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El discursito de Pérez Pirela

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El discursito de Pérez Pirela

Aclaramos de entrada, que hacemos uso de la expresión «discursito», acudiendo al diminutivo, no con ánimo peyorativo sino para encarecer y exaltar la delicadeza y suavidad poética de las palabras pronunciadas por ese gran filósofo venezolano de la revolución bolivariana: Miguel Ángel Pérez Pirela (el mismo del programa televisivo Cayendo y Corriendo), como orador de orden en la Asamblea Nacional para conmemorar el natalicio de Simón Bolívar.

 

El discursito comenzó, luego de los saludos protocolares de rigor, con los conmovedores antecedentes humildes del orador, quien se mostró muy orgulloso de su otrora pobreza, como cabe en revolución. Pirela se notaba suelto, confiado en sí mismo, con dominio escénico (Elías Jaua, nuestro Canciller, debería tomar algunas clases de oratoria con Pirela, quien tiene buena dicción y sabe acompañar sus palabras con gestos, maneras y modulaciones apropiadas de la voz); su experiencia mediática lo favoreció en mucho.

 

Luego Pirela pasó a hablar del lago de Maracaibo (el discursito fue pronunciado en esa ciudad), e hizo un canto lacustre y marabino henchido de emotividad. Yo, que lo escuchaba empalagado de tanto amor y sentimiento, reconocí las dotes poéticas que tiene este gran hombre de la filosofía (innecesario es recordar que Pirela es filósofo por haber obtenido una licencia en filosofía, como usted sería escritor por haberse graduado en letras). El público también lo reconoció y asombrado de tanta melcocha, algodones y mieles lo escuchó con verdadera delectación, todo encaramelado, tal vez recordando la canción Catalejo, del grupo Buena Fe, en la cual se nos habla de la competencia poética que se libra en la Asamblea cubana entre sus diputados (bien conocida es la retórica obsecuente en el Congreso cubano, en el cual no se escatiman epítetos para enaltecer, cantar y vanagloriar a Fidel Castro y la «revolución»), a falta de hablar de los problemas y necesidades de la población cubana.

 

Pues nuestro filósofo se levitó tanto con aquello de «Maracaibo mía», expresión del poeta marabino Udón Pérez, repetido a cada instante, dulzona y tiernamente, para sensibilizar y emocionar a la audiencia, que nos hizo recordar las páginas más lacrimosas de Werther, del gran Goethe, y del movimiento romanticista en general, en el cual con inspirado espíritu se le cantaba al terruño patrio con la grandilocuencia y pomposidad cursis de la época.

 

Todos estaban asombrados, atónitos por el exceso de azúcar en las palabras de tan renombrado filósofo, desbordado de sentimentalidad folletinesca por su tierra. Y fue tanta la musicalidad de las palabras, que Pirela acudió a un expediente propio de Chávez y del chavismo: condimentar graciosa y risiblemente el discurso, para disfrute y guasa de todos, con alguna canción pegajosa y popular. Escuchamos entonces de su propia voz un trocito de una canción interpretada por el siempre recordado Ricardo Aguirre.

 

Luego, húmedos aún los ojos del orador y la audiencia (confieso que me fui en lágrimas de emoción cuando Pirela apasionadamente dijo, muy a propósito de la fecha que se estaba conmemorando: «Maracaibo de muchachera bulliciosa y musas que van sonriendo entre la noche bullanguera»), nuestro poeta-filósofo se puso mucho más sesudo e hizo una relación circunstanciada de los hechos de la Batalla Naval del Lago.

 

El final del discurso no tuvo desperdicio, porque Pirela supo leer a la audiencia y para que se quitase tanta jalea dulzona del pensamiento y bajase de las nubes, les regaló a todos un decreto: que la oposición imperialista recibiría otra derrota; y de forma sublime, capítulo siguiente, como lo acostumbraba a hacer Chávez, deslizó una palabrota que no podemos escribir aquí por la censura, provocando la algarabía feliz de todos los concurrentes, que se identificaron plenamente con tal obscenidad.

 

Y no podía faltar en este final la presencia de Chávez, a quien Pirela calificó de «gran resucitador de la historia venezolana», o mejor dicho, de la historia patria venezolana, ésa que canta con tonos épicos la independencia; esa historia de la Venezuela Heroica de Eduardo Blanco, poblada de hechos hazañosos y de semidioses, alejada del análisis y penetración de la ciencia histórica, que concibe nuestra guerra de independencia como una guerra civil, librada fundamentalmente entre venezolanos, entre nosotros mismos (de ahí su carácter tan sangriento): unos partidarios de la independencia y otros de seguir siendo la América española.

 

Chávez, «el gran resucitador de la historia patria venezolana»; ésa que aliena, por mucho orgullo patrio que podamos sentir al cantarla; ésa de Miguel Ángel Pérez Pirela: poética, dulzona, tierna, épica, linda, emotiva y cuchi; tan cuchi como su discursito, que de tan bonito es eso: discursito y no discurso, en esta tierra de diminutivos y cosas bonitas.

 

@rubdariote

rub_dario2002@yahoo.es

Por Rubén De Mayo

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