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El crimen de las desapariciones forzadas

Posted on: febrero 27th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

La desaparición forzada, que fue tal, aun siendo temporal en el caso de Rocío San Miguel, y la desaparición, en territorio chileno, del teniente venezolano Ronald Ojeda Moreno, revelan con escándalo que el terrorismo de Estado se ha reinstalado en América Latina.

 

 

No exagero. Vuelven por sus fueros prácticas que hasta ayer recreábamos como oscuranas del pasado: que si el nazismo o el fascismo, o el Gulag soviético, o las tenebrosas dictaduras militares del Cono Sur. Con ellas hemos nutrido disertaciones académicas o peroratas en las aulas universitarias en las que hemos enseñado sobre las cuestiones constitucionales o internacionales de derechos humanos. Mas alguno dirá que lo de Rocío es uno más dentro de la pléyade de violaciones que ahora se hace hábito. De allí la reflexión de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal que no hemos de olvidar: “Previamente se procura la supresión de la persona y de su carácter de ser humano, y posteriormente se borra todo rastro o recuerdo de su existencia misma. Por ello, el mal [radical] trasciende la muerte y procura la desaparición de las víctimas del mundo, negándoles, de este modo, la disposición de su propia muerte como cierre del trayecto de una existencia”.

 

 

La relectura de los casos hondureños con los que se inaugura la tutela judicial interamericana de derechos humanos en 1987 reaviva las enseñanzas sobre la desaparición forzada de personas (Velásquez Rodríguez, Frairén Garbi y Solís Corrales, Godínez Cruz). Permite visualizar que lo que vemos distinto, pero sí más perverso. Ayer se hacían desaparecer personas, se las torturaba y asesinaba, se las mantenía ocultas hasta extraerles confesiones, arguyéndose motivos de seguridad nacional. Las dictaduras no se travestían y, al término, como la chilena de Augusto Pinochet o la argentina de Jorge Videla, asumieron sus barrancos y se las condenó por crímenes de lesa humanidad. Hoy se hace lo mismo, pero con cinismo y cobardía inenarrables.

 

 

Los regímenes socialistas imperantes predican exclusiones no resueltas, o deudas sociales pendientes, o revoluciones gastadas que mudan en postulados progresistas, o proponen diálogos para definir qué es o no una democracia o cuál o no el requisito para que existan elecciones libres; y al objeto de liberar a algún desaparecido político que después han encarcelado oficialmente piden a cambio la excarcelación de un corrupto o narcotraficante que les sirve. Al paso, reclaman para sí formas de «justicia transicional».

 

 

En los casos mencionados recordaba la Corte de San José cómo el director de Inteligencia hondureño negaba que las Fuerzas Armadas tuviesen cárceles clandestinas, ya que ese no era su modus operandi sino, más bien, el de los elementos subversivos que las denominan «cárceles del pueblo»; añadiendo que “un servicio de inteligencia no se dedica a la eliminación física o a las desapariciones sino a obtener información y procesarla, para que los órganos de decisión de más alto nivel del país tomen las resoluciones apropiadas”. Ese era el motivo, la razón amoral justificadora de tal práctica sistemática y selectiva de desapariciones por ambos sectores, por razones ideológicas y políticas o simplemente fútiles.

 

 

Creía la Corte que como “técnica destinada a producir no sólo la desaparición misma, momentánea o permanente, de determinadas personas, sino también un estado generalizado de angustia, inseguridad y temor” en la población era relativamente reciente. De donde concluye que “el fenómeno de las desapariciones constituye una forma compleja de violación de los derechos humanos que debe ser comprendida y encarada de una manera integral”, por tratarse de un delito contra la humanidad. La OEA, al estimarlo igualmente agrega que «es una afrenta a la conciencia del hemisferio» (AG/RES.666) y calificaba las desapariciones como «un cruel e inhumano procedimiento con el propósito de evadir la ley, en detrimento de las normas que garantizan la protección contra la detención arbitraria y el derecho a la seguridad e integridad personal» (AG/RES. 742). “Ha implicado con frecuencia –añade la Corte– la ejecución de los detenidos, en secreto y sin fórmula de juicio, seguida del ocultamiento del cadáver con el objeto de borrar toda huella material del crimen y de procurar la impunidad de quienes lo cometieron, lo que significa una brutal violación del derecho a la vida”.

 

 

El solo hecho del aislamiento prolongado y de la incomunicación coactiva, representa, por si fuese poco, un tratamiento cruel e inhumano que lesiona la integridad psíquica y moral de la persona y el derecho de todo detenido a un trato respetuoso de su dignidad. Ninguna actividad del Estado, en suma, puede fundarse sobre el desprecio a la dignidad humana, como lo hacen distintos regímenes que la literatura contemporánea asustadiza llama “autoritarismos electivos” o del siglo XXI.

 

 

Hiela la sangre lo de San Miguel. De modo especial asusta lo ocurrido con el teniente Ojeda Moreno. Un cable de 1978 publicado por El País trae a la memoria que “el norteamericano Michael Townley, que trabajaba para la policía política chilena (DINA) y presuntamente vinculado a la CIA, ha revelado al FBI detalles sobre el atentado en Washington del 21 de septiembre de 1976 que le segó la vida al exministro de Allende, el principal opositor al régimen militar chileno de Augusto Pinochet, Orlando Letelier”. ¿Grupos de asalto venezolanos en tierras australes?, cabe preguntar.

 

 

Que no haya aparecido ante todos nosotros y en clímax teatral este príncipe de los infiernos, hostis humani generis esculpido por la ideología y obra de los manuales diseñados para las policías políticas, sólo prueba que la hora de la normalización de la maldad, cuando resulta difícil discernir entre el bien y el mal, ha llegado. No por azar, en Auschwitz, observando las lápidas de las víctimas del Holocausto, Benedicto XVI interpela a sus oyentes: “Que del lugar del horror surja y crezca una reflexión constructiva, y que recordar ayude a resistir al mal”. Y si vale el silencio, que sea de grito interior en todos: ¿Por qué toleramos esto?

 

 

 Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

La deconstrucción constitucional y Benedicto XVI

Posted on: febrero 19th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Nietzsche creyó, en plena modernidad que, tras el desarrollo de las ciencias y las nacientes estructuras y organizaciones sociales y políticas, en un período conocido como de decadencia del mundo cristiano burgués o de «secularización de la esperanza», sobrevendría “una crisis como no ha habido igual en la tierra… Cuando la verdad entre en conflicto con la mentira de miles de años…”.

 

 

El deterioro actual del valor integrador de los pactos constitucionales de los Estados, mientras cada gobernante reelabora el suyo al arbitrio, o lo reescribe para hacerle decir lo que no dicen al fin de diluir los límites entre la verdad y la mentira: “la mentira política –la legalización de la ilegalidad – como instrumento normal y fisiológico del gobierno”, precisa Piero Calamandrei (1889-1956) en Il fascismo come regime della menzogna, 2014; o la misma experiencia de la libertad, que esta vez cede mientras crecen y son exacerbados – en suerte de paradoja – los derechos humanos como ríos sin cauce natural, desfigurados en su esencia y para responder de modo proselitista al deslave de identidades al detal que se observa y estimula; son, de conjunto, algunos de los síntomas demostrativos de una ruptura epistemológica que pocos alcanzan a comprender. Al desaparecer las solideces culturales e institucionales, que no se reducen a las políticas, al conjunto social se le desintegra y dispersa, se le hace migrante sin arraigo ni raíces hacia sus adentros y hacia afuera, y el lazo de afecto que le sostiene. anclado en el espacio y prorrogado en el tiempo – desaparece. Hoy, se cree, sólo restarían las identidades que a cada uno les ofrece su propio espejo y la percepción sensorial.

