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El país como enemigo

Posted on: julio 9th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Si no estamos en presencia del fin de esta gestión, se parece bastante. El gobierno parece estar enfrentando a todos, incluso a aquellos que alguna vez fueron sus amigos. Lucen permanentemente entre molestos o inventando. Los traspiés limítrofes y las bravuconadas concomitantes no son más que esa estrategia de convertir todo y a todos en el enemigo.

 

 

Dicen estar rodeados de enemigos, embaucados en guerras y las únicas victorias que tienen son las de otros. Por más que busquen en ajenos triunfos propios, no hay forma de demostrar que algo bueno son capaces de hacer. El referéndum en Grecia, la encíclica sobre el medio ambiente, hasta el aniversario de la muerte de José Gregorio Hernández, todo tratan de convertirlo en logro propio.

 

 

Pero en verdad no hay mucho que celebrar de una Grecia que se precipita a un oscuro e incierto destino si abandona la zona del euro; el papa vino a nuestro continente, pero en ningún caso iba a pisar un suelo donde existen presos de conciencia; y sobre el Venerable, es más lo que quita que lo que pone esta interesada devoción revolucionaria.

 

 

Con igual intensidad como buscan indulgencia con escapularios ajenos, también convierten en enemigos a todo el que le sirva de excusa para ocultar sus errores. Su adicción por los enemigos externos es tan extrema que son capaces de llevarnos a la guerra. Desde el país del Norte hasta la hermana Colombia, pasando por España y ahora lo reciente con Guyana, en todos ellos, por puro interés político involucra algún agente interno.

 

Por ese camino, con o sin la excusa internacional, poco a poco todos ya somos enemigos del gobierno. Empresarios, universidades, iglesias, gremios de todo tipo, sindicatos que reivindiquen derechos, en una palabra todo el que pretenda comportarse con independencia y sin ser apéndice de alguna agencia del Estado, será considerado no sólo sospechoso, sino un claro enemigo que pretende la conspirativa idea de que dejen de ser gobierno por la voluntad de una nueva y contundente mayoría.

 

 

Que nos crean sus enemigos, que se pretendan dueños de las victorias ajenas o que se sigan comportando como recién llegados al poder, no es propiamente el problema. La inviabilidad en la que nos han metido, este largo trance de sentir que no vamos a ningún sitio salvo uno más abajo y más atrás, es parte de las angustias diarias.

 

 

Supongamos que se salgan con la suya. Imaginemos que la pesadilla continúa, que se mantienen incólumes en el poder. ¿Qué sigue? Alguien puede suponer que inflación, desabastecimiento, recesión y violencia podrán superarse si estos siguen disfrutando del control absoluto de todos los poderes. De truquito en truquito se avanza por un corto plazo que acumula para el mediano y largo. Nada garantiza que la profundización de lo malo conduce a algún horizonte bueno. El cambio se construye y en eso andamos.

 

 

Por eso el gobierno nos hace un gran favor al convertirnos a todos en su enemigo. Nos une, nos identifica como víctima de un solo verdugo. Quien nos pretende su enemigo es en verdad el enemigo de todos.

 

Luis Pedro España

Con el miedo al cuello

Posted on: junio 25th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Ya tenemos fecha para las elecciones de la Asamblea Nacional. No fue anunciada sino hasta que la estrategia oficial recibió el pláceme de todos sus bandos. Consiste en un intrincado mapa de acciones condicionadas, mensajes ensayados y gestos que se mimetizan para evocar al padre. Pero la estrategia es solo una, la del miedo. El propio, sí, pero que lo sienta el otro.

 

 

Miedo para desmovilizar a unos y juntar al resto. Unos en forma de chantaje, otros a modo de coacciones. Se trata una estrategia en dos tiempos. Se perderán las misiones o nos cortarán la cabeza. Nos perseguirán a todos y se acabará la esperanza. Si gana la oposición, seguro viene la guerra, solo el gobierno garantiza la paz, así sea la de los cementerios.

 

Ya desde los primeros anuncios se entra en un juego comunicacional deliberadamente contradictorio. Vamos a ganar, pero si perdemos arrebatamos. Reconoceremos los resultados, pero saldremos a la calle a impedir que se queden con la Asamblea. Es peor que el doble discurso, es un modo comunicativo en el que con la misma frase se imparte miedo en dos sentidos: paralizar a unos e impulsar a otros.

