sociedad venezolana se abstuvo de participar. Unos hieren con la inconsistencia entre lo que piensan y lo que hacen. Y los otros malogran la ciudadanía con la perversidad con la que sostienen el error y lo encumbran como razón para el castigo social. Los primeros deben definirse cuanto antes. Los segundos deberían retractarse de inmediato. Pero de ser así, no estaríamos en la marca de la locura del socialismo del siglo XXI. A los pocos que caen en cuenta de que el despeñadero está cerca bien les vale lo que reza el salmo 74: “Ya no vemos señales ni quedan profetas: No hay nadie entre nosotros que sepa hasta cuándo. ¿Por qué retiras tu mano Señor, y la mantienes oculta en el pecho? Levántate Señor y defiende tu causa, recuerda que el insensato te ultraja sin cesar.

 

 

 

 Víctor Maldonado C.

victormaldonadoc@gmail.com

 @vjmc

 

 

Pequeño manual de ética política

Posted on: junio 18th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

Siempre me ha parecido hermosa la definición que hace Hannah Arendt de la política: es el arte de convivir entre los que son diversos. La política trata de los diferentes en su estar juntos sin matarse, sin defraudar la confianza en el orden social y sin degradar la demarcación entre lo que es válido de lo que resulta absolutamente inaceptable. Nadie ha dicho nunca que la política sea el ambiente de los tramposos, los mentirosos y los perversos. Pero el poder, ya lo sabemos, es una gran tentación. Nadie que no esté preparado, en fortaleza y carácter, debería consumir dosis muy altas de poder, porque de inmediato pretenden ser como dioses. Esa es precisamente la tentación original.

 

 

 

Obviamente, ya lo planteó Maquiavelo, que el gobernante tiene un conjunto de obligaciones con la vigencia de esta convivencia que lo aleja radicalmente de los deberes que un cristiano tiene con los suyos y con la salvación de su alma. Al gobernante “le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas cualidades que le significarían la pérdida del Estado”. ¿Qué puede originar la perdición de un político? La falta de coraje y el exceso de perversidad. No es que le estén vedados esos dos defectos, pero no debe dejar que ellos lo posean hasta el punto de determinar su ruina. El político que está verdaderamente preparado para conducir la suerte de un país no puede ser un cobarde. La cobardía tiene muchas caras. Todas ellas están relacionadas al actuar indebidamente. José Antonio Marina afirma que el cobarde huye, se desvincula, baja la cabeza, se pliega. Nadie quiere que sus políticos, a la hora de la verdad, se quiebren, se sometan, se paralicen o simplemente se humillen.

 

 

 

El exceso de perversidad es todavía una cualidad peor. Es el político que manosea la realidad, juega con la verdad y la mentira, se solaza en la crueldad, no es capaz de honrar su palabra, y confunde los intereses y deseos personales con los de sus ciudadanos. Claro que el gobernante debe tener opciones siempre a mano, y que la razón de estado es uno de sus determinantes. Pero una cosa es pensar en la preservación del país, que a veces exige tomar decisiones difíciles, y otra muy diferente es invocar al país cuando de lo que se trata es de salvar el pellejo. La corrupción, el uso del poder público para el lucro privado, las transacciones indebidas y los conflictos de interés, nunca forman parte de los argumentos para invocar el uso de las medidas extraordinarias. Maquiavelo lo señala claramente: Es solamente “cuando hay que resolver acerca de la salvación de la patria, no cabe detenerse por consideraciones de justicia o de injusticia, de humanidad o de crueldad, de gloria o de ignominia. Ante todo, y, sobre todo, lo indispensable es salvar su existencia y su libertad”. Un estadista sabio delibera cuales son los riesgos, los costos y cuál es la ganancia. Nadie dijo que el cohecho forma parte de la grandeza de los gobernantes.

 

 

 

Algunos políticos juegan a la extrema corrección. Hablan de paz, amor, diálogo, negociación, transiciones y elecciones como si ellas fueran rutas dogmáticas para resolver cualquier situación. Ellos juegan “al deber ser” olvidando las truculencias de la realidad. Ellos hipotecan cualquier posibilidad de salvación de sus ciudadanos porque prefieren comportarse como párvulos recitando una lección de memoria y esperando el aplauso convencional. No es así como se juega el difícil arte de la política. Que convivan los diversos, mantener el orden social, asegurar la libertad, tiene poco de glamoroso y mucho de determinación. También Maquiavelo advertía contra los buscadores del encomio fácil, “porque si consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por traer el bienestar y la seguridad”.