 

 

Lo que domina ahora es, lo repito, la liquidez. Es lo inédito. La recoge como idea Joseph Ratzinger para interpelarnos: “Se trata de elegir entre una ciudad «líquida», patria de una cultura marcada cada vez más por lo relativo y lo efímero, y una ciudad que renueva constantemente su belleza bebiendo de las fuentes benéficas del arte, del saber, de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos”, dice a los venecianos, en 2011.

 

 

Es explicable, así, que en cada localidad y en una hora de deslocalización globalizada e instantaneidad acultural, mientras unos bregan para sobrevivir en medio de la incertidumbre, otros, confundidos, quienes no superan o no disciernen sobre el alcance de la deconstrucción en curso, apenas se afanen como indignados en la búsqueda de culpables por las inseguridades presentes; ora por desafiar o negarse estos al «culto de lo efímero» que avanza, y para llevarlos a la hoguera. Entre tanto, otros se dejan arrastrar, anestesiados, por el narcisismo digital y el mundo de los algoritmos, como religión profana de la soledad. Durante la modernidad citada, cuando menos, cada cristiano «privatiza» o reduce a cuestión estrictamente individual su relación con Dios. Esta vez, como en la cueva de Platón, lo hace con su sombra.

 

 

“Existe [para las generaciones del siglo XXI] sólo el hombre en abstracto, que después elige para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se trata de una negación radical de la creaturalidad y la filialidad del hombre, que acaba en una soledad dramática”, dice Benedicto XVI en 2013. Antes, en 2010, expresa lo siguiente “Hoy no pocos jóvenes, aturdidos por las infinitas posibilidades que ofrecen las redes informáticas u otras tecnologías, entablan formas de comunicación que no contribuyen al crecimiento en humanidad, sino que corren el riesgo de aumentar el sentido de soledad y desorientación”.

 

 

El complejo adánico surge, así y lo repetimos, como obra de la amnesia colectiva establecida y dada la reescritura de la historia que se impone. Se le hace creer a cada individuo que, como pequeño dios, puede, además, moldear a su antojo a la naturaleza humana hasta hacerla mutar. De donde se viene trastornando la experiencia vital y cultural de los hombres – varones y mujeres – y cada uno, por ende, se siente libre de poder decidir sin ataduras acerca de su conducta y juzgar su corrección dentro de una realidad que deconstruye a la vez que globaliza en medio de un desierto sin referencias ni astrolabios. Se niegan el sentido del lugar y el valor del tiempo, cabe enfatizarlo. Y a la manera de un Jupiter Tonante, cada uno y cada cual señala con su dedo y al capricho a los malvados de circunstancia. Se le podría llamar a eso, entre los americanos y a riesgo de darle una relevancia que no merece, el «efecto Bukele».

 

 

No es casualidad, lo narran las crónicas de Suetonio, que Augusto pusiese al Tonante como portero al lado del Júpiter Capitolino, como para restarle adoradores a este o discernir sobre quienes o no pueden ingresar a la iglesia, en el 22 a.C. Aquél le impresionó por tener la fuerza para fulminar truenos y rayos, mientras que el Capitolino, a la par que Roma dictaba sus leyes, imperaba en cielos y tierra como “verdadero señor y protector de las ciudades libres”, según lo narra la mitología de Hermann Steuding (1850-1917).

 

 

He aquí, in extensu, una primera enseñanza de papa Ratzinger que nos lega y es apropiada para la reflexión sobre este primer conjunto de aproximaciones o de hechos o fenómenos esbozado:

 

 

“Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aún más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida. Hoy parece que ésta es la única verdad cierta, la única que se puede compartir con otros, la única sobre la que es posible debatir y comprometerse juntos”, refiere en la encíclica que redacta y hace propia para su magisterio Francisco (Lumen Fidei, 25).

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

La banalización democrática

Posted on: febrero 12th, 2024 by Super Confirmado No Comments

A Sebastián Piñera, in memoriam

 

 

Según el informe de la OEA sobre las recientes elecciones en El Salvador, allí se desmanteló al Estado constitucional de Derecho –el vicepresidente reelecto declara que sí, que están eliminando la democracia para forjar “otro modelo”. Y en Venezuela, su dictador, escoge a dedo a su oposición e inhabilita a quien puede derrotarlo democráticamente, María Corina Machado. La Casa Blanca, sin embargo, celebra la reelección de Nayib Bukele, a contravía de la prohibición de reelección vigente y dice ocuparse, en cuanto a Caracas, de “procesos”, no de candidaturas.

 

 

La democracia vive, pues, una importante crisis frente a estas nuevas formas de “dictadura”; ya no con el empoderamiento de dictaduras militares sino bajo democracias de utilería que imponen regímenes de la mentira. Sus jueces le hacen decir a la ley lo que no dice, condenan a inocentes, exculpan a criminales que se asocian al poder, legalizan la ilegalidad.

 

 

Atrás queda la enseñanza de la Corte Interamericana, a cuyo tenor, “para favorecer sus excesos, las tiranías clásicas que abrumaron a muchos países de nuestro hemisferio invocaron motivos de seguridad nacional, soberanía, paz pública. Y con ese razonamiento escribieron su capítulo en la historia… Otras formas de autoritarismo, más de esta hora, invocan la seguridad pública, la lucha contra la delincuencia (o la pobreza), para imponer restricciones a los derechos y justificar el menoscabo de la libertad”.

 

Así, en medio de la anomia social y la desvalorización del Estado de Derecho, avanzan otras formas políticas que imponen sus códigos y decisiones unilaterales a fin de resolver sobre asuntos cotidianos, separados de la Constitución. Y contando, además, con el recurso de las plataformas digitales, sus redes y la misma Inteligencia Artificial, imponen sus narrativas de deconstrucción al mundo de los sentidos con avieso desprecio de la razón, es decir, de la libertad.

 

 

Las dictaduras forjadas de tal modo y sobre las indicadas premisas, como lo dicta la experiencia, son los nichos propicios y a disposición de corrupción y la criminalidad globalizada que, en simbiosis con la política, usan como instrumentos de esta y para la lucha por el poder todo medio, incluido el sicariato. Ecuador y Fernando Villavicencio son emblemas protuberantes y recientes.

 

 

En línea con los textos de Antonio Gramsci estas rupturas constitucionales y las iguales rupturas con las tradiciones culturales judeocristianas que se observan a ambos lados del Atlántico son consistentes. Se hacen avanzar las disoluciones de lo social, dándole cabida a lo plurinacional, a las autonomías o “autono-suyas” y a las identidades de género u origen racial, explotadas por un pensamiento que se dice neomarxista y que se apalanca sobre la revolución tecnológica. Entretanto, los “narcisos digitales” desmontan las bases del Estado moderno y sus raíces democráticas representativas, para hacerse de Señoríos neo medievales y a perpetuidad.

 

“La revolución de Gramsci –cabe recordarlo– es entendida como un proceso que es precedido por un cambio en las ideas dominantes (la nueva hegemonía cultural) … [Es] por lo tanto superadora del jacobinismo, como corriente de pensamiento que busca imponerlas desde arriba, desde la ocupación del poder por parte de una minoría iluminada”, explica Juan Pedro Arosena (Gramsci, su influencia en Uruguay, 2022). Y citando al sociólogo neogramsciano argentino J. C. Portantiero observa que “«hegemonía» tiene tantas (o más) potencialidades totalitarias que «dictadura»”; de donde refiere que el propio Gramsci critica a los socialistas haciéndoles ver que es un error creer en la perpetuidad de las instituciones democráticas y la necesidad de respetar sus fundamentos – para modificarlas desde adentro, como lo cree el “cretinismo parlamentario”.

