García Márquez y el día que Venezuela conquistó la democracia, hoy perdida

Posted on: enero 28th, 2024 by Super Confirmado No Comments

Una vez, en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de Los Baños, Cuba, creo que, a finales de los años 1980, le escuché decir a Gabriel García Márquez que el momento de felicidad colectiva más grande que él había presenciado fue el 23 de enero de 1958. En Caracas. Cuando los demócratas venezolanos lograron poner fin a la dictadura presidida por el general Marcos Evangelista Pérez Jiménez.

 

 

Años después, gracias a una publicación de la Fundación Gabo, un libro titulad Gabo periodista, me encontré con tres crónicas que el entonces joven reportero, oriundo de la costa colombiana, había escrito obviamente emocionado sobre aquel acontecimiento venezolano del que había sido testigo de excepción.

 

 

Una crónica se titulaba “Buenos días libertad”, otra “El pueblo en la calle”, ambas publicadas el 24 de enero de 1958. Y una tercera, hecha pública el 7 de febrero del mismo 58, bajo el título “El clero en la lucha”. Las tres incluidas en la revista Momento, donde el futuro premio Nobel trabajaba como modesto reportero.

 

 

Durante décadas el 23 de enero era una fecha gloriosa en nuestro país. Era, hay que decirlo, una fiesta nacional. Con la llegada del chavismo su peso se fue diluyendo y este año 2024 la fecha epopéyica, perdonen que hable en primera persona, la he recibido en territorio colombiano, donde vivo junto a unos dos millones y medio de venezolanos desterrados por la persecución o por las penurias que el gobierno chavista ha traído consigo. Por eso me he puesto a revisar, con el apoyo de queridos amigos colombianos, entre ellos Jaime Abello, director ejecutivo de la Fundación Gabo, los escritos del joven nacido en Aracataca que tuvo la suerte de ser cronista de aquella gesta libertaria.

 

 

Obviamente, el talento narrativo de aquel precoz escritor costeño ya estaba constituido plenamente. Vuelvo a leer, ahora el 23 de enero de 2024, como si se tratara de un acto ritual, en un barrio del norte de Bogotá, las cinco primeras líneas de “Buenos días libertad” y confieso que me invade una especie de emoción adolescente. Como si el hecho hubiese ocurrido la noche de anoche.

 

 

García Márquez cuenta: “Estas líneas son escritas al amanecer de 23 de enero [de 1958]. No se oye un solo disparo en Caracas. El pueblo recupera la calle. Venezuela la libertad. La prueba más evidente de que algo ha ocurrido esta noche es que estas líneas pueden escribirse. Este es el primer editorial que escribe la revista Momento desde su fundación”.

 

 

Confieso que aún me emociona aquel testimonio conmovedor de la democracia naciente. Pero su autor, que apenas llegaba a los 30 años, y residía desde hace solo uno en Venezuela, no se deja llevar solo por la emoción y se toma la tarea de explicarle a los lectores el significado profundo de lo que está ocurriendo.

 

 

“Esta vez —escribe con precisión pedagógica— no se trata de un golpe de Estado. Se trata de una conspiración multitudinaria, en la cual, junto con un vasto sector de las fuerzas armadas, participaron los estudiantes, los trabajadores, los intelectuales, los profesionales, el clero, todas las fuerzas dinámicas de la nación: pueblo y ejército. De ahí la victoria”.

 

 

Pero donde verificamos que ya para entonces estábamos frente a un gran narrador, que es a la vez un sociólogo, un antropólogo y un historiador, es cuando comienza a describir —como lo hizo Vargas Llosa con Rafael Leónidas Trujillo en La Fiesta del Chivo—, la perturbada psiquiatría del frío y cruel dictador, el último gobernante militar del siglo XX antes de que Hugo Rafael Chávez Frías llegara al poder en 1999.

 

 

Seguramente aquel 24 de enero, García Márquez comenzó a indagar en la psiquiatría de los tiranos. Algo que años después lo llevaría escribir El otoño del patriarca. Ese día, aquel periodista apasionado debe haber pasado la noche escribiendo. Y hurgando en los más diversos detalles de lo que estaba en marcha. Olfateando incluso en lo que pasaba por el corazón del tirano. Aquel militar que había forjado el derrocamiento de Rómulo Gallegos y luego expulsado de Venezuela a sus mejores hombres, entre ellos al mismo Gallegos, Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba. El mismo que había ordenado los asesinatos de Leonardo Ruiz Pineda y hecho presos a miles de activistas políticos más.

 

 

Entonces fue cuando escribió, supongo que en una pequeña máquina de escribir este texto inolvidable: “La última noche del general Marcos Pérez Jiménez en el Palacio de Miraflores se inició con una tranquila velada doméstica. Mientras en la urbanización 2 de Diciembre, a dos pasos de allí, la policía dispara contra los civiles armados de botellas y piedras, el dictador consideraba ganadas dos partidas, la que llevaba ganada hace 30 horas contra el pueblo en la calle y la de dominó que le ganaba al gobernador Guillermo Pacanins”.

 

 

Cconocí a Pérez Jiménez ya anciano en su casa de la aristocrática urbanización La Moraleja, en Madrid. Parecía un abuelito bondadoso. Lo entrevisté. Me dijo que nunca asesinó a nadie. Ni siquiera a Leonardo Ruiz Pineda, mucho menos a los oficiales Droz Blanco y Wilfrido Omaña.

 

 

Dijo que la noche cuando salió huyendo en la Vaca Sagrada, el avión presidencial, en horas de la madrugada, camino de Ciudad Trujillo, no era por cobarde, sino para evitar un baño de sangre. Sostuvo que el mito de la corrupción de su gobierno era un invento de los adecos. Sentenció, con serenidad absoluta que la tragedia de Venezuela eran los civiles y afirmó que Rómulo Gallegos no era un hombre de disciplina porque se lo pasaba conversando de “cosas que no existen: de novelas”. Por eso tuvieron que derrocarlo. Al final agregó que menos mal que por ahí venía un muchacho –un teniente coronel– llamado Hugo Rafael Chávez que iba a regresar a Venezuela al orden militar y acabar con el “bochinche” que habían traído los políticos civiles.

 

 

Por suerte para todos, García Márquez registró aquellos días felices que lamentablemente perdimos con Hugo Chávez y sus acólitos que nos retrocedieron a la era del autoritarismo militar. Pero las frases de García Márquez quedarán para siempre en nuestros corazones: “El pueblo recupera la calle. Venezuela la libertad”.

 

 

Esa es la asignatura pendiente en el país 66 años después. Ojalá y podamos presenciar el avión donde el tirano Nicolás Maduro huirá en la madrugada por el cielo de Caracas camino de La Habana.

 

 

Si logro ser testigo de este derrocamiento indispensable para nuestra patria y nuestro regreso a la vida civilizada, escribiré un texto alegre, desmesuradamente feliz, como homenaje al gran Gabo, quien junto a otros dos colombianos también en la revista Momento –el periodista Plinio Apuleyo Mendoza y el fotógrafo Leo Matiz– que cubrieron juntos nuestro 23 de enero. Claro, lo sé, sin su talento.

 

Tulio Hernández 

Artículo publicado en el diario Frontera Viva

La arepa en el corazón

Posted on: diciembre 24th, 2023 by Super Confirmado No Comments

 

 

El interés por conocer, indagar, estudiar, celebrar y divulgar las creaciones de la cocina venezolana es cada vez más intenso. Lo verifico una vez más luego de leer, con serenidad, el libro Una arepa por el mundo, concebido y compilado por Ximena Montilla en compañía de la diseñadora gráfica Ira León.

 

 

No es el primer libro que Ximena Montilla publica sobre nuestro dinámico manjar redondo. Años atrás publicó Yo soy la arepa, donde comparte la evolución de este círculo blanco, primo de la tortilla mexicana, familia de las pupusas salvadoreñas, hermana umbilical de las arepas colombianas. Lo cuenta en rimas acompañadas de bellas ilustraciones de Marta Stagno, quien se apoya, entre otros elementos, en la riqueza visual de los textiles tradicionales venezolanos con énfasis en los manteles individuales de Tintorero.

 

 

En este segundo libro, ahora que los venezolanos somos migrantes, exiliados y parias, que ya llegamos a casi ocho millones de desterrados —que superamos en cifras las migraciones de Siria y Ucrania, dos países martirizados por la guerra—, Ximena y su equipo dan cuenta de la manera como la arepa se convirtió también en un sujeto errante. Universal. Por eso el libro se llama “una arepa por el mundo”.