 

 

 

 

Pero esta frase, a veces utilizada para apuntalar el cinismo en la política, tiene que verse con mayor detenimiento. La cordura política está asociada al mantenimiento del poder a cualquier costo, pero no de cualquier manera. Ya para los tiempos del filósofo florentino la gestión pública tenía exigencias incuestionables. “Trate el príncipe de huir de las cosas que lo hagan odioso o despreciable, y una vez logrado, habrá cumplido con su deber y no tendrá nada que temer de los otros vicios. Hace odioso, el ser expoliador y el apoderarse de los bienes y de las mujeres de los súbditos, de todo lo cual convendrá abstenerse. Porque la mayoría de los hombres, mientras no se ven privados de sus bienes y de su honor, viven contentos; y el príncipe queda libre para combatir la ambición de los menos, que puede cortar fácilmente y de mil maneras distintas. Hace despreciable el ser considerado voluble, frívolo, pusilánime e irresoluto, defectos de los cuales debe alejarse como una nave de un escollo, e ingeniarse para que en sus actos se reconozca grandeza, valentía, seriedad y fuerza. En los tiempos modernos, la mentira, el colaboracionismo y la improvisación han causado el descrédito de los aficionados a la política, que, además, desde el balcón de su cinismo se burlan de quienes mantienen sus posiciones y defienden sus principios. Nada más odioso que un esfuerzo inútil, una promesa falseada, una ruta que se transforma en una emboscada. Nada más despreciable que el político tramposo, el que juega a las triquiñuelas, el que no tiene carácter ni aplomo, el que se deja manejar por sus adversarios y el que quiere jugar a ventrílocuo cuando no pasa de ser uno de sus muñecos.

 

 

 

El peor vicio de cualquier gobernante es la corrupción. Porque lo pone en el espacio vacío en el que ni es buen cristiano ni es buen político. Ni responde a la virtud del buen hombre ni tiene forma de demostrar que tiene las cualidades para dirigir a otros. Pero hablemos de eso con detenimiento. En Venezuela está operando una intensa y bien articulada operación de encubrimiento de la corrupción institucional manejada por Odebrecht. Tal vez no sea la única, pero si es la más publicitada. Lo cierto es que la prensa libre acaba de publicar informes completos donde Euzenando Prazeres de Acevedo, presidente de la constructora Odebrecht en Venezuela, confiesa haber manejado un inmenso mecanismo de sobornos que cubre altas esferas del gobierno y también a una parte de la oposición. En el resto de América Latina el escándalo ha tumbado presidentes, perseguido gobernantes, apresado ejecutivos de empresas y demandado una exigente aclaratoria de todos los aludidos.

 

 

 

El caso venezolano es esplendoroso en su tragedia. El régimen al final perdió toda compostura. Ni siquiera intentaron construir obras con sobreprecio. Se dedicaron a pagar las que ni siquiera se construyeron. Fue una orgía del saqueo que explica en mucho la caída de las reservas y la aridez de recursos públicos. No fue el imperio, ni el bloqueo, fue la imposición de una cultura del robo descarado y el cinismo de la propaganda. Creyeron que era suficiente con el anuncio y la puesta en escena. Así ocurrió también con la trama de Derwick Associates, y las consecuencias terribles en términos de la infraestructura eléctrica. ¿No les parece a ustedes que hemos sido poseídos por el demonio del desparpajo? El problema es que la corrupción institucional involucra lo público y lo privado, el gobierno y su oposición, como si fuera posible intentar una inmensa mordaza. Perdonen en todo caso que me preocupe mucho más la corrupción entre nosotros que la que malogra al régimen.