 

 

En Gramsci “la conquista del Estado equivale a la creación de un nuevo tipo de Estado”, de allí las constituyentes y, aún más, la apelación al uso ambiguo de los conceptos constitucionales y democráticos, como “profundización democrática, radicalización de la democracia o reformas democráticas radicales”, que no son otra cosa, según Arosena, que “un camuflaje semántico que trata de esconder el tránsito hacia un gobierno autoritario que todo marxista persigue en última instancia y que es algo que alcanza también a los autores posmarxistas y neogramscianos de nuestros días”.

 

 

En suma, mientras unos apuestan a la reducción del Estado como Javier Milei en Argentina, otros impulsan su macrocefalia, como los integrantes del Grupo de Puebla, sin persuadirse ni uno ni otros que la desaparición de los fundamentos históricos e intelectuales de la organización social y política y para la administración de reglas compartidas cultural y políticamente, elaboradas sobre la experiencia temporal y localizadas, al cabo conspira contra las mismas bases existenciales del Estado moderno, sea liberal o autoritario. Están siendo aislados, como se constata, ante la avalancha de las realidades virtual e instantánea, generadas por la tercera y la cuarta revoluciones industriales, es decir, por la gobernanza global.

 

 

Joseph Aloisius Ratzinger, Papa Emérito recién fallecido, no fue ajeno a lo inevitable de la reforma del Estado contemporáneo, pero la sitúa en su adecuado contexto, sin demeritarlo. “En nuestra época, dice, el Estado se encuentra con el deber de afrontar las limitaciones que pone a su soberanía el nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional, caracterizado también por una creciente movilidad de los capitales financieros y los medios de producción materiales e inmateriales. Este nuevo contexto ha modificado el poder político de los Estados”, explica.

 

 

“Hoy, aprendiendo también la lección que proviene de la crisis económica actual, en la que los poderes públicos del Estado se ven llamados directamente a corregir errores y disfunciones, parece más realista una renovada valoración de su papel y de su poder, que han de ser sabiamente reexaminados y revalorizados, de modo que sean capaces de afrontar los desafíos del mundo actual, incluso con nuevas modalidades de ejercerlos. Con un papel mejor ponderado de los poderes públicos, es previsible que se fortalezcan las nuevas formas de participación en la política nacional e internacional que tienen lugar a través de la actuación de las organizaciones de la sociedad civil”, finaliza.

 

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

Petro, Pastrana y la prensa de Colombia

Posted on: febrero 5th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

 

Los venezolanos venimos del futuro. Ver y observar lo que, más allá de las incidencias, se cuece en el fondo y mueve las placas tectónicas de un revisionismo marxista de factura gramsciana orientado a destruir de raíz las democracias en el continente, nos angustia, por lo dicho. Venimos del futuro y ayer, ingenuos, afirmábamos que Venezuela no era Cuba. Ya frisamos casi tres décadas, bajo la tutela de La Habana y la guerrilla colombiana, que son destructivas –no dicen qué pasará luego de la destrucción, observaba Joseph Ratzinger mirando a los comunistas rusos y sus falacias– si bien estas responden hoy a otra metodología o estrategia más ajustada al consejo del intelectual italiano que se separa del jacobinismo marxista.

 

 

En cuanto a la fórmula, Antonio Gramsci propone la ambigüedad discursiva, a saber, no atacar la democracia sino exacerbarla hasta reventarla en su naturaleza y desde adentro – radicalización de la democracia, profundización democrática, reforma democrática radical, son los ejemplos– a fin de vaciarla de estricto contenido; “un camuflaje semántico”, lo recuerda J.P. Arosena, para, sobre el mismo, pavimentar el gobierno autoritario.

 

 

Cuál fue la estrategia venezolana, que veo repetirse al calco en Colombia: a) Control de los jueces, para que le hagan decir a la ley lo que no dice y sentencien a favor del progresismo revolucionario siglo XXI, en émulo del añejo fascismo mussoliniano; b) parcelar a las fuerzas militares y policiales, trastornando a su pirámide institucional, homologando a los subalternos con los superiores, asignándoles tareas distintas a las propias para corromperles con la gestión de la economía y los servicios, al cabo, sin disciplina ni subordinación institucional posible, castrar cualquier reacción suya que haga peligrar a la dictadura; en fin, c) avanzar hacia una hegemonía comunicacional, que permita instalar narrativas deconstructivas de lo político, de lo social y de lo cultural. Y es esto, al término, lo más importante.

 

 

El poder real en el siglo XXI es el de la información y su colocación instantánea. De allí que, en Venezuela, Hugo Chávez, nunca se ocupó, realmente, de perseguir a partidos y políticos tradicionales. Sabía, al igual que la opinión – a la que condiciona haciéndole ver que éstos son los responsables del presente de frustraciones – que unos y otros – la casta, la denominan Milei y Bukele – son un “parque jurásico”. Vetustos, les califica Jorge Rodríguez desde Caracas.

 

 

Los medios, las redes, la opinión, aquí sí, son las joyas de la corona en la sociedad global de la gobernanza digital. De allí que, la táctica diseñada para doblegar a editores y periodistas, con ello a la prensa, la radio y la televisión tradicionales, haya sido, en primer lugar, descalificar a los periodistas, como asalariados de explotadores; crear leyes de censura de contenidos –con fines “democratizadores”– y para que el Estado cope, progresivamente, el espectro radioeléctrico; judicializar a los editores, golpeándolos por los costados con el aparato fiscal y confiscando las fuentes económicas de que dispongan –control del papel e insumos, juicios por lavados de dinero, compras por “terceros” controlados del medio que incomoda; siembra de robots para la vigilancia y el choque de mensajes dentro de las redes; al término, juicios por calumnia contra el Estado, sus instituciones y funcionarios, con sanciones patrimoniales confiscatorias y el anuncio –lo hizo Diosdado Cabello en Venezuela– de que tales dineros serán destinados a fines sociales y benéficos.

 

 

Venezuela no tiene libertad de expresión real y efectiva, que es la columna vertebral de la experiencia de la democracia; y si alguien dice u opina o ejerce su derecho a réplica, su capacidad comunicacional es ahora proporcionalmente inversa a la hegemonía establecida por el Estado despótico. No queda en pie prensa independiente alguna y los portales, no encuentran quienes se atrevan a financiarlos u ofrecerles publicidad, o se han vuelto, con audiencias parceladas, instrumentos para el diálogo político entre sordos o el ejercicio del narcisismo digital, o se autocensuran.

 

 

Que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, se querelle contra el expresidente colombiano, Andrés Pastrana, por una cuestión –los vínculos con el narcotráfico y sus financiamientos– que quienes la destapan son sus colaboradores más cercanos, Laura Sarabia, su jefe de gabinete, y el embajador en Caracas,Armando Benedetti, arrastrando al mismo hijo de Petro, no es lo relevante. Algunos lo verán como un asunto de Pastrana, por asomado y por disparar desde la cintura, para sostener su lucha opositora. Pero obvian lo que es de gravedad suma y puede llevar a Colombia al calco del infierno venezolano. Nadie se salva.

