Tiempo de Solicitudes

Posted on: abril 17th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

 

Convengamos en un primer punto: los venezolanos estamos agotados. Ya, ya basta. Suficiente. Necesitamos regresar a la vida. Más aún, los venezolanos estamos asustados. Muy asustados. No entendemos cómo pudimos llegar a este derrumbe general. A este naufragio de la normalidad.

 

 

 

Los temas de la vida cotidiana fueron arrasados por el huracán de la revolución. Ya casi nadie habla de la película que vio en la víspera, de la ropa que compró en un centro comercial, de la playa que visitó el fin de semana, de las hazañas escolares de los hijos o de la telenovela de moda, entre otras razones, porque ya no hay telenovela de moda, ya no hay temas frugales, ya no hay levedad posible. Todo es grave, penoso, incierto.

 

 

 

Se habla solo de la descomunal escasez. Del laberinto de colas en los supermercados. Del precio desmedido de la vida. Comprar un apartamento es un evento inaccesible. Un carro es una extravagancia de cifras. Un mercado es un asalto a la quincena. Un aguacate es un grito en el bolsillo.

 

 

 

Se habla solo de apagones y racionamientos de agua. Somos eclipse y sequía.

 

 

 

Las conversaciones solo cuentan violencia: el general y su esposa asesinados con 30 tiros, el video del hombre que quemaron en Catia, el chef que lincharon por un equívoco, los criminales que asesinaron a tres cicpc, el secuestro propio, del hermano o del vecino, gente degollada,  duelos entre bandas que llenan el cielo de metralla. Sobredosis.

 

 

 

Se habla de la gente enferma y desesperada. De la muerte haciendo fiesta en los quirófanos. De un holocausto de la salud.

 

 

 

No hay temas agradables. Se quedaron en algún lado. Calcinados.

 

 

 

Se solicita urgente otro país.

 

 

***

 

Cuando vas de la cotidianidad a la política la aflicción se agrava. Te topas con un gobierno enajenado, fuera de sí, arbitrario hasta la indecencia. Un gobierno que se pasa por la entretela de su cinismo la decisión de un pueblo que votó por un cambio. Pero para el régimen pueblo es solo el que aplaude sus arengas. El resto, millones y millones, no califica. ¿Se nos olvida aquel desorbitado Hugo Chávez que sentenciaba al que no fuera chavista como extranjero? El justiciero de los pobres le rompía simbólicamente la partida de nacimiento en la cara al que osara criticarlo.

 

 

 

Uno solo ve cadenas presidenciales que transmiten ofuscación e irresponsabilidad. Uno ve cómo pulverizan, en menos de una vuelta de reloj, el intento de la Asamblea Nacional por legislar alguna coherencia. Uno ve la democracia rota, hecha polvo, arrinconada en la basura.

 

 

 

Y depresión. Uno ve la depresión. El mapa postrado en la tristeza. Nos hemos vuelto gente hosca, callada, con la mirada turbia. El país que tanto se ufanaba de triunfar en las estadísticas de la felicidad, ahora galopa su cómodo primer lugar en las listas de la violencia mundial, de la inflación mundial, de la corrupción mundial.

 

 

 

Se solicita una buena noticia, al menos una semana de sentido común, una cierta dosis de aire fresco.

 

 

 

Se solicitan medicinas para los niños. Urgente y masivamente. Se solicita detener la ca

 

 

 

***

 

 

Y entonces se ha vuelto a escuchar en las calles la amarga canción del éxodo. Muchos de los que apostaron por lo que ocurriría después del triunfo opositor en las elecciones parlamentarias, ahora voltean hacia la  gaveta donde los aguarda el pasaporte. Chequean su visa, retoman las preguntas a los venezolanos ya en diáspora, sacan cuentas, evalúan el riesgo del salto al vacío. Otros, una buena cantidad de otros, ni siquiera se pueden permitir el ejercicio de imaginar. Están confinados a la zona de desastre. Otros muchos insisten en dar la pelea. Pero saben que esa fiesta que significó el pasado triunfo electoral acabó, se terminó el hielo, los mesoneros recogieron las sillas, ya no hay ni la pista de un tequeño, ni el alborozo de un merengue. La corte de los malandros, toga y birrete mediante, destrozó el festejo en poco más de dos meses.

 

 

 

Entonces, ¿qué nos queda?

 

 

 

A las angustias solo falta ponerlas en orden alfabético.

 

 

***

 

 

Un domingo, a la salida de un restaurante, me cercan seis damas de temple y elocuencia. Me llenan de preguntas. Quieren saber. Quieren dejar de ser una letanía de quejas. Quieren participar en la salvación colectiva. Sentirse útiles y no morir de inopia en sus casas. “¿Qué podemos hacer aparte de difundir los artículos que ustedes escriben y desahogarnos con nuestros vecinos? Queremos hacer algo pero no sabemos qué”, braman al unísono.

 

 

 

No son preguntas fáciles. Se solicitan respuestas.

 

 

***

 

 

Asisto a la boda de un amigo de mi mujer. Antes era un evento grato colgarse una corbata y concurrir a una fiesta. Ahora lo piensas mucho. Sabes que te vas a jugar la vida esa noche. Y no vale la pena. Pero los compromisos existen. Piensas en la ruta que elegirás, en la hora de regreso, en el sobresalto garantizado. El nudo de la corbata es pura paranoia.

 

 

 

Ya en el sitio algo es notorio. Nadie habla de la cena, de los arreglos florales, de la música que coloca el DJ. Hay un solo tema: el país y sus derivados.

 

 

 

Ocurre que cuando tienes cierta figuración pública la gente cree que tienes respuestas. La ráfaga de preguntas no cesa en toda la noche. Y la tanda de ideas. Un joven me entrega un papel –previamente escrito, ¿sabía que me iba a encontrar allí?– donde me explica por qué para él la solución es la enmienda. Un whisky y tres pasapalos más tarde un abogado me exige que en mi próxima crónica trate el dilema de la nacionalidad de Nicolás Maduro. “Ese hombre ni siquiera tiene cédula de identidad venezolana”, me jura. Una canción de Juan Luis Guerra más tarde, una señora me pide que escriba cosas que no la depriman. Otra me insiste en la idea de convocar energía positiva a través de algún mantra. En el cuarto whisky un experto en seguridad me sugiere que haga énfasis en el tema de la criminalidad y me recuerda que menos del 2,7% del presupuesto nacional se dedica a la seguridad, lo cual –sin duda– es una de las explicaciones al origen del problema. Las preguntas, comentarios y solicitudes se extienden a lo largo de la fiesta: “¿Cuándo vamos a salir de esto?”; “¿Qué crees tú que va a pasar?”; “¿Qué pasó por fin con el revocatorio?”; “¡Propongan una marcha sin retorno!”; “¿Es verdad que al gordo Escarrá le pagaron medio millón de dólares?”.

 

 

 

Y así, ad infinitum.

 

 

 

Todo el mundo quiere saber. Ya la tolerancia se está secando, al mismo ritmo que el Guri.

 

 

 

***

 

 

Al día siguiente, hablo con un amigo que trabaja en la administración pública. Me cuenta que lo obligaron a ir a la marcha del viernes 8 de abril contra la ley de amnistía. Se consiguió allí con un primo que vive en Valencia. “¿Qué haces tú aquí?”, le preguntó. Lo trajeron en un autobús, le pagaron 500 bolívares y le dieron las tres comidas. Me asegura que en su trabajo ya son cada vez más las caras ceñudas, el desánimo, la decepción. Ya muchos no apoyan el proceso. “¿Y qué les pasó?”, le pregunto, solo por ser metódico.

 

 

 

“Les dio hambre”, me dice.

 

 

 

***

 

 

· Se le solicita al señor Nicolás Maduro que no vuelva a insultar a ningún otro venezolano que no esté de acuerdo con su forma de pensar. Que ponga en cuarentena su intoxicación doctrinaria. Que no vuelva a consumir sus horas laborables hablando sobre el trabajo de otros presidentes. A nadie le importa si Rajoy es una basura y Obama un conspirador, camarada. La gente está agonizando en los hospitales, presidente obrero. A su patria la están matando en la calle, comandante heredero. Cada minuto de su desidia empeora la miserable vida que hoy tienen los venezolanos, primer combatiente. No gaste tiempo reviviendo la épica de su padre. No dilapide horas de televisión con chistes baratos sobre la virilidad de los líderes de oposición. No lance acusaciones irresponsables sobre los crímenes que desangran al país. Sea serio. Trabaje. Sea humano. Ocúpese de lo que realmente le importa al venezolano. ¿No se da cuenta que gobierna a un país triste, hundido en la miseria y la depresión, gracias a su incompetencia y dogmatismo?

 

 

 

· Se le solicita a los líderes de la oposición que sepan ponerse de acuerdo. Hoy la prioridad es activar el revocatorio. Hoy abril y domingo. Si la rectora Tibisay Lucena ignora olímpicamente al país, vendrán las otras opciones. Pero es inaceptable distraerse. No es hora de cálculos internos. La gente exige una sola brújula, un solo norte.

 

 

 

· Se le solicita a los pesimistas vocacionales atenuar la quejumbre. Es tiempo de acciones. Cierto, la esperanza necesita una nueva dosis de oxígeno. Hay que convertirse en químicos de nuestro futuro. ¨La fe es una pasión difícil”, escribió María Negroni.

 

 

 

No hay otra opción que la desgarradura hacia la luz.

 

 

 

Leonardo Padrón

#YoRevoco; por Leonardo Padrón

Posted on: abril 7th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

Permítanme iniciar estas palabras con una pavorosa certidumbre. El venezolano del siglo XXI vive actualmente en el sótano de su propia historia. Y, como en todo sótano, la oscuridad es la reina. Como en todo sótano, la ausencia de luz genera una temperatura de asfixia. Hoy la vida se nos ha convertido en un asunto penoso, en una experiencia agotadora. La depresión es el idioma de moda. Somos los escombros de un antiguo esplendor.

 

 

Parecemos los sobrevivientes de una guerra. Gente deambulando en un inabarcable sótano donde la luz parpadea agónicamente, donde ya casi no hay agua, donde la comida nos la peleamos a dentelladas, los enfermos mueren de mengua, y el que asome su imprudencia a la calle corre el riesgo de toparse con un ejército de criminales que, en parejas o en tropel, asolan con lo que queda en pie. Parece un paisaje de fin de una raza. Parece la invasión de los bárbaros. Una película sobre el apocalipsis. Un episodio de prosa esquizoide y sórdida. Pero no. Es Caracas, es Barinas, es Margarita, es el Zulia, es el barrio y el toque de queda, el afligido y el iracundo, el alumno y la bala perdida, el hombre degollado, la madre y las últimas arepas del mes, el secuestrado y el milagro que nunca llegó. Es un sótano de 912 mil 500 kms cuadrados. Un sótano donde ya no caben más malas noticias. Una hipérbole de la noche más oscura. El traspié más grande de nuestra historia.

 

 

El pasado 6 de diciembre los venezolanos expulsamos un sonoro grito, una misma opinión, una urgencia desde 7 millones 800 mil gargantas que votaron por un cambio en el rumbo del país. A esas gargantas habría que sumarle las de decenas de miles que braman su nostalgia desde el exilio o las de tantos y tantos que ese día aún no tenían edad para votar pero sí para la decepción o las gargantas de quienes sucumbieron a la coacción, al miedo y al chantaje.