 

 

Tiene varios capítulos, pero el que más me entusiasma se titula “Embajadores de la arepa”, en el que nos deja los testimonios escritos y fotográficos de tantos venezolanos que han ido montando areperas en lugares antes impensables. En decenas de ciudades. Desde Buenos Aires hasta Helsinki. Desde Miami hasta Beirut. Me gustaría reseñarlas todas, pero hay algunas arepas migrantes que me producen cierto encantamiento.

 

Primero, la Wafu (和風アレパ), una arepa nacida en Tokio, hecha al estilo japonés, rellena de ama ebi (camarones nipones), tai fish (pargo para sashimi), hojas de shizo verde (una especie de albahaca), aderezada, entre otros sabores, con wasabi y una pizca de yusukoshou (ゆず胡椒).

 

 

Me atrae la Ana Isabel, creada en Buenos Aires, rellena de cúrcuma y salmón ahumado. Me inspira la Grillúa, un éxito en Alemania, hecha de masa de plátano acompañada ­—como dicen sus autores­— por el relleno preferido de todos los maracuchos: el queso blanco abundante. Y me sorprende tener que ser un exiliado para descubrir la de “cuajada de trucha”, que hace felices a los pobladores del Quindío, acá en Colombia, rellena con una especie de pastel o tortilla a base de pescado, que también —dicen sus autores— es un plato típico del oriente de Venezuela, donde se sirve como platillo principal en la época de cuaresma en ciudades como Cumaná y Puerto La Cruz.

 

 

Y, para terminar el recuento, me inspira una sonrisa la Irlandesa, una arepa de remolacha y linaza con pollo, queso y aguacate que, vaya usted a saber por qué, hace alusión a la bandera de Irlanda por sus colores, lo que ratifica la vocación cosmopolita de los venezolanos.

 

 

No puedo dejar de citar los nombres de los locales que el libro reseña. Carolñicious se llama el de Massachusetts en EE.UU. Épale Street Food en Suecia. Tokio Arepa en Japón. Los Roques en Nueva York. Cumaná Bristró Food en Colombia. Arepahaus, Alemania. Ávila London, Inglaterra. Onoto Latin Food, Argentina. Los Chamos Restaurante, México. El Caminante Food Truck, Italia. The Arepa Republic, Canadá. Y para cerrar, Santa Arepa en Suecia.

 

 

Pero el libro tiene otros capítulos relevantes. Personalmente, me emociona encontrarme en el mismo lugar con reconocidos y valiosos cultores de nuestra culinaria. Ya sean chefs como Sumito Estévez, uno de nuestros más célebres oficiantes y embajadores viajeros de la cocina nativa. Investigadores como Rafael Cartay, riguroso y creativo historiador de nuestros sabores, hoy radicado en Ecuador. Antropólogas felices del alimentarse propio como Ocarina Castillo. Prolíficos autores divulgadores de nuestras maneras de ser venezolanos gracias a la alimentación como Miro Popic. O eruditas de los fogones locales, como Leonor Peña, amante de la cocina tachirense. Y paro de contar.

 

 

Al final me quedan rebotando en la sonrisa los nombres de las arepas que Ximena Montilla recuperó del menú del restaurante de los Hermanos Álvarez, lugar donde en las décadas de 1950 y 1960 se supone ocurrió el florecimiento de la arepa rellena que hoy conocemos. Cito algunos: “La prohibitiva”, hecha con caviar, ingrediente muy costoso. “La malvada”, por los dolores de estómago que podía causar el ingerirla, estaba rellena de morcilla de El Junquito. “La ancha base”, bautizada así por el pacto gubernamental de tres partidos políticos del país: Acción Democrática (partido blanco), que era representado por el queso blanco; URD (partido amarillo), que era representado con perico, una especie de huevos revueltos; y Copei (partido verde), que era representado por el aguacate.

 

 

“La tridimensional”, por las primeras películas en 3D que llegaban al país. “La bomba h”, rellena de caraotas negras refritas, que se bautiza así tras descubrirse la bomba de hidrógeno. “La multisápida”, inspirada en el término popularizado para referirse a la hallaca por el presidente Rómulo Betancourt entre 1959 y 1963, rellena de queso, chicharrón y pollo.

 

De aquel repertorio me hace gracia “Morir soñando”, un jugo de zanahoria y remolacha que ahora me remite a la posibilidad de que millones de venezolanos un día regresemos a nuestro país a comernos una buena arepa. En mi caso, de queso guayanés de Upata con una fina rodaja de tomate.

 

 

Una arepa no es la luna llena, pero se le parece. Redonda, luminosa y serena. Tampoco es un acto musical. Pero es melodiosa. Y, como ciertas canciones de juventud —baladas, boleros, rock, jazz, salsa, tonadas, ska, reggae— te puede devolver la fe en la existencia cuando la estás pasando mal.

 

 

Tampoco es una pieza arqueológica, pero cuando lees los relatos que cuentan su historia de largos siglos de inmediato te conectas con la memoria precolombina. Seres del maíz que somos en esta parte del mundo.

 

 

De recordarnos estos prodigios se ha ocupado Ximena Montilla. Y se lo agradecemos.

 

 

 Tulio Hernández

Artículo publicado en Frontera Viva

El Esequibo y el referendo solitario

Posted on: diciembre 10th, 2023 by Super Confirmado No Comments

 

 

“No es posible consultar al pueblo si se defiende o no la integridad territorial de Venezuela, porque se trata de un derecho irrenunciable, junto con el derecho de soberanía, conforme al artículo 1° constitucional”.

 

 

Esta sentencia del maestro en Derecho y Literatura Román José Duque Corredor, publicada por su autor en las redes, el pasado 22 de septiembre, desde París, pocas horas antes de su fallecimiento, tal como lo relata en un escrito Ramón Escovar León, es a mi juicio una de las más precisas y contundentes apreciaciones que se emitieron en torno al referendo sobre el Esequibo que se realizó el domingo 3 de diciembre por arbitraria decisión del gobierno de facto venezolano.

 

 

“Además, el tal referendo ­­—continuaba Duque Corredor—­ implica derogar la ley aprobatoria del 15 de abril de 1966 del Acuerdo de Ginebra, lo cual viola el artículo 74, que prohíbe los referendos sobre leyes aprobatorias de tratados internacionales”. Con estas dos frases podríamos haber dado el debate por clausurado. Pero era necesario preguntarse por qué al régimen se le ocurrió hacer esta consulta de una manera tan apresurada y correr el riesgo del fracaso, poniendo en la mesa un tema que, tal como lo verificamos con la abrumadora abstención ocurrida, difícilmente podría movilizar a la población. Incluyendo a los escasos seguidores del chavismo que aún quedan.

 

 

Hay una primera motivación que quedó clara en la retórica que predominó todo el domingo 3 en los medios oficiales, especialmente en Venezolana de Televisión, el canal estatal, convertido desde 1999 en aparato de propaganda del PSUV. Hablo de la tentación, muy propia de los gobiernos de facto, de crear un conflicto internacional, buscar un enemigo que permita unificar a la población en torno a una causa común, tratando de disolver las fracturas internas que el propio régimen ha creado.

 

 

Por eso tantos analistas, en las semanas previas al referendo, recordaron que a las dictaduras les gustan las guerras. Hacerlas o, por lo menos, invocarlas. Y si es por conflictos limítrofes, mejor. Recordamos por estos días, a manera de ejemplo y analogía, lo que intentó hacer la dictadura argentina en 1982, cuando emprendió aquella aventura insólita de declararle la guerra al Reino Unido por la posesión de las Islas Malvinas. Claro, a la dictadura argentina, la de Videla, Galtieri y afines, la jugada le salió tan mal que la guerra aceleró su caída.

 

 

La cifra de casi 700 jóvenes que perdieron la vida abatidos por la superioridad bélica de los británicos y la derrota militar en una confrontación que desde el comienzo se sabía perdida fue una causa más para la condena interna e internacional a un modelo político que ya traía como mácula la abrumadora cifra de miles y miles de presos, torturados, asesinados y desaparecidos.

 

 

Ahora todo parece indicar que al régimen de facto venezolano la jugada de ayer también le salió mal y que, pese al esfuerzo de manipulación informativa, emprendido sin pudor alguno, la idea de convocar a cerrar filas en torno a una causa que —así la vendieron—, no era de un gobierno, sino de “la nación en pleno”, no funcionó. La soledad reinó en las mesas de votación.