 

 

La enseñanza de la Corte Interamericana de Derechos Humanos –que benefició al inhabilitado gobernante neogranadino y quien permanece en silencio tras la inhabilitación de María Corina Machado por su par venezolano– cabe la lean con cuidado políticos y periodistas, antes de que sea tarde: La libertad de expresión “no sólo debe garantizarse en lo que respecta a la difusión de información o ideas que son recibidas favorablemente o consideradas como inofensivas o indiferentes, sino también en lo que toca a las que ofenden, resultan ingratas o perturban al Estado o a cualquier sector de la población. Tales son las demandas del pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin las cuales no existe una sociedad democrática. […]”.

 

 

“Sin una efectiva libertad de expresión, materializada en todos sus términos, la democracia se desvanece, el pluralismo y la tolerancia empiezan a quebrantarse, los mecanismos de control y denuncia ciudadana se empiezan a tornar inoperantes y, en definitiva, se crea el campo fértil para que sistemas autoritarios se arraiguen en la sociedad”, precisa la misma Corte en los Casos Canese y de Herrera Ulloa, en 2004.

 

 

No deberían olvidar ni Petro ni la prensa colombiana ni sus políticos, en suma, que cuando todo ciudadano señala, acusa, denuncia, tal como lo dice la jurisprudencia de la misma Corte en el Caso Mariripán contra Colombia, de 2005, “la búsqueda efectiva de la verdad le corresponde al Estado”. Su jefatura, por cierto, la ejerce el presidente querellante.

 

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

A los que la presente vieren, ¡salud! 

Posted on: enero 31st, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Frustrada la intención de una candidatura presidencial única – reclamada por los comunistas – los partidos fundamentales se entregan en 1958 a la tarea de escoger sus propios candidatos. A inicios de octubre, Luis Miquilena, en nombre de URD le anuncia al país la aceptación por Wolfgang Larrazábal de su candidatura presidencial. Acto seguido Copei proclama como candidato a Rafael Caldera, y luego AD, arguyendo la insistencia en candidaturas propias, señala que tendrá como candidato a uno de sus militantes: Rómulo Betancourt, designado por acuerdo del Comité Nacional de su partido realizado los días 11 y 12 de octubre.

 

 

Los partidos en cuestión, conscientes de la delicada situación nacional y de los desafíos graves que le esperaban al país, deciden avenirse en un “pacto de unidad” suscrito el 31 de octubre y que en lo sucesivo se le conocerá como el Pacto de Puntofijo, nombre de la residencia de Rafael Caldera, situada en Las Delicias de Sabana Grande. El mismo implicaba el compromiso para la defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al resultado electoral, el establecimiento de un gobierno de unidad nacional, y la ejecución de un programa mínimo común a ser ejecutado por el candidato que resulte electo en los comicios de diciembre. “El mantenimiento de la tregua política y la convivencia unitaria de las organizaciones democráticas” se afirma luego – en apéndice al Pacto que suscriben los candidatos el 6 de diciembre de 1958 y que incluye el programa mínimo común – como necesaria hasta el afianzamiento y permanencia de las instituciones republicanas.

 

 

El documento de octubre, que lleva las firmas de Jóvito Villalba, Ignacio Luis Arcaya y Manuel López Rivas, por URD; de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Gonzalo Barrios, por AD; y de Rafael Caldera, Pedro del Corral y Lorenzo Fernández, por Copei, no cuenta con la adhesión del Partido Comunista, quien luego respalda públicamente los “puntos positivos” del Pacto, pero haciendo constar que seguiría “luchando por una candidatura de unidad extra partido, [por lo que] mal puede suscribir acuerdos contrarios a esta justa aspiración popular”.

 

 

Larrazábal entrega la Presidencia de la Junta de Gobierno a Edgar Sanabria el 14 de noviembre, y al día siguiente inscribe su candidatura en el Consejo Supremo Electoral, luego de que lo hicieran, sucesivamente, Rafael Caldera, con 42 años, y Rómulo Betancourt, de 50 años. Larrazábal tiene para el momento 47 años, y días después recibe el apoyo electoral de los comunistas no sin advertir: “No soy comunista ni tengo relación política de ninguna especie con las teorías comunistas”.

 

 

Mientras ello ocurre, reunido Sanabria en su casa para celebrar su designación como nuevo gobernante interino hasta que asuma el gobierno que decidan las urnas electorales, un último movimiento subversivo queda al descubierto y es controlado, teniendo por cabecilla al coronel Héctor D’Lima Polanco, jefe de la Oficina Técnica del Ministerio de la Defensa,  y del que participan el capitán Ramírez Gómez y los tenientes Américo Serritiello, José María Galavis Cardier, Enrique José Olaizola Rodríguez y Alberto Ruiz González.

 

 

Sanabria, caraqueño, hijo de Jesús Sanabria Bruzual y de Teresa Arcia, formado por los Padres Franceses y el Instituto San Pablo, egresó como bachiller en 1928 del Liceo Caracas y más tarde como doctor en Ciencias Políticas, en 1935, alcanzando a titularse incluso como maestro normalista. Inicia su actividad pública durante los gobiernos de López Contreras y Medina, fungiendo ora como cónsul general en Nueva York, ora como Consultor Jurídico de la misma Cancillería o de los despachos de Hacienda y de Fomento, y más tarde, luego de su breve presidencia, será embajador con distintos destinos y casi a perpetuidad: pero alguna vez la chismografía popular le atribuye haber osado sentarse en la silla del Papa cuando fue Embajador de la República ante el Vaticano. Sea lo que fuere, el neo presidente de la Junta centra su vida en la docencia universitaria y en la academia, quedando marcado por las mismas y alcanzando, por mérito propio, ser Individuo de Número de las academias Venezolana de la Lengua (1939), de Ciencias Políticas y Sociales (1946) y de la Historia (1963).

 

 

Edgard Sanabria, de suyo, es en buena lid el primer gobernante de la República Civil y con tal sentido ejerce su breve pero fructífero gobierno.

 

 

“Al descender del poder, una de las mayores satisfacciones que, como profesor universitario, puedo experimentar, es la de que mis discípulos comprueben que no he traicionado mis prédicas, ni como ciudadano ni como gobernante. Aquí estamos destruyendo el mito de que, al frente de los destinos del pueblo venezolano, maestros y universitarios no podrían jamás concluir en paz su mandato. Me siento orgulloso de que, habiéndose respetado con dignidad al poder militar, me haya cabido la honra de reivindicar a José María Vargas, y junto con él, a la majestad augusta del poder civil”, reza su alocución pronunciada en el acto de transmisión de poderes a Rómulo Betancourt en 1959.

 

 

En propiedad, sobre la base incluso de la experiencia o de la simbiosis cívico-militar provocada por los acontecimientos que llegaron a cristalizar en el señalado “espíritu del 23 de enero”, Sanabria, en efecto, es quien desanda la madeja que impedía la relación constructiva entre los militares y el sector civil venezolano: determinante de todo ese complejo proceso de transición –la estira y encoge entre políticos y los hombres de uniforme, para decirlo de algún modo– que se da entre 1936 y 1958.

 

 

“Comenzamos a eliminar la desconfianza absurda por culpa de la cual se miraban como adversarios el civil lleno de presagios y el militar inficionado de prejuicios”, ajusta el presidente interino, catedrático romanista quien supo entender a cabalidad su rol en la transición hacia la república civil y de partidos. Inició su perorata del 31 de diciembre de 1958, al despedir el año, con inolvidable frase medieval e hispana: A los que la presente vieren, ¡salud!

 

 

 Asdrúbal Aguiar 

correoaustral@gmail.com

Se quiebran los fundamentos de la democracia

Posted on: enero 22nd, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

 

Así como las Torres Gemelas, sitas en la isla de Manhattan, devinieron en símbolo del capitalismo financiero mundial, nadie duda de que la asediada Roma vaticana ha sido, a lo largo de los siglos, el convento en el que se cuidaba con mayor celo el patrimonio moral e intelectual de Occidente, el judeocristiano y su tamización grecolatina.