 

 

 

Podría ser que el corruptor tenga interés en mostrar un país infestado de corruptos y además tenga ganas de cobrarse la última factura en términos de involucrar en el charco a quienes son inocentes. Pero aquí de nuevo nos conseguimos con imperativos éticos irrenunciables. El político correcto tiene que dar la cara, asumir los costos de una acusación como esa, defenderse y argumentar apropiadamente. Quien así lo haga, podrá contar con la indulgencia de los ciudadanos, y la expectativa del debido proceso con presunción de inocencia. Lo totalmente cuestionable es lo que aquí ha ocurrido con una corriente de la oposición, que en lugar de exigir las debidas aclaratorias, pretenden todo lo contrario: relativizar el hecho, transformarlo en una circunstancia menor, hacerlo pasar por una situación producida por la extrema necesidad o por la extrema injusticia. Hacer buena la pésima política de los dos raseros, insistir en la lógica particularista que exculpa a los propios con la misma intensidad que acusa a los contrarios. El más absoluto familismo amoral que quiere convertir a todos los ciudadanos en cómplices, o por lo menos, exculpadores magnánimos de una sinvergüenzura.

 

 

 

¿Qué es el familismo amoral criollo? Es poner encima de cualquier consideración racional-institucional la necesidad de privilegiar la relación con las personas que forman el círculo primario de pertenencia, subordinando a la convivencia interpersonal cualquier criterio de productividad; Y en segundo lugar, el asumir como regla preferencial de actuación la que impone “la maximización de las ventajas materiales o de prestigio social inmediatas (“inmediatas” está usado en el sentido de “a corto plazo”) para sí mismos y para su círculos inmediatos de pertenencia, suponiendo que todos los demás actores hacen exactamente lo mismo”. Los que viven dentro de este ethos no son capaces de discernir apropiadamente entre espacios, tiempos y contextos, y asumen como dogma utilizable para cualquier propósito las versiones determinadas por los grupos en los que coexiste. Es familista amoral aquel que, en lugar de exigir claridad, quiere imponer complicidad. Y va más allá, es capaz de tergiversar la realidad y tratar de reinterpretar los hechos para hacerlos más permisivos.

 

 

 

Este tétrico argumento plantea nada más y nada menos que los políticos de la oposición han debido corromperse para luchar contra la corrupción. Y que eso es bueno. Incluso épico. Lo que pasa es que en el camino no se aprecia demasiada lucha y si una coreografía de colaboración en donde nada termina de salir de su quicio. Lo que se aprecia es lo obvio. Que el dinero de la corrupción compromete y amarra, define discursos, limita las acciones, y engatilla a los liderazgos. Eso no tiene nada de heroico. Recordemos la frase de Maquiavelo: “A causa de estos regalos, la juventud se corrompía y prefería la licencia propia a la libertad de todos”. La corrupción envilece.

 

 

 

Cuando se hace política desde los principios, el origen del dinero si importa. La cualidad de los aliados es también decisiva, y la estrategia es entonces la diferenciación. Una coalición unitaria que tenga flacidez en su integridad, que no aclare ni una cosa ni la otra es solamente un esfuerzo de institucionalizar el familismo amoral y de darle continuidad a una dirigencia de impresentables. Odebrecht dice que dio millones de dólares a la campaña de la oposición. Eso no se puede esconder bajo la alfombra. Porque además hemos sido testigos de uso de recursos para encumbrar liderazgos y líneas partidistas, que además se hicieron con liberalidad presuntuosa, incluso llegando a financiar y patrocinar encuestas y líneas de opinión que se comportaron como furiosos censores de las otras alternativas. ¿En eso se usó el dinero sucio?

 

 

 

Volvamos a Maquiavelo. Cuando la democracia se degrada a licencia (donde todo vale) rápidamente se trastoca en una tiranía. “Donde no hay esta honradez no cabe esperanza de bien alguno”. Por lo tanto, es inútil esperar que la república pueda restaurarse desde la corrupción. Ya sabemos que ese dinero provoca compromisos para que esa corrupción continúe. Pero hay que ir más allá. El político honesto debe parecerlo. Maquiavelo estudia el caso con fruición y llega a señalar que “aquellas repúblicas donde se conservan incorruptibles las instituciones no toleran que ciudadano alguno sea o viva como noble…hasta el punto de que, si alguno cae en sus manos, lo matan por considerarle principio de corrupción y motivo de toda clase de escándalos”. Lo que pasa es que desde antiguo el ser y el parecer están fusionados en la congruencia. No puedes ser el líder de un país perseguido y hambreado, y pasearte por el mundo usando pasajes de primera clase. El exilio político siempre es estoico. Algunos no pueden con eso.