 

 

Los enemigos creados, el gobierno de Guyana y la Exxon Mobil, presentados como agresores de la soberanía venezolana, no fueron lo suficientemente atractivos, como para que la ciudadanía saliera masivamente a respaldar con un Sí las cinco preguntas que componían la consulta.

 

 

Otros factores deben incluirse en la evaluación del fracaso. Uno, la inconsistencia de las preguntas, en general mal formuladas, innecesarias, o que no podían ser respondidas con propiedad por una población que no está lo suficientemente informada ni instruida sobre un tema que no es fácil de entender.

 

 

Hay una de ellas casi graciosa. Parece uno de esos momentos geniales de los guiones de Cantinflas en su mejor época. Reza así: “¿Está usted de acuerdo en rechazar, por todos los medios conforme a derecho, la línea impuesta fraudulentamente por el Laudo Arbitral de París de 1899, que pretende despojarnos de nuestra Guayana Esequibo?” (sic). Es chistoso.

 

 

Otro factor probable ha sido la cercanía con el éxito arrollador de las primarias de la oposición. La interpretación dominante fue que el refrendo consultivo se propuso como cortina de humo al triunfo de María Corina Machado y al hecho contundente de que la oposición democrática tiene ya, de manera segura, una candidatura única.

 

 

Es posible, también, que el ventajismo absoluto de la campaña realizada por el régimen para movilizar el referendo: el silenciamiento de las voces críticas, el ocultamiento sistemático de todo el trabajo que se hizo durante los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni para recuperar el territorio Esequibo, la cobertura distorsionada de medias verdades sobre el apoyo de la oposición a referéndum, el silenciamiento de los cuestionamientos precisos de María Corina Machado y movimientos como Voluntad Popular; haya producido un efecto boomerang entre la población.

 

 

 

Pero el verdadero trasfondo del fracaso de la convocatoria hay que buscarlo quizás en el hecho de que la población entendió muy claramente que se trataba de un acto de burda manipulación y no en una verdadera afirmación de soberanía. Y, lo más contundente, que obviamente existe un rechazo, profundo y masivo, de la población al régimen espurio presidido por Maduro.

 

 

En todo caso, hay cosas que han quedado absolutamente claras y que obligan a pensar seriamente en cuáles serán los próximos pasos del régimen con relación a las elecciones de 2024. Una, que el chavismo ha perdido plenamente su otrora capacidad de movilización y convocatoria. Dos, que no le importa mentir sistemática e impúdicamente, como lo estuvo haciendo ayer durante todo el día, mostrando un éxito que nunca ocurrió. Y, tres, que el CNE ha creado una gran confusión manipulando la presentación de resultados, sin dar las cifras reales de abstención, el número de votantes, ni mencionar el número de actas escrutadas.

 

 

La conclusión es que en unas elecciones libres, con testigos de mesa de la candidata opositora y observadores internacionales neutrales, obviamente el candidato oficialista no tiene ninguna esperanza de ganar. La gran pregunta es si llegarán a medirse o utilizarán el “mandato del pueblo” emitido ayer para crear una situación de emergencia, un “estado de excepción”, a través de un escalamiento del conflicto con Guyana y negarse a escuchar la voluntad ciudadana.

 

 

 Tulio Hernández 

 

 

Artículo publicado en el diario Frontera Viva

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de Confirmado.com.ve

Milei y el hartazgo político de América Latina

Posted on: noviembre 26th, 2023 by Super Confirmado No Comments

 

En Suramérica, para centrarnos solo en una parte de la región latinoamericana, en lo que va del siglo XXI, la ciudadanía ha vivido dando saltos entre los extremos. Pasando, electoralmente, de las izquierdas radicales a las derechas igual extremas. O a la inversa. Con absoluta naturalidad y facilidad.

 

 

De una parte, es un síntoma de solidez institucional. De la otra, de insatisfacción permanente y reiterada. De incapacidad de los gobiernos, tanto los que se asumen como de derecha como los que se presentan como izquierda, para satisfacer las expectativas que crean en sus electores. Por eso terminan rechazándolos quienes antes, incluso muy recientemente, habían votado por ellos.

 

 

De eso nos habla el triunfo de Milei en las elecciones del domingo 19 de noviembre, en Argentina. También, el fracaso de los candidatos afines a Gustavo Petro y el Pacto Histórico en las recientes regionales de Colombia del pasado mes de octubre. La defenestración de Bolsonaro a manos de Lula en las últimas presidenciales de Brasil. La caída, de nuevo, del correísmo en Ecuador, derrotado por el empresario Noboa el pasado agosto. El triunfo de la derecha en las elecciones constituyentes de Chile y el rechazo al proyecto de Constitución escrito por la izquierda que llegó en hombros de las protestas sociales del año 2022.

 

 

En Argentina, como han reseñado muchos analistas internacionales, el triunfo de Milei demostró que el hartazgo pudo más que el miedo. Las ganas de cambio que el temor del salto al vacío. Las evidencias de la realidad —4 da cada 10 argentinos en estado de pobreza; 40 millones de pobres; 140% de inflación interanual; las reservas en cifras rojas luego de 20 años de kirchnerismo— han podido más que el trauma de romper con una cultura política, el peronismo, inscrita pro décadas en el ADN histórico de la nación del sur. Un cisma.

 

 

Nada, ni siquiera los desplantes más irreverentes ­—como llamar “agente del demonio” al papa Francisco quien, además, es también argentino; el lenguaje procaz y soez contra sus adversarios; las desmesuras de algunas de sus propuestas, como la de eliminar los ministerios de Educación y Salud; o su performance histriónico de romper frente a las cámaras una maqueta del Banco Central— hicieron que las mayorías argentinas dejaran de votar por el nuevo presidente.

 

 

Fue realmente una paliza lo que recibieron Massa y el peronismo. Del total de 24 distritos electorales, solo en 3 perdió Milei. La diferencia porcentual fue superior a 11 puntos (55,7 contra 43), tan contundentes que, antes de que se presentaran los datos oficiales, el candidato derrotado salió públicamente a reconocer su derrota.

Y este no es un dato menor. Demuestra que, con la excepción de Venezuela, en prácticamente toda Suramérica, los sistemas electorales se han vuelto confiables. Que en las últimas elecciones realizadas en la región (salvo los intentos violentos pero inútiles del militarista Bolsonaro), todos los contendores han reconocido sus triunfos o sus derrotas. Y en ningún caso se han dado movilizaciones o procesos judiciales contundentes para impugnar los resultados. Un avance.

 

 

El otro dato importante es que, de nuevo salvo Venezuela, la alternancia no solo de presidentes sino de movimientos políticos se ha convertido en un hecho normal y digerible. Mientras en Venezuela un solo partido, el PSUV, y solo dos presidentes han gobernado por ya casi 25 años, en Colombia, por ejemplo, en ese mismo lapso han estado Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Iván Duque y Gustavo Petro. En Chile, han estado, por dos períodos, alternándose Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, y ahora los sucede Gabriel Boric.

 

 

Por eso es tan llamativo lo que acaba de ocurrir en Argentina. Porque quien entra en escena no solo es un outsider como la prensa internacional le ha calificado, es un personaje que va a contracorriente de las convicciones que mueven con fuerza las grandes reivindicaciones progresistas del presente. Está en contra del aborto y el matrimonio igualitario. Reivindica la dictadura y el terrorismo de Estado, de los años 1970 y 1980 del Cono Sur. Y niega todo lo que puede.

 

 

Niega que el calentamiento global haya sido producido por los seres humanos. Niega que haya una brecha de género aún insalvable entre hombres y mujeres. Además, es un privatizador compulsivo. Propone, por ejemplo, privatizar los ríos argentinos porque de esa manera, afirma, se impediría que se contaminen. Un río privado, como genera ganancias, dice, será más cuidado que uno público.

 

 

Pero quizás lo más novedoso de esta nueva figura de la política latinoamericana es su ideario económico político, que se sale de las dualidades estatismo-neoliberalismo, derecha-izquierda, en la que nos hemos estado moviendo por décadas. Y se afilia a lo que de manera peculiar él denomina anarcocapitalismo.

 

 

¿Y qué es el anarcocapitalismo? Pues, tal como se resume en un texto titulado “¿Qué es la Escuela de Austria en la que se inspira Javier Milei y cómo influye en sus radicales ideas económicas?”, publicado por la BBC el mismo día de las elecciones, se trata de una teoría que propone “la total abolición del Estado en favor de la soberanía individual a través de la propiedad privada y el libre mercado”. Los predicadores de esta teoría, entre quienes se encuentra el premio Nobel de Economía Friedrich Hayek, creen a ciegas que la libertad individual es la base del progreso económico y que, por tanto, las decisiones económicas deben ser tomadas por los individuos y no por el Estado o cualquier otro tipo de autoridad central.