 

¿Qué se persigue? Que no avancemos hasta la orilla para ver cómo se cruza el río. Se apuesta por la bobalicona premisa antielectoral de los infantes de la política. Son mensajes para los extremos, suponiendo que son ellos los que definen los términos de las preferencias de la inmensa mayoría que está en el medio.

 

Esa ha sido la pauta con el cuento de la guerra económica, la confrontación contra el imperio o las sucesivas tesis del sabotaje. Es una tesis que también gusta en los predios de los poderes fácticos. Esos de los que depende que la patada a la mesa electoral tenga una viabilidad de más de un día.

 

El posible conflicto con Guyana les viene de perla. Se trata de sembrar otro miedo. El miedo nacionalista, el miedo a perder una patria que ellos ya vendieron. Quienes permitieron que avanzaran las concesiones petroleras, fuera por ignorancia o por descuido, son los mismos que por estos días se envuelven en la Bandera Nacional y nos proponen unión en torno a ellos.

 

La tesis Galtieri revive después de 35 años. Es una forma de tratar que los poderes fácticos se traguen tesis y argumentos que hasta ahora no se han permitido.

 

Nuevamente, no se puede cruzar hasta llegar al puente, y el puente no es otro que ganar las elecciones para la Asamblea Nacional. Cualquier otra tesis, estrategia anticipada, cantos de sirena o desvío del norte constitucional, es a lo que aspiran los responsables de esta desastrosa situación nacional que tiene al pueblo padeciendo una inflación de 170%, una escasez de 75% y que está en trance de batir una nueva marca de homicidios.

 

Necesitan una excusa para no enfrentar el 80% de rechazo o el 60% de popularidad que ya disfruta la oposición. Para ello cuentan con el miedo. El mismo que nos vuelve cautos para expresarnos en una desabastecida cola, o aquel que se lleva dentro si se tiene la desdicha de vivir en una de esas “zonas de paz”.

 

Pero ese miedo será vencido. Ya no tienen con qué chantajear, ni otra nueva esperanza que dar. Solo tienen el miedo propio, ese que se vive como el agua al cuello.

 

Luis Pedro España

Un país en fuga

Posted on: junio 11th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Más de seis de cada diez venezolanos dicen que se irían del país si se les presenta una oportunidad. No se trata de sifrinos que quieren irse porque no pueden vivir bajo las mieles del socialismo. En los estratos más pobres el porcentaje es muy similar. 58% opina igual, si tuvieran cómo cambiar de vida en otro país más seguro, con más oportunidades de empleo y con más oferta de bienes y servicios, abandonarían el suyo.

 

Todas las encuestas indican lo mismo. Los venezolanos quieren irse de Venezuela. Ese es el indicador de fracaso más grande que exhibe este gobierno. Sus voceros, esos que se envuelven en la Bandera Nacional para decir cualquier zoquetada, han convertido a bastante más de la mitad del pueblo en candidatos a vivir fuera de su patria, a protagonizar lo que ya se conoce como la nueva diáspora latinoamericana.

 

Lógicamente, hay segmentos sociales en los que la propensión a irse ronda el 80%. Pero esta tendencia de fuga, ese sentimiento de quemar las naves en tierras lejanas, ya es masiva. Las escenas de despedidas ya no son solo de jóvenes universitarios con intenciones formativas, o de compatriotas con profesiones muy cotizadas en el extranjero.

 

La fuga es de todo tipo. Jóvenes de sectores populares que se van a Panamá a probar suerte “en lo que sea”, madres con hijos pequeños que tras la última balacera terminan de hacerle caso a la hermana de Cali que le dice “que te vengas”, o el profesor de Matemáticas cansado de aguantarles vainas a los malandros y, tras decirle a la esposa “que se va adelante”, prueba suerte en un liceo de Cuenca.

 

Ya pueden ser cientos de miles de historias de venezolanos que en los últimos tres años corren despavoridos de un país cuyos sueños no son en bolívares. Las secretarías generales de nuestras universidades no se dan abasto para tramitar las equivalencias, en las oficinas del ministerio las citas para las titulaciones tardan meses y las empresas ya no encuentran qué hacer para que la gente no se les marche.