 

Que a raíz del «quiebre epocal» de 1989 aquellas fuesen destruidas en 2001 por el terrorismo deslocalizado y globalista, o que los causahabientes del socialismo comunista se pusiesen al servicio de este para, desde entonces, deconstruir a nuestras sociedades fracturándoles sus raíces y dividiendo a sus gentes por identidades al detal; acabar con los símbolos de la civilización cristiana que las amalgama a nombre de la tolerancia; o negarle a los pueblos americanos su memoria mixturada –forjada por las migraciones que suceden a la asiática originaria, en un ir y venir de centurias dentro del gran mediterráneo en el que se transformara el Atlántico con los grandes descubrimientos– revela la profundidad de la cuestión que hoy nos aqueja.

 

 

 

Me refiero, no solo a los venezolanos o a los nicaragüenses, o bien a los cubanos, sino, en idéntica línea de argumentación a todos los hispanos y sobre todo a los anglos norteamericanos, junto a sus manifestaciones en los ámbitos de la cultura y de la política, que parecen estar muertas.

 

 

 

Incluyo dentro de estas al deterioro del valor integrador del pacto constitucional, mientras cada uno reelabora el suyo al arbitrio, o lo reescribe para hacerle decir lo que no dice; o a la misma experiencia de la libertad, que cede mientras crecen y, paradójicamente, son exacerbados los derechos humanos como ríos sin cauce natural, desfigurados en su esencia, sin que existan garantías efectivas, por ausencia de solideces institucionales.

 

 

 

Domina la liquidez, en efecto. Lo ha dicho Zygmunt Bauman y lo recoge Joseph Ratzinger: “Se trata de elegir entre una ciudad «líquida», patria de una cultura marcada cada vez más por lo relativo y lo efímero, y una ciudad que renueva constantemente su belleza bebiendo de las fuentes benéficas del arte, del saber, de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos”, arguye ante los venecianos, en 2011.

 

 

 

Es explicable que, en cada localidad y en una hora de deslocalización globalizada e instantaneidad acultural, mientras unos bregan para sobrevivir en la incertidumbre, otros, confundidos, quienes no superan o entienden el alcance de la ruptura epistemológica en curso, sólo se afanan en la búsqueda de culpables para llevarlos a la hoguera o se dejan arrastrar, anestesiados, por el narcisismo digital y su religión «dataísta».

 

 

 

El complejo adánico les hace creer que, como pequeños dioses, pueden moldear a su antojo a la naturaleza humana hasta hacerla mutar, trastornando la experiencia vital y cultural de los hombres –varones y mujeres– o, que cuentan con el poder para decidir sin ataduras acerca del «mal» dentro de una globalización que deconstruye, determinándolo, y para extirpar, a la manera de Júpiter Tonante, a los malvados. Le llamo el «efecto Bukele».

 

 

 

No es casualidad, lo narran las crónicas de Suetonio, que Augusto puso a este como portero, al lado del Júpiter Capitolino, como para restarle adoradores y discernir sobre quienes o no pueden ingresar a la iglesia, en el 22 a.C. El Tonante le impresionó por tener la fuerza para fulminar truenos y rayos, mientras que el Capitolino, a la par que Roma dictaba sus leyes, imperaba en cielos y tierra como “verdadero señor y protector de las ciudades libres”, según la mitología de Steuding.

 

 

 

Pero las cosas que advertimos hasta aquí y de ser como se dice que son, sólo revelarían la reedición contemporánea de un debate actuante desde mediados del siglo XX, o similar al que ocurriera durante la Ilustración y las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX. Según su tenor la objetividad adquiere certidumbre únicamente en el tribunal de la subjetividad; sea porque cada uno de nosotros recibe pasivamente al objeto y a partir del mismo se forma en el intelecto su criterio, sea porque median ideas previas y universales en nosotros, que nos ayudan a mejor captar y discernir sobre la naturaleza objetiva, la denominada Pacha Mama o Madre Tierra.

 

 

 

Lo cierto es que, por el camino en el que van las cosas, el mismo hombre –varón o mujer– está dejando de ser y de ser persona. Se despersonaliza en el siglo XXI. Se le reduce a dato inerme que sirve a los algoritmos digitales y la inteligencia artificial, o a pieza o parte de una Creación sujeta a leyes evolutivas, donde todo nace, evoluciona y muere –como en la anacyclosis griega– y dentro de cuya realidad objetiva, al término, cada uno y todos nos metabolizaremos: “Polvo eres…”.

 

 

 

No es azar que esa «soledad digital» que de suyo procura el andamiaje inteligente silenciando las voces biológicas e inutilizando al lenguaje, sujete a los sentidos de cada ser humano u hombre Twitter o X a fin de cercenarle como lo hace la autonomía de la razón, en un recorrido que conduce hacia la nada. No más la ética de la razón kantiana, tampoco el superhombre de Nietzsche, que da por desaparecido al Dios cristiano. Al mejor estilo sartreano y visto que el hombre no tendría nada prefijado, “ni verdades, ni valores, ni mundo, ni Dios”, creyendo abandonarse a una libertad sin cauces se le hace insoportable y es su perdición.

 

 

 

En ejercicio del papado como Benedicto XVI, en 2007, con presciencia y antes del paulatino «distanciamiento social» que se le impone a las poblaciones de matriz occidental y cristiana a partir de 2019, advirtió y acertó Ratzinger al señalar que: “Si, por un trágico oscurecimiento de la conciencia colectiva, el escepticismo y el relativismo ético llegaran a cancelar los principios fundamentales de la ley moral natural, el mismo ordenamiento democrático quedaría radicalmente herido en sus fundamentos.” Es lo que presenciamos y no deja de sorprendernos.

 

 

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

Ecuador y la cuestión del mal

Posted on: enero 15th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Tres imágenes nos imponen a todos «discernir», más allá que de buenas a primeras susciten condicionamientos que abrumen, nublen el entendimiento; pues si así fuese, restaríamos en un mundo sin norte. El asalto por el narcoterrorismo a la nación ecuatoriana ha concitado la unidad nominal de su sector político parlamentario. Ninguno quiere verse retratado, ni siquiera Rafael Correa, al lado del «mal de la maldad»; y perdónenme los positivistas lógicos este giro. El presidente Daniel Noboa ha dictado un estado de conmoción interior.

 

 

A buen seguro que la izquierda progresista, agazapada, medra esperando que la acción militar de restablecimiento de la seguridad desborde, a fin de romper la unidad y señalar que la maldad misma reside en la fuerza pública. ¿O no es esto lo que sucedió bajo el gobierno colombiano de Iván Duque o el dilema que hoy plantean las cuestiones de Ucrania e Israel, cambiando lo cambiable?

 

 

Mas no es de desestimar, en igual orden, que las víctimas de los terroristas de la droga –el pueblo en su conjunto– animadas por el miedo, la rabia, el dolor naturalmente exacerbado, aspiren a que en Quito insurja otro Nayib Bukele. Noboa, por lo pronto, sabe de los límites de la ley y de la razón apegada a la lógica trascendental del espacio y del tiempo, mientras que Bukele concentra la suma total del poder –mando, dictado de la ley, aplicación de la justicia– al punto de ser quien determina, sobre todo y por todos, cuál es el foco de la maldad y la acción para su desarraigo.