 

 

El 6 de diciembre del 2015 demostramos que el hartazgo es mayoría. Y ese hartazgo ha ido creciendo vertiginosa, exponencialmente. Hoy, pocos meses después, el gobierno ha ocupado su tiempo y energía, no en evitar el naufragio de todo un país, sino en preservarse en el poder, en salvar sus abundantes arcas y privilegios, en disimular sus hectáreas de dólares y corrupción. No importan los excesos, no importa la voracidad, no importa la insania empleada para tal fin. El gobierno le dio la espalda a la multitudinaria opinión de sus ciudadanos, azuzó a sus malandros, los de corbata, los de pie en moto, los de toga, birrete y curul, y los hizo cercar nuestra victoria civil y llenarla de emboscadas y agravios. La democracia, que asomó su rostro tajante y decidido en las pasadas elecciones, hoy vuelve a estar sitiada por los colmillos del autoritarismo.

 

 

Y entonces, la desesperanza ha reaparecido, con nuevas galas, dispuesta a volarnos la sonrisa de la cara, a derramar su jugo amargo, a prender su atronadora música de funeral. Y entonces, esa nube pastosa que hoy nos cubre nos convierte una vez más en inercia, domestica nuestro ánimo, arrincona a los enfáticos, estimula las ganas de claudicar y firmar la rendición.

 

 

Pero así no se escribe la historia, no con la tinta de la depresión, no con mansedumbre, no con el paso dócil de quien se resigna, no con las sílabas del miedo. Este país merece dejar de ser un sótano. No solo lo merece, lo demanda. Es un imperativo, un asunto de supervivencia, un acto de humanidad con nosotros mismos. Por eso se impone que la propia gente, la misma gente que anda errabunda de cola en cola, la misma gente que clama en masa por medicinas y alimentos, que llora en la morgue a sus muertos, o que no tiene alma para hacer la maleta del adiós, tome el protagonismo de su destino. Nos toca lo que debemos: escribir nuestra propia historia.

 

 

Y allí está ella, la pequeñísima y monumental constitución, con sus leyes, con sus artículos, con su letra sagrada que nos rige. Ella, la burlada, la deshonrada, la escarnecida. Está ella diciéndonos: hay una opción. El revocatorio. Es el tiempo constitucional del revocatorio. Y sí, también hay otras opciones: la enmienda, la renuncia, la constituyente, la calle, la locura golpista, la desesperación, la anarquía. Yo reviso la prensa, leo a los analistas, escucho a los más doctos y a los más sencillos, subrayo aquí y allá, sondeo lo que presumo sensato o vano, y todas mis modestas apreciaciones desembocan esencialmente en un pedimento: que seamos nosotros mismos los intérpretes de la resurrección del país.

 

 

Nosotros, la gente, nosotros el larense, el oriental, el trujillano, nosotros, el hombre de frontera, nosotros amazonas, nosotros miranda, el biólogo y el oficinista, el enfermo y la cocinera, el académico y el taxista, el atribulado y la perpleja, el voluntarioso y el indefenso, en fin, el  país entero. No sólo quienes aspiran a una gobernación o alcaldía, no quienes ondean su carnet político, no quienes piensan en la banda presidencial. Nosotros, los mismos que el 6 de diciembre dijimos basta. Y si no nos oyeron, si Nicolás Maduro y su ineficaz legión de ministros no entendieron, si decidieron ignorarnos, esta vez nos toca decirlo más duro. Con todos los decibeles, a todo pulmón, a toda rabia y cansancio. Y el revocatorio nos permite eso. Nos permite decir Yo revoco. Así, sin la siniestra alcabala del Tribunal Supremo de Justicia, sin laberintos y zancadillas, sin lodazales partidistas. Cada uno de nosotros puede decirlo, entonarlo así, Yo revoco, con la firmeza que merece nuestra cédula de identidad de venezolanos.

 

 

Yo revoco lo que no sirve. Yo anulo lo que me arruina. Yo invalido lo que me humilla. Yo destierro la incompetencia. Yo expulso la corrupción. Yo desautorizo la indolencia. Yo cancelo tanta muerte. Yo proscribo el cinismo. Y, sobre todo, yo revoco el miedo a no luchar por mi destino. Yo exijo al Consejo Nacional Electoral que me permita ejercer mi derecho ciudadano. Yo le exijo a la señora Tibisay Lucena, no la ofensa de su silencio, sino la respuesta necesaria en el lapso debido. Yo les demando a todos los partidos políticos de la oposición la urgencia unánime de una sola voz y un mismo propósito.

 

 

Yo, ciudadano de este atormentado y entrañable país, caraqueño hasta los huesos, venezolano hasta mi muerte, quiero, solicito, propongo, con el derecho que me confiere la constitución,  revocar de su cargo al mandatario que ha llevado hasta el paroxismo la crisis más abrumadora que hemos vivido alguna vez como nación. Yo revoco al poder mediocre y envilecido. Yo revoco la pesadilla. Yo revoco tanta oscuridad. Yo, en definitiva, revoco mi dolor de ser venezolano para recuperar mi honor de ser venezolano.

 

 

Texto leído por Leonardo Padrón el 07/04/2016 en el evento #YoRevoco, en el Centro Cultural Chacao

 

Noticias Venezuela

Imagen: @M_Reveron

Leonardo Padrón

Cansados y violentos

Posted on: marzo 13th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

 

“Este es un año de cansancio. Verdaderamente es un año muy viejo.
Este es el año de la necesidad”.

 

Antonio Gamoneda

 
Hace algún tiempo Laura Restrepo escribió un artículo legendario titulado “La cultura de la muerte” a propósito del drama del sicariato en Colombia. La frase inicial era demoledora: “Una nueva generación de colombianos no sabe que es posible morirse de viejo”. Esa línea, en su perturbación, en su carácter sísmico, la podemos trasladar a nuestro país, hoy, en este cuarto lustro del siglo XXI. Cuando entrevisté a la novelista para Los Imposibles y desbrozamos el tema de la violencia crónica en su país me hizo énfasis sobre el “intolerable contubernio de la vida con la muerte”. Ambas frases me rondan sin pausa. Eso es justo lo que estamos viviendo los venezolanos. Nunca como hoy ha sido tan fácil morirse en este país.

 

 

“Los padres nos estamos quedando huérfanos de hijos”, dijo hace poco una madre venezolana, acercándose –sin saberlo– a la inquietante afirmación de Restrepo.

 

 

Nos ha sobrepasado la violencia. Estamos asistiendo a la deshumanización de nuestra existencia. La muerte se coló en los productos de la cesta básica. Somos más fugaces que nuestra propia condición. La periodista Thays Peñalver escribió una frase muy gráfica, aunque destinada a envejecer en términos aritméticos: “A más de medio millón de venezolanos les metieron una bala en el cuerpo en poco más de una década”. La escribió hace cinco años.

 

 

Plo, plo. Que mueran las estadísticas.

 

 

***

 

 

Cualquier excursión por las redes sociales puede revelar un pasillo siniestro: la pornografía de la violencia. El horror tiene camarógrafos. Puedes toparte con un video de minuto y medio de un criminal destajando a su adversario en pedazos. O la imagen hórrida de la cabeza cercenada de alguien apodado “El Junior”, dejada como escarmiento frente a la puerta de la casa de su madre en Cúa. O el video de una poblada en Petare quemando vivo a un violador hasta convertirlo en carbón. Todo eso pasa por tus ojos sin buscarlo. Por más rápido que desvíes la mirada, la centella del horror quedará gravitando en tu memoria. No es el templo del cine gore. Es Venezuela, año 2016.

 

 

Minutos más tarde, en las redes, te toparás con un video que muestra a una multitud que pelea entre sí para acceder a un supermercado que acaba de abrir sus puertas. Hay ancianos que caen al suelo, niños que pierden la mano que los sostenía, mujeres que lanzan un chillido de dolor, empujones, malicia y encono contra tus semejantes. Es el caos estableciendo territorio, sembrando su bandera. No hablamos de un día excepcional. Son escenas cotidianas. Es un martes de pañales y café o un jueves de pollo y harina. Tanto las escenas filmadas de degollamientos, quema o linchamiento de personas como los testimonios de la indignidad que significa comprar comida hoy en Venezuela nos dan cuenta de algo. Esta es una sociedad formalmente enferma.

 

 

La violencia tiene muchos códigos. La sangre es uno. El hambre es otro. La degradación humana es su consecuencia.

 

 

***

 

 

“Le supliqué al guardia que me dejara pasar, pero no dejó y mi nieto se murió”. Ese es el hiriente titular de un reportaje firmado por la periodista Eleonora Delgado, publicado el 7 de marzo en El Nacional. El incidente ocurrió en la frontera del Táchira. Una frontera cerrada por orden presidencial desde hace medio año. Jean Carlos, el nieto de la denunciante, sufría de leucemia y tenía 7 meses recibiendo en Cúcuta su quimioterapia. El niño ardía en fiebre, convulsionaba y tenía los labios morados. No importó. El guardia fue taxativo, robótico. La orden era inalterable. El niño y su abuela no pasaron. A la mañana siguiente murió. Pero, vaya alivio, el guardia conservó su puesto.

 

 

Y uno se pregunta, ¿noticias como esas no las lee Nicolás Maduro? Si las lee, ¿no le asombran, no le duelen, no le sobreviene un ramalazo de culpa, por más mínimo que sea? A ver. Seamos comprensivos. Quizás no tiene tiempo por estar pensando cómo ganarle al menos un día, una escaramuza, un round de tres minutos, a los autores de la supuesta guerra económica. Pero sabemos que le sobra vida para hacer cadenas presidenciales en el despilfarro de horas-hombre más grande de trabajador alguno en el mundo. Le sobran relojes para enhebrar insultos y amenazas al país opositor. Se le derraman las noches y las almohadas para ver películas del Hombre Araña o contar cuántas veces lo nombran en la televisión española. Y no, al parecer, no tiene una pírrica media hora de su tiempo presidencial para alarmarse, para reaccionar, con la muerte absurda de este niño, con la desesperación de los enfermos, con las lágrimas y arañazos de las amas de casa, con el trauma indeleble de los secuestrados, con el penar de aquellos que deciden irse, con las  noticias oscuras y sangrantes que ocurren frenéticamente en el país. ¿De verdad no se estremece de vergüenza ni un instante? Cualquier ser humano, en el sentido humano del adjetivo, se tiene que remover al leer las noticias, al revisar las redes sociales, al escuchar el larguísimo y hondo quejido de la gente. Para decirlo con el viejo verso del poeta Caupolicán Ovalles: “¿Duerme usted, señor presidente?”.

 

 

Un jefe de Estado en propiedad de su rol no debe disimular sus responsabilidades. No debe gastar un solo dólar en conmemoraciones inútiles. No debe hacer chistes pueriles. Su primer mandamiento es, debe ser, resolver el derecho a la vida de la gente que gobierna.

 

 

Diga, señor Maduro, ¿quién responde por la muerte de Jean Carlos? ¿O por la de los 22 venezolanos que han muerto intentando cruzar el puente que une a Venezuela y Colombia buscando remedio a su salud? ¿Y la de los muchos otros enfermos que han fallecido en el resto del país porque se quedaron sin tratamiento para sus urgencias? ¿Cuántos muertos habría que achacarle a usted por su incompetencia para garantizarle mínimamente la vida a los enfermos de “la patria”?

 

 

El régimen insiste hasta el paroxismo en imputarle a la oposición la responsabilidad en la muerte de 43 venezolanos durante el convulso año 2014, atizado de protestas y guarimbas. ¿A quién le carga el enjambre de cadáveres que hacen cola en la morgue cada fin de semana?  ¿De quién son los muertos de la pasmosa inseguridad? ¿Seguirá diciendo el señor Maduro, con un cinismo inmejorable, que la “derecha venezolana” les da armas a los delincuentes? ¿Será Leopoldo López también culpable de la sangría cotidiana que sufren los venezolanos?

 

 

La indolencia es una forma de crueldad.

