A veces hay que saber luchar sin miedo aunque en ocasiones pensemos que no hay esperanza
El miedo es del prudente. Tengo el mismo temor que cualquiera a seguir peleando aquí. Muchos se fueron al iniciar la hecatombe y, ahora brotan dudas, en quienes creíamos ser los últimos en apagar la luz. Los presos decapitan a sus compañeros y el Gobierno decide cortar la señal telefónica en Sabaneta después de una masacre y de quién sabe cuántos delitos planificados desde allí. El CICPC dice que sacrificará la vida por rescatarnos de manos del hampa, cuando su misión debería ser procurar que nadie necesite ser rescatado.
Fíjense cómo la situación de Venezuela ha obligado a Cuba a acelerar la apertura para el pueblo y hasta el Papa pide respeto para los homosexuales y habla del aborto. El mundo abre su mente, avanza, transforma los mitos más encriptados y nosotros retrocedemos presurosos. «No salgo de noche», «Como lo que hay», «El dólar siempre está barato». Quienes estamos libres aprendemos a sentirnos cómodos con grilletes y es injusto regalar lo que queda de país a los indolentes.
Tengo meses recorriendo Venezuela y me apena no haber sido testigo antes, de cómo el Orinoco y el Caroní se tocan sin llegar a abrazarse o de cómo Barinas avasalla con tanta sublimidad. Hollywood debería pagar fortunas por filmar en esta llanura y es inmerecido que el mundo prefiera una foto en el de Brooklyn a una frente al puente de Angostura. Empecemos por elegir un alcalde que se digne a iluminarlo y hacer honor a su majestuosidad. Debemos ocuparnos de lo evidente y también de lo profundo. Aún estando en manos de nefastos, Dios nos dio ventaja.
Es fácil concluir que de los siete días que se tomó para crear todo, dedicó la mayoría a nuestros paisajes. Allí es cuando vuelvo a creer que esta sociedad desahuciada puede ser socorrida. Vivimos entre criminales quienes pretenden cegar vidas, pero que murieron por dentro mucho antes. Tienen el alma agónica.
Si perece en ellos el respeto, el poder conmoverse o la capacidad de sentir culpa, expiran al igual que sus víctimas. Nadie se salva en un país sin valores. Ni los inocentes ni los pendencieros. Pero se cree que la vileza triunfa cuando los buenos deciden no hacer nada. Debe existir alguna manera de impedir que el mal siga siendo ejemplo y el bien chanza. Algunos creen que a veces hay que saber luchar sin miedo aunque en ocasiones pensemos que no hay esperanza.
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