 

 

La fórmula que resolvería el entuerto la ofrece, con talante zorruno, a la manera del Reineke de Goethe, el progresista y muy deconstructivo Gustavo Petro, presidente de Colombia. Sugiere legalizar a la criminalidad, borrar los artículos de los códigos penales que señalan conductas prohibidas y son fuentes del conflicto. Todo vale, nada es malo ni bueno, Dios ha muerto reiteraría Nietzsche, cuya obra, al cabo, pesa más en el ánimo del progresismo globalista que las enseñanzas de Antonio Gramsci, dirigidas a destruir las raíces culturales de Occidente; al paso, dejan a Marx en el desván de lo desechable. “La vida es voluntad del poder”, nada más, agregaría el primero. Gramsci ajustaría que, con la mentira a la mano, legalizando la ilegalidad, tal como lo denuncia Piero Calamandrei apuntando al fascismo.

 

 

Por si fuese poco, desde la misma Roma –referente del patrimonio intelectual judeocristiano– nos llegan noticias de nuevos sacerdotes excomulgados por desafiar al papado; acerca de la orden de remover el escudo de papa Ratzinger –guardián de la fe desde el papado de Juan Pablo II, quien acelera el derrumbe del comunismo– en las casullas del Vaticano; la imposición de castigo «salarial» a un cardenal y la destitución de un arzobispo, ambos norteamericanos, ¿disidentes, conservadores?; y la reacción de los obispos africanos contra el pedido papal de bendiciones a las parejas homosexuales, dado que rompe de raíz con la concepción tradicional que de la familia se tiene en África.

 

 

¿Presenciamos una resurrección del tiempo que siguiese a la caída del Imperio romano, como lo pretende el «neomedioevo» milenarista?: “Nos acompaña, una advertencia y una amenaza, un recordatorio permanente de la posibilidad de un Holocausto, y nos dice que estemos atentos, para poder identificar al Anticristo cuando llama a la puerta, incluso de civil, o ¿con uniforme militar»?, dice Umberto Eco. Pero el deconstructivismo medieval – como ocurre en el mundo de la arquitectura que abandona al constructivismo – se sostuvo sobre una columna, oculta, sí, la del cristianismo. Los conventos salvaban las enseñanzas clásicas, palancas para el renacimiento.

 

 

Los occidentales contemporáneos cultivamos la dispersión y celebramos la pulverización de lo social y lo político, empujados por la gobernanza digital sustitutiva, en el marco de un deconstructivismo sin columnas, de culto al relativismo, de narcisismos y virtualidades, de disfrute sensorial de la instantaneidad deslocalizada; esa misma que desprecia el traslado de las enseñanzas intergeneracionales y en cada lugar, bajo el mito del adanismo. “Prometeo – negado en esta hora nona – roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego […] y se la ofrece, así, como regalo al hombre”, escribe Platón.

 

 

He aquí lo central. Al tiempo bíblico y sus leyes universales, las del Decálogo, fuente de todas las religiones monoteístas y de los universales de la decencia humana, las inaugura el discernimiento entre el bien y la maldad. El retorno profano dentro de un mundo sin Dios, de paraísos y de dioses al detal sembrados por el mismo hombre sobre la Madre Tierra, pretende indicarnos que el nuevo absoluto, obligante para todos y a la fuerza, que conjura a la Causa de las causas y a la propia Chispa de Dios que justifica y explica a toda existencia, es la inutilidad del discernimiento. Entiende a la historia como aporía o crónica de los fracasos del hombre. Al paternalismo lo presenta como desviación de la conciencia, ya que todo nace y todo se extingue – si se nace o se aborta o se muere a destiempo – a discreción de cada uno, sujeto al ‘arbitrio arbitrario’ de cada voluntad. Todo estaría por hacerse.

 

 

Legándonos su ejemplaridad, Benedicto XVI les habla a los musulmanes en Alemania – ¿evocando la experiencia medieval?– para indicarles que “la Constitución redactada en la entonces República Federal Alemana en la posguerra –fundada sobre la dignidad de lo humano– es lo suficientemente sólida como para adaptarse a una sociedad plural en un mundo globalizado”. Antes, a los senadores italianos, como Cardenal, les observa alarmado que “Occidente siente un odio por sí mismo que es extraño y que sólo puede considerarse como algo patológico; Occidente sí intenta laudablemente abrirse, lleno de comprensión a valores externos, pero ya no se ama a sí mismo; sólo ve de su propia historia lo que es censurable y destructivo, al tiempo que no es capaz de percibir lo que es grande y puro”.

 

 

Asdrúbal Aguiar 

correoaustral@gmail.com

Sin humanidad no hay diálogo posible

Posted on: enero 8th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Transcurrido el movimiento de las placas tectónicas ocurrido en la cultura de Occidente suscitando su deconstrucción o revisionismo; en ese amplio arco que, partiendo desde 1989, nos conecta con el Oriente al abrirse la puerta de Brandemburgo y cuyo cierre podemos situar en 2019, cuando la pandemia china nos envuelve a todos como un prólogo a las guerras icónicas que le han seguido –Ucrania e Israel– es llegado el tiempo del pensar profundo. Hemos de preguntarnos hacia dónde vamos.

 

 

Habiendo dado por muerto a Dios como eje cultural y no meramente religioso, que acota nuestros comportamientos familiares, comunitarios, sociales, y de suyo después de abrirle espacios generosos al culto de relativismo en la verdad de lo humano, ¿marchamos hacia el imperio del poder por sobre la razón que ilumina caminos? ¿Creemos, en verdad, que ese poder será de arbitrio propio, como lo fue en los períodos anteriores de nuestra historia?

 

 

No avanzaré sobre las consideraciones que mejor explico en dos libros (El viaje moderno llega a su final, 2021, y El «quiebre epocal» y la conciencia de nación, 2023) escritos por mí al término de ese tiempo agonal de tres décadas –1989 a 2019– que siguen a las tres precedentes –1959 a 1989– que nos hablaban, a los venezolanos, del nacimiento de nuestra experiencia democrática civil y, al Occidente, de la primera nave que viaja al espacio y abandona la influencia gravitacional de la tierra.

 

 

Me refiero a la emergencia indetenible de la gobernanza digital y el avance cuántico de la Inteligencia Artificial. No conocen de espacios ni de tiempo, menos los valoran pues en ellas todo es virtualidad e instantaneidad y procuran la experiencia de un culto novedoso: el dataísmo, fundado sobre el dios profano de lo sensorial. Sus algoritmos aprisionan nuestra experiencia animal para disponerla bajo su arbitrio, con omisión plena del alma.

 

 

Por la otra, quienes se deshacen de la ciencia que se niega a la fe y se aferran a las leyes matemáticas de la evolución, igualmente bregan por la subordinación de lo humano al culto de la Madre Tierra, aferrados a la idea de la anakyklosis–todo nace, todo evoluciona, todo muere– que al término nos mixturará dentro del orden invariable de la naturaleza.

 

 

Antes de verse declarada la muerte del Dios judeocristiano para sostenerse ahora el advenimiento del Deus ex machina –el Dios que baja de la máquina, para los antiguos griegos– Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger abordan el debate entre la razón y la fe, ambas de suyo enterradas por la Inteligencia Artificial. El último –muere entristecido con lo mundano dentro del Vaticano y como Papa emérito, según las redes– arguye como posible alcanzar un universal en medio de la dispersión global, una correlación polifónica entre las culturas que sostenga cuando menos a las leyes totalizantes de la decencia y del género humano, constantes en el Decálogo, cuyas tablas destruye Moisés.