 

El país está perdiendo lo mejor que tiene. No solo expulsa a los que tuvieron la suerte de formarse, sino también está botando a los más audaces, a los que más garra tienen, los emprendedores de toda clase que solo necesitaban una oportunidad para despegar y construir una historia de éxito en un país que pudo haber sido el suyo.

 

Pero el final no será malo. Aquí nos vamos a quedar los que no tenemos adónde irnos, la inmensa mayoría que no se pudo ir y también, claro está, los que no quisieron irse. En nuestras circunstancias no es justo juzgar, salvo al responsable de nuestras despedidas. Para la desdicha de ellos, aquí se quedará la gran parte, los que echarán el país hacia delante. Quedarán construyendo lo que el gobierno se empeña en destruir, sembrado esperanzas en medio de tanto desierto y saliendo cada día a la calle aunque dé mucho miedo.

 

 

De todas las clases sociales, edades y sexo, la mayoría del país se va a quedar en Venezuela. No podrán mudarnos a todos, no podrán con todos. Nos vamos a quedar para celebrar la recompensa que de seguro nos aguardará el mañana

 

Luis Pedro España

La necesidad y el cambio

Posted on: mayo 28th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Todos queremos un cambio. Hasta el gobierno quiere que la situación cambie. El problema es que cada vez luce más inhabilitado para hacerlo.

 

 

Enumerar las razones por las cuales esto va para tres años en vertiginoso descenso puede resultar ocioso. Todo el país sabe los arreglos mínimos que hay que hacer en materia económica, para hacernos viables. Es tan obvio que incluso el gobierno lo sabe. La pregunta entonces es ¿por qué no cambian? No pueden. Se encuentra inmerso en sus contradicciones internas. Está de manos atadas. Privilegios, intereses, dogmas, temores, pugnas, amenazas, cuentas pendientes, viven un entramado interno que los paraliza, mientras el país sigue camino al abismo.

 

 

Nunca en Venezuela se habló de dolarización, salvo en ejercicios académicos de economistas desocupados. Siempre vimos con pretenciosa distancia o con lastima infinita los padecimientos del desabastecimiento cubano o las miserias de la empobrecida Haití. Cientos de veces nos repetimos a nosotros mismos que las aterradoras cifras de hiperinflación nunca las veríamos gracias a nuestro colchón petrolero, y no fueron pocas las náuseas que nos provocaban las prácticas represivas como trataban a los disidentes las dictaduras del continente.

 

 
Pues hoy son cada vez más los que creen que sólo una paridad con la moneda americana podría abatir la inflación y ponerle una camisa de fuerza al populismo fiscal. Tampoco resulta descabellado que grupos sociales o espacios territoriales específicos vivan situaciones propias de una crisis humanitaria por el desabastecimiento o la inflación, y no deja de sorprendernos como la respuesta represiva sigue siendo la pauta ante el aumento del descontento y la protesta ciudadana.

 

 

Nuestra crisis no es inédita. Tenemos ejemplos de lo que pasa cuando se viven realidades tan agudas. El Perú de Alan García a finales de los años ochenta, los inmensos desequilibrios del Brasil de José Sarney cuyas prácticas de controles llevó a su economía a padecer una inflación de casi 3.000%, o los regímenes represivos y corruptos de las dictaduras del cono Sur, con sus sucesivas catástrofes económicas, son espejos donde podemos mirarnos.

 

 

En todos esos casos se evidenciaron dos cosas. Primero, esos gobiernos no pudieron con sus contradicciones, no pudieron enderezar los entuertos que causaron. Segundo, los inmensos desequilibrios económicos y sociales terminaron teniendo una expresión política. En unos casos favorables, como fue el caso de Brasil y su transformación económica de la mano de Fernando H. Cardoso. En otros algo más accidentados como lo fue Perú con Alberto Fujimori y, finalmente, como también lo demuestra la historia, nada nos salva de una crisis permanente, como es el caso argentino.