 

 

***

 

 

Hoy el horror agrega una palabra a nuestro largo prontuario: Tumeremo. 28 personas desaparecidas. La certeza más terrible, la de los testigos, asegura que han sido masacradas, desmembradas y enterradas en una trinchera oculta. 28 personas es mucha gente. Mucha sangre. Hoy las minas del sur son el titular donde la muerte ha hecho su nuevo festín. ¿Y con qué se topa uno? Con un gobierno que hace malabares para atenuar el espanto. Con la triste declaración de Ileana Medina, secretaria de organización del partido Patria Para Todos, quien despacha la tragedia con una afirmación irracional: “Esas muertes tienen como fin afectar los 14 motores de la economía que activó el gobierno”. Agota leer algo así. Cansa. Todo cansa.

 

 

***

 

 

Así andamos. Intoxicados de malas noticias, agotados de tanto perseguir nuestros alimentos, alarmados de las violaciones que hace el régimen al dictado de las mayorías. Cualquier aproximación a la realidad venezolana es caminar sobre un paisaje de escombros. El glosario de nuestros días está repleto de términos que aluden a la zona más oscura de la especie humana: homicidios, linchamientos, saqueos, secuestros, descuartizamientos, sicariato. En rigor, la violencia es hoy la primera combatiente del país.

 

 

Ha ocurrido una mutación en el alma del venezolano. Tanto escupir palabras de guerra desde la tribuna presidencial terminó inundando al país. Cansan los titulares de nuestro infortunio. Cansa la lista de policías y civiles asesinados. Cansa la cola, la larga cola, la reptante cola, la noche cola, la madrugada cola. Y, como música de fondo, los lemas oxidados de un socialismo convertido, nuevamente, en fracaso. El exceso de ideología nos tiene empachados, hartos.

 

 

Ya no podemos más. Es obvio que los actuales dirigentes no son aptos para la administración de la vida en Venezuela. Es urgente cambiar el estado de las cosas. Hay dos signos preocupantes: hay gente cansada y hay gente violenta. No esperemos a que el cansancio termine de cruzar la calle que lleva a la violencia.

 

 

Sería el capítulo más doloroso de nuestra historia contemporánea.

 

 

Leonardo Padrón

Un problema tonto

Posted on: febrero 14th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

Así le dijo un militar a Joselyn Prato el día que fue detenida: “Tranquila, lo que ocurrió es un problema tonto, en cualquier momento te soltamos”. Pero pasaron 68 días después de esa frase. 68 días con sus largas noches. Y un itinerario pavoroso de calabozos, golpes, maltrato, humillación y violaciones a los derechos humanos. Todo por abuchear a una ministra en una playa. Un detalle: Joselyn Prato no estaba cuando ocurrió el incidente.

 

 

Esta es su historia.

 

 

Para nosotros ya no es noticia. Para ella siempre lo será.
***

 

El viernes 21 de agosto de 2015 las noticias hablaban del incidente ocurrido en Cayo Sal, estado Falcón, donde una multitud de temporadistas ejerció su repudio político a dos figuras del gobierno de Nicolás Maduro. Se trataba de la ministra de Turismo, Marleny Contreras, esposa de Diosdado Cabello,  y de la gobernadora del estado, Stella Lugo. El abucheo masivo se condimentó con ofensas, arena, botellas y agua. Las titulares abandonaron el lugar con paso rápido, salpicadas por el rechazo y el mal rato. Un episodio condenable, sin duda. Los videos del suceso se convirtieron en epidemia en las redes sociales. Distintos ángulos mostraban un gesto colectivo que nadie pudo haber planificado. Solo el cansancio de un país vejado.
Pero al poder no le gusta ser humillado. Al poder le gusta tener la última palabra. Cuatro horas después, Cayo Sal fue tomado por un asombroso contingente de soldados y policías. La rabia llegó en barco. La venganza, digamos mejor.

 

***

 

A las 3 de la tarde, los bañistas disfrutaban de un sol occidental y generoso. Joselyn Prato tenía apenas hora y media de haber llegado con su familia: 12 personas, novio incluido. Bañaba a su sobrina de 6 meses cuando le dijeron que su hermano había sido detenido. Joselyn y los demás corrieron hacia el restaurant donde se encontraba Joan.

 

 

“Él se asomó a ver por qué había tantos militares. Sin querer empujó a un civil que resultó ser un coronel”, me cuenta y agrega el impacto que sintió cuando lo encontró en cuclillas, esposado y apuntado por un fusil. Su reclamo fue tan airado que sólo consiguió que un sargento la empujara y cayera en la arena. A partir de allí todo fue vorágine. Entre cinco mujeres policías trataron de esposarla. “Yo no me dejaba colocar las esposas y me comenzaron a golpear con los pies. Uno de los golpes en la cara fue con las botas. Me pisaron el brazo tan fuerte que me lo fisuraron. Quedé inconsciente alrededor de 5 minutos. Tenía los brazos arañados como si me hubiera agarrado un tigre. Después me arrastraron, así como tú arrastras una silla, por toda la playa. Mi mamá lloraba desesperada”, cuenta mientras atraviesa cada centímetro del recuerdo. Al rato, estaban en el comando de la Guardia. Allí ya había tres muchachos detenidos.

 

 

Uno de los guardias les dijo que apenas se diluyera el operativo los soltarían.

 

 

Pero eso no fue lo que ocurrió.

 

 

***

 

 

“El capitán nos contó que la orden era llenar el cayo de bombas lacrimógenas y llevarse a todo el mundo, pero como había muchos niños no lo hicieron”, cuenta Joselyn y me insiste en que ellos le mostraban el ticket que garantizaba que habían llegado a las 1:30 pm a la playa, mucho tiempo después del incidente. Pero el dato fue ignorado. “Mi hermano me veía y lloraba. No entendía por qué hasta que me vi la cara. Sólo cuando comencé a vomitar fue que hicieron algo. Pero en Chichiriviche el hospital está que se cae. Me llevaron a Tucacas”.

 

 

Los médicos se alarmaron al verla. Le drenaron la herida. Le enyesaron el brazo. Le hicieron unas placas. “El médico estaba indignado. Me quería dejar hospitalizada para aliviar mi situación. Pero otro médico le dijo que se podía meter en rollos, que me dejara ir, igual ese era un problema tonto”.

 

 

Lo que todos pensaban.

 

 

***

 

 

Ya era sábado y seguían detenidos en el comando. “Estábamos aun en traje de baño, descalzos, llenos de arena, queríamos bañarnos, cepillarnos los dientes. Pero el capitán nos trató malísimo”. Solo en el cambio de guardia lograron la compasión de otro militar que ordenó que la familia les llevara ropa.

 

 

“Yo al capitán lo llamo el monstruo. El nos convirtió en falsos positivos para buscar un ascenso o algo así. Nos gritaba: ‘¡Es que los hubiese agarrado con drogas, me pagan cualquier guevonada y yo los dejo ir. Pero se metieron con la esposa del jefe!’”, cuenta, con la voz aún llena de susto.

 

 

“De los nervios, me dio una crisis asmática. Menos mal que tenía la bombita. El forense me revisó. Tenía el cuerpo lleno de hematomas, fisuras. Y lo colocó en el informe. El capitán, furioso, lo rompió. “¡¿Ustedes creen que yo estoy jugando carritos?!”.

 

 

Finalmente, en el expediente aparece que Joselyn fue agarrada con un coco en la mano, listo para lanzárselo a la ministra.

 

 

Llegaron los abogados del Foro Penal, revisaron: “Tranquila, aquí no hay nada, los cargos no son para privarlos de libertad, menos para trasladarlos a un penal”.

 

 

Pero eso no fue lo que ocurrió.

 
***

Domingo, 5:00 pm. Ante un tribunal, la fiscal del caso cataloga a Joselyn Prato como dirigente de las guarimbas en el estado Táchira. Su prontuario iba creciendo. La fiscal insistía en la inaceptable casualidad de que los cinco detenidos eran “gochos”. En eso, recibió una llamada: “Sí, estamos en la presentación. Claro, claro que van para el hueco”. La jueza estaba nerviosa, conmovida. Pero igual los sentenció: “Van privados de libertad, por 45 días, mientras se hacen las averiguaciones”. La fiscal sonrió.
“Estamos hundidos”, pensaron todos.

 
***

 

 

El lunes en la mañana las redes mostraban el rostro golpeado de Joselyn Prato. Alguien había subido las fotos. Se supo que la trasladarían al Penal de Coro. El caso se convirtió en tendencia.

 

 

El capitán llegó furioso por la multiplicación de las fotos en todas partes: “¡Te voy a joder la vida!”. Joselyn baja la voz: “Allí pasaron cosas feas entre ese señor y yo. No sé si contártelas”, me dice.

 

 

El café donde Joselyn y yo hablábamos adquirió una turbia densidad.

 

***

 

 

El relato desciende hacia la pesadilla: “Nos llevaron al Penal. Allí conocí gente que tiene hasta 3 años esperando que se le cumplan los 45 días. Allí hay gente incursa en asesinatos, secuestros, violaciones, infanticidios. Nunca podré olvidar el momento en que ingresé allí. Esa cárcel es un cementerio de seres vivientes. Todo era tan tétrico. Eran celdas sin barrotes, herméticas. Las reclusas pedían comida, auxilio. Gritaban como locas, desesperadas. Aquí me muero, pensé. Yo no voy a aguantar esto”.

 

 

Era el inframundo.

 

 

“Cuando abrieron la celda, una mujer cayó desnuda a mis pies, estaba dormida, recostada a la puerta”. Las ocho mujeres estaban totalmente desnudas porque el calor rayaba los 50 grados. Sólo había una cama de cemento. Dormían sentadas o recostadas a la poceta.

 

 

Al día siguiente, el desayuno era un trozo de pan tieso con agua de fororo. “Apenas fui al baño vi que mi orina y mis heces tenían sangre”. Le comenzó el pitido de los asmáticos. Vomitó. Había sangre allí también. Se desmayó del susto. La llevaron al hospital. Tenía un riñón dilatado por los golpes. Pero igual volvió a la cárcel.

 

 

El agua que tomaba casi siempre era del grifo. Agua con sabor a creolina. A óxido. “Allá es famoso el arroz de cementerio. Así le dicen. Es un arroz con pollo, pero con puro hueso. Son los restos del pollo que se comen los guardias”. La carne era de burro. En las noches escuchaba a los guardias persiguiendo a los burros para matarlos. Un día comía pasta y al final descubrió gusanos en el plato. Se sacó lo que tenía en la boca y también había gusanos. “No quise comer más. Llegué a pesar 35 kilos. Los frijoles venían nacidos, o con animales”.

 

 

Su papá todos los días le llevaba comida, así no lo dejaran pasar. La directora del penal le exigió que su padre no fuera más. Ella replicó: “Llámalo tú y dile que deje de ser buen padre”.

 

 

La directora entonces sembró un falso rumor en la población: “La interna del caso político va a ser mis ojos aquí”. “Me declaró oficialmente enemiga de todas las reclusas”. Al otro día, una la arrinconó: “¡Eres una sapa!”. Tenía un tatuaje que decía: “Te odio, mamá”. Una advertencia cruzó sus tímpanos: “Si te veo en algo, te pico”.

 

 

Cuando la llevaron a un tribunal declaró lo de la comida en descomposición, el maltrato, uno de sus ojos sangraba, sus 35 kilos eran penosos. Su hermano también habló. Luis Betancourt, del Foro Penal, lo hizo público. La presión funcionó. “Pero la ministra nos dijo que si queríamos salir en libertad debíamos renunciar a los abogados del Foro y recibir defensa pública. Tuvimos que hacerlo”.

 
***

 

 

Hoy, Joselyn y Joan están libres, bajo régimen de presentación cada 60 días en Tucacas. Aún no les han celebrado la audiencia preliminar para decidir si son culpables o no.