 

 

Cree el entonces cardenal en la posibilidad de “que ellas se abran a sí mismas [tales culturas] a la esencial complementariedad de razón y fe, de suerte que pueda ponerse en marcha un universal proceso de purificaciones en el que finalmente los valores y normas conocidos de alguna manera o barruntados por todos los hombres lleguen a recobrar una nueva capacidad de iluminación; de modo que se conviertan en la fuerza eficaz para la humanidad y de esa forma puedan contribuir a integrar el mundo”.

 

 

Lo cierto y constatable es que el saldo inmediato parece ser otro. Su clave emerge de lo elemental, según lo veo. No es que haya muerto Dios, como lo señalara Nietzsche en Así habló Zaratustra, sino que, por lo demás, muere el ser humano como su imagen y, dentro de la cultura judeocristiana, se desvanecen el carácter eminente de su igual dignidad y, en especial, su intimidad. El Yo desaparece al hacerse mero dato de los algoritmos, o al metabolizarse dentro del conjunto de los elementos de la Pachamama.

 

 

Así se explica, no de otra manera, que la primera pérdida advertida desde el instante en que toman fuerza la tercera y la cuarta revoluciones industriales, comenzando por la digital, haya sido la de los espacios de la intimidad, la llamada vida privada o del yo personal y familiar. Han cedido, sea ante la ciencia posmoderna y el narcisismo digital que los vuelve cosa pública, sea, en otro plano, para quienes, todavía creyendo en el Leviatán o en el Estado que resume en sí a todo lo humano que medre y respire, sostienen que nada fuera de él puede existir. Y he aquí, por ende, las sinrazones del quiebre o la ruptura epistemológica que hoy presenciamos.

 

 

En el mundo occidental, su civilización ancló primero en el ámbito de lo religioso como dimensión personal y de la intimidad, luego se hizo moralidad en lo social. “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti” predica la Torá o “amarás a tu prójimo como a ti mismo” reza la enseñanza evangélica. Son expresiones unitarias de una misma cultura. Pero cabría, no obstante, una interpretación utilitaria de la perspectiva judaica, como el “ganarse al otro”, que luego matiza el cristianismo y se hace mandamiento moral, al precisar que el amar ha de nacer primero en el corazón, en la intimidad del propio ser humano.

 

 

La centralidad de lo cultural religioso en Occidente reside, pues, en la idea del “amor interhumano” y es así como “el verdadero orden en las relaciones interhumanas no es un arreglo artificial impuesto por jefes a un rebaño de esclavos: sólo sería su caricatura”, dice René Coste. La paz, la que hemos perdido, es en suma acuerdo entre corazones; sólo posible cuando, luego afirmarnos en lo que somos y descubrir en nosotros mismos quiénes somos, nos reconozcamos en los otros y en igual identidad, que no excluye la diferencia irreductible de ser cada uno como ser y proyecto único e irrepetible de lo cabalmente humano.

 

 

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

María Corina y la “liminaridad” de lo venezolano

Posted on: diciembre 17th, 2023 by Super Confirmado No Comments

He comentado sobre la significación de María Corina Machado en el acontecer de la Venezuela contemporánea. Es un fenómeno social, liminar de lo político.Trasvasa a lo coyuntural y clientelar, como a una democracia de fingimiento que sólo es, por lo pronto y para los venezolanos, imaginería, vacua teatralidad.

 

 

A lo largo dedos décadas, María Corina o María coraje como se le llama, el mundo formal de los partidos – que no existían bajo la dictadura de Pérez Jiménez y que, tras el agotamiento de la república civil todavía creen existir, acaso como franquicias que subasta la dictadura – la ha preterido. Han usado de sus elevadas calificaciones, sí, para organizar eventos electorales, como el referendo revocatorio de 2004.

 

 

La cuestión es que al decidir insertarse dentro del entramado de la vida parlamentaria, como actora de la sociedad civil, aquellos buscaron limitarla, tamizarla partidariamente, tacharla luego por su manido «mantuanismo» –los Bolívar, los Toro, los Tovar, patriarcas de la Independencia sí lo eran – o por su falta de «tolerancia»; o por obedecer, se ha dicho,a una supuesta corriente anti política que amenaza a los profesionales de la política que se sirve a sí y que no sirve; esa que aún sobrevive y es desfiguración de la experiencia moral de la democracia, cuando se la entiende como una compra de espacios en pública almoneda.

 

 

En soledad elevó su voz para denunciar e intimar el grosero latrocinio revolucionario ante el mismo gobernante de turno fallecido, Hugo Chávez. Y en soledad acusó los golpes que recibiera su humanidad, en la cara, de manos de los esbirros del régimen mientras reía apacible el teniente Cabello. La oposición “partidaria”, misma que cerró su tiempo de manera deslucida con el traumático final del Interinato, al término la purgó. La dejó fuera de la Asamblea Nacional, para sumarla al país de los desheredados.

 

 

En suma, tal como se lo reclamase el expresidente José Mujica a quien fue su canciller, Luis Almagro, hoy secretario de la OEA, aún hoy se le recuerda a Machado, con socarronería, que es “esclava de los principios”, una “esclava del Derecho”.

 

 

Así, ante el vacío republicano y el fingimiento democrático, en una nación que se ha desmembrado, hecho diáspora hacia adentro y hacia afuera – cuya cruda imagen es la que corre por los caminos del Darién, con tozudez ella se ha empinado desde el territorio de la orfandad en que se encuentran la mayoría de los venezolanos. Decidió interpretarlos en su «liminaridad», ofreciéndoles propósito a sus agonales tránsitos por espacios desérticos y sin alma.

 

 

Este símbolo lingüístico, propio de la filosofía y de la estética,es el que mejor interpreta al país despreciado, engañado y manipulado durante el curso de los veinte años precedentes, tras una prédica mendaz de participación protagónica. Se le ha situado en el estadio del no -ser y el no-hacer. ¡Y he aquí lo que sorprende a los que han malquerido a la Machado!

 

 

Silenciado, esquilmado, frustrado, el pueblo venezolano despierta para volver a ser y hacerse. Ocurre, de tal modo, simbólicamente, en un momento de tensión y apremio para la patria como lo diría Mariano Picón Salas,el mítico regreso de lo personal y colectivo “al vientre materno”. Venezuela, casualmente, tiene nombre de mujer. En otras horas de oscurana le bastaba tremolar el mito bolivariano, pero lo han prostituido. Se instalan los venezolanos, pues, en un odre protector que sólo puede ofrecérselo y representarlo una mujer, una madre sincera, en ese tránsito dantesco entre círculos, desde el “estado transitorio” de comunidad indiferenciada, socialmente deconstruida le caracteriza hacia otro estructurado de libertad y de justicia. Es Machado, pues, un astrolabio para el rescate de la conciencia de nación.

 

 

Esa «liminaridad» – construir y reconstruir para que cobre “importancia lo subjetivo y el compromiso libre” del condenado a la nada – es el paso ritual indispensable. Es “el suelo fértil de la creatividad cultural”, es la situación que encierra “la semilla del desarrollo y del cambio social” que entre llantos y alegrías interpreta María Corina en cada rincón de una patria que buscar renacer y reencontrarse con el sentido de la plenitud.

 

 

Ingrid Geist, cuyo ensayo “La liminaridad del rito” (1999) me resulta seminal, la entiende como el momento de reflexión en vísperas del parto y cuando se “rompe la fuerza de la costumbre”, la del hábito, la del acomodamiento a la tragedia insoluble; eso sí, salvando las raíces, las ideas éticas que legitimen al porvenir. Es algo que mucho molesta a las escribanías diplomáticas y al voluntarismo partidario.

