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La izquierda Jurásica

Posted on: marzo 17th, 2022 by Super Confirmado No Comments

 

 

Así como desde lejos es imposible apreciar los relieves de un paisaje, hay que adentrarse en los meandros de la izquierda latinoamericana para darse cuenta de que está lejos de representar un todo homogéneo. La variedad es extensa. Una izquierda que tomó en algún momento las armas y creyó en la revolución; una izquierda que nunca se desapegó del credo de la Tercera Internacional; la izquierda populista, que llegó al poder para quedarse; la izquierda nostálgica, la izquierda académica. La nueva izquierda.

 

 

Pero lo que un examen cercano mejor nos deja ver es la división entre izquierda autoritaria e izquierda democrática. Entre la que considera anatema todo lo que se oponga a la hegemonía de un solo partido o de un solo líder; y la que busca rescatarse a sí misma afirmando su fidelidad a la democracia sin apellidos que permite elegir libremente a los gobernantes, y se adhiere al respeto a las libertades públicas y a los derechos humanos. Ni democracia proletaria ni democracia burguesa. La democracia.

 

 

“Izquierda cobarde” llama Nicolás Maduro a esta izquierda que se atreve a desembarazarse de los ropajes del pasado que huelen a naftalina. Y la invasión de las tropas rusas a Ucrania ha servido para dejar patente esta diferencia fundamental, que desde las concepciones ideológicas del poder se extiende a los alineamientos geopolíticos.

 

 

La falla geológica que se abre en el paisaje entre izquierda autoritaria e izquierda democrática, la vemos mejor al comparar las declaraciones del caudillo boliviano Evo Morales con las del nuevo presidente de Chile Gabriel Boric.

 

 

“Rusia ha optado por la guerra para resolver conflictos. Desde Chile condenamos la invasión a Ucrania, la violación de su soberanía y el uso ilegítimo de la fuerza. Nuestra solidaridad estará con las víctimas y nuestros humildes esfuerzos con la paz”, escribe Boric en un tuit. En otro tuit, Morales escribe: “Hacemos un llamado a una movilización internacional para frenar el expansionismo intervencionista de la OTAN y EE UU La humanidad clama por pacificación, la conflagración no es la solución. La hegemonía armamentista e imperialista pone en riesgo la paz mundial”.

 

 

El lenguaje de Evo Morales es una herencia de la Guerra Fría, cuando la izquierda latinoamericana creía su deber militante no apartarse del evangelio del Kremlin. Es así que cuando en agosto de 1968 las tropas del Pacto de Varsovia invadieron Checoeslovaquia para aplastar la primavera de Praga, Fidel Castro, que entonces representaba a toda la feligresía revolucionaria, respaldó la intervención apelando a los intereses supremos del socialismo mundial.

 

 

Sólo había un imperialismo, el de los Estados Unidos; la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia defendían la paz mundial. Evo Morales, medio siglo después, no se aparta de ese guion.

 

 

Por una suerte de artilugio ideológico, Putin encarna a ese mundo soviético de los manuales leninistas anterior a Gorbachov, aquel mismo de ancianos miembros del politburó, que protegidos con gruesos gabanes y sombreros de fieltro revistaban los desfiles militares desde arriba del mausoleo de Lenin, desfile que cerraban los cohetes cargados con ojivas nucleares, las mismas con las que Putin amenaza hoy al mundo sino le dejan consumar su conquista de Ucrania.

 

 

Putin, cuyo apoyo político se teje en una red de organizaciones ultranacionalistas y antisemitas, padrino de una mafia de oligarcas multimillonarios que se apropiaron de los despojos de la era soviética, y decidido a reconstituir la vieja Rusia de los zares, es para los nostálgicos de la vieja izquierda uno de los suyos, y por eso mismo justifican la invasión de Ucrania, o apartan la vista y se diluyen en declaraciones que no dicen nada.

 

 

Lula de Silva, sin señalar quién invadió a quién, ofreció un consejo conciliador tanto a Putin como a Zelenski: “Gobernantes, bajen las armas, siéntense en la mesa de negociaciones y encuentren la salida del problema que los llevó a la guerra’”. Y nada más. Muy cerca, quién lo diría, de Bolsonaro, que en vísperas de la invasión voló a Moscú para tomarse la foto de ocasión con Putin y que al regresar a Brasil declaró: “No tomaremos partido, seguiremos siendo neutrales”.

 

 

Boric, al contrario, recuerda con sus palabras que, si la izquierda tiene algún fundamento, es el humanismo, y que las guerras de agresión son un crimen. Quien no puede quitarse las telarañas ideológicas de los ojos para ver los bombardeos sobre la población civil, los ataques aéreos contra hospitales y edificios de apartamentos, el éxodo de millones de seres humanos obligados a buscar refugio en los países vecinos huyendo de la destrucción y la muerte, demuestra su fidelidad a la izquierda jurásica, o se ha quedado perdido en los vericuetos del cinismo y la dualidad.