 

 

“Los primeros días dormía con mis padres porque me despertaba con crisis de llanto. Mi mamá me dice que todavía en las noches hago el gesto de sacudirme cosas del cuerpo. Era la costumbre de estarme quitando las cucarachas de encima. Había muchas en la cárcel”, cuenta con el asco escurriéndose en las palabras. “Al salir, caí en depresión. Me quedaba encerrada en la casa. No quería ver a nadie. Me cuestionaba que había hecho yo en mi vida para merecer esto”.

 

 

No olvidemos el detalle. Joselyn y su hermano no estaban allí en el momento del abucheo masivo: “Teníamos de testigo al lanchero, al de Inparques, al dueño de la casa donde estábamos, y no los dejaron presentarse”.

 

 

Alguien necesitaba unos culpables.

 

 

***

 

Esta es la historia de una joven estudiante de Ingeniería del Petróleo que sólo quiso pasar unas vacaciones en la playa. Y le cambiaron la vida. “Yo tenía un buen trabajo, tenía mi novio, nos íbamos a casar. Todo lo perdí”.

 

 

Estamos acostumbrados a olvidar. Se nos diluyen titulares que una semana, un mes, un año atrás nos causaron indignación. Y entonces vamos actualizando la ira con nuevos atropellos y abusos. En la ruta, hay muchos escombros: gente con su vida distinta o rota. Mientras, el miedo hace su trabajo. Y nuestra atención voltea hacia la próxima noticia.

 

 

Pero para Joselyn el olvido no existe. Con 24 años de edad ya tiene una pesadilla atragantada en la sangre. Para nosotros, es solo una anécdota que sigue envejeciendo.

 

 

Esta es la historia de Joselyn Prato. Es su testimonio. Su versión de un problema tonto que se convirtió en tendencia en las redes sociales un día de agosto de 2015.

 

 

 

 

Decreto de emergencia

Posted on: enero 24th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

 

Basado en el artículo comestible al que más sucumbo

harina de maíz blanco refinada precocida enriquecida

70 gramos de sodio y 79 gramos de carbohidratos totales

excelente fuente de hierro, vitamina A y complejo B

comido con esmero y pechuga de pavo frente a las noticias del día

basado en el artículo más preciado por las reinas de belleza de mi país

atún en aceite vegetal, fuente enfática de proteínas y omega 3

orden irreductible del zar de la vanidad

basado en ese otro artículo de sesgo filosófico y uso desmesurado

(¿fue primero el huevo? ¿cacareó antes la gallina?)

que hoy se estrella contra los cielos del costo por docena

basado, en fin, en los 52 productos de la cesta básica alimentaria

y su carácter esquivo

y su precio gaseoso hasta el escándalo

y su talante clandestino y perecedero

basado en que tenemos las mayores reservas de petróleo del mundo

y de nada nos sirve, de nada nos alivia

basado en el saldo de sangre que acumula el asfalto

90,2 asesinatos por cada 100.000 habitantes

Jorge Carlos Gladys Carmen Marcos Marlene Martínez González

Cualquiera

basado en la prima, el mecánico, el vecino secuestrado

en esa pistola invisible que apunta a todos los ciudadanos

basado en cada frase de alambre de los exiliados

en cada marzo sin hijo de los presos de conciencia

en cada hombre pateado en el hígado de sus convicciones

basado en la melancolía de los años perdidos

en las generaciones arrasadas

en la utopía como farsa y emboscada

yo, que no ostento poder ni curul ni ejército,

decreto mi emergencia cotidiana

mi insurgencia contra lo perdido

mi pliego de apetencias

donde apunto, escribo y subrayo

que seguiré agitando papeles rabiosos en los ojos

de los que ya no tienen ojos

y pronunciaré la hora que viene, el puntapié, la resurrección

y recorreré el idioma hasta encontrar una playa íntima

donde el país no sea este cansancio monumental

donde mi parecer y tu decir puedan buscarse

donde haya aire y fulgores y babel

donde la cáscara del hambriento y los pies del que espera

desaparezcan en la fatiga de los recuerdos vencidos.

Yo que no poseo ni mando ni asamblea

y ni siquiera seré obedecido

decreto abolir el espanto de los espantapájaros

suspender las esdrújulas mal habidas

recuperar las linternas, el sosiego

y tanto insomnio dilapidado

allí donde ocurren la vida y sus despedidas,

su bote de agua permanente,

su cable roído y vertical.

Hoy en este frágil enero de los comienzos

declaro pertenecer a un país de hombres menesterosos

corrompidos hasta el hueso por el hollín del petróleo.

Un país de balas coléricas

un país que es también un agujero, un pulmón averiado

una constitución en caída libre

un país de prosa dura

construida en los suburbios de la violencia

como una canción inútil desde la primera vez.

(Pobre de espíritu el espíritu

Pobre de solemnidad lo solemne)

Hoy es el litigio entre el caudal y la miseria

entre las categorías sociales y la sociología

entre los pasillos de la universidad y los de la morgue

allí donde pastan

los suicidas, los mendrugos y los secretos.

Basado en las estadísticas de la derrota

en el misterio del viceministerio de la felicidad

en los veinte planes de seguridad que navegan por el Guaire

en las pastillas que se pelean los hipertensos

en la consternación de los diabéticos

y en los 80 bolívares que cuesta recargar un desodorante

en la fila de hombres que sudan el sol de Cojedes,

decreto mi emergencia cotidiana

que se parece a la tuya o a la de cualquiera

una emergencia que es más bien el asma de pertenecer

a un país donde crecen lo confuso y lo inadmisible.

(Yo disiento, tú discrepas, él amenaza,

nosotros votamos, nosotros ganamos, ellos arrebatan,

¿ustedes dónde están?)

Declaro pertenecer a un país donde conviven asesinos y poetas

maestros y pranes

militares y legumbres

donde cada kilómetro de corrupción

cada zona de ciudad enajenada

de prójimo absoluto

es un párrafo urgente que nos necesita.

Eso pide cada pecho que sale a vivir

cada policía asesinado, cada farmacia aglomerada.

Un decreto de emergencia cotidiana

contra el poder que miente a pleno sol

y lubrica con dólares su ideología

y celebra a Fidel en las playas tristes de Ho Chi Minh.

(Sobrinos todos, camaradas de fe y alcaloide,

hospedados sean

allí donde la divisa es el botín.

Señor dinero, bienvenido a la revolución,

haga usted lo que sabe hacer,

envilezca allí, corrompa allá, descorche champaña,

estrene yates y avionetas,

sea pródigo, sea expansivo,

sea socialista, señor dinero).

País de fronteras cerradas

de gente presa en su casa, en su trabajo, en su miedo

país dolido de tanta noche

oscuro de tanto golpearse

todo es misericordia sin hora de consulta

cicatriz de la historia

cántaro roto

andrajo, jungla y anarquía.

Aquí la muerte es un collar en la garganta

excesiva y fanfarrona

levanta la mano a cada rato

dice aquí estoy

este es mi reino, mi imperio.

Su contraseña es un ojo impalpable.

No me hablen de paz, no me jodan

el hartazgo ya aprendió

de la hipnosis queda poco

crujen los vientres, señor presidente,

gabinete entero

ministros todos

cansan los pies hinchados

el tráfago

los cuerpos desollados

las ojeras de ese amasijo que llaman pueblo.

Yo me levanto sobre este enero del siglo 21

con los dedos buscando otro destino en la prosa

evitando versiones de la misma quejumbre

allí donde hay gente clausurando sus ganas de volver

llorando por una montaña

por las diez esquinas de su infancia

por esos amigos que ya no son

y que habitan una casa más grande que sus verdades.

Hecho el primer gesto colectivo de redención

lograda la multiplicación del pan en las urnas

los bárbaros replican

dinamitan, implosionan, escupen

pero cada vez son menos

se apagan

son un paisaje de guerra que se va.

Quedan decretados el énfasis y la ruta

la ceremonia de los tenaces

el grano de luz en la sonrisa

la emergencia cotidiana

ese asunto que se expande como aceite y victoria

en el evento de ser un país real

verosímil

casi normal

y vencer a los falsos santos de la felicidad.

 

 

Leonardo Padrón

Felices y preocupados

Posted on: diciembre 20th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Si te asomas estará allí, viéndote con sus ojos de árbol, con su cinturón de carros, con sus accesorios en el lugar de siempre: antenas, deportistas, quebradas de agua. Todo expuesto al mismo sol de cada lunes. Como si el Ávila siguiera igual. Pero no, sabes que hoy la ciudad es otra. Tu cotidianidad ha recibido un punto de inflexión que parece impalpable, que no genera alteración en las nubes, en su levedad o frecuencia. Pero es cuestión de afinar la mirada. Observar mejor a los ciudadanos. Las sonrisas. Ni siquiera podrás contarlas. Hay muchas. Aparecieron. Como si alguien hubiera conseguido el botín y lo hubiera repartido al hilo de la madrugada.

 

 

En cada fragmento del mapa, la mañana ocurrió igual pero distinta.

 

 

Nadie ha querido hacer mayores alardes, porque siguen siendo tiempos complejos. La alegría de millones debe convivir con el duelo de otros millones, que esta vez son muchos menos, pero son. Porque siguen existiendo las dos temperaturas en el país. Gente que dice que por fin hay una Navidad que celebrar. Gente que ha oscurecido repentinamente. Esta vez la mayoría es otra. O quizás la que tenía rato siendo. Pero se atrevió y apartó el miedo, como quien se quita de la espalda un bulto muy pesado. Y entonces habló el hartazgo, habló un cansancio monumental, un exceso de penurias que se convirtió en reprobación mayúscula a un sistema de gobierno y le dio vuelta a las agujas del reloj de la historia de Venezuela.

 

 

El 7 de diciembre amaneció de sonrisa.

 

 

***

El día anterior, ese que ahora podemos catalogar -sin hipérboles- como el histórico 6 de diciembre del 2015, tuvo sus particularidades. El libreto se repetía como en elecciones anteriores. Pero hubo una notable variación en los metros finales de la noche. La ilegal orden de mantener los centros de votación abiertos, así estuvieran vacíos, no se cumplió a cabalidad. El vandalismo electoral no ocurrió. Los militares cumplieron su trabajo y la MUD supo cuidar milimétricamente cada voto a favor. En todo caso, la diferencia real la ejercieron toneladas de prosélitos de Chávez, vapuleados en su día a día por los estragos de la estafa política más grande de las últimas décadas. Lo entendieron: era absurdo seguir votando por un régimen que había arruinado, hasta el escándalo, al país con las mayores reservas de petróleo del mundo.

 

 

 

Esa noche, mientras se esperaba el anuncio oficial del CNE, un silencio espectral reinaba sobre el valle de Caracas. Desde mi apartamento poseo un punto de vista que abarca las montañas de Coche, los confines de Catia y los nutridos cerros de Petare. Todo eso era silencio. Un silencio compacto, expectante. Como si la ciudad entera estuviera aguantando la respiración. Por primera vez no explotaba el cielo con los cohetones prematuros y arrogantes de la revolución. Desde las 7 de la noche ya los venezolanos manejábamos las cifras de la victoria de la MUD, pero nadie se atrevía a celebrar. Eldeja vú era muy fuerte. Escenarios similares habían desembocado en un sorpresivo triunfo del régimen. La frustración era el menú habitual. Por mi parte, hasta no ver al Factor Tibisay leyendo los resultados oficiales no me permitiría ni un solo gesto de celebración. Tocaría trasnocharse, deshojar la angustia, hacer del estrés un deporte extremo. Bien lo diría Alberto Barrera Tsyzka en un tuit: “Tibisay Lucena debe ser enjuiciada por malversación del tiempo de todos los venezolanos”.