 

 

 

 

Algunos indigestos intelectuales pretenden ser los heraldos del “todo vale”. Los que terminan creyéndolo también acaban desfigurados. Maquiavelo presentó un dilema concluyente para el político: Ser amado o temido. Al respecto concluyo que, como el amor depende de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, pero, como he dicho, tratando siempre de evitar el odio, y sorteando los obstáculos del desprecio. Nadie sigue a un “pirata”. Nadie se engancha con una “rata”. El secreto de la política es la integridad. Lo que siempre está en juego es el respeto de los ciudadanos, porque como lo advertía Virgilio en La Eneida “Si entonces ven un hombre que tiene autoridad por sus méritos y valores, callan y lo escuchan con los oídos atentos”.

 

 

 

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

E-mail: victormaldonadoc@gmail.com

@vjmc

 

 

La trampa está montada

Posted on: junio 4th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

No hay normalización democrática posible mientras sigan vigentes la injusticia, la impunidad represiva y la arbitrariedad constituyente. No habrá normalización económica mientras continúe el plan de la patria, el horror del socialismo del siglo XXI, la indisciplina fiscal y la pavorosa corrupción. Represión y destrucción son dos caras de la misma moneda de curso corriente en nuestra maltratada Venezuela.

 

 

 

Pero el régimen sabe que juega una ecuación que nunca le va a cuadrar a favor. Tiene claro que la represión le resta legitimidad y también tiene conciencia de que está experimentando los rendimientos decrecientes de una economía que se ha convertido en su peor enemiga. Y no dejan de llover malas noticias. Las sanciones políticas y los mercados se han confabulado para organizar un bloqueo a cualquier posibilidad de seguir actuando abusivamente. E internamente ha caído en el más absoluto descrédito. Aun así, es poco lo que puede hacer porque una tiranía no puede dejar de serlo sin derrumbarse. No le queda otra alternativa que “morir con las botas puestas”.

 

 

 

Pero puede reciclarse. En eso consiste la liberación de los presos políticos. Salen del oprobio de las cárceles venezolanas para quedar, muchos de ellos, condicionados a unas medidas cautelares que exigen silencio y compostura. Con esto no se acaba la represión. Siguen muchos perseguidos en las mazmorras, otros continúan siendo víctimas de la persecución, pero lo peor de todo es que continúan vigentes las condiciones de injusticia y abuso que caracterizan a los policial-socialismos. Nada ha cambiado sino la rotación que se produce a través de las puertas giratorias de la represión política.

 

 

 

El régimen sabe que se excedió. Necesita un aire de normalización lo suficientemente creíble para evitar la velocidad y la intensidad de las sanciones. Actúa taimadamente para lograr estabilizar esa ganancia espuria que significó el inmenso fraude del 20 de mayo. ¿Cuánto esta dispuesto a pagar para que le reconozcan esa parodia electoral? ¿Cuánto esta dispuesto a conceder para que una fracción de la oposición (la complaciente y colaboracionista) deje de insistir en ese punto y se dedique a otra cosa?

 

 

 

La oposición colaboracionista es experta en la confusión. Piden a la tiranía que haga elecciones, celebran que la tiranía afloje algunos presos políticos, conceden una y otra vez el beneficio de la duda luego de veinte años de evidencias. Esta oposición es experta en aflojar cada vez que estamos llegando a un punto de quiebre. Lo de ella es una nueva versión de “la era de acuario”, psicodélica, alucinada, y llena de fatua hermandad y amor falsario, experiencias extremas que solo ellos sienten, porque los demás estamos sobreviviendo a los efectos de una tiranía en acción. Los demás vivimos en el plano de una realidad atroz. Ellos viven en otro plano, el de las fantasías exóticas y las creencias extremas. Ese error de composición continuo y sistemático les hace incurrir en errores políticos imperdonables, propios de una estupidez política irreversible.