 

 

Venezuela va camino a una transición, a un cambio político, de eso no se salva ni siquiera el gobierno. La ebullición del sistema socioeconómico terminará teniendo una expresión política. Eso está garantizado. Pero su signo no está determinado por la calamidad de nuestros problemas. Tenemos delante sólo la materia prima del cambio, el marco pedagógico para que nos alejemos como pueblo de las prácticas populistas y demagógicas que “funcionaron” mientras tuvimos otro espejismo petrolero, pero nada más.

 

 

El resto, la posibilidad de iniciar un nuevo arreglo social favorable va a depender del entendimiento entre las fuerzas democráticas, de la sensatez con que se conduzca el descontento, y del respeto que tenga el poder fáctico de las elecciones, como forma de iniciar un cambio que necesita, incluso, el propio gobierno.

 

Luis Pedro España

 

¿De qué sirve votar?

Posted on: mayo 14th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

¿Para qué votar en las elecciones parlamentarias? Votar por intangibles no es precisamente la forma más adecuada de movilizar a la población. De pretenderlo, debe acompañarse de razones concretas para hacerlo. Con las parlamentarias seguramente no vamos a cambiar este saco de calamidades que llevamos a cuestas. No hay forma de asegurar que la mayoría parlamentaria va a acabar con el desabastecimiento, la inflación o la recesión económica. Sería muy irresponsable prometer semejante aspiración. Además, la población sabe que desde allí eso no es posible. Entonces ¿para qué votar en las elecciones parlamentarias?

 

Estas elecciones son tan importantes para la oposición que el gobierno aún no se atreve a convocarlas. Pueden ser el verdadero comienzo del fin, pero la población en general aún no lo cree. El temor de perderlas solo se compara con la sinuosidad con la que se maneja el tema. Ese “sí, pero no” que padece quien sabe que no le conviene una sola elección más, conduce a una sola estrategia: desmovilizar a quienes podrían cambiar la historia.

 

En estas elecciones las razones objetivas para votar en contra sobran. Salvo quien ostente una dosis de caradurismo sin límite, puede decir que estamos bien o, peor aún, que vamos por buen camino. No hay una sola razón por la cual votar por los candidatos del gobierno. El problema es que todavía el pueblo no parece saber por qué votar por la oposición.

Cada candidato de la oposición tendría una lista de razones concretas por las cuales castigar al gobierno. Pésimos servicios públicos y peores servicios sociales se suman a los tradicionales y ya crónicos problemas económicos y de seguridad, y todos ellos constituyen un prontuario para mandarlos (de largo) para las duchas. Pero, y una vez más, si no podemos cambiar desde el Legislativo lo que es competencia del Ejecutivo, ¿cómo hacer que la población vote en contra de los responsables de este desastre?

 

Es hora de elevar el discurso. Es hora de que los sueños acompañen el cambio de la realidad que el gobierno confiscó. Además de la arenga concreta, del señalamiento de los problemas específicos y de que las denuncias se conviertan en una justa sentencia, es el momento de ofrecer alternativas para el progreso material, la superación del miedo y el respeto por la vida.

 

Hoy, cuando ningún venezolano puede esperar nada del Estado para satisfacer sus necesidades, ofrezcámosle leyes y normas que rescaten el valor del trabajo digno y productivo como la única forma de alcanzar la realización individual y familiar.

 

Ahora, cuando el miedo quiere paralizar la indignación y la necesidad de cambio, ofrezcamos el Parlamento como la forma de recuperar la voz para que el pueblo les reclame a los poderosos sin temer por las consecuencias.

 

En momentos en que la destrucción institucional ha hecho de lo público un lugar para la desconfianza de unos y el pillaje de otros, prometamos hacer del Parlamento la oficina desde la cual se podrán tramitar los abusos y privilegios de unos pocos a costa de los que somos muchos.

 

Sobran las razones para votar, por los problemas específicos que nos agobian, pero también por sus causas, esas que están escondidas en un proyecto caduco que pretendió cambiar independencia personal por sumisión estatal, reclamo ciudadano por miedo represivo y necesaria confianza institucional por favorcitos de recomendados.