 

 

Finalmente ocurrió. Lucena, con un enredo de consonantes, no tuvo más remedio que anunciar el triunfo de la oposición. En casa, un pequeño grupo de amigos lanzamos un grito que mezclaba felicidad y extrañeza en partes iguales. Mi mujer no atinaba a reaccionar, no le daba permiso a la música que traía la noticia. A fin de cuentas, pertenecíamos a una tribu acostumbrada a la derrota. Derrota natural, amañada o fabricada. Un “como sea” ya convertido en tradición. En la euforia les dije a mis hijos: “Les vamos a recuperar el país que ni siquiera han podido vivir”. A esa hora, y con tamaña noticia, me di el permiso de la grandilocuencia.

 

 

Afuera, el valle de Caracas lanzaba cohetones al cielo. Y bulla. Y gritos. Pero la pirotecnia fue modesta. No había presupuesto para tanta alegría.

 

 

***

Los días siguientes han sido inéditos. Cada saludo en la calle contiene casi el mismo parlamento. La gente se felicita mutuamente. La alegría se nos había vuelto un exotismo, un artículo foráneo, un asuntovintage. Por eso nos ha costado tanto verla directamente a los ojos. Es como si desconfiáramos, como si esperáramos una vuelta de tuerca de última hora. Algo que nos devolviera al pozo de la resignación.

 

 

Y eso pretenden los jerarcas del régimen, arrebujados de ira en su propio desconcierto.

 

 

Cuidado.

 

 

***

Una amiga, con planes de irse del país, me comenta que la sorpresa fue tal que le dijo a su pareja: “Pero esto no cambia nada, ¿verdad? No es que mañana Farmatodo va a estar llena de antipiréticos ni que los malandros van a salir corriendo a inscribirse en la universidad”.

 

 

Un viejo conocido me escribe desde Miami: “Muchos de los jóvenes que se vinieron y pidieron asilo ahora están arrepentidos. Quieren volver”.

 

 

La alegría flota, a pesar de los lunares del escepticismo.

 

 

***

 

 

Un amigo que trabaja en un ente gubernamental me relata cómo transcurrió allí el día siguiente. Un teatro de máscaras: “Los mejores actores de Venezuela están en las instituciones públicas. La gente fingía un duelo por lo sucedido (“¡qué cagada!”) y por dentro cantaban: ¡Abajo, a la izquierda, en la esquina, la de la manito!”.

 

 

Pero un gerente, genuinamente dolido, comentó: “Esto fue horrible. ¿Vieron cómo está la ciudad? Fue como cuando murió el comandante Chávez”. Silencio a su alrededor. La comparación los descolocó.

 

 

Cada quien ve lo que quiere ver.

 

 

***

 

 

Una de las celebraciones por el triunfo de la oposición ocurrió en la Plaza Bolívar de Chacao, dos días después. Convocado por el animoso equipo de Cultura Chacao (Albe, Xariell, Mafe) repliqué ante la multitud que atestaba la plaza “Un lento y feroz comienzo”, la crónica que escribí un mes antes, donde planteaba lo laborioso que sería el arranque del nuevo país. El gran Andy Durán y su orquesta tuvieron la misión de llenar cada rincón con las legendarias canciones del maestro Billo Frómeta. Fue una verdadera fiesta popular. Una noche conmovedora donde mujeres de 80 años, parejas de 50 y 40, jóvenes de 20, bailaban al compás de cada acorde, donde se exclamó feliz navidad y la gente se abrazaba, con una sonrisa guardada desde hace casi dos décadas, una sonrisa que era más bien un estreno de año nuevo, y todos coreaban los entrañables mosaicos de la Billo´s Caracas Boys, sin punzadas, sin miradas opacas, y entonces, en pleno pasodoble, en pleno Memo Morales al micrófono, cuando todo sonaba a  país de antes, o de siempre, a bastión recuperado, rompí a llorar por segunda vez en tres días y me lancé al cuello de mi mujer, incontenible, con un quiebre de cansancio feliz, de valió la pena, de por fin, de todo comienza de nuevo, y alrededor todo el mundo cantaba, bailaba, todo acontecía como nunca.

 

 

La esperanza y las canciones de Billo en una misma plaza. Vaya  sobredosis. Y el recuerdo del verso de Antonia Palacios: “Una plaza ocupando un espacio desconcertante”.

 

 

***

 

 

El país, hoy, se balancea entre el estupor de la victoria de millones y la perplejidad de la derrota de otros. Antes nuestro refugio era una esperanza roída, mendicante, famélica. Ahora se trata del extraño licor del triunfo. ¿Estamos preparados para beberlo? Nos toca estrenar otras interrogantes. Ensayar el futuro.

 

 

El país insano en el que vamos desbrozando la vida ha hecho un gesto crucial hacia la luz. Se nos ha llenado el idioma de palabras que ya no recordábamos cómo sonaban.

 

 

En los pasillos del poder acontece, en cambio, el peor de los despechos. Algunos azotan su duelo con furia, otros con reclamos justos, críticos. Nicolás Maduro ha convertido el pésame en metralla. Habla como la víctima de un golpe de Estado. Grita rebelión y calle. Diosdado Cabello instaura un Parlamento Comunal para trabar la labor del próximo parlamento. Tarek el Aissami amenaza con boicotear la instalación de la nueva Asamblea Nacional. En Zurda Konducta, el bilioso programa de VTV, “Cabeza´e mango” es enviado a Petare, micrófono en mano, a interpelar a los ¿desprevenidos? peatones: “Si el cambio llegó, ¿cómo es posible que aún haya basura, huecos e inseguridad?” Buscan atizar a la masa. En una acrobacia rabiosa tratan de endosarle la culpa del caos, no solo a la falsa guerra económica, sino a la nueva Asamblea que ni siquiera ha estrenado funciones.

 

 

El despecho como radicalismo de Estado. La cólera en acción. Preocupante. Muy preocupante. La furia de la derrota puede acabar con lo poco que queda sano en el país.

 

 

***

 

 

Antes estábamos tristes y preocupados. Ahora, sí, andamos felices. Y preocupados.

 

 

***

La oposición se había convertido en una melancolía bastarda. Ya no. Ya es destino también. Opción. Alternativa.

 

 

Lo que ha ocurrido no es otra cosa que una invitación a vivir. A reestrenar el país. Tengamos la inteligencia de hacerlo con las luces de la concordia y la reconciliación.

 

 

Que nada suene a revancha. Que todo lo que estrene nuestro 2016 sea sensatez. Que haya norte y brújula. Que enero sea un inicio de aire limpio y futuro. Así queremos los venezolanos la vida. Así lo pronunció una descomunal mayoría el 6 de diciembre. Que la política adquiera compostura. Que cese la confrontación. Que se impongan la cordura y la prudencia. Que busquemos entre todos la sabiduría para entendernos y salir de la ruina. Es el pedimento del país entero. Una cotidianidad sin estridencias. Sin sobresaltos. Que los mejores economistas propongan el rumbo. Que la justicia imponga su reino. Que los diputados legislen con lucidez. Que culmine el saqueo. Que la violencia sea la primera derrotada. Que seamos otra vez normales.

 

 

¿Sería mucho pedir?

 

 

¿No se merece Venezuela algo que se parezca a una feliz navidad?

 

 

Pues sí. Toca una feliz navidad. Nos hemos ganado ese derecho de una manera irreversible.

 

 

 

Leonardo Padrón

Domingo de Resurrección

Posted on: diciembre 6th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

No, no es una equivocación del calendario. Claro, no estamos en Semana Santa. Y no es, como lo evoca la liturgia católica, “la feliz conclusión del drama de la Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor”. Aunque la tentación de untarle esa frase al momento político que vive hoy el punto más al norte de la América del Sur es grande. Pero me entona ese título. El destello a buena noticia que ostenta.

 

 

***

 

 

Hoy, 6 de diciembre del año 2015, la contraseña para un país llamado Venezuela es que todos sus ciudadanos en masa, en multitud, en bulto de millones, vayan a votar. La contraseña es la lucidez. La contraseña es arrojar el miedo al cesto de la basura porque hoy el miedo no nos sirve, no es útil, es un estorbo para el curso de la historia.

 

 

Bien lo sabemos. Ellos, el gobierno, los líderes de la alicaída revolución chavista, harán lo que mejor saben hacer. Moverán todos los tensores de la gigantesca maquinaria que han construido en 16 años. Vaciarán las arcas, incluyendo las indebidas, para movilizar a sus seguidores, y –sobre todo- a los que ya solo persiguen su propia decepción, a los desencantados, a los indignados, a los abúlicos. Les recordarán, con argumentos que oscilarán entre la arenga y la amenaza, su lealtad con el todopoderoso líder que, vaya ironía, sucumbió a la muerte como cualquier miembro de la especie humana, para terminar no siendo tan ser supremo. Pero para algo sirven los adjetivos. Un hombre galáctico, un hombre eterno, esa sigue siendo la insignia machacada hasta el hartazgo. Así funciona el voraz mercadeo de los mitos.

 

 

Y entonces tocarán la diana a una hora indecente. Aullarán sus consignas, su retórica olorosa a naftalina. Serán estridentes. Sacarán sus huestes, sus batallones. Recorrerán las calles expandiendo sus canciones de guerra. Urgirán a los tubos de escape de sus motos. Agitarán la marea seca del asfalto. Desfilarán con la intimidación como estribillo. Se vestirán de ultimátum.

 

 

Se propondrán lentos en el proceso de arranque. Algunas mesas de votación se harán tardas, calmosas. Buscarán confundir. Irritar tu paciencia. Urdirán estrategias hoscas. Asomarán la sombra de sus armas. Sacarán a pasear al lobo del miedo una vez más. Se convertirán en colmillo, en arenga hostil, en ladrido. Harán de sus medios de comunicación una verbena de triunfo prematuro. ¿Entiendes, no? Lo sabes, lo has vivido ya muchas veces. Pero esta vez tú marcaras la diferencia. Tú cumplirás la contraseña.

 

 

***

 

 

Tú serás más ciudadano que nunca. Harás de este domingo el mayor acto cívico que hayas vivido. Te bañarás concienzudamente, vestirás tu camisa más fresca, te peinarás sin prisa, te empinarás un café, llevarás el periódico oscilando en tu mano, te unirás a los vecinos que salen de sus casas, con la mirada distinta, con el semblante cómplice en la sonrisa. Harás esa breve peregrinación a tu centro electoral, sin estridencias, sin trompetas ni prédicas en el verbo. Te unirás a la cola. La única cola de este país donde no te sentirás humillado y donde cobrará sentido finalmente tu cédula de identidad. Compartirás una mirada limpia con tus pares, y otra vez asomará esa sonrisa rara, inédita, aun tenue, de asunto que amanece, de principio de las cosas.

 

 

Es como si fueras a llenar la planilla de estreno de otro país.

 

 

***

 

 

Y avanzarás poco a poco, y verás cómo la cola crece, cómo la gente se saluda con un gesto firme, sin barandas en la duda, con la esperanza agitándose en las pupilas. Estarás frente a la máquina de votación, lleno de sentido común. Listo para opinar por lo que vives. Listo para comenzar a desterrar el oprobio en el que se ha convertido tu vida. Tu elección será tan personal como secreta, tan tuya que contiene a tus hijos, tus proyectos y tus porqué. Te sentirás más demócrata que nunca poniendo tu firma en este domingo de resurrección que tu generación no olvidará.

 

 

Depositarás ese pequeño papel en la urna electoral, como quien entierra un pasado oscuro y vergonzoso, como quien echa las últimas paladas de tierra sobre una larga pena, un amor que te traicionó o en el que nunca creíste. No lo oirás, pero sentirás tu pequeño papel sumarse a los otros, que allí, en el espacio íntimo de la caja de cartón se convertirá en protagonista de una jornada inolvidable.