 

 

Así que la noción de anarco-capitalismo, dos términos que parecieran antitéticos, sería, según este texto muy bien escrito, firmado por Cecilia Barría, una creación de la Escuela Austriaca de Economía, una corriente de pensamiento cuyo fundador fue el austrohúngaro Carl Menger, a finales del siglo XIX, de la cual Milei se convirtió en un devoto mientras era profesor de Economía en la Universidad de Belgrano.

 

 

En consecuencia, sus propuestas más sonoras —dinamitar el Banco Central, dolarizar la economía para detener la inflación, acabar con el Estado (es el gran enemigo, dice)— no son caprichos propios sino que se afilian a esta escuela económica que rechaza las teorías económicas más conocidas: las marxistas, keynesianas, monetaristas y neoclásicas.

 

 

El domingo 19, al final del día, con el triunfo de Milei y la derrota del peronismo, Argentina, y tal vez América Latina, una región cansada de tropezar muchas veces con la misma piedra, de repetir sus equivocaciones y fracasos, estancada cada vez más en la pobreza y el desencanto, con la imaginación política cansada de más de lo mismo, atrapada en un pantano sin futuro, comenzó —se ha repetido muchas veces por estos días— un viaje hacia lo desconocido.

 

 

La noción de anarcocapitalismo genera incertidumbre. Siembra dudas. Suena a contradicción. Como decir “comunismo democrático” o “racismo respetuoso”. Sin embargo, a muchos les gusta pensar que es preferible intentar algo nuevo, aunque fracase, que seguir atascados en un fango sin futuro y sin innovación.

 

 

Me rebota en la memoria la frase de Murray Rothbard, a quien se le atribuye la creación del término, publicada en The New Banner en 1972, citada por el artículo arriba mencionado: “El verdadero anarquismo será el capitalismo y el verdadero capitalismo será el anarquismo”. La ideología de Milei. Por ahora un enigma.

 

 

Artículo publicado en el diario Frontera Viva

 

 

 Tulio Hernández

Teodoro o la honestidad antidogma

Posted on: noviembre 12th, 2023 by Super Confirmado No Comments

 

Todo lo que se diga y escriba sobre Teodoro Petkoff será siempre insuficiente para valorar y agradecer en su justa dimensión el significado político e intelectual de este hombre, que de alguna manera hizo de contrapeso ético durante los 40 años de existencia de la democracia y los 20 que han transcurrido de retorno al militarismo.

 

 

Porque, sus seguidores siempre lo supimos, Teodoro era un venezolano excepcional. Reflexivo. Valiente. Combativo. Austero. Infinitamente honesto. Trabajador disciplinado. Lector denso. Pensador acucioso. Comprometido con el país y su destino hasta el final de sus días. Y, lo más importante, incansable defensor de la justicia social y, en sus últimos años, caballero andante de la libertad de expresión contra el acoso de ese ayatolá del autoritarismo mediático llamado Hugo Chávez.

 

 

Pero en este momento, cuando el fantasma del fanatismo recorre de nuevo el mundo, la enseñanza más importante de Teodoro fue  precisamente el haber sabido deshacerse a tiempo de la ideología extrema, el comunismo, por la que había optado muy joven en su búsqueda personal de la justicia y la equidad, y haberlo hecho sin nunca traicionar sus principios personales.

 

 

Es decir, Teodoro fue un hombre que entendió que lo importante no era ser fiel a una doctrina de pensamiento, menos a un dogma, sino a unos principios personales. Y si las doctrinas dejaban de ser fieles a los principios, pues entonces había que deshacerse de las doctrinas. Por eso, cuando la URSS invadió Checoslovaquia, de la misma manera como Estados Unidos lo estaba haciendo en Vietnam, y cuando se hicieron más que evidentes las dimensiones del genocidio estalinista, Teodoro no dudó en cuestionar la barbarie comunista desde las entrañas mismas del monstruo y montar tienda aparte sin renegar de la búsqueda de una sociedad más justa. Pero democrática.

 

 

O seguimos siendo comunistas, o seguimos siendo defensores de la justicia social y la libertad. Pero no podemos ser las dos cosas a la vez. Esa fue su conclusión. Y se fue del Partido Comunista a montar tienda aparte con el MAS que contribuyó a fundar y del que se marchó también cuando el movimiento, en sus inicios renovador de la política venezolana, se convirtió en un partido instrumental de maletín y chequera.

 

 

Así se hizo un fiel y lúcido demócrata hasta el final de sus días. Lo suyo no fue un simulacro que consistió en aprovecharse de las libertades democráticas para luego saltar sobre ella a devorarlas, como lo hicieron el acomodaticio José Vicente Rangel y tantos otros izquierdistas anacrónicos aferrados a los esquemas marxistas de los años sesenta del siglo XX, hoy en el poder. La izquierda, que en Proceso a la izquierda, su libro clave, denominó “borbónica”, porque “ni olvida, ni aprende”.

 

 

Y ese es el otro rasgo clave del pensamiento Petkoff, el alerta contra toda forma del dogmatismo. Como bien lo había sentenciado Ludovico Silva en su Anti-manual para uso de marxistas, marxólogos y marxianos, el autor de Checoslovaquia, el socialismo como problema, otro de sus libros claves, sabía también a ciencia cierta que “si los loros fuesen marxistas, serían marxistas dogmáticos”.

 

 

A diferencia de los dogmáticos, quienes leen los pensadores políticos que los inspiran como si se tratara de escrituras sagradas irrebatibles, la ética intelectual de Teodoro se sustentaba en dialogar libremente con los hechos, ser más fiel a la realidad que a las citas librescas, hacerse preguntas nuevas de modo recurrente y no tenerle miedo al cambio, la duda, el movimiento. Por eso, Alonso Moleiro tituló el libro de entrevista que le hizo con una frase teodorista: “Solo los estúpidos no cambian de opinión”.

 

 

Desde que asumió que solo dentro de las libertades democráticas se podría conquistar de mejor manera la sociedad justa y equitativa, respetuosa de los derechos humanos y de la libertad, que fue su norte, no hizo otra cosa que actuar y reflexionar para preservarla. Por eso pasó los últimos años de su vida perseguido, enjuiciado, hostigado, agredido y vilipendiado por el militarismo rojo que nunca le perdonó el haberse convertido en el gran símbolo de la resistencia democrática. La entereza personal y la honestidad y lucidez intelectual que contrastaba con la vacuidad logorreica, la ramplonería de pensamiento y la vocación delictiva de la nueva cúpula en el poder.

 

 

Se va en el momento justo cuando dirigentes políticos como él, a un mismo tiempo hombres de acción y de pensamiento, hacen más falta que nunca. Cuando la confusión ideológica es mayor y la emocionalidad en la política ha sustituido la razón. Cuando los radicalismos son un éxito y la sensatez un defecto. Cuando gente que detesta el militarismo para Venezuela, celebra que el domingo pasado haya arribado al Brasil.

 

 

Con Teodoro probablemente se cierra el ciclo de los grandes políticos venezolanos que fueron hombres de acción, líderes con autoridad moral y al mismo tiempo maestros de pensamiento. La opacidad es, por ahora, nuestro destino.

 

 

 Tulio Hernández 

 

 

Artículo publicado en el diario Frontera Viva

Teodoro o la honestidad antidogma

Posted on: noviembre 5th, 2023 by Super Confirmado No Comments

 

 

Todo lo que se diga y escriba sobre Teodoro Petkoff será siempre insuficiente para valorar y agradecer en su justa dimensión el significado político e intelectual de este hombre, que de alguna manera hizo de contrapeso ético durante los 40 años de existencia de la democracia y los 20 que han transcurrido de retorno al militarismo.

 

 

Porque, sus seguidores siempre lo supimos, Teodoro era un venezolano excepcional. Reflexivo. Valiente. Combativo. Austero. Infinitamente honesto. Trabajador disciplinado. Lector denso. Pensador acucioso. Comprometido con el país y su destino hasta el final de sus días. Y, lo más importante, incansable defensor de la justicia social y, en sus últimos años, caballero andante de la libertad de expresión contra el acoso de ese ayatolá del autoritarismo mediático llamado Hugo Chávez.