 

Luis Pedro España

Un chance a la libertad

Posted on: abril 30th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

¿Ha sido la libertad la gran culpable de todos nuestros males? Cuando repasamos las gubernamentales, y en alguna medida populares causas de los problemas del país, nos encontramos con que es la supuesta inconsciencia de la población; la falta de compromiso, valores, constancia y otros cientos de atributos intangibles imposibles de corroborar, entre los cuales se reparten las causas de nuestros males.

 

En su momento fue el consumismo, en otro el egoísmo, una y otra vez se apeló a la falta de conciencia revolucionaria y cívica o, en último caso, a los problemas de crianza de individuos con poca familia. Desabastecimiento, violencia, alto costo de la vida y hasta el embarazo adolescente consiguen explicaciones en lugares donde las verdaderas culpas y los responsables se ocultan.

 

Ninguna de esas causas imputables a la libertad del individuo explican nada. Achacarles a las decisiones libres de otros los errores propios permite eximir de responsabilidad a los adefesios de política pública que tenemos.

Responsabilizar a los bachaqueros del desabastecimiento, o al usuario de los cupos de viajeros de la falta de dólares es atribuirle a la consecuencia un papel de causa, es imputarle a la víctima la condición de victimario, es, en definitiva, colocar la carreta delante de los caballos.

 

Pero por más que se explique que ninguno de nuestros villanos favoritos en verdad lo es, hasta un tercio del público, no pocos periodistas y sin duda toda la militancia de un proyecto político venido a menos insiste en suponer que es la gente, el propio pueblo, a lo que se reduce la causa de nuestros padecimientos.

 

Por esa vía llegamos a suponer que los vehículos usados son más caros que los nuevos porque se cotizaba su precio abiertamente o que el precio del dólar paralelo es la malévola maniobra de unos cibernautas. Anuncios de periódicos, páginas web o cualquier otro medio de información, incluidas las redes sociales, no son más que instrumentos por donde se cuela la realidad libre que los controles y la terquedad quisieran torcer o eliminar.

 

Porque no se vea no significa que no exista. Porque se prohíba no quiere decir que no se padezca. Aunque no se publiquen cifras de inflación, pobreza o crecimiento, estos males sociales no han dejado de vivirse.

 

Lo más que puede hacer un cinturón de castidad es postergar el curso normal de la naturaleza, decía un ocurrente profesor de economía. No se puede ir por mucho tiempo contra los intereses y preferencias de la gente, sin que tengan lugar situaciones no esperadas, reacciones sociales que anulan el intento de tapar el sol con un dedo. Por ello, cualquier torniquete, todo intento de impedir la libertad, solo es eficiente en el corto plazo, por el tiempo que la astucia social descubre cómo saltarse el dique o la imposición que se antepone entre el deseo y el rocambolesco medio que se necesita para que cristalice en un contexto de cortapisas.

 

No se trata de buena o mala conciencia. No es que los venezolanos somos de una u otra forma. No importa la nacionalidad, estilo de crianza o distancia del Ecuador donde haya tenido lugar el nacimiento.

 

Cualquiera haría lo mismo, pensaría lo mismo y no tardaría mucho en entender que ha llegado la hora de cambiar de explicaciones y políticas para darle, ahora, un chance a la libertad.

 

Luis pedro España

Revolución de penurias

Posted on: abril 16th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Atrás quedó el país que de un solo trancazo compró televisores, neveras y carros nuevos que renovaron los que hasta hacía poco estaban bajo régimen de remiendo. Pocos años duraron las remodelaciones de cocinas, ampliación de vivienda, cambios de piso o adquisiciones de nuevos inmuebles. El fin de semana pasado se dio por concluido eso de andar saliendo del país, estudiar en el exterior o enviarle remesas a los paisanos.

 

 

Todo lo anterior, eso que llamaron la revolución bonita, hace rato que terminó. Hoy damos paso a la revolución auténtica, a la que finalmente se llega no importa qué tanta riqueza se tenga, cuánta capacidad tenga su pueblo o qué tanto deseo de superación, independencia o espíritu de laboriosidad los caracterice. La revolución socialista, todas las tentaciones autoritarias igualitaristas debiéramos decir, terminan dilapidando las riquezas, reprimiendo y expulsando a los capaces y modificando los incentivos para dejar en claro que es más importante la adulancia y los contactos, que el trabajo y el deseo de progresar e independizarse.