 

 

***

 

 

Apostarás a que todo comience de nuevo. A que el odio sentirá su primera derrota. Vendrán tiempos de humildad colectiva, piensas. De madurez ciudadana. De enumerar las primeras tareas. De afinar el lápiz y redactar una primera página, una suerte de diario, un informe general sobre la resurrección. Volverás a creer en algo. Volverás a apostar por tu origen, por tu sitio, por tus costumbres.

 

 

La única contraseña permitida será que triunfe la verdad. Que lo que Tibisay Lucena, la voz del ágora revolucionaria, diga esta noche, al filo de los nervios de un país entero, sea -no irreversible- sino incuestionable. Que no haya dudas, ni miradas de soslayo, ni quebrantos en la realidad. Que sea un anuncio impoluto. Sin otra consecuencia que un largo aplauso de un lado y un comprensible duelo del otro. Y entonces la revolución comenzará a convertirse en ayer. Y la democracia se hará cercana, horizontal y cierta. Te sentirás bien contigo mismo. Tu conciencia de venezolano se hará más nítida. Mirarás a tus hijos con un ánimo inédito. Pondrás algo de música, sin destemplanza. Ensayarás un breve paso de baile con tu pareja. Reirás con ese brinco en el pecho que da la alegría de una noticia que se ha hecho esperar demasiado.

 

 

***

 

 

Mientras apuestas por ese momento, llamarás a los tuyos. Chequearás quién ha votado, quién no. No prenderás la televisión, pues la sabes hoy un aparato inútil, un objeto colonizado, una fábrica de espejismos ideológicos. Buscarás las emisoras de radio confiables. Te sumergirás, sobre todo, en las redes sociales donde aún la verdad tiene sus pasillos, sus ventanas, sus voces. Recelarás de las cadenas triunfalistas, las cifras prematuras, los datos excesivos. No replicarás lo que sea duda, desproporción y fuente incierta. Has aprendido. No es la primera vez.

 

 

Sabes que te toca desvelarte, como te has desvelado ya ¿19, 20 veces? ¿Cuántas Tibisay Lucena tienen tus madrugadas? Estarás, como todo el país, y los ojos del mundo, pegado a cada latido de las noticias, viendo de soslayo la botella que contiene tu licor preferido, el que guardaste para un momento como este. El susto irá creciendo en el estómago con cada minuto que se descuelgue del reloj. El susto, como una mancha que se ensancha y es vértigo.

 

 

Vendrán las caras de póker de lado y lado, los silencios inescrutables, y luego las medias sonrisas, los gestos de fiesta simulada. No sabrás cómo aplacar la mancha del susto. A quién más llamar, a quién no creerle. La lluvia de datos de última hora es tal que te mareas, te levantas, abres la nevera, pellizcas algo, te sirves otro trago, tu pareja te insiste en que llames de nuevo a tu contacto más cercano. ¿Qué sabes tú? ¿Cómo va la vaina? Están jodidos, esta vez están jodidos. ¿En serio? No me quiero entusiasmar. Tengo un historial de naufragios. Tranquilo. Imagínate que en el circuito tal, clásico bastión chavista, no tienen vida. Te lo dije: las encuestas no mienten. ¿Pero le viste la sonrisita a Jorge Rodríguez? No le hagas caso, él duerme así, con esa mueca de burla existencial. Es su burka, su escondrijo. Un rictus, casi. No sé, no sé. ¿Por qué no terminan de cerrar todas las mesas? Son ya las 7:30. Estamos presionando. Presionar no basta. Como tampoco basta llamar al amigo que tienes dentro del comando opositor, ni al primo lejano de un importante chavista, y menos aún sirve la fiesta que bulle en la autopista del Twitter. Ya bajaron la tarima en la avenida Urdaneta. Gran vaina, eso lo han hecho más de una vez y después regresan todos con esa sonrisa Jorge Rodríguez en el rostro.

 

 

¿Y si pasa algo? Es decir, ¿si pasa lo de antes, lo de tantas veces? ¿Ese desenlace turbio al que nos tienen acostumbrados?

 

 

***

Es el día más largo del año. Para ti. Para tus contrarios. Para tu gente. Para todos. Tus hijos se dan cuenta, juegan, comen, juegan otra vez, se cansan, se asustan de tantos cambios de ritmo. Todo entra a la zona negra de la incertidumbre. Tú piensas de nuevo lo que tienes días pensando: la épica del chavismo es un barco que está a punto de encallar. Suena grandilocuente, pero es así. Las palabras a veces arrastran a los hechos. Allí está tu botella preferida, como una promesa líquida que pide a gritos mojar tu esófago y convertir cada sorbo en un por fin. En un comienzo. El comienzo que se necesita. Para no ser nunca más un país irrespirable. Para dejar de ser escombro y convertirnos en futuro. Esa es la contraseña. No hay otra. La contraseña es intentarlo todo otra vez y mejor. Tu voto es la contraseña hacia el país posible.

 

 

Hoy es domingo de resurrección.

Chequea de nuevo el calendario.

 

Leonardo Padrón

¿Quién dijo miedo?

Posted on: noviembre 8th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

“No temas ni a la prisión, ni a la pobreza, ni a la muerte. Teme al miedo”

 

 
Giacomo Leopardi

 

¿Quién dijo miedo? El gobierno. Dijo ¡Buu! Asústate. Si no votas por mí llegará el apocalipsis, el diluvio, la sangre. Ajá. Y esto en lo que hoy chapoteamos, ¿qué es? ¿El mar de la felicidad, versión Venezuela? ¿O uno de los círculos del infierno de laDivina Comedia de Dante?  El régimen, ante la estampida de sus seguidores, los amenaza con el advenimiento del caos. Vota por nuestros diputados o el destino será tenebroso.

 

 

Como si no fuéramos ya inquilinos de la oscuridad.

 

 

“¿Qué sería del poder sin el miedo? Sin el miedo que el propio poder genera para perpetuarse”. Esta frase es nada menos que del mismísimo Eduardo Galeano, alguien que solía mostrar su entusiasmo con el proyecto de Hugo Chávez. Vaya paradoja. Ahora sus palabras sirven para describir al calco la estrategia que el comandante, no tan eterno, y ahora su errático heredero han implementado para preservar las mieles del poder.

 

 

***

 

 

El ambiente es de zozobra químicamente pura. La cercanía de las elecciones parlamentarias ha llevado las expectativas al límite. Estamos en el punto de ebullición. Es la imagen del agua asomando sus primeras burbujas en la olla. Andamos con una sensación de noveno inning con las gradas ardiendo, de juego de fútbol acercándose al minuto 90, de película próxima a los créditos finales, de equilibrista trastabillando en la cuerda floja. Esto ya no da para más, es la opinión general. Nos encontramos en el sótano 5 de la crisis y muchos aseguran que ya no quedan más pisos hacia el fondo de la tierra. Pero seamos justos, es una sensación en la que tenemos meses (¿años?) viviendo. Y no hay cuerpo -ni país- que aguante tanta tensión.

 

 

El fracaso de la gestión presidencial es ensordecedor. Hay alboroto en los pasillos del partido de gobierno. Hay disidentes tronando en voz alta. Y Maduro solo opta, cual guapetón de barrio, por amenazar. Grita. Farfulla. Se pone estentóreo. Está apelando a la última carta posible: el miedo.

 

 

Entonces anuncia que el país entrará en clima de guerra si la revolución pierde, que la tragedia se abatirá sobre todos, que las avenidas se llenarán con el tronar de los “caballos de hierro”, que él mismo se lanzará a la calle. Ante tal retórica, sin duda, hay gente que se espanta, se repliega. Es una vieja fórmula: la amenaza como herramienta de control social.

 

 

Czeslaw Milosz decía que el miedo era el principal habitante de Europa en el siglo XX.  Los estados totalitarios hacen uso frecuente del miedo para sojuzgar a las masas. Y ante la ruina monumental que hoy somos, no le queda otra opción al régimen. Si a eso le sumamos el triunfo de la oposición que anuncian  las encuestas y el hervor de la crisis económica, es natural que el país entero se pregunte- con extrema inquietud- qué va a pasar en diciembre.

 

 
***

 

 

Me encuentro a un amigo en un cóctel. Me comenta que hace poco fue secuestrado cuando regresaba a su casa. Lo lanzaron a la parte posterior de su camioneta. El corazón se le convirtió en miedo. Rogaba que no lo mataran. Los criminales negociaban el monto del rescate con sus familiares. Estaban como apurados. Entonces le comentaron: “Chamo, es que ahorita estamos chambeando full porque no sabemos lo que va a pasar en diciembre”.

 

 
***

 

 

En una conversación vecinal con el director de Polibaruta, este asomó un dato que fue sintomático de la zona de oscuridad a donde hemos llegado. Decía que a la hora de analizar los delitos  se llegaba a la conclusión de que gente que antes no delinquía, ahora lo hace. Al oír eso me arrasó la tristeza.

 

 

Hay venezolanos que han comenzado a delinquir para sobrevivir a la penuria económica. Hombres que se inician arrebatando un celular a cualquiera en la calle, para luego venderlo por una cantidad de dinero que resolverá la compra de útiles y uniformes de sus hijos y el mercado de los próximos días. Habrá calmado su vergüenza ante la posibilidad de no cumplir con su rol de proveedor del hogar. La conciencia, pues, la esconderá en la última gaveta. Avalado por la impunidad,  reincidirá una y otra vez. Escalará niveles en el calibre de los delitos. Obtendrá dinero de manera tan fácil que se asombrará. Sentirá que sus dificultades se comienzan a resolver. Se tornará insaciable. Lo convencerán que con un arma es más seguro. Quizás un día, ante una imprevista resistencia o ante su propio miedo, disparará el arma. Habrá nacido un asesino. ¿Cuántas veces al día está ocurriendo este fenómeno en las calles de Venezuela?

 

 

Al hombre nuevo se le han llenado las manos de sangre.  Y eso, a cualquier sociedad, le da miedo.

 

 

 

***

 

 

Tengo una reunión pactada en el café de un centro comercial. Llego temprano. El interior del local está abarrotado. Me toca sentarme en las mesas que colindan con la calle. Están separadas de la calzada apenas por una baranda. Me siento expuesto, vulnerable. Siento, en una palabra, miedo. Miedo de que pueda asomarse un delincuente por la baranda y atracar a los que allí estamos. Al instante, surge un hombre de roído aspecto, tiene las manchas del asfalto en la cara, su ropa es un andrajo total. Observa a los clientes y, en un tris, alza el pestillo de la baranda y entra al local. “Listo, me atracaron”, pensé. Pero al soplo entendí que era un zombi de la pobreza extrema, un indigente. Me pidió dinero para comer. En su boca apenas pendía un diente negro que amenazaba con caer al vacío en cualquier momento. Le dije la verdad: “No tengo sencillo, amigo”. Su respuesta no tuvo desperdicio. Con gesto rápido sacó del bolsillo posterior del pantalón su cartera y me dijo: “Tranquilo, yo te cambio. ¿Cuánto tienes ahí?”.

 

 

A veces el miedo puede transformarse en carcajada.

 

 
***

 

 

¿Recuerdan cuando antes todas las noticias de la crónica roja cabían en la última página del periódico? Hoy, en cambio, hay más delitos que papel periódico, lo cual de por sí es un delito. Pero el hecho es que ni las redes sociales se dan abasto. Nuestra violencia es un desagüe sin pausa.

