|

El discursito de Pérez Pirela

Posted on: agosto 1st, 2013 by Super Confirmado No Comments

Aclaramos de entrada, que hacemos uso de la expresión «discursito», acudiendo al diminutivo, no con ánimo peyorativo sino para encarecer y exaltar la delicadeza y suavidad poética de las palabras pronunciadas por ese gran filósofo venezolano de la revolución bolivariana: Miguel Ángel Pérez Pirela (el mismo del programa televisivo Cayendo y Corriendo), como orador de orden en la Asamblea Nacional para conmemorar el natalicio de Simón Bolívar.

 

El discursito comenzó, luego de los saludos protocolares de rigor, con los conmovedores antecedentes humildes del orador, quien se mostró muy orgulloso de su otrora pobreza, como cabe en revolución. Pirela se notaba suelto, confiado en sí mismo, con dominio escénico (Elías Jaua, nuestro Canciller, debería tomar algunas clases de oratoria con Pirela, quien tiene buena dicción y sabe acompañar sus palabras con gestos, maneras y modulaciones apropiadas de la voz); su experiencia mediática lo favoreció en mucho.

 

Luego Pirela pasó a hablar del lago de Maracaibo (el discursito fue pronunciado en esa ciudad), e hizo un canto lacustre y marabino henchido de emotividad. Yo, que lo escuchaba empalagado de tanto amor y sentimiento, reconocí las dotes poéticas que tiene este gran hombre de la filosofía (innecesario es recordar que Pirela es filósofo por haber obtenido una licencia en filosofía, como usted sería escritor por haberse graduado en letras). El público también lo reconoció y asombrado de tanta melcocha, algodones y mieles lo escuchó con verdadera delectación, todo encaramelado, tal vez recordando la canción Catalejo, del grupo Buena Fe, en la cual se nos habla de la competencia poética que se libra en la Asamblea cubana entre sus diputados (bien conocida es la retórica obsecuente en el Congreso cubano, en el cual no se escatiman epítetos para enaltecer, cantar y vanagloriar a Fidel Castro y la «revolución»), a falta de hablar de los problemas y necesidades de la población cubana.

 

Pues nuestro filósofo se levitó tanto con aquello de «Maracaibo mía», expresión del poeta marabino Udón Pérez, repetido a cada instante, dulzona y tiernamente, para sensibilizar y emocionar a la audiencia, que nos hizo recordar las páginas más lacrimosas de Werther, del gran Goethe, y del movimiento romanticista en general, en el cual con inspirado espíritu se le cantaba al terruño patrio con la grandilocuencia y pomposidad cursis de la época.

 

Todos estaban asombrados, atónitos por el exceso de azúcar en las palabras de tan renombrado filósofo, desbordado de sentimentalidad folletinesca por su tierra. Y fue tanta la musicalidad de las palabras, que Pirela acudió a un expediente propio de Chávez y del chavismo: condimentar graciosa y risiblemente el discurso, para disfrute y guasa de todos, con alguna canción pegajosa y popular. Escuchamos entonces de su propia voz un trocito de una canción interpretada por el siempre recordado Ricardo Aguirre.

 

Luego, húmedos aún los ojos del orador y la audiencia (confieso que me fui en lágrimas de emoción cuando Pirela apasionadamente dijo, muy a propósito de la fecha que se estaba conmemorando: «Maracaibo de muchachera bulliciosa y musas que van sonriendo entre la noche bullanguera»), nuestro poeta-filósofo se puso mucho más sesudo e hizo una relación circunstanciada de los hechos de la Batalla Naval del Lago.

 

El final del discurso no tuvo desperdicio, porque Pirela supo leer a la audiencia y para que se quitase tanta jalea dulzona del pensamiento y bajase de las nubes, les regaló a todos un decreto: que la oposición imperialista recibiría otra derrota; y de forma sublime, capítulo siguiente, como lo acostumbraba a hacer Chávez, deslizó una palabrota que no podemos escribir aquí por la censura, provocando la algarabía feliz de todos los concurrentes, que se identificaron plenamente con tal obscenidad.

 

Y no podía faltar en este final la presencia de Chávez, a quien Pirela calificó de «gran resucitador de la historia venezolana», o mejor dicho, de la historia patria venezolana, ésa que canta con tonos épicos la independencia; esa historia de la Venezuela Heroica de Eduardo Blanco, poblada de hechos hazañosos y de semidioses, alejada del análisis y penetración de la ciencia histórica, que concibe nuestra guerra de independencia como una guerra civil, librada fundamentalmente entre venezolanos, entre nosotros mismos (de ahí su carácter tan sangriento): unos partidarios de la independencia y otros de seguir siendo la América española.

 

Chávez, «el gran resucitador de la historia patria venezolana»; ésa que aliena, por mucho orgullo patrio que podamos sentir al cantarla; ésa de Miguel Ángel Pérez Pirela: poética, dulzona, tierna, épica, linda, emotiva y cuchi; tan cuchi como su discursito, que de tan bonito es eso: discursito y no discurso, en esta tierra de diminutivos y cosas bonitas.