 

 

Ahora estamos en la revolución de las penurias, con ella hemos topado. Llevamos semanas sin saber lo que es la carne ni el pollo, meses sin saber lo que es lavar la ropa, usar detergente o contar con productos de aseo personal. Ya son años, dos para ser exactos, donde la mitad de las conversaciones con amigos y familiares se nos va en tratar de saber quién tiene o vende papel de baño, pañales, máquinas de afeitar, azúcar, café o harina.

 

 

Ahora nuestra máxima felicidad posible se resume al puesto en una cola, a la suerte de llegar al mercado en el momento indicado o dar con la farmacia que tiene lo que nos mantiene con vida.

 

 

Como siempre ocurre, las penurias no son iguales y mucho menos equitativas. Para la mayoría, para los que vivimos con bolívares, la penuria cada día se hace más grande. No importa si el BCV pública o no las cifras de inflación, o si el INE quiere seguir diciendo mentiras, basta salir de casa para saber que cada vez somos más pobres.

 

 

Pero para la minoría, para los que acumularon las divisas que por 14 años ha controlado y distribuido el gobierno, las penurias sencillamente no existen. Para ellos la revolución sigue siendo bonita.

 

 

Aún falta mucha penuria por recorrer. Ante cada evidencia de fracaso, cada metro que nos hundimos en la pobreza, cada cierre de empresa, muchacho que se va de casa al extranjero, pariente que muere por falta de insumo, artefacto que se arruma porque le falta una pieza o simple receta de abuela que se olvida porque no hay con qué hacerla, la respuesta del gobierno no es sino lo peor que se le ocurre.

 

 

No puede ser de otro modo. Mantenerse obstinadamente en lo que no ha servido es el único argumento que les queda para seguir en el poder. Lo contrario sería desmantelar una cadena de privilegios, cuando no de corrupción, impunidades y vistas gordas, que se llevaría por delante todos los iconos, personas, líderes e ideas con los que se ha tratado de tapar tanta improvisación, ineficiencias e incompetencias que son lo que en definitiva nos han traído hasta acá.

 

 

Al país de las penurias le queda tanto camino como el que necesite su pueblo para despertar. Al minoritario, ese que sigue viviendo a costa de la revolución bonita, su inverso proporcional.

 

 

Luis Pedro España

 

Tiempos de grandeza

Posted on: marzo 26th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

La población venezolana está padeciendo una de sus crisis sociales más profundas, y a pesar de eso algunos seudolíderes, cadáveres insepultos, diría Betancourt, andan por allí dando trabajo que hacer como si fuera poco el que ya tienen los articuladores de la oposición venezolana. Oportunistas, vedettes sin muchas tablas recorridas y no pocos tarifados están empeñados, y no pocos contratados, en tratar de hacer ver que la oposición está desunida y confrontada.

 

Es cierto que en la medida en que la popularidad del gobierno se desbarranca y las oportunidades de un arrase de la oposición aumentan, en esa misma proporción, la tentación divisionista y las ínfulas de adueñarse del patio conspiran contra ese deseo mayoritario de unidad y coherencia.

 

Para los desocupados informados que nos la pasamos pendientes del acontecer nacional es probable que sobredimensionemos muchas de las imprudencias, mezquindades y hasta canalladas que tienen lugar dentro de la oposición. Pero también es cierto que el país mayoritario, el que vive metido en una cola o el que palidece cada vez que compara su ingreso con el precio de la canasta, de todos esos pujes precandidaturales o no se entera, o no son de su incumbencia.

 

Lo mismo pasa del lado del gobierno. Sus pugnas internas, si bien deben ser tratadas con sordina, so pena de ser lanzados al ostracismo o la siberiana indiferencia cupular, tampoco son objeto de las preocupaciones de las grandes mayorías del país.

 

No vamos a caer en la cursilería de señoras histericonas que entran en sofoco cuando los niños pelean en el parque o mueren de indignación cuando jóvenes lanzan unas palabrotas. La política es confrontación y aspiraciones, lucha entre diferentes intereses e intentos de imponer el propio criterio sobre el de los demás. También es acuerdo y camaradería, complementariedad de ideas y reflexiva enmienda cuando se es derrotado. Pero ante todo, y dada la dramática situación que viven los venezolanos que les ha tocado vivir este averno poschavista, la política debe ser para la oposición grandeza, desprendimiento y magnanimidad.