 

 

 

El error más reciente ha movido a unas organizaciones defensoras de DDHH a solicitar que se atenúen y reconsideren las sanciones financieras. Según ellos “no es moralmente aceptable, o políticamente efectivo utilizar el sufrimiento humano generalizado como una táctica para ejercer presión sobre el gobierno venezolano”. Esas organizaciones no gubernamentales que suscribieron ese comunicado bajo el paraguas de wola.org no caen en cuenta de la causa raíz de los problemas venezolanos. No es, como ellos proponen, que seamos víctimas de las sanciones. Sino que esas sanciones son el resultado de que el régimen haya convertido en víctimas a todos sus ciudadanos, haciendo oídos sordos a todos los llamados a la cordura que desde la OEA y países democráticos le hicieron constantemente. Tampoco es cierto que se hayan instrumentado sanciones al país, porque se ha concentrado en una nómina de dirigentes del régimen, y sus testaferros. Y por supuesto, impedir que siga el saqueo a los recursos del país. Claro está, la izquierda exquisita y falsamente humanitaria no quiere entrar en esos detalles.

 

 

 

Así como tampoco la oposición redimida por el régimen quiere dejar su agenda. Ellos siguen insistiendo en cursos de acción que le concede tiempo al régimen y a ellos innegables beneficios pecuniarios. Entre unos y otros, las ONG´s que humanitariamente piden un “taima” para el régimen, y esa oposición perversa, nosotros hemos estado entrampados. Ellos hacen perder de vista quienes son las verdaderas víctimas, y quien es el verdadero victimario. Ellos no quieren reconocer que mientras siga vigente el socialismo del siglo XXI no va a haber enmienda a la pobreza, la ruina económica y la persecución política. Ellos no quieren admitir que solamente por la vía de las sanciones el régimen aflojó a ese puñado de presos políticos. ¿O es que a alguien se le ocurre que el régimen accedió a las peticiones de Bertucci o Pedro Pablo Fernandez? ¿Alguien le da crédito a las “fianzas” otorgadas por los “gobernadores” adecos”? Todos ellos son fuego de artificio para darle aires de verosimilitud a una trama montada desde el régimen para parecer complaciente, compasivo y democrático. Y esa es la trampa.

 

 

 

La trampa es aparentar lo que no es. Es jugar, por ahora, al repliegue táctico con el fin de distraer la atención de lo esencial y tratar de espaciar la intensidad de las sanciones internacionales. En ese sentido, los que juegan a favor del régimen son cómplices de sus delitos contra la humanidad de los venezolanos y contra la estabilidad de la república. El régimen quiere que olvidemos el socialismo y sus destrucciones. Quiere que no recordemos que está vigente la espuria asamblea constituyente, que son ellos los que la mantienen por la vía de los hechos, y la usan con criterio de dueño de meretriz. Ellos aspiran a que nosotros no caigamos en cuenta del inmenso descontento en las FFAA, y que no apreciemos el descalabro de la administración pública.

 

 

 

Esas ONG´s abonan a las falacias fabricadas por el régimen. El descalabro económico y la brutal caída del producto interno no es causa de las sanciones, son la razón por la que la comunidad internacional está preocupada y miran con estupor la crueldad subyacente al esfuerzo de destrozar al país y a sus habitantes. Ellas no lo ven porque son parte del sistema que mira con complacencia y sin discernimiento las escaladas de la izquierda, encumbrada en falsos altares, imposible de violar por ellos, sus más conspicuos cómplices.

 

 

 

Aquí en Venezuela la tragedia continúa invicta a pesar de los giros tácticos del régimen. Sería una tontería aflojar una vez más. Pero la trampa está montada. De un lado operan los falsos humanistas, que prefieren el sufrimiento del venezolano a la caída de un régimen socialista. Del otro opera la falsa oposición que pretende simular una falsa normalidad con miras a negociar una entente con el régimen donde se cocine de todo: falsos diálogos y falsas elecciones. En esas componendas sobra la plata sucia y escasea la honradez. Una fiera no deja de serlo porque alguna vez decida jugar con sus presas en lugar de devorarlas de una buena vez.

 

 

 

A los venezolanos nos toca seguir pendientes y atentos, con mucho foco en la realidad. Y la realidad lo que nos dice es lo siguiente:

 

 

 

1- Que este socialismo es una tiranía que nunca se va a degradar en democracia imperfecta.

 

 

2- Que esta tiranía se sirve de las instancias de gobierno y de una parte de la oposición.