 

 

Nada más sublime, agreguemos, que estas opiniones de un científico social argentino de izquierda, publicadas en un diario de Buenos Aires: “las apariencias no siempre revelan la esencia de las cosas, y lo que a primera vista parece ser una cosa —una invasión— mirada desde otra perspectiva y teniendo en cuenta los datos del contexto puede ser algo completamente distinto”.

 

 

Igual que la famosa frase atribuida a un presidente mexicano de tiempos del PRI, pero que en realidad es de Mario Moreno, Cantinflas: “Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”.

 

Polis

Sergio Ramírez es escritor y premio Cervantes.

 

 

Votar puede más que las balas

Posted on: diciembre 4th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

Gane quien gane las elecciones del domingo, Venezuela necesita un diálogo nacional

 

 

El pasado 7 de noviembre, en Myanmar (antes Birmania), el partido oficial, respaldado por el Ejército, que hasta hace poco ejerció una brutal dictadura, fue derrotado por la oposición encabezada por la premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, presa durante años. Su partido, la Liga Nacional para la Democracia, ya había ganado en ocasiones anteriores, pero los militares burlaron su triunfo.

 

 

Ahora, a pesar de que el tribunal electoral estaba presidido por un general de la vieja guardia, los votos fueron contados como se debe, y le dieron a la Liga 387 escaños del Parlamento, contra apenas 42 para el oficialismo. Un poeta, Tin Thit, también preso por años, le ganó el escaño a otro poderoso general, U Wai Lwin, antiguo ministro de Defensa. El poeta triunfante dijo algo que no será novedoso, pero es verdadero: “Los votos pueden más que las balas”.

 

 

En América Latina las balas, o sea, los golpes de Estado y las dictaduras militares, van quedando para la historia, como acaba de demostrarse en las elecciones presidenciales de Argentina. La democracia se dilucida en los recintos electorales y no en los cuarteles. Estuve hace poco en Buenos Aires y un fraude electoral parecía a todos un asunto de otro planeta.
Ahora sigue Venezuela, con las elecciones que se celebrarán el 6 de diciembre para renovar la totalidad de los escaños de la Asamblea Nacional. En medio de la profunda crisis social y económica, las encuestas auguran la victoria de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que desplazaría del dominio del poder legislativo al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).

 

 

En medio de muchas y graves acusaciones en contra del sistema, la historia electoral de Venezuela bajo el chavismo resulta impecable. Es el país de América Latina donde más elecciones se han dado en los años recientes, y aunque el órgano electoral se halla bajo el control oficial, es poco lo que puede alegarse hasta ahora en contra de la transparencia a la hora de contar los votos.

 

 

¿Qué significa ‘no entregar la revolución’ si pierde el oficialismo?
Los reparos vienen de cómo el Gobierno ha asumido sus derrotas, despojando de sus poderes a los funcionarios electos, gobernadores y alcaldes, mediante maniobras legales o medidas de hecho, o metiéndolos simplemente en la cárcel. Ahora, de ganar la oposición, tal como señalan las encuestas, el presidente Maduro perdería el control del andamiaje legislativo, del que depende buena parte del poder que ejerce.

 

 

Sólo para empezar, de acuerdo con la Constitución Bolivariana, la Asamblea Nacional puede delegar en él la autoridad de dictar leyes y decretos por periodos prolongados, en una larga lista de materias. En unas nuevas circunstancias, en que la oposición controlara los dos tercios de la mayoría parlamentaria —como parece que podría ocurrir—, esta transferencia absoluta de poderes al presidente, que deja prácticamente en receso a la Asamblea Nacional, ya no podría darse.

 

 

Un conflicto institucional está a la vista, y acomodar una situación semejante corresponde a los mismos mecanismos de la democracia. Debería imponerse un diálogo de convivencia, para que el país no siga descarrilando.

 

 

Pero las declaraciones del presidente Maduro no barruntan lo mejor. Aunque ha dejado claro que respetará los resultados electorales, también ha dicho que de perder estas elecciones, “no entregaríamos la revolución y la revolución pasaría a una nueva etapa”; y que gobernaría “con el pueblo… y en unión cívico-militar… quien tenga oídos que entienda, el que tenga ojos que vea clara la historia, la revolución no va a ser entregada jamás…”.

 

 

Surgen entonces preguntas inquietantes: ¿qué significa no entregar la revolución, si la mayoría legítima de los votantes pone a la Asamblea Nacional en manos de las fuerzas opositoras? ¿Una nueva etapa de la revolución significa más radicalización y pérdida de más libertades ciudadanas, más autoritarismo? ¿Qué significa gobernar con el pueblo, si es que el pueblo ya ha votado en contra del partido oficial? Y lo peor de todo, ¿qué significa gobernar en unión cívico-militar? ¿Qué pito tocan los generales y los coroneles a la hora en que los votos dilucidan el asunto del poder? Eso me recuerda al poeta birmano Tin Thit cuando dice, con tanta razón, que: “Los votos pueden más que las balas”.

 

 

El presidente Maduro también ha dicho que si su partido gana las elecciones legislativas, llamará a un diálogo nacional. Es lo que debería hacer también si las pierde. Y lo que debería hacer la oposición si gana. El diálogo es un instrumento de la democracia, y de un poder irreductible.

 

Sergio Ramírez es escritor.

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