 

Eso es lo que están esperando los venezolanos para cuando sus opciones de cambio estén definidas. Cierre de filas alrededor de los que ganen las primarias o de aquellos que alcanzaron los consensos. Acuerdo unitario en torno a la oferta electoral y opciones de acción parlamentaria según los escenarios posibles, es decir, qué se hará si se gana la mayoría calificada, la absoluta o si seguimos en este empate en los escaños que ha hecho inoperante a la Asamblea Nacional.

 

Después del 17 de mayo, una vez definidos los candidatos de la Unidad, cualquiera que salga a desconocer los acuerdos o a cuestionar las primarias, no importa qué tan respetable haya podido ser en el pasado o qué tan oportunista e insensato sea en el presente, contará con el repudio de todos, porque entonces, ahora sí, se estará burlando de todo aquel venezolano que necesita de un cambio para tratar de seguir viviendo.

 

Las próximas semanas serán fechas para una permitida y, de ser posible, moderada confrontación entre las fracciones internas de la oposición. Los beatos del gobierno tratarán de sacar provecho de ello y, como buenos fariseos, verán la paja del ojo ajeno, mas no la viga que está en el propio, tratando con ello de hacer desesperar a una mayoría opositora harta de las esperas y dispuesta a responsabilizar al aliado de la culpa que tiene el adversario.

 

Se inicia así la campaña interna, esperemos que de ellas salga la fórmula para terminar con esta pesadilla.

 

Luis Pedro España

Pobreza y corrupción

Posted on: marzo 19th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

En el primer año de debacle de los precios del petróleo, junto con una política social desacertada y orientaba por criterios político electorales, la pobreza de ingreso ya supera la cifra que ésta tenía al comienzo de la revolución bolivariana en 1999.

 

Casi la mitad de los hogares venezolanos tienen hoy serías dificultades para cubrir sus necesidades básicas desde el ingreso que perciben y, como ya es un hecho, para este 2015 la situación va a ser mucho peor.

 

Este verdadero deslave social esta ocurriendo junto con la recurrente aparición de escándalos financieros de blanqueo de capitales donde aparecen involucrados personas vinculadas en algún momento con el gobierno.

 

Todas estas informaciones, más las que prometen que seguirán apareciendo en la medida en que avances las pesquisas a nivel internacional, se unen a lo que ya había sido una de las declaraciones más graves que se ha hecho sobre la corrupción en estos años de auge y declive del boom petrolero. Nos referimos, claro está, a la famosa alusión de la carta testimonio del exministro Giordani y los ya famosos y antológicos 25.000 millones de dólares de las empresas de maletín.

 

No hay que ser ningún sabueso del delito financiero para, más que presumir, que en la medida en que crecía el diferencial entre el tipo de cambio legal u oficial y el negro o paralelo, la bicicleta de enriquecimiento sencillamente alcanzaba dimensiones descomunales. Por ese procedimiento cualquiera de los cálculos que se hayan podido hacer en el pasado, en los primeros cuarenta años de democracia,sencillamente palidecen ante las cifras astronómicas a las que puede haber llegado la corrupción en estos doce años de control de cambio.

 

A lo que puede que alguna vez nos enteremos que sea el período de corrupción más importante de nuestra historia, se le corresponde igualmente el corto periodo de tiempo donde la pobreza ha crecido de manera más alarmante.

 

Nunca como hoy, esa asociación casi automática por la cual los venezolanos se explicaban como un país tan rico se había convertido en un país tan pobre, parece tan obvia y constatable. Nunca como en estos años de supuesta venganza socialista, parece que se han robado en nombre de los pobres, en nombre de su redención o incluso liberación, mucho de lo que se debería haber invertido en ellos.

 

Pero también, nunca como en los años que seguirán a esta tragedia social que recién empieza, el venezolano volverá a asociar con fuerza esa causalidad simple, pero puede que muy cierta en este período, de que las desgracias de muchos fueron a costa del privilegio y el enriquecimiento de muy pocos.