 

 

 

3- Que los resultados de este socialismo son ruina, represión y colapso.

 

 

4- Que vivimos tiempo de quiebre, porque las tendencias conspiran contra la estabilidad del régimen.

 

 

5- Que, por eso mismo, por debilidad inmanente, el régimen quiere fingir una normalización del país. Pero es apariencia sin esencia.

 

 

6- Que las bases del régimen continúan allí: el modelo económico, la asamblea constituyente, la incondicionalidad del TSJ y del Poder Moral, el alto mando militar, y los patrocinantes y beneficiarios de la impunidad y la corrupción. Y el uso indiscriminado y cruel de la represión.
7- Que el régimen no tiene legitimidad ciudadana y tampoco reputación internacional.
8- Que solamente mediante una perfecta alineación entre los esfuerzos nacionales y las sanciones internacionales ocurrirá la debacle de la tiranía.

 

 

 

9- No habrá salida fácil. Requiere de fortaleza democrática, resiliencia personal y claridad política. Por eso mismo es preferible la claridad al presuntuoso unanimismo.

 

 

 

10- Son tiempos de opciones claras. No se puede ser tibio. Ni estar jugando en dos tableros a la vez. Venezuela es un país, no un casino.

 

 

 

Son tiempos para actuar con convicción, sortear los obstáculos, evitar a los tramposos y conjurar las trampas. El camino correcto no es fácil, pero es el único que garantiza una oportunidad para la libertad.

 

 

 

Víctor Maldonado C

@vjmc

 

 

Colombia en su laberinto

Posted on: mayo 28th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

Acaba de ganar el candidato Iván Duque, pero no con suficientes votos para evitarse la segunda vuelta. En pocas semanas tendrá que enfrentar el poderío de la izquierda afiliada al socialismo del siglo XXI. No es poca cosa. En Gustavo Petro se concentran todo ese potencial nefasto que ha traído dos décadas de dolor, represión y ruina para nuestro país. Y el dinero de muchos años de actividad guerrillera y negocios ilícitos que seguramente se pondrán a disposición de una nueva versión de la misma tragedia.

 

 

 

La izquierda latinoamericana descubrió con Chávez que podían tomar al poder aprovechándose de las instituciones democráticas y las reglas del juego limpio. Pero una cosa es llegar apalancados por el estado de derecho, y otra muy diferente es gobernar apegados a la ley. La trama ya está cantada y probada con algún éxito en Bolivia, Nicaragua y Ecuador. Una versión mejorada de la rudeza castrista, pero sin alejarse demasiado de la lógica fundamental: apropiarse del poder y ponerlo a disposición de una versión delirante de una ideología atroz.

 

 

 

Petro está en la etapa del lobo disfrazado con piel de cordero. Es la época de las promesas, la unidad, el amor, la compasión con los pobres, la denuncia de la injusticia, el ataque feroz a las instituciones, la promesa de una nueva constitución, el planteamiento de un estado fuerte, interventor, expandido, avalado para redistribuir la propiedad, empoderado para quitarle a los ricos y devolverles a los pobres, comprometido con la paz y la reconciliación, y por supuesto, alejado del capitalismo, los capitalistas y la oligarquía colombiana. En este momento todo puede parecer dirigido a transformar al país en la utopía de la igualdad y la restauración de la justicia. Pero eso dura hasta que lo proclamen presidente.

 

 

 

Al tener el poder de inmediato se despliega el verdadero plan. La implementación de un contubernio del resentimiento para destruir las instituciones burguesas, la demolición del estado de derecho, el derrumbe de la autonomía de los poderes públicos, la degradación de las fuerzas armadas, la renuncia a las relaciones con los países democráticos, la proposición de una nueva geopolítica “multipolar” donde los relegados son las democracias occidentales y los nuevos privilegiados son los otros, los que practican los fundamentalismos militantes, irrespetan los derechos de las gentes y tienen planteados varios tipos de guerra santa contra la cristiandad.

 

 

 

Por supuesto que las zonas rurales recibirán lo suyo. Establecerá zonas de paz, donde ni la policía ni el ejército estarán autorizados para intervenir. Serán las organizaciones comunales las que estarán a cargo. Muy pronto se multiplicarán los secuestros y los delitos contra la propiedad, incluidas las invasiones, que no encontrarán reparo en los organismos de administración de justicia.