 

 

Pero en este momento, cuando el fantasma del fanatismo recorre de nuevo el mundo, la enseñanza más importante de Teodoro fue  precisamente el haber sabido deshacerse a tiempo de la ideología extrema, el comunismo, por la que había optado muy joven en su búsqueda personal de la justicia y la equidad, y haberlo hecho sin nunca traicionar sus principios personales.

 

 

Es decir, Teodoro fue un hombre que entendió que lo importante no era ser fiel a una doctrina de pensamiento, menos a un dogma, sino a unos principios personales. Y si las doctrinas dejaban de ser fieles a los principios, pues entonces había que deshacerse de las doctrinas. Por eso, cuando la URSS invadió Checoslovaquia, de la misma manera como Estados Unidos lo estaba haciendo en Vietnam, y cuando se hicieron más que evidentes las dimensiones del genocidio estalinista, Teodoro no dudó en cuestionar la barbarie comunista desde las entrañas mismas del monstruo y montar tienda aparte sin renegar de la búsqueda de una sociedad más justa. Pero democrática.

 

 

O seguimos siendo comunistas, o seguimos siendo defensores de la justicia social y la libertad. Pero no podemos ser las dos cosas a la vez. Esa fue su conclusión. Y se fue del Partido Comunista a montar tienda aparte con el MAS que contribuyó a fundar y del que se marchó también cuando el movimiento, en sus inicios renovador de la política venezolana, se convirtió en un partido instrumental de maletín y chequera.

Así se hizo un fiel y lúcido demócrata hasta el final de sus días. Lo suyo no fue un simulacro que consistió en aprovecharse de las libertades democráticas para luego saltar sobre ella a devorarlas, como lo hicieron el acomodaticio José Vicente Rangel y tantos otros izquierdistas anacrónicos aferrados a los esquemas marxistas de los años sesenta del siglo XX, hoy en el poder.  La izquierda, que en Proceso a la izquierda, su libro clave, denominó “borbónica”, porque “ni olvida, ni aprende”.

 

 

Y ese es el otro rasgo clave del pensamiento Petkoff, el alerta contra toda forma del dogmatismo. Como bien lo había sentenciado Ludovico Silva en su Anti-manual para uso de marxistas, marxólogos y marxianos, el autor de Checoslovaquia, el socialismo como problema, otro de sus libros claves, sabía también a ciencia cierta que “si los loros fuesen marxistas, serían marxistas dogmáticos”.

 

 

A diferencia de los dogmáticos, quienes leen los pensadores políticos que los inspiran como si se tratara de escrituras sagradas irrebatibles, la ética intelectual de Teodoro se sustentaba en dialogar libremente con los hechos, ser más fiel a la realidad que a las citas librescas, hacerse preguntas nuevas de modo recurrente y no tenerle miedo al cambio, la duda, el movimiento. Por eso, Alonso Moleiro tituló el libro de entrevista que le hizo con una frase teodorista: “Solo los estúpidos no cambian de opinión”.

 

 

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Desde que asumió que solo dentro de las libertades democráticas se podría conquistar de mejor manera la sociedad justa y equitativa, respetuosa de los derechos humanos y de la libertad, que fue su norte, no hizo otra cosa que actuar y reflexionar para preservarla. Por eso pasó los últimos años de su vida perseguido, enjuiciado, hostigado, agredido y vilipendiado por el militarismo rojo que nunca le perdonó el haberse convertido en el gran símbolo de la resistencia democrática. La entereza personal y la honestidad y lucidez intelectual que contrastaba con la vacuidad logorreica, la ramplonería de pensamiento y la vocación delictiva de la nueva cúpula en el poder.

 

 

Se va en el momento justo cuando dirigentes políticos como él, a un mismo tiempo hombres de acción y de pensamiento, hacen más falta que nunca. Cuando la confusión ideológica es mayor y la emocionalidad en la política ha sustituido la razón. Cuando los radicalismos son un éxito y la sensatez un defecto. Cuando gente que detesta el militarismo para Venezuela, celebra que el domingo pasado haya arribado al Brasil.

 

 

Con Teodoro probablemente se cierra el ciclo de los grandes políticos venezolanos que fueron hombres de acción, líderes con autoridad moral y al mismo tiempo maestros de pensamiento. La opacidad es, por ahora, nuestro destino.

 

 

Tulio Hernández

 

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de Confirmado.com.ve

 

Después de las primarias, ¿qué viene?

Posted on: octubre 29th, 2023 by Super Confirmado No Comments

Tres cosas se verificaron en el proceso de elecciones primarias del domingo 22 de octubre. La primera, lo que era un hecho suficientemente anunciado y solo requería de una verificación fáctica, que ha surgido un nuevo liderazgo en el país, el de María Corina Machado, y que no es cualquier liderazgo sino uno sólido, unificador y sin competencia alguna. Sin nada ni nadie que le haga ruido, ni en el seno del gobierno ni en el de la oposición.

 

 

Lo segundo, algo en lo que no había tanta claridad y certeza, que el ciudadano común que adversa al régimen chavista, ahora madurista, sigue estando dispuesto a participar políticamente cuando se le ofrecen escenarios confiables que pueden tener repercusión y contundencia. Lo ha demostrado muchas veces cuando, como en las elecciones legislativas de 2015, percibió que había coherencia, unidad de parte de la resistencia democrática y, algo muy importante, un equipo creíble y coherente a la cabeza del proceso.

 

 

Y, tercero, que al gobierno se le está haciendo cada vez más cuesta arriba, especialmente por las negociaciones internacionales, atropellar burdamente las acciones políticas de las fuerzas democráticas.

 

 

Lo del liderazgo de Machado ratifica el misterio de cómo se consolidan los liderazgos carismáticos, pero también cómo se apagan o desaparecen. Incluso de cómo se pueden volver formas de rechazo colectivo. O de cómo pueden renacer. Recordemos, por ejemplo, cómo Carlos Andrés Pérez pasó de ser, en 1973, un político que venía con un cierto desprestigio como responsable de la persecución a la guerrilla y luego se fue convirtiendo en un fenómeno que emocionaba con frenesí a las multitudes que le seguían. Para luego, en medio de su segunda presidencia convertirse en objeto de rechazo colectivo.

 

 

O pensemos en la saga de líderes opositores —Manuel Rosales, Leopoldo López, Henrique Capriles, incluso Ramos Allup­— que han vivido momentos de gloria y éxtasis colectivo, para luego desaparecer entre las estadísticas de la pérdida de apoyo, el rechazo y hasta el olvido. O recordemos la emoción profunda y las movilizaciones de masas que suscitó la emergencia de Juan Guaidó y su envío a las filas de la segunda línea. Atención que en cualquier momento uno de ellos puede renacer.

 

 

El liderazgo de María Corina Machado tiene una característica que le da una gran solidez: la persistencia. No es resultado de un movimiento aluvional. Repentino. Sino de una larga actividad política en la que la dirigente ha pasado de lugares y posiciones minoritarias a ir ampliando su base de apoyo y credibilidad, creándose un perfil propio, individual, distintivo, a fuerza de mantener posiciones a contracorriente de las mayorías opositoras.

 

 

Dos cualidades le fueron consolidando la conexión emocional con los ciudadanos. Además de la persistencia, de no bajar la guardia en la actividad de calle girando por el país, ir adquiriendo —a base de hechos visibles— la fama de mujer valiente, capaz de vencer todo tipo de atropellos, amenazas, bloqueos, sabotajes, realizados por las fuerzas violentas oficialistas. Y, segundo, aunque no sea ese el eje de su comunicación, en un país de tradición populista y estatista, atreverse a presentarse con un discurso liberalmente radical poco común que incluye la idea —siempre vista con temor— de la privatización de Pdvsa.

 

 

Así que cuando los demás liderazgos se fueron agotando, los partidos debilitándose, la cancha quedándose sola, el público desanimado, todos los caminos llevaron a Machado y ella, inteligentemente, con una capacidad de movilización, desde pequeños pueblos hasta grandes ciudades, lo convirtió en opción sólida para recuperar esperanza y emoción que, lo sabemos ahora, no estaba perdida. Solo hibernaba.

 

 

La persistencia también ha sido una cualidad de la Comisión Nacional de Primaria. Muchos teníamos grandes dudas de si sería posible, no solo realizar, sino realizar con éxito, esta consulta. Pero la paciencia inquebrantable con la que insistió la CNP, con la creíble figura de Jesús María Casal al frente, logró un evento con una calidad de organización para todos visible y esperanzadora. Y el retiro a última hora de las candidaturas de Roberto Enríquez, Henrique Capriles y Freddy Superlano, terminó de conformar un cuadro confiable para los electores, dejándola en la consulta prácticamente sin competidores.