 

Lo que terminen arrogando las investigaciones, que como sabemos nunca se harán en Venezuela mientras no ocurra un cambio político, servirá en mayor o menor medida para que se exacerbe la indignación nacional. Esa que alguna vez se alojó en el corazón de los venezolanos y que le dio el triunfo al presidente Chávez.

 

Corrupción y pobreza vuelven a estar de la mano y quizás valga la pena recordarle al pueblo, antes de que su indignación sea mucho mayor, que para detener esta sangría una Asamblea Nacional controlada ampliamente por la oposición, puede detener la desgracia que hoy nos empobrece

 

Luis Pedro España

 

Radicalismo poschavista

Posted on: marzo 5th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

Tienen algún tiempo desfilando por los pocos medios libres que nos quedan. Se presentan como críticos al proceso. Se autodenominan como los verdaderos y originarios. Se jactan de dar consejos, escriben comunicados y ponen cara de acabar de descubrir el agua tibia.

 

 

A los periodistas que buscan con honestidad las dos caras de la moneda no les queda más remedio que recurrir a estos rock star del poschavismo, tratando de encontrar autocríticas ante tanta soberbia y petulancia. Se trata de cierta izquierda que pareciera deslastrarse de lo que ya podríamos llamar “el chavismo real”.

 

 

Algunos de ellos quisieron formar parte de las altas esferas, de los círculos cercanos al caudillo, pero a la postre no pasaron de engrosar la nómina de los formadores de cuadros. Otros ostentan haber sido ministros de alguna de las multisápidas tendencias que han acompañado al gobierno a lo largo de todos estos años. A todos los une la toma de distancia de lo que claramente es ya un nuevo “fracaso histórico” de la izquierda radical.

 

 

Por ello hacen causa común tratando de poner a resguardo sus argumentos y propuestas, para dentro de unos años, desde la oposición de algún café, tener cómo salvar responsabilidad de nuestra actual desgracia.

 

 

La escotilla de salida se resume en que el gobierno no ha sido, o en el presente la administración de Maduro no es (porque ni locos se les ocurre meterse con el fundador de todo esto), lo suficientemente radical.

 

 

El argumento es tan repetitivo que aburre. Resulta que el problema de que todo haya salido mal es que no lo han hecho suficientemente mal. Para ellos todo es un problema de “incorrecta administración”, falta de conciencia, insuficiencia de controles, laxitud legal, corrupción y, claro está, veleidades socialdemócratas o revisionistas que han impedido una adecuada implementación del modelo originario.

 

 

Les cayó de perla el asunto de los 25.000 millones de dólares asignados a quién sabe dónde. Ahora todo parece resumirse en buscar dónde están esos reales para que los devuelvan. ¡Y ya! Las trabas operacionales y las incompetencias en las empresas del Estado, esas que deberían producir al menos una parte de lo que falta en los anaqueles, no se deben a los modelos gerenciales que privilegian las decisiones políticas sobre las económicas, sino todo lo contrario. Se requiere más injerencia partidista y doctrinaria, más control obrero, más interferencia socialista.

 

 

Para este radicalismo, que parece prepararse más para la transición al poschavismo que al socialismo, lo propositivo se formula en tiempo verbal de oposición cuasi guerrillera o en simple profundización del desastre. Más nacionalizaciones, controles y fiscalizaciones.

 

 

Preciaran olvidar que son los suyos los que están mandando. Una inmensa flojera académica les impide renovar el discurso, superar los clichés ochentosos y tomar de la izquierda moderna algunos de sus debates contemporáneos. Calentar un poco el asiento y leer a Mouffe, Piketty o al menos al ya fallecido Sánchez Vásquez, entre muchos otros. Platearse en serio el tema de la productividad y los problemas de la desigualdad, así como la vigencia y el papel de la democracia en la conformación de sociedades de hombres libres.

 

 

Pero no, el radicalismo poschavista no hace sino incrementar el enredo de un gobierno atrapado en la incomprensión de la realidad que le tocó vivir. Ellos, desde la pose originaria que pretenden, no son otra cosa sino la mejor prueba del poco futuro que tiene el gobierno, pero también aquellos que pretenden ser sus críticos.

 

 

Luis Pedro España

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