¿La salida es entonces electoral?

Posted on: junio 25th, 2014 by Laura Espinoza No Comments

Digámoslo de arrancada: no. O, para ser más precisos, no sólo electoral. Porque en nuestro país «lo electoral» se percibe generalmente como sólo referido al día del acto comicial. Aquello de levantarse temprano, hacer la cola frente al centro de votación, marcar la elección en una máquina, mancharse el dedo con tinta y regresar a la casa a esperar resultados. Si eso es sólo lo «electoral», es fácil entender la reticencia de mucha gente sobre que la salida vaya por allí. Entonces, ¿cuál es la estrategia a seguir?

 

Pues bien, hay que usar los dos adjetivos para describirla: la estrategia es simultánea e indivisiblemente política y electoral. En otras palabras, una estrategia de decidida y sistemática acción política que tiene su necesaria e irrenunciable expresión electoral. Si no incluye las dos cosas, pues simplemente está condenada al fracaso.

 

La diferencia entre una estrategia político-electoral y una «sólo electoral» es fundamental. Porque si no se hace desde ya el trabajo político necesario, lo electoral no conducirá a mucho. A la oposición le podrán dar hasta los 5 rectores del CNE, pero ello no serviría de nada si no se ha hecho el trabajo político previo de organización y crecimiento popular.

 

Con todo el respeto que merecen quienes siguen todavía defendiendo «salidas» ya demostradamente inútiles, hay que insistir hasta el cansancio que el único trabajo político que realmente funciona es reanimar y vigorizar la conexión con las organizaciones populares, acompañar y hacer conectar entre sí las manifestaciones de protesta social y de lucha por los cada vez más vulnerados derechos del pueblo, reagrupar y fortalecer las fuerzas internas democráticas, y colaborar con la despolarización y el acercamiento entre los venezolanos, para hacerlos más fuertes frente a un gobierno que los golpea diariamente y sin clemencia.

 

Esa estrategia incluye -y hay que decirlo con valentía- prepararnos desde ya para el reto de las elecciones parlamentarias de 2015. Mucha gente le parece antipático y hasta chocante que se hable de esto, y que esperar hasta allá es demasiado. Lo cierto es que -al menos en el guión de lo previsible- es la crucial consulta electoral del año que viene la que puede decidir una nueva conformación de los poderes públicos y la viabilidad de un eventual revocatorio de Maduro en el 2016.

 

Porque esto también hay que decirlo claro: si no se gana el año que viene, olvidémonos de revocatorio y resignémonos a tener a Maduro hasta el 2019. En consecuencia, no se trata de «esperar», sino de centrarnos todos desde ya en la tarea de transformar el enorme descontento social que existe en una formidable fuerza política que haga indetenible el cambio en la conducción del país. Esta es la ruta. Hay que hacer peso frente a un gobierno que se debilita cada día más, y que pierde apoyo popular a paso de vencedores. Un gobierno es fuerte cuando su poder