 

 

La realización de las primarias ha demostrado que al régimen le cuesta cada vez más boicotear las iniciativas opositoras. Lo demostró el hecho de que la disolución del CNE no impidió en nada la realización de la consulta. Igual el bloqueo comunicacional y periodístico oficial, porque la convocatoria cobró fuerza a través de las redes sociales y del boca a boca. Y los intentos de crear confusión por parte de candidatos, aparentemente opositores, como la de Prosperi, no tuvieron el más mínimo efecto en una población que ya había tomado la decisión de participar.

 

 

Una nueva etapa política ha comenzado. A la candidata, elegida casi que por aclamación, le corresponde ahora consolidar la unidad, tarea en la que ella frecuentemente no participó. El régimen hará lo que esté a su alcance para impedir unas elecciones libres, pero ya no puede inventarse varias oposiciones para que asistan divididas a elecciones simuladas. La oposición ya tiene candidatura única e incuestionable. La carta de la inhabilitación será el hueso más duro de roer. Pero las declaraciones recientes de voceros de Estados Unidos anuncian que sin eliminación de las inhabilitaciones y sin libertad de los presos políticos no habrá levantamiento de sanciones.

 

 

Paradójicamente, a María Corina Machado, siempre crítica del régimen pero también de los principales acuerdos de los más importantes partidos opositores con el gobierno, convocante de las manifestaciones callejeras de 2014, conocidas como La Salida, le corresponderá ahora liderar alianzas y acuerdos con ambos, limar diferencias, mantener con vida y mucha fuerza la presión popular de calle, articular los apoyos internacionales, tanto de los gobiernos adversarios como de los amigos de Maduro para obligarle a jugar esta vez en el tablero democrático de las elecciones libres. Da la impresión de que, por primera vez en mucho tiempo, Maduro está contra las cuerdas con la particularidad de que el contrincante es una mujer.

 

 

Tulio Hernández

Artículo publicado en el diario Frontera Viva

Chile: golpes de Estado y heridas que no cierran

Posted on: septiembre 17th, 2023 by Lina Romero No Comments

 

El lunes 11 de septiembre se cumplieron cincuenta años del golpe de Estado que el general César Augusto Pinochet condujo contra el presidente Salvador Allende, quien llegó al poder vía elecciones libres realizadas en 1970. Gobernaba Chile al frente de un movimiento de izquierda llamado la Unidad Popular que, en teoría ­—y fíjense bien que digo “en teoría”—, se proponía construir un modelo socialista por vía democrática. No un totalitarismo comunista más.

 

 

Esa idea de socialismo no totalitario era la esperanza que suscitaba entre las izquierdas democráticas y la desconfianza que producía entre los partidos comunistas y los movimientos radicales procubanos y prosoviéticos.

 

 

El golpe fue cruento. Implacable. Pinochet entró a sangre y fuego. Lo más parecido a una guerra o una invasión televisada. Usó aviones que hoy nos parecerían de museo militar que bombardearon el Palacio de La Moneda, donde resistía el presidente Salvador Allende y los militares fieles a su proyecto.

 

 

Soldados, de casco y metralla, allanaron viviendas, ministerios e institutos educativos. Quemaron libros. Persiguieron activistas de la Unidad Popular, trasladaron en autobuses a centenares de presos que luego, con los brazos sujetados por esposas, sin prisa ni pudor, como en los cuadros de Goya, fueron fusilados en el Estadio Nacional de Santiago convertido en campo de concentración y torturas.

 

 

Todos los elementos necesarios para instalar en la memoria colectiva la brutalidad de los golpes de Estado de los milicos latinoamericanos, que para entonces —en plena Guerra Fría— eran apoyados por gobiernos y empresas privadas de EE.UU. con el objetivo común de contener el avance del comunismo en nuestra región en el que intervenían el régimen cubano y la mano negra de la URSS.

 

 

Para los jóvenes universitarios venezolanos de la época, formados en democracia, los golpes de Estado nos generaban rechazo profundo. Aún estaba viva la memoria de la dictadura de Pérez Jiménez y los desmanes de la famosa policía política conocida como la Seguridad Nacional que puso fin a la breve experiencia democrática del gobierno de Rómulo Gallegos en 1948.

 

 

Pinochet, por tanto, se convirtió en figura odiada, el símbolo mayor de lo que entonces se conocía como “gorilas”. Generales golpistas atrasados. Su aspecto era tenebroso. Lentes oscuros. Una capa militar prusiana. Un rostro severo, como de jefe nazi. Y unas poses para fotografías de estudio que lo hacían ver como un emperador tercermundista. Era, permítanme decirlo, desde un punto de vista de casting cinematográfico, la estampa perfecta para hacer el papel de dictador premoderno.

 

 

Las cifras de los horrores de Chile están bien contabilizadas. Durante la dictadura se cometieron graves y diversas violaciones a los derechos humanos. Se persiguió a izquierdistas, socialistas y críticos políticos, lo que provocó el asesinato de unas 3 mil personas, la detención y tortura de unas 80 mil, el exilio de los por lo menos 30 mil.

 

 

Fue parte de una saga de golpes de Estado y dictaduras —Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia, Paraguay —, que cambiaron para siempre el panorama político de América Latina. Y aunque la imagen más cruel la tiene Pinochet, las cifras de la dictadura argentina, entre 1976 y 1983, son descomunales. Se contabilizan 30 mil desapariciones forzadas.

 

 

Y no menos sufrimiento causaron las dictaduras uruguayas. Según los datos recogidos por el Museo de la Memoria, Uruguay llegó a ser el país del mundo con más presos políticos per cápita, ya que se estima que cerca del 20% de la población —claro, una población pequeña— fue detenida en esos doce años. Y según organismos internacionales, la represión obligó al 10% del país a partir al exilio.

 

 

Además del sufrimiento colectivo y el retraso que significan estas dictaduras militares en términos de privación de los derechos humanos, las dictaduras suramericanas de los años 1970 y 1980, junto a la llamada operación Condor, dejaron profundas heridas aún no cerradas dentro de las sociedades donde ocurrieron.

 

 

La última vez que visité Chile, aunque ya habían transcurrido unos veinte años del fin de la dictadura, me impresionaba la pasión de los debates entre quienes condenaban —con odio profundo— y quienes defendían —con gratitud extrema— la necesidad y la utilidad del golpe del 73 y la dictadura de 17 años. Como si todo hubiese ocurrido el mes anterior.

 

 

Me impresionaba también las tiendas donde vendían “pinocheticos”, una especie de soldaditos de plomo, con el legendario uniforme y el rostro del tirano. Y mucha gente los compraba. El debate tenía más o menos siempre los mismos ribetes del 88, cuando ocurrió el plebiscito. Los defensores de la dictadura sostenían que Pinochet sacó a Chile del caos, la carestía, la anarquía, la inflación, la escasez de alimentos a donde lo había llevado la Unidad Popular y las presiones y apoyos de Cuba y la URSS. Y los defensores de la UP, pues cuestionaban la brutalidad, los asesinatos, los torturados y los desaparecidos muchos de los cuales aún o se han encontrado.

 

 

Ahora que se conmemoran cincuenta años del golpe la polarización aún sigue viva. El debate también y los argumentos son los mismos. Hay un sector numéricamente importante que sigue justificado y reivindicando el golpe de 1973. No hay que olvidar que, en el plebiscito de 1988, el 44% de los chilenos votó por el Sí a Pinochet. Exactamente el mismo 44% que votó luego por José Antonio Kast, defensor del golpe, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 2021.

 

 

Así que Chile llega de nuevo dividida a una conmemoración más del golpe contra Allende y el inicio de la dictadura de Pinochet. El presidente Boric está llamando a firmar una declaración conjunta de todos los partidos bajo el título Acuerdo de Santiago, en un acto que se realizó en el Palacio de La Moneda. Sin embargo, como informan los medios locales, la derecha, reunida en la Unión Demócrata Independiente (UDI), Renovación Nacional (RN) y Evópoli, prepara su propio acuerdo y declaración.

 

 

Sostienen los analistas que no se trata por diferencias sustanciales en el documento, sino de no incorporarse al acto de La Moneda por temor a que el evento se convierta en acto ideológico más que institucional. También, tal vez con mayor peso, porque buena parte de la derecha sostiene que quien primero quebró el hilo constitucional y polarizó a la sociedad, como concluyó el Parlamento y el Tribunal Supremo de entonces, fue Salvador Allende. Y que la intromisión de Cuba, y directamente de Fidel, quien se instaló durante casi un mes en Chile, terminó de quebrar las reglas de juego democrático.