 

 

Un miércoles de octubre la prensa anunciaba un crimen, tan trágico como rutinario: “Mataron a un comerciante y secuestraron a su hermana”. La reseña dejaba la sensación de que la fatalidad se había ensañado con la familia Eiriz Vega. No sólo acuchillaron al dueño de la casa, no sólo desvalijaron la casa y se llevaron el carro, sino que además se llevaron secuestrada a la hermana de la víctima. La nota de la periodista Angélica Lugo en El Nacional resaltaba un dato perturbador: “hasta el cierre de esta edición la mujer de 21 años permanecía secuestrada”. Me quedé largo rato reflexionando sobre el dolor de esa familia. A cualquiera le podría pasar algo así. El miedo revoloteó alrededor como un pájaro sombrío.

 

 

Sorpresa. Dos días después el evento vuelve a ser noticia  con una vuelta de tuerca inesperada. La joven plagiada era cómplice en el homicidio de su hermano. Fingió su secuestro. Era amiga de los tres delincuentes. La atraparon en un hotel del centro de Caracas vendiendo el carro hurtado. ¿Qué hace que una mujer sea capaz de asaltar su propia casa y matar a su hermano?

 

 

Lo que da miedo es la dimensión amoral que hoy gravita sobre los venezolanos.

 

 
***

 

 

A propósito de las arengas presidenciales donde se derraman tantas palabras sobre la paz, una línea de Gonçalo Tavares: “Una sola bala pesa más en la existencia individual que un discurso de diez mil palabras”.

 

 
***

 

 

El miedo a vivir en Venezuela. El miedo a tanta incertidumbre. El miedo del Fiscal Nieves a ser un preso como la jueza Afiuni. El miedo a la noche. El miedo a disentir. El miedo a ser despedido de un ministerio por tener una foto de una marcha opositora. El miedo a perder el dinero de las misiones, ese que te exige gritar “viva la revolución”. El miedo a los colectivos armados. La obediencia como efecto del miedo.

 

 

El miedo del régimen a perder su reino. Al hartazgo convertido en voto castigo. A su precaria existencia sin Chávez.

 

 

En esta campaña electoral, la única oferta electoral del gobierno es el miedo. Dicen ¡Buu! “Si no estoy yo en el poder, viene la penuria”, remachan. Por tradición, sólo amenaza el que se siente perdedor. Igual que la estrategia del kirchnerismo en las elecciones argentinas. Es lo que requiere el Estado para controlarnos. “El miedo manda”, decía Galeano.

 

 

Pero hay que olfatear la calle. Encuestar la rabia, la humillación, el cansancio. Hoy pareciera imponerse un solo miedo: el miedo a que este desastre se prolongue. Ya la gran mayoría no cree en las amenazas de siempre. Entonces, ha llegado la hora de decir, retadora y libremente: ¿Quién dijo miedo?

 

 

Ya hoy no se trata de tener miedo, sino de quitarlos del medio. Con la legítima herramienta del voto. Por una sencilla razón: tienen 17 años estorbando el derecho de un país entero a ser normal.

 

 

Y es el momento. ¿Quién dijo miedo?

 

 

Leinaedo Padrón

Uno se pregunta

Posted on: octubre 27th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

Todo asombro nace con una pregunta en la punta de la lengua. En estos tiempos donde lo cotidiano es tan rocambolesco es inevitable hacernos preguntas. Pero, como lo dijo Maurice Blanchot, la respuesta es la desgracia de la pregunta. Uno ve al  Presidente de la República y a sus ministros explicando el por qué de […]

 

Todo asombro nace con una pregunta en la punta de la lengua. En estos tiempos donde lo cotidiano es tan rocambolesco es inevitable hacernos preguntas.

 

 

Pero, como lo dijo Maurice Blanchot, la respuesta es la desgracia de la pregunta.

 

 

Uno ve al  Presidente de la República y a sus ministros explicando el por qué de las penurias del venezolano y la mirada se lesiona, se transforma en más perplejidad.

 

 

Uno comienza a entender ese instrumento que es el cinismo.

 

 

Y uno se pregunta cosas.

 

 

Por ejemplo, uno se pregunta: ¿el hombre nuevo es esa tristeza en dos pies que hace colas infames en busca de alimento?  ¿O es el que dispara quince veces por un celular? ¿O el que vende su conciencia por una casa con camioneta?

 

 

¿Puede un país ser país bajo el himno del odio?

 

 

¿Es la intolerancia el sitio para ser ciudadanos?

 

 

Uno se pregunta por qué no hay agua ni azúcar ni café donde hay petróleo.

 

 

Y asoma un rictus, agita las palabras. Uno alza la mano y quiere opinar y le gritan traidor, vendido, intrigante.

 

 

Uno insiste. A pesar de todo. Y abre signos de interrogación.

 

 

¿Es la soledad de Nicolás Maduro tan espantosa que no tiene a nadie que lo aconseje?

 

 

¿Por qué tanto desatino? ¿Por qué la sinrazón?  ¿Por qué tanto desenfreno verbal si su arte es el error?

 

 

¿Quién se pasea hoy por los pasillos de La Casona?

 

 

¿Es todo esto un accidente histórico? ¿Una consecuencia de nuestra ligereza para hacer política?

 

 

Decía Goethe “todo es más sencillo de lo que se puede pensar y a la vez más enrevesado de lo que se puede comprender”.

 

 

Y uno anota. Hace una lista. Al azar. Sin orden preconcebido.

 

 

Se pregunta, por ejemplo, ¿por qué Maduro amenaza con cárcel al empresario más productivo del país y no a sus correligionarios que quebraron empresas expropiadas?

 

 

¿Por qué no hace lo mismo con las bandas criminales que tienen convertido al mapa en un pozo de sangre violenta?

 

 

¿Por qué fanfarronea con la persona equivocada?

 

 

Se perciben las llagas del resentimiento. Se ven a simple vista. Desde lejos. Con los ojos cerrados.

 

 

¿Por qué si tenemos el sistema electoral más transparente del mundo, el gobierno no permite la presencia de observadores internacionales para las próximas elecciones parlamentarias?

 

 

¿Cuánto orgullo les da a nuestros militares que las decisiones más trascendentes para el país se tomen en La Habana?

 

 

¿Se creen ellos mismos el cuento de la guerra económica?

 

 

Y si tienen identificados a los responsables de la guerra ¿por qué no los neutralizan? ¿Será que el espejo sólo les devuelve su propia  imagen?

 

 

¿Quién es el gurú de la insensatez que ha diseñado las nuevas medidas de control de precios?

 

 

Maduro anuncia que tiene listas “mil celdas para quien se ponga cómico el 6D” y uno se pregunta: ¿si tiene tal abundancia de calabozos por qué las cárceles sufren de hacinamiento, por qué la policía se queja de que no hay sitio para los criminales y los tienen retenidos en oficinas y escaleras?

 

 

Nadie responde. Todos voltean hacia la ventana más remota. Los micrófonos se apagan. Terminó la cadena. Permiso. Hora de irse.

 

 

En la cola del supermercado una mujer se esconde del sol con un pañuelo sobre su cara. Una muchacha chatea su hartazgo por teléfono. A la otra le cuelga un hijo del cuello. Dos hombres se preguntan la hora y el cansancio. Son muchas las miradas enterradas en el asfalto. Falta tanto para llegar al final de la cola.

 

 

¿Podemos seguir soportando episodios como el visto por Héctor Manrique en un Farmatodo donde una adolescente de 13 años, luego de un largo e inútil ruego, tuvo que levantar su suéter y mostrar su pantalón ensangrentado para que la cajera accediera a venderle unas toallas sanitarias?

 

 

La humillación de los venezolanos ha alcanzado cotas sobrecogedoras. ¿Seguimos ofreciendo nuestras mejillas? ¿Es la resignación pasaporte para algún futuro?

 

 

¿Por qué algunos camaradas hacen gala de una riqueza obscena en Miami y ciertas islas del Caribe mientras el gran resto depende del último número de su cédula para comer completo?

 

 

El tema no es el salario, presidente, sino el poder adquisitivo. ¿Será que no sabemos explicarnos o le genera irritación entenderlo?

 

 

¿Hasta cuándo seguirán insultando la inteligencia de los venezolanos? O peor aún, ¿somos inteligentes los venezolanos? ¿Seguiremos siendo tan proclives a los hechizos populistas?

 

 

Nos tropezamos en exceso con la misma piedra. Pero bien lo escribe Elisa Lerner: “la amnesia es una falta de ética”.

 

 

La noticia dice que un grupo de delincuentes asaltó un gimnasio en la Av. Roosevelt con armas largas y una granada. Una granada contra unos hombres haciendo flexiones y sentadillas. ¿Se justifica tal ostentación? ¿Nos toca aceptar que ya las granadas son rutina?

 

 

No se oye la respuesta. Nadie dice nada. El Defensor del Pueblo prefiere “no especular”.

 

 

Las granadas, ¿una moda como alguna vez lo fueron las hombreras o los huevos de codorniz?

 

 

¿Dónde ocurre realmente la guerra?

 

 

Dice Erich Fromm: “uno no debe confiar en que nadie nos salve, sino conocer bien el hecho de que las elecciones erróneas nos hacen incapaces de salvarnos”.

 

 

Uno se pregunta por qué en una crisis donde cada dólar cuenta el presidente de Venezuela se va a Antigua, Barbuda y Granada y desfila regalando computadoras por todo el camino real. Muy loable, muy papá Noel, muy incoherente.

 

 

Uno se pregunta por qué si todos los estudios sentencian que 8 de cada 10 delitos en Caracas se cometen en motos no se aplica una ley que restrinja la circulación de estas parejas letales que han hecho del crimen en dos ruedas el más eficaz y mortal.

 

 

¿Cuál será el destino de los impertinentes? ¿Adónde irán los días gastados en tanto reclamo? ¿Que pasará con todas las cuartillas que exigen una mínima dosis de democracia?

 

 

¿A qué cárcel irán los aficionados a la tolerancia?

 

 

Uno se pregunta por los estudiantes presos, torturados y desaparecidos en el año 2014. Por Franklin Brito y su mortal huelga de hambre. Por la vida de aquel joven que reveló ser violado en la cárcel con un rifle por unos militares. Por los salvajes golpes de un casco propinados a la costurera Marvinia Jiménez por una funcionaria de la “Guardia del Pueblo”. Por el daño causado a la jueza Afiuni. Por el agravio mayúsculo contra Vivas, Forero y Simonovis. Por la cárcel de Ledezma. De Ceballos. Por la estridente sentencia a Leopoldo López. Uno no olvida a los tuiteros presos. A los venezolanos arruinados o en el exilio. ¿Cómo combina todo eso con los derechos humanos?

 

 

Uno se pregunta, con Fernando Savater, por esa otra “oligarquía del estatismo populista y su cárcel ideológica”.

 

 

Uno se pregunta si vale la pena que por una doctrina arcaica un país entero se parta en pedazos.

 

 

¿Por qué no tratar de hacerlo bien y ya? Gobernar: fabricar serenidad. Una buena porción de bienestar. Algunos le dicen progreso.

 

 

¿La revolución acabó con las jerarquías de poder? No. Construyó las suyas. ¿Acabó con las desigualdades? No. Estrenó otras y de pasó inauguró el control sobre los ciudadanos.

 

 

¿La clase media es una raza en extinción?

 

 

Uno se pregunta por la crisis eléctrica, por la frontera convertida en estrategia electoral.

 

 

Y el futuro, ¿realmente lo vamos a alcanzar?, ¿cómo vamos a desmantelar a tanta gente armada?, ¿cómo volver a confiar en el otro?

 

 

Bienvenida la devoción por lo posible.

 

 

Una expedición hacia el coraje, eso necesitamos. La ambición de ser mejores.

 

 

Se impone recuperar la calidad de nuestros sueños.

 

 

¿Cuántos volverán a la hora que toque reconstruir el país? ¿Cuántos estarán a la hora del primer ladrillo?

 

 

Lo único nítido, visible, es la incertidumbre.

 

 

A veces la única explicación es el miedo. El país es una plaza oscura. Un carro que se aproxima. Un hombre que saca un arma. El latido último que te regala la muerte.