 

@rubdariote

rub_dario2002@yahoo.es

Por Rubén De Mayo

Capriles resteado

Posted on: marzo 14th, 2013 by Super Confirmado No Comments

Bien es sabido lo que significa el verbo restear, de uso muy frecuente en Venezuela: «echar el resto», significa, y es esto lo que Henrique Capriles se comprometió a hacer, en brillante y contundente discurso, como candidato ya de la oposición.

 

Ante la utilización grosera y descarada que se hace del difunto presidente Chávez para que Nicolás Maduro haga proselitismo político cabalgando en la popularidad del caudillo, ha surgido cierta sensación de derrotismo entre los opositores (más del 40% de los electores, unos 6 millones y medio de votantes), quienes han visto, magnificado por los medios oficiales, la gran cantidad de personas que hacen cola para darle el último adiós a Chávez.

 

El bombardeo comunicacional ha sido devastador. Los medios del Estado (del Gobierno, quiero decir) se han encadenado al funeral de Chávez, endiosando su figura como el «Cristo de los pobres». Ciertamente, la afluencia de personas al funeral ha sido considerable; pero no nos dejemos vencer por la kilométrica cola, era de esperarse, fueron más de 8 millones los que votaron por Chávez. Esa muchedumbre, como bien nos lo ha hecho recordar Vargas Llosa, es de similares características psicológicas a la que idolatró y derramó lágrimas a cántaros por Franco o Stalin, cuyos funerales fueron muy concurridos y lagrimosos.

 

Esta situación se ha combinado con el reconocimiento de la comunidad internacional del liderazgo del Presidente difunto. No solamente han sido los presidentes chulos (bastante dinero que le ha costado a Venezuela la proyección política del Comandante) de Bolivia, Cuba, Nicaragua o Ecuador quienes han dado muestras de sentido duelo, sino que hemos recibido la presencia de una muy buena cantidad de mandatarios, de distinta pelambre político-ideológica, que han prestigiado con su presencia, sea por decoro, diplomacia o negocios, las exequias de Chávez.

 

Agreguemos también a todo lo anterior, la no velada complicidad y colaboracionismo de todas las instituciones del Estado, comenzando por el Tribunal Supremo de Justicia, que han preparado y acondicionado el terreno para que Maduro, desde el poder de la presidencia, la más ventajosa posición para competir en unas elecciones, sea candidato presidencial.

 

Normal, entonces, que la oposición, desde hace tiempo a la expectativa por la enfermedad del Presidente, experimente una sensación de derrota, avasallada por la fuerza de un Gobierno mediático que ha convertido el sepelio de Chávez en una gran verbena fúnebre (recomiendo al visitante comprar uno de los muchos suvenires –camisas, llaveros, gorras, afiches, boinas, muñecos chavistas, videos, etc.– que están a la disposición en los variados tarantines que hay; así como disfrutar, mientras deleita sus oídos con música llanera o de protesta, de una deliciosa comida típica en caso de que el hambre apriete), desfigurando por completo la imagen de un hombre que dijo de sus contrarios y opositores linduras y bellezas como éstas: burro; cachorro del imperio; ladrón de siete suelas; fascista (este insulto le encantaba); y a un representante de la Iglesia, Monseñor Castillo Lara: fariseo, hipócrita, bandido, diablo, alcahueta, golpista e inmoral. De la Conferencia Episcopal Venezolana dijo una vez que sus miembros eran: demonios, estúpidos y vagabundos. A sus contendores por la presidencia, Rosales y Capriles, los llamó: imbécil, narcotraficante, desgraciado, majunche y «la nada». Y no dejemos de citar las ofensas e insultos de siempre: escuálido, apátrida, pitiyanqui, oligarca, golpista, traidor. La lista es larga y basta el recuerdo de una sola descalificación para asombrarse de la beatificación de tan extravagante caudillo.

 

Decíamos, pues, que una buena parte de la oposición, dado este cuadro, nos parecía apesadumbrada y con una sensación de derrota. Pero esto fue hasta ayer domingo 10 de marzo, fecha en la cual Capriles anuncia su decisión de lanzarse de nuevo como candidato. No fue un anuncio cualquiera, el de Capriles, ya que lo acompañó de un certero y lacerante discurso que recogió lo que muchos venezolanos piensan: que la cúpula chavista está enferma de poder; que se mintió en relación a la enfermedad del Presidente, manipulando; que no sabemos a ciencia cierta cuándo murió Chávez; que las lágrimas de Maduro son fingidas, puro teatro cubano; que la gente chavista no confía en el entorno de Chávez, por inepto y corrupto; que hay conflictos internos y rivalidades en el chavismo, etc.

 

Este discurso de Capriles expresó el sentir del pueblo, opositor y chavista, y marca un punto de inflexión en su estrategia política, que de seguro ahora será más agresiva e irreverente. He sido muy crítico de Capriles por su discurso y falta de olfato políticos, lo saben mis lectores, pero lo que le sobró ayer fue elocuencia e intuición política para leer entrelíneas el sentir popular. Una vez escribí un artículo intitulado: Otro Gallo Muerto, en alusión a Capriles; ahora debo decir de él: ¡Ése es mi Gallo!

 

Correo: rub_dario2002@yahoo.es

 

@rubdariote

 

Fuente: EU

Por Rubén De Mayo

|