 

 

Un rechazo adicional lo genera el hecho de que los presidentes extranjeros invitados a firmar en este acto son Alberto Fernández, Manuel López Obrador, Luis Arce y Gustavo Petro, todos de izquierda.

 

 

Hay heridas que tardan y tardarán en sanar. Como las que dejó la guerra civil española. O la que ha dejado las luchas guerrilleras y paramilitares en Colombia. Porque lo que nos va quedando claro es que todo movimiento radical que recurre a, o suscita, el recurso de la violencia deja sembrada una polarización que impide por años, quizás por décadas, incluso por siglos, la reconciliación y la convivencia pacífica.

 

 

Así, seguramente, lo viviremos los venezolanos cuando recuperemos la democracia y los autores de la asonada militar de febrero de 1992 quieran celebrarlo como un día heroico y nosotros, los demócratas, como un día de duelo y vergüenza nacional. Dos visiones, hasta nuevo aviso, irreconciliables. Ya veremos.

 

 

 Tulio Hernández 

Artículo publicado en el diario Frontera Viva

 

 

Hacia el primer cuarto de siglo del chavismo en el poder

Posted on: septiembre 10th, 2023 by Lina Romero No Comments

El próximo 2 de febrero de 2024, exactamente dentro de cinco meses (escribo esta nota el 2 de septiembre de 2023), la élite de militares golpistas liderada por Hugo Chávez y sus asociados civiles de la ultraizquierda cumplirán un cuarto de siglo de control total —dominación absoluta e implacable— de una nación llamada Venezuela.

 

 

Son 25 años. Mucho tiempo en la vida de una persona. Especialmente en un país donde la esperanza de vida ha ido en descenso. En 2021, 70 años promedio para las mujeres, 66 para los hombres. Y mucho tiempo, también, para una nación que apenas si llega a los doscientos años como República independiente desde que, en 1831, bajo la dirección de José Antonio Páez, se separó de la Gran Colombia.

 

 

Para una persona, repito, 25 años es mucho. Alguien que, por ejemplo, tenía 30 años cuando los chavistas dieron el fallido golpe de Estado en 1992, y llenaron de sangre las calles de Caracas, hoy ya tiene 61. Alguien que, por ejemplo, tenía 44 años cuando Chávez se juramentó, hoy tiene, si aún vive, 68. O está muerto, como el general Raúl Isaías Baduel. Asesinado por ellos mismos. Estalinistas que son.

 

 

Alguien que haya vivido este largo período en Venezuela y tenga entre 25 y 35 años, un adulto ya formado, es alguien que ha pasado prácticamente toda su vida sin conocer cómo se vive en democracia, qué es la libertad de prensa, cómo son las elecciones libres, qué significa militar en un partido político de oposición y no sentir miedo, o cómo se ejerce el derecho a la protesta sin el riesgo de que un policía o un agente de un colectivo te apaleen o incluso te disparen y te saquen de este mundo. Porque eres un ser humano detestable que no merece vivir. Si no amas a Chávez eres un mal nacido. Listo.

 

 

Para una persona de 25 años es absolutamente normal que en Venezuela haya presos políticos hasta para exportar (según el Foro Penal, hoy solo hay 330, pero sabemos que 1.500.000 venezolanos han pasado por las cárceles en estos 25 años por razones políticas). Es un hecho cotidiano que todos los días, desde que nacieron, por lo menos un venezolano huye del país buscando una segunda oportunidad (por ahora somos un poco más de ocho millones quienes estamos en el destierro). Es tan normal como comerse una arepa, que cada mes un venezolano que forma parte del gobierno rojo sea noticia porque está preso en España o en Estados Unidos por asuntos de corrupción, narcotráfico o lavado de dólares (los más recientes son la exenfermera de Hugo Chávez y el Pollo Carvajal, su exjefe de seguridad).

 

 

Si tienes 25 años y naciste en un país donde dominó, primero, algo llamado chavismo, que después se autodenominó “revolución bolivariana” y, al final, por obra de un profesor mexicano de origen alemán, “socialismo del siglo XXI”, no tienes en realidad nada que añorar sobre una mejor vida. Porque simplemente no tienes con qué otro modelo político o económico comparar.

 

 

Todo da igual. Si estás en Táchira, Mérida o Zulia, te acostumbras a pasar largas horas al día sin electricidad, a hacer colas infinitas para poner gasolina, aprendes a temerle al guerrillero del ELN, sabes que no debes hablar duro en contra del gobierno. “Calladita te ves más bonita”, te dirá alguien del Sebin. Debes estar ya convencido de que Simón Bolívar no tenía rostro de español sino de zambo. Debes honrar sin protesta a la República “Bolivariana” de Venezuela, la bandera que ahora tiene ocho estrellas, el caballo del escudo que ya no mira hacia atrás, portar el carnet de la patria. Y, si es necesario, exclamar “¡comandante en jefe, ordene!”.

 

 

Si tienes 25 años has vivido toda la vida conociendo solo dos presidentes, Hugo Chávez y Nicolás Maduro. En 25 años, entre 1959 y 1984, 5 personas —Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez y Luis Herrera Campins— fueron presidentes de Venezuela. Cada uno le entregó la banda presidencial, con respeto absoluto, al sucesor.

 

 

No importaba que fuesen de distintas ideologías y partidos políticos. Ninguno hizo pataletas ante el presidente anterior, ni gestos irrespetuosos, como el teniente barinés que inició el primer día de su presidencia con el sacerdocio del odio y lo ejerció con pasión de Savonarola de tierras planas hasta el momento de su muerte.

 

 

Mientras que en estos 25 años nosotros hemos tenido solo 2, la vecina Colombia ha tenido 5 presidentes: Andrés Pastrana, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Iván Duque y ahora Gustavo Petro. Y eso, por obra del cáncer pélvico, porque si Hugo Chávez no se hubiese enfermado y agonizado en Cuba, todavía, como él mismo lo había anunciado, en 25 años hubiésemos tenido solo uno.

 

 

Casualmente, cuando aún no sabía que estaba enfermo, anunció que para concluir con éxito su “revolución bonita” necesitaba gobernar a Venezuela por lo menos durante un cuarto de siglo. No llegó. Solo gobernó 14. Pero estamos absolutamente seguros de que, de seguir con vida, el 2 de febrero de 2024 hubiese renovado su mandato —como Daniel Ortega— por 6 años más.

 

 

Mientras los chavistas acusan de lo peor a Estados Unidos, estos han visto pasar por la Casa Blanca a George Bush, Bill Clinton, Barack Obama, Donald Trump, y ahora a Joe Biden. Demócratas y republicanos. Dos partidos políticos que se alternan por voluntad de sus electores. En cambio, desde hace veinticinco años en Venezuela solo ha gobernado el PSUV, que en realidad no es un partido político, sino u a franquicia cubana  que ni siquiera realiza elecciones internas de sus autoridades.

 

 

El presidente venezolano actual no fue candidato resultado de unas primarias, sino una especie de heredero nombrado a dedo por un presidente moribundo que, como los reyes, abdica y nombra su sucesor. Cuando la barca de Caronte ya lo esperaba, en cadena radiotelevisiva nacional le dijo a todos los venezolanos algo así como “hoy he venido a informarles que el próximo presidente de la República debe ser Nicolás Maduro. Porque así lo he decidido. Porque sigo siendo el rey”. Y de inmediato, el aparato goebbeliano rojo inundó el país de un grafismo con los ojos de Chávez que vigilaban a los ciudadanos para que votaran por Maduro.

 

 

Salvo que haya elecciones libres, que obviamente ganará María Corina Machado, el 2 de febrero de 2024, el chavismo estará a solo tres años para superar al gomecismo, la dictadura más larga que ha vivido Venezuela. Aquella que duró entre 1908 y 1935, cuando el militar tachirense se hizo morir el mismo día de la muerte de Bolívar.

 

 

Al caer el sol el 2 de febrero del 2027, si no hay elecciones libres, repito, el chavismo se convertirá en el número uno del top ten de las dictaduras más largas y crueles de Venezuela. Un régimen que no será fácilmente olvidado. Por sus récords mundiales.

 

 

El país con la más grande y larga inflación en la historia del capitalismo. El país con el fenómeno migratorio más grande del siglo XXI. Ni siquiera el sirio, producto de una guerra civil, y el ucraniano, producto de la invasión brutal del gigante ruso, lograrán superar la cifra nuestra que en 2024 superará los 9 millones de emigrantes. Si sigue el dominio rojo. El único país latinoamericano —ni siquiera Haití o Bolivia, en sus peores años—, que ha sido declarado víctima de una crisis humanitaria global.

