Hablar de corrupción, incita a atender la ética y la moral frente a sus posibles implicaciones. Tan terrible término, propenso a contagiar o contaminar a cuantos débiles de honestidad, flojos de principios y ávidos de recursos fáciles, consiga en su camino, representa una figura tan perversa, como astuta.
Aunque la acepción que recoge tan curiosa habilidad de “emponzoñar a conveniencia” en el contexto de la corrupción, refiere la condición de ardid que ella expone. Igualmente, la de enmascarar que generalmente distingue tanto al inmoral como al habilidoso operario. En ambos personajes se descubre una desarrollada capacidad para tramar cuanta artimaña o amaño les son posibles. También, para perpetrar la trastada premeditada. Asi como para imaginarse el momento de verse atrapado por la justicia en el cual -casi siempre- el personaje calificado de “acusado” busca evitar cualquier esquema intimidatorio que tienda a comprometerlo (Gajes del oficio de «corrupto»)
Salidas acomodadas
Es la situación que vive al traspasar -al brinco- la barrera dialéctica que diferencia la condición de víctima, de la del victimario. Aparte que muchas veces, dichos procesos terminan convertidos en objetivos centrales de algún acto que apuesta a enmendar al “podrido” de cuantas acusaciones lo impliquen como delincuente. Es ahí, cuando es recompensado con cualquier nombramiento que lo eleve de categoría o lo saque del marasmo de la corrupción.
Detrás de toda “marramuncia articulada” por la reiterativa argucia del poder, las realidades se tornan en silentes testigos de tan grotescos delitos penales. En el fondo de la situación, se develan crasos casos que dan cuenta de la corrupción en curso, Sus connotaciones involucran figuras penales relacionadas con quienes hacen de corruptor, corruptivo y de corrupto. Tres representaciones que igual, una que otra, constituyen vergonzosos y patéticos asuntos de extrema penalización y desmedida vulgaridad.
¿Problema de civismo o de otra razón?
Al o polít considerarse, bíblicamente, como un pecado que, lejos de reconocerse como tal para así convocar y utilizar la humildad como arma de contraataque, la corrupción se torna en una práctica de inmoral condición.
Más aún, cuando muchos acostumbran a convertirla en “compañera de vida”. Sobre todo, cuando se le asocia con la mediocridad que ronda el ambiente donde ha de cometerse el delito. Así, el desbarajuste estará completamente realizado. Ahí se dice que la corrupción ha entrado por la “puerta grande”.
En la mira de los nuevos tiempos
Actualmente, pareciera que las realidades comenzaron a destapar, descubrir y quitar la máscara que vividores de fortunas ajenas, han preferido saborear para luego apropiarse de las mismas.
No ha habido leyes, ni sanciones suficientemente eficaces y efectivas, para abreviar o evitar su impacto. En los tiempos que corren, su expansión ha sido desmedida como vicio o abuso introducido mediante “(…) prácticas consistentes en la sobre-utilización de funciones y medios de organizaciones, especialmente públicas, en provecho económico o de otra índole de sus gestores (…)” (DRAE, 2001). Tan aberrante ha sido la huella dejada, que ha sido definida como “abuso de poder con el objeto de obtener gratificaciones de índole privado o beneficios políticos”.
Quizás fue razón para que el historiador, político y escritor inglés John Emerich Edward Dalberg-Acton, refiriera que “el poder corrompe. Mas el poder absoluto, corrompe absolutamente”.
Al cierre
El problema que induce la corrupción, en cualquier ámbito de la vida, tiende a confundir a quienes suelen propiciar los estragos del choque que, en su transición, produce entre la oscurana que padece la conciencia cívica, y actitudes al esplendor de libertades, derechos y deberes civiles.
Esto es como interpretar o traducir el significado que hay en la acepción que el lenguaje pauta a términos. según la situación que transita (adjetivo, verbo o sustantivo).
De ahí que en virtud del alcance de los trastornos que causa la corrupción, esta disertación insta la potestad de cada respetado lector para ubicar en el rango dialéctico que, de acuerdo a su juicio, tenga cabida. Por eso, se ha intitula Corrupción: ¿adjetivo, verbo o sustantivo? (acaso la corrupción de comprenderse, cuadra como ¿adjetivo, verbo o sustantivo?)
Antonio José Monagas