 

 

 

En paralelo surgirán colectivos populares, milicias armadas organizadas para proteger la revolución. Si, la revolución, porque más temprano que tarde el gobierno de Petro inventará una épica y se asumirá como líder supremo de su propia gesta. El aplauso y la convalidación de esa narrativa delirante estará a cargo de los corifeos del caribe organizados a través del Alba, que terminará siendo el único mecanismo de integración que use el gobierno. Ya no serán los negocios y la productividad los objetivos esenciales sino “la solidaridad de los pueblos” eufemismo que encubre el latrocinio de los fondos públicos y la corrupción continental.

 

 

 

La frontera funcionará como un aliviadero para las organizaciones de la delincuencia internacional y se potenciará el perfil trasnacional de las guerrillas ahora devenidas en una gran corporación de negocios ilícitos. Para la izquierda revolucionaria todo lo que arruine a occidente es bueno, incluidas las drogas y el terrorismo. La alucinación grancolombiana estará presente como excusa para hacer malos negocios para los colombianos, pero muy buenos para el eje cuyo nodo principal seguirá siendo Cuba.

 

 

 

Ya sabemos que los negocios petroleros privados serán nacionalizados. El estado crecerá a costa de la depredación del sistema de mercado y de buenos negocios privados. Los empresarios honestos se conseguirán muy pronto extorsionados por un intervencionismo obsceno, el incremento grosero de los impuestos y todas las dificultades imaginables para constituir nuevas empresas. Pero no solo será eso. Las carreteras y rutas logísticas serán más peligrosas y no serán extrañas las confiscaciones sediciosas que poco a poco irán agotando la paciencia y el ánimo empresarial. Si alguna vez se instrumentó con éxito una política de seguridad democrática, a partir de ahora será todo lo contrario. El país será balcanizado entre diferentes expresiones revolucionarias cuyo único punto en común será la revolución y su líder, a quien endiosarán para que esa presencia fulgurante les garantice su dominio feudal por muchos años.

 

 

 

En algún momento las fuerzas armadas pasarán a ser un ejército santanderista, petrista, profundamente revolucionario y antimperialista. Ese proceso es sinuoso y lento, pero constante. Primero la división entre los diferentes cuerpos, luego la fusión, en el transcurso se eliminarán los controles legislativos y concomitantemente se incrementará la importancia del comandante en jefe y presidente de la república. Las chaquetas de camuflaje serán parte de la simbiosis, para hacer pasar al civil por un comandante militar. Toda esta capacidad mimética y camaleónica será debidamente acompañada por una apropiada rectificación histórica. Algunos héroes caerán mientras que otros serán ensalzados, dependiendo de cual personaje se ajusta más a la neo-épica socialista. Lo mismo harán con las iglesias, a las que fragmentarán entre socialistas e impostoras, ya que Jesús fue revolucionario, así como Bolívar el padre de la gran nación anfictiónica.

 

 

 

Una asamblea constituyente será objeto de un rápido plebiscito, aprovechando la luna de miel de los primeros cien días. Excusas sobrarán, pero se pondrá de relieve el agotamiento de la vieja política, los años perdidos en manos de la oligarquía, la necesidad de romper todas las amarras que impiden la felicidad del pueblo, y el objetivo supremo de darle pleno sentido a la paz. No se puede despreciar el papel que en toda esta trama tienen los intelectuales orgánicos y las clases medias resentidas. Todos ellos serán pasto de la oferta de revolcar al país y de castigar a los impíos cuyo proyecto histórico era el saqueo de las riquezas del país.

 

 

 

La mentira será el signo de los tiempos de la revolución Petrista. La verdad será relativizada y subordinada a los intereses supremos de la revolución. Mentira y destruccionismo, o mejor dicho, la difamación constante como arma de destrucción de todo lo establecido será usado como parte del esfuerzo de construir una hegemonía comunicacional desde donde tomarán ventaja contra todos sus adversarios o contendores. Petro ya comenzó en su discurso de aceptación de los resultados de la primera vuelta. Dijo literalmente que “son dos largas historias que vienen de muy atrás. Es una historia que ha marcado a Colombia con la desigualdad, violencia, autoritarismo y exclusión de las minorías…”. Esa es la marca de origen del socialismo del siglo XXI. Un discurso grandilocuente pero falsario, aprovechado, removedor de los peores imaginarios latinoamericanos, falaz y equívoco en las relaciones causales que plantea, y por supuesto, muy peligroso.