 

 

El chavismo nos dañó la vida a ya casi 8 millones de venezolanos que hoy quisiéramos estar en nuestra casa, en nuestro país, con nuestras familias y los más queridos de nuestros amigos. Unos mirando al Ávila, otros las montañas andinas o el verde esmeralda que brota del Caribe, muchos todas las palmeras borrachas de sol del piedemonte llanero o a orillas del largo viaje del Orinoco desde la Amazonia hasta el mar, sin tener que leer todos los días en las redes sociales las noticias de amigos que recogen dinero a través de un go fund me para poder tratarse un cáncer o sobrevivir a un covid severo.

 

 

Seguramente el 2 de febrero de 2024 habrá un desfile militar en Los Próceres. El presidente espurio se paseará en un Cadillac descapotado con el mismo gesto arrogante de Pérez Jiménez. Lo acompañarán Díaz-Canel, Evo Morales, Daniel Ortega y tal vez Lula. Petro quizás no se atreva (¿o sí?). Al chavismo nunca lo olvidaremos. No debemos olvidarlo. Es un deber patrio. Como dice la poeta rumana Ana Blandiana, mientras no haya justicia, la memoria es una forma de ejercerla.

 

 

 Tulio Hernández 

 

Artículo publicado en el diario Frontera Viva

¿Cuánto falta para que termine el secuestro de una nación llamada Venezuela?

Posted on: julio 9th, 2023 by Lina Romero No Comments

 

 

Es muy difícil predecirlo. Porque los regímenes políticos sustentados  en la fuerza tienden a ser longevos. Basados en el control policial, encarcelamiento y tortura, exilio y asesinato de opositores, control social por un ejército pretoriano, más la prohibición de elecciones libres, son estructuras blindadas que suelen mantenerse gozando de buena salud por años. Generalmente sobreviven décadas.

 

 

Cuba ya lleva 64 años ininterrumpidos de gobierno comunista. Sigue con vida desde  enero de 1959, cuando los barbudos entraron triunfantes a La Habana. Fidel Castro, no lo dejen pasar como algo menor, es un récord man:  el sátrapa latinoamericano que por más tiempo, ¡49 años!, ha sido jefe de gobierno.

 

 

Castro superó en diez al general  Alfredo Stroessner, quien pasó 39 años pateándole el trasero a los paraguayos que se le oponían. Fidel también estuvo 18 años más que ese violador de niñas, como nos contó Mario Vargas Llosa en La fiesta del chivo, otro general, llamado Rafael Leónidas Trujillo, el dictador dominicano que es el tercero de abordo en este top five sangriento que estoy diseñando. El cuarto, que casualidad, también militar, el general Porfirio Díaz, dominó por 30 años y ciento cincuenta cinco días a la nación mexicana.

 

 

Lo que demuestra que no es decisivo ser de derecha ni de izquierda –caribeño, norteamericano o sureño– sino tirano, militar o guerrillero, y enemigo de la democracia, para pasarse buena parte de la vida adulta haciendo lo que te dé la gana con una nación a la que tienes sometida.

 

 

Por ejemplo, Daniel Ortega –ex guerrillero– ya ha sido presidente de Nicaragua por más tiempo (21 años)  que el dictador Anastasio Somoza (20 años). Gobernó primero entre 1985 y 1990, presidiendo la Junta del Frente Sandinista. Y no ha dejado de hacerlo desde el 2007, cuando ganó las elecciones a través de una alianza con el ultraderechista Arnoldo Alemán y la jerarquía católica conservadora.

 

 

El top five de los tiranos longevos lo completa el  general venezolano Juan Vicente Gómez. Estuvo  27 años en el poder. Entre 1908 y 1935. Pero si el cáncer voraz que lo asaltó sin piedad no lo hubiese sacado de este mundo, Chávez Frías, otro militar, como los cinco anteriores, seguramente estaría a punto de alcanzar y superar a Gómez  sacándolo del ranking en el 2027. Pero la a enfermedad no se lo permitió.

 

 

Por supuesto que en política nada es lineal ni predecible. Si el comando que lo esperó en una calle de Santo Domingo el 30 de mayo de 1961 no lo hubiese acribillado a balazos, Rafael Leónidas Trujillo quizás hubiese muerto en su cama como Gómez, Franco, Stalin o Chávez con todos los hilos del poder en sus solas manos.

 

 

En eso pienso mientras hago este recuento de tiranías  longevas y me pregunto cuántos años aún nos quedarán para seguir sufriendo el infortunio de la satrapía chavista. Porque pronto se cumplirán veinticinco años padeciendo este régimen.  Y un cuarto de siglo es mucho en la vida de un país. Pero muchos más, en la de una persona.

 

 

Los venezolanos demócratas tenemos años emocionándonos periódicamente ante la posibilidad de salir de esta alianza de civiles y militares que piensan como Marx, les gusta vivir como Rockefeller pero actúan a lo Pablo Escobar.

 

 

Nos hemos emocionado muchas veces. En el 2002, cuando multitudes en las calles lograron sacar por unas horas a Hugo Chávez. Y nada, luego regresó. En el 2008, cuando derrotamos su intento de reformar la Constitución, pero igual a fuerza de decretos, nos derrotó y aplicó sus caprichos socialistas.

 

 

Nos entusiasmamos cuando se suponía que Henrique Capriles iba a derrotar a Nicolás Maduro en las elecciones de 2013, pero de inmediato volvimos a la casa de la tristeza cuando  aquella señora deprimentemente deshonesta que presidía el  Consejo Nacional Electoral del PSUV anunció que Maduro había ganado por una diferencia irrisoria.

 

 

Volvimos a la esperanza con la victoria aplastante de la Unidad Democrática en las elecciones legislativas del 2015. Pero la sonrisa duró poco porque rápidamente Maduro desconoció la nueva Asamblea e inauguró el gobierno de facto que ejerce hasta ahora.

 

 

La última emoción vino con el llamado gobierno interino que presidió Juan Guaidó. Había  líder nuevo  y esperanza fresca. Pero poco a poco todo se fue diluyendo y con el apoyo de diputados de la Asamblea Nacional legítima, una parte importante de la misma oposición  decidió suicidarse eliminando el gobierno interino y su propia condición de parlamento.

 

 

Ha aparecido una nueva esperanza. En medio de la convocatoria a unas elecciones primarias, de cuya realización nadie tiene certeza, ha surgido lo que podemos llamar el “efecto María Corina Machado”. Las calles de muchas ciudades venezolanas han vuelto a presenciar el entusiasmo esperanzado –marchas, mítines, caravanas, caminatas– y cuando su aprobación comenzó a volar alto, el gobierno rojo se atrevió a anunciar la inhabilitación por quince años de la mujer que ha logrado recuperar, otra vez, la esperanza de cambio.

 

 

Ahora no sabemos qué jugada viene. Hemos entrado en una especie de limbo. Otra vez. Las primarias, pareciera ser lo cuerdo, deberían realizarse tratando de vencer todos los obstáculos que el PSUV, el aparato de gobierno rojo y los militares pretorianos colocarán para impedirlas.

 

 

Lo sensato parece ser, también, que María Corina, no importa si está inhabilitada, igual que Henrique Capriles, sean candidatos. Porque lo que está en juego no es solo una elección, sino la legitimación colectiva de un nuevo y claro liderazgo opositor con visión de largo plazo, voluntad de resistencia, vocación de lucha estratégica e imaginación política que aprenda a eludir el juego de acosos que desde hace un cuarto de siglo en cada round, con un gancho de izquierda, nos tira a la lona.

 

 

Por ahora nos han dado un golpe de Estado muy bajo desarticulando el Consejo Nacional Electoral. Me pregunto: ¿Seguiremos sometidos a la ortodoxia de que solo podemos salir de esta tragedia por la vía electoral tradicional o buscaremos otras formas, más imaginativas y menos resignadas, pero igual de democráticas, para no ir a poner periódicamente la cabeza en la mesa de disección donde cada cierto tiempo nos dan un hachazo en el matadero de las ilusiones?

 

 

Si el Plan A no funciona habrá que formular un Plan B. ¿O no? ¿Tendremos que resignarnos como los cubanos a esperar que el régimen celebre sus 65 años de existencia?

 

 

 Tulio Hernández

 

Artículo publicado en Frontera Viva