 

 

Czeslaw Milosz hablaba del abaratamiento de la vida humana. Eso es lo que nos ha pasado. No menos.

 

 

Uno se pregunta hasta dónde la tristeza.

 

 

Si yo escribo a favor de un país distinto, si me reúno a conversar sobre esta desazón, si me mofo de la retórica y la cursilería, si ejerzo el derecho a pensar, ¿soy un perjuro, un renegado, un tipo sin derecho a patria?

 

 

¿Por qué el único argumento de los espíritus autoritarios es la amenaza?

 

 

La ineptitud gubernamental es una forma de tortura a la sociedad que la padece.

 

 

Chávez conspira, Chávez es un héroe. La oposición conspira, la oposición es un nido de terroristas.

 

 

En las facultades no hay presupuesto. En los laboratorios faltan reactivos. No hay toner para imprimir las guías de estudio. Nos encaminamos hacia el desierto, la indigencia cultural.

 

 

A la revolución le estorba un país que fabrique ideas. Nos quieren anestesiados, lerdos.

 

 

¿Podemos volver a ser un país normal?

 

 

¿Caben más preguntas en esta intoxicación colectiva?

 

 

Caben.

 

 

Pero ya es hora de exigir las respuestas. A ellos. A nosotros.

 

 

A la zozobra.

 

 

El final. ¿Quién lo escribe?

 

 

Tú. Acércate. Ponte de pie. Apura el paso. Vamos a permitirnos ese lujo.

 

 

“Florecimos en un abismo”, dice Rafael Cadenas.

 

 

Leonardo Padrón

Relaciones Peligrosas

Posted on: septiembre 27th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

El país hoy son tantos temas que uno puede quedarse horas en blanco frente a la computadora. Es una matemática rara para un escritor: la suma de peripecias desemboca en un largo silencio. El país es una noticia llena de piedras. Y está eso que ahora es tan difícil: la cotidianidad.

 

 

Ya cualquier martes de nuestra vida tiene rizos épicos. La mantequilla es un tema de conversación. La desaparición del atún. El aumento en 900% del impuesto de salida del país. La frontera como un triste video juego de guerra. Vaya intoxicación.

 

 

Entonces uno decide hojear periódicos extranjeros.

 

 

***

 

 

En el periódico La Vanguardia de Cataluña me topo con una entrevista a Hyeonseo Lee, una corajuda mujer que logró escapar de uno de los distintos nombres que tiene el infierno en la tierra: Corea del Norte. Hyeonseo Lee acaba de publicar un libro titulado La chica de los siete nombres. Es un libro de memorias. ¿A los 34 años? Pues sí, estamos hablando de una mujer que a sus 17 años decidió escapar del oprobio vivido bajo una de las dictaduras más sórdidas de la historia contemporánea. Su libro, publicado en más de 20 países, es también una cruzada hacia la redención personal. Hyeonseo tardó 15 años en sacar a su familia del país. Su testimonio en TED ha sido visto por cuatro millones y medio de personas. Son doce minutos frente al micrófono donde a cada segundo la voz se le rompe más. Termina siendo un hilo de dolor que narra, que lucha contra el olvido.

 

 

En la entrevista de prensa, realizada por Lluís Amiguet, la actual activista deja caer frases que me generaron una resonancia perturbadora. El periodista le pregunta qué fue lo peor de vivir bajo el régimen de los Kim. Dice Hyeonseo: “Lo más humillante para mí es que, para sobrevivir, tienes que hacerte el idiota”. No voy a establecer analogías “perversas”. Pero veo a mi alrededor el silencio de tantos venezolanos ante la sucesiva violación de derechos humanos, el abismo económico, la atroz corruptela de funcionarios públicos y entiendo que en revolución el silencio tiene sus adjetivos: conveniente, cómplice, idiota.

 

 

Perdonen la digresión. Sigamos.

 

 

Nos ilustra Hyeonseo: “La dictadura comunista no acabó con las clases sociales, sólo las sustituyó por las suyas. Instauró el songbun, que clasifica a las familias según su lealtad original al sistema. Si el abuelo fue un revolucionario que luchó junto al Gran Líder, todos sus descendientes serán ya de la casta privilegiada”.

 

 

La que llaman la única dinastía comunista de la historia va por su tercera generación. Primero fue el Gran Líder y Presidente Eterno Kim II Sung, luego el Querido Líder Kim Jong II y en estos años el país está en manos del Brillante Camarada, Gran Sucesor y Líder SupremoKim Jong Un.

 

 

Perdonen el derroche de epítetos. No soy yo. Es la costumbre comunista. Y el asunto familiar, el nepotismo, la sucesión de los hijos (legítimos o artificiales). En Venezuela, por ejemplo, gobiernan “los hijos de Chávez” que, por lo visto, son muchos y se siguen multiplicando póstumamente. También gobiernan las esposas, los hermanos, los compinches. Como en esos restaurantes que lo anuncian con un pequeño cartel en la entrada, en Venezuela se respira un ambiente familiar en los pasillos del poder.

 

 

***

 

 

Otra de las costumbres de los gobiernos autoritarios es la obsesión por los tambores de guerra, la construcción de enemigos (imperiales, vecinales o internos). El puño de hierro necesita ser justificado. Ese puño que Chávez chocaba sin cesar contra su palma derecha. Ese tono que tanto les gusta de malandro con el hierro en el koala. Ese patético video de Maduro “entrenándose” en un gimnasio y azuzando a Uribe para una confrontación.

 

 

Un pequeño detalle con respecto a Corea del Norte: desde el año 2006 posee membrecía en el exclusivo club de las potencias nucleares. Un dato que le da licencia al joven y venático Líder Supremo para desencadenar una tercera guerra mundial cuando le de un ataque de mal humor.

 

 

Alivio. Aquí no hay músculo para tener misiles nucleares. Apenas podemos comprar doce sukhois cuando se cae uno. Se alardea de que somos un País Potencia, pero todavía chapotea en el recuerdo la penosa imagen de los tanques accidentados en camino a la frontera con Colombia en uno de los escarceos bélicos que ha tenido la revolución con el hermano país. Pero igual no se descuide Mr. Danger, bájeme el tono Sr. Guyana y cuidadito con insolencias, compañero Santos.

 

 

***

 

 

Volvamos a la hermosa Hyeonseo Lee. Cuenta ella que logró convencer a su madre y hermano para huir de Corea del Norte y luego de muchas penurias lo lograron. Su hermano casi se regresó. No se adaptaba a la nueva vida: “Para él era más fácil seguir siendo un privilegiado contrabandista en la dictadura que estudiar en la exigente universidad surcoreana”. Siempre es más fácil delinquir que competir, corromperse que esmerarse, bachaquear que estudiar. Hay países latinoamericanos que saben de eso.

 

 

Dice Hyeonseo Lee que durante su infancia pensó que estaba en el mejor país del planeta y le quedó claro que América, Corea del Sur y Japón eran los enemigos. A los 7 años de edad vio la primera ejecución pública y pensó que era normal. (Aquí nuestros hijos ven en los noticieros el relato de las numerosas ejecuciones que realizan los delincuentes cada día y sienten que es normal).

 

 

Cuando Hyeonseo Lee habla sobre el hambre y el miedo en su país deja caer una reflexión inquietante: “Como todos los sufren, duelen menos. Tu sentimiento de felicidad depende de cuán desgraciados veas a los demás. En Corea del Norte el único feliz es el Amado Líder”. Pues aquí no. Faltara más. Aquí también es muy feliz el entorno del Comandante Eterno, la casta de militares, los enchufados y los boliburgueses. En rigor, aquí es feliz el que viva con dólares a 6,30. El resto es una quejumbre.

 

 

Pero tranquilos, hemos pensado en todo, para algo tenemos el Viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo.

 

 

***

 

Por esas aviesas casualidades que te presenta la vida, mientras pienso si vale la pena escribir sobre el turbulento testimonio de una norcoreana que hoy se estrena como escritora, recibo un mensaje por chat de Carlos Flores, Director de Newsweek En Español Venezuela: “¿Sabías que en Baruta funciona la embajada de Corea del Norte?”. Veo con recelo a mi alrededor. De pronto me sentí espiado, como si en mi cerebro hubiera una copiosa fuga de información. Algunos le dicen sincronía. Al instante, me envía la foto de la portada: un sonriente Kim Jong Un que alza su mano derecha con benevolencia mientras la banda presidencial venezolana cruza su hombro izquierdo y un titular que reza “Una arepa para el camarada Kim”.

 

 

Y sí, rastreando el dato veo que en el diario Últimas Noticias del 22 de junio de este 2015 se anuncia la apertura en el país de la embajada de uno de los regímenes más tenebrosos que se conozcan. Hay relaciones que pueden ser peligrosas.

 

 

 

Ingreso al portal de Newsweek (Nwnoticias.com/Venezuela) y leo el reportaje de Odell López Escote. Resulta revelador el intento de acercamiento que tuvo el periodista con la embajada. En la misma nota, nos recuerda lo que le ocurrió a Alí Lameda, un poeta venezolano, comunista inveterado, que fue condenado a veinte años de cárcel por un régimen al que le dedicó —¡oh ironía!— un largo poema de alabanza.

 

 

***

 

 

Alí Lameda es quizás uno de los poetas más comunistas de la literatura venezolana. De la sentencia de veinte años lo salvaron dos presidentes democráticos, Caldera y Carlos Andrés Pérez, quienes mediaron arduamente para reducir su presidio a 7 años. Lameda fue con entusiasmo a trabajar en el país asiático, pero ponerse sincero con su familia —a través de cartas donde cuestionaba ese comunismo que no se parecía al que tenía en su imaginario— le valió 22 kilos menos en el primer año de prisión, un cuerpo lleno de llagas y una risible acusación como agente de la CIA (¿les suena?). Sus amigos cubanos allá presentes refrendaron en juicio público que efectivamente la CIA le depositaba hasta aguinaldo y cesta ticket. La traición es también una ideología.

 

 

Milagros Socorro, en un reportaje del año 2006 en El Nacional, recordó el caso: “Sentenciado a 20 años de trabajos forzados, Alí Lameda fue conducido a una cárcel que quedaba a 3 horas de Pyongyang; y lo arrojaron a una celda de castigo en un campo de prisioneros donde estuvo esposado por 3 semanas y durmió en el piso sin cobija ni ningún tipo de lecho, en temperaturas heladas. Transferido a las edificaciones del campo de prisioneros, fue encerrado en celdas sin calefacción, sufrió congelación de los pies y se le cayeron las uñas (…) Nunca se le permitió ningún tipo de comunicación, ni llegó a recibir una sola carta de sus familiares o amigos. Jamás le permitieron tener un libro ni papel y lápiz para escribir. Y la comida consistía en un tazón de sopa y un poco de arroz al día”.

 

 

Esa cárcel se la regaló al poeta Lameda el abuelo del actual Kim, el primer Kim, tan Amado Líder como el actual. Hoy el socialismo venezolano le permite abrir en Baruta una espaciosa embajada a La República Popular Democrática de Corea, uno de los países más condenados en el mundo por su masiva violación de derechos humanos, mientras les buscamos camorra a nuestros vecinos.

 

 

Hoy un líder político de la oposición está condenado a casi 14 años de presidio en un minúsculo calabozo, sin luz artificial, sin contacto con el exterior y con las visitas seriamente restringidas. Leopoldo López no escribió una carta a su esposa hablando mal de la revolución. Simplemente dijo que este país tenía que cambiar. En voz alta. Su condena es una mancha enorme, indeleble, en el turbio manuscrito de la revolución bolivariana.

 

 

No se trata de relacionar una cosa con la otra. Sería tan peligroso.

 

 

Leonardo Padrón