 

 

 

Los socialismos del siglo XXI en cualquiera de sus versiones son elíxires inútiles. No resuelven los problemas que denuncian, pero crean otros. No sanan a la sociedad, la intoxican y la enferman. El populismo marxista se vale del gasto público creciente, desordenado y sin respaldo para lubricar la etapa de decisiones trascendentales. Dependiendo de cada país, estos tramos se recorren más rápido o más lento, pero al final el resultado es la inflación, la escasez, la violencia, la ruina social, la debacle de los servicios públicos, el deterioro de los derechos de propiedad, la censura y el cierre de los medios de comunicación libres, la persecución de la disidencia y una vivencia en donde el miedo se alterna con el terror. El circo socialista tiene alegres payasos en la entrada, es animado por ilusionistas y magos, pero las salidas están obstaculizadas por fieras hambrientas de sangre y de libertad.

 

 

 

Ningún pueblo aprende de las experiencias ajenas. Además, cada circunstancia es inédita. Cuando los venezolanos visitábamos a la disidencia cubana, ellos tempranamente advirtieron los peligros que significaban ese acercamiento tan animoso entre Fidel y Chávez. No hubo un solo venezolano, y yo me incluyo, que presintió el riesgo. Todo lo contrario, con una jactancia que encubría un profundo desprecio, respondíamos que nosotros no éramos una isla, que Venezuela era diferente. Cuando hemos tenido la oportunidad de conversar con los fraternos colombianos, la respuesta es similar. Dicen que Colombia no es Venezuela. Ojalá, porque a nosotros, víctimas indefensas del socialismo del siglo XXI, lo único que podría empeorar lo que ya es oprobioso sería tener una Colombia gravitando alrededor de un único proyecto totalitario.

 

 

 

No hay otro antídoto que el más estricto sentido de realidad. Hay que evitar a toda costa la más mínima posibilidad de una entente chavista entre el Petrismo y el régimen Diosdado-Madurista. Eso significa votar por Iván Duque, ahora que todavía es posible cerrarle el paso a la conjura. El foco en la realidad también debería inmunizar a los colombianos de creer cualquier oferta alucinógena y almibarada de reivindicación, igualdad, rectificación histórica y justicia. Detrás de todas esas palabrerías se encuentra un ansia voraz de poder total que es capaz de acabar con la paz, el progreso y la prosperidad que mediante el trabajo productivo han logrado los colombianos.

 

 

 

La historia no tiene fin. Problemas, déficit y errores son el signo de lo humano. No es el momento de juzgar las alternativas al socialismo con exigencias preciosistas. Algunos pretenden votar a favor de la utopía aun sabiendo que los sueños, sueños son. El resentimiento y la envidia son vicios capaces de provocar exterminio y desolación, y estamos seguros de que esas son las emociones que están detrás de la oferta de Petro. Ojalá los colombianos no se permitan caer en esas tentaciones. El mundo funciona con otras reglas, las del mercado y las de los gobiernos prudentes y contenidos, que no ofrecen el paraíso aquí en la tierra, pero que garantizan un futuro sin complejos ni falsas facturas, con progreso y libertad para todos.

 

 

 

 

Ojalá que no tengamos que vivir con tristeza y sin remedio la esencia de ese bello poema de León de Greiff:

 

Y el tiempo he perdido

y he perdido el viaje…

 

Ni sé adónde he ido…

 

 

por ver el paisaje

 

 

en ocres,

 

 

desteñido,

 

 

 

y por ver el crepúsculo de fuego!

 

 

Pudiendo haber mirado el escondido

 

 

jardín que hay en mis ámbitos mediocres!

 

 

o mirado sin ver: taimado juego,

 

 

buido ardid, sutil estratagema, del Sordo, el Frío, el Ciego.

 

 

 

Dios quiera que Colombia no pierda ni el tiempo ni postergue el viaje hacia lo que queda de siglo.

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

E-mail: victormaldonadoc@gmail.com

@vjmc