 

 

El proceso de disolución humana que ha cristalizado en Venezuela lo hizo posible la vileza del pueril ejercicio republicano y de ficción democrática inaugurado en 1999, que ha contado con el viento favorable del mundo digital de los no-lugares y del no-tiempo. No por azar el régimen de Maduro quiere primarias digitalizadas.

 

 

También es cierto que, en esa fase liminar del «rito de paso» que se realiza y cumple entre María Corina y el pueblo venezolano en cada rincón de nuestra geografía, se están dando revelaciones. Sólo alcanzan a verlas las gentes más inocentes, las víctimas de la maldad dictatorial, al redescubrir que sí existe la “esperanza de una vida verdadera”. La alcanzarán, sin lugar a duda. Es el regreso a la patria y el reencuentro, que es espacio y tiempo, “tiempo y espacio sagrados” ajenos a la práctica del narcisismo político a través de las redes e inmunes a los laboratorios de fakenews.

 

 

La última de estas, obviamente, fue la de la inhabilitación forjada, celebrada por el régimen y sus contumaces contertulios para condicionar a la opinión. La experiencia demostró, enhorabuena, que mal se puede inhabilitar a lo que está en el útero de la venezolanidad y en estado liminar, a punto de nacer, en el instante de volver a ser. Machado, en suma, con o sin primarias ya ha forjado un liderazgo. Es lo relevante.

 

 

 

 Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

El sol nace en el Esequibo

Posted on: diciembre 11th, 2023 by Super Confirmado No Comments

Tras el referéndum consultivo realizado en Venezuela sobre la cuestión de la Guayana Esequiba es sorprendente el grado de confusión en el debate. Media una peligrosa reescritura y se repiten los errores como el mal alegado sentido de patria –al cabo ésta sólo es ser libres como debemos serlo– que nos llevara a las pérdidas territoriales del siglo XIX.

 

 

Lo primero de puntualizar es que algunos de los asuntos puestos sobre la mesa y presentados como audaces son plagios del pasado. El Ilustre Americano, Antonio Guzmán Blanco, en 1884 y en el marco de su contención con la Gran Bretaña por el Esequibo –antes separó a su negociador en Londres, el marqués de Rojas– procede a la creación del Territorio Federal Delta, limitando en el sureste con la Guayana Británica, a saber, hasta el río Esequibo. No se había dictado aún el Laudo arbitral del despojo de 1899. Y allí, como lo reseña González Guinan, Guzmán opta por dar concesiones y “crear intereses norteamericanos en el Gran Delta del Orinoco, propendiendo a la fundación de la Compañía Manoa, como para interponer entre la débil Venezuela y la usurpadora Inglaterra, la poderosa industria norteamericana” (Memoria del gobierno de La Aclamación, 1886-1887).

 

 

Si se trata del anunciado mapa oficial que incorporará a la Guayana Esequiba, ya hacia 1965 lo ordenó la Cámara de Diputados para acompañar las gestiones diplomáticas del gobierno de Raúl Leoni y su canciller Ignacio Iribarren Borges en Londres y Ginebra. Alirio Ugarte Pelayo, presidente del cuerpo, le hizo entrega de este a la nación y, de modo simbólico –advirtiendo sobre el descuido que nuestros programas educacionales de geografía e historia han acusado– lo puso en manos de los jefes de las comisiones parlamentarias, Carlos Andrés Pérez, Alberto Bustamante, Arístides Beaujon y Dionisio López Orihuela.

 

 

Pero no le bastó a Ugarte lo simbólico, pues juzgaba de necesario despejar la conseja que tanto daño nos hacía y se ha prorrogado hasta alcanzar el verbo del fallecido Hugo Chávez: “Le será fácil al lector deshacer con el simple examen de los mapas y la lectura de las representaciones del excanciller Marcos Falcón Briceño ante la ONU, otra falacia también muy divulgada en estos días, según la cual nuestras reclamaciones son parte de una conspiración interimperialista para abatir el movimiento independentista de la Guayana Británica”, dice (Cámara de Diputados, La Guayana Esequiba, 1965).

 

 

La izquierda de ayer y en insurgencia, esa que hoy desgobierna sobre el territorio nuestro rasgándose las vestiduras, era la responsable de esa narrativa antinacional, estimulada desde Cuba.

 

 

Lo otro y de no menor importancia es la aporía que se insiste en introducir entre la defensa del Acuerdo de Ginebra de 1966 y el conocimiento del diferendo por la Corte Internacional de Justicia. Se trata de algo de fondo y que nos pone de espaldas a la verdad histórica. Y lo primero de decir es que, la primera queja presentada ante Gran Bretaña por Venezuela al objeto del alcanzar el señalado acuerdo –tal como reza el memorándum entregado por el canciller Falcón Briceño en Londres y al referirse a la manida sentencia de París– es que “no fue una línea de derecho sino una de compromiso político”. “Venezuela respeta y se atiene a todas y cada una de las disposiciones del Tratado de Arbitraje de 1897”, agrega. “He expuesto cómo en el Laudo Arbitral de 1899 se desconocieron y se violaron las normas de Derecho de ese tratado”, recuerda el señalado canciller ante la Comisión Especial de la ONU reunida para conocer del asunto, en 1962.

 

 

La perspectiva original venezolana es, pues, esencialmente jurídica y no sólo transaccional. Tanto así que, sucesivamente, al ser presentado ante el Congreso de la República el milagroso acuerdo suscrito en el Lago de Leman –ese que nos saca las castañas del fuego luego de un atropello histórico casi irreversible– declara Iribarren Borges lo siguiente: “Venezuela propuso que se encomendara la función de escoger los medios a la Corte Internacional de Justicia… no habiendo sido aceptada esta propuesta por los británicos… [; dado lo cual] Venezuela propuso encomendar aquella función al secretario general de las Naciones Unidas”.

 

 

Sucesivamente, agrega Iribarren lo vertebral: “De acuerdo con los términos del artículo 4, el llamado Laudo de 1899, en el caso de no llegarse antes a una solución satisfactoria para Venezuela, deberá ser revisado por medio del arbitraje o el recurso judicial” (Ministerio de Relaciones Exteriores, Reclamación de la Guayana Esequiba, 1962-1981).

 

 

De modo que, encallar, sin más, en la tesis de la “solución práctica y recíprocamente satisfactoria”, obvia que esta fue una escala apropiada y útil para la política exterior y de Estado de Venezuela ante una ex Guayana británica atrincherada en que lo único debatible, de entrada, era la validez o no del Laudo de París. Por lo que, agotada y sin destino como se demostró tal solución, por obra del Acuerdo quedó abierta la otra fase, la del mandato otorgado al secretario de la ONU para que resolviese él, directamente, sobre la vía para la solución final de la cuestión del Esequibo. Por eso estamos en la Corte.

 

 

Sin embargo, hay quienes de buena fe insisten en la otra aporía insoluble, a saber, que habiendo resultado inviable el acuerdo entre las partes y, de suyo, abierta la compuerta que nos conduciría hasta la ONU y de aquí hasta La Haya, lo correcto es volver otra vez a la mesa fallida para que las partes se acuerden sobre el medio ya dispuesto por el secretario general.

 

 

La Corte Internacional de Justicia, en suma, fue siempre la carta que se reservó Venezuela dada la fuerza jurídica de nuestro reclamo. Ahora la queremos obviar, mientras nos solazamos en el jolgorio. Nada nuevo bajo el sol. Entre tanto avanza Guyana con frialdad y alega ante los jueces. Apuesta a nuestra ausencia y contumacia.

 

 

 

Asdrúbal Aguiar 

correoaustral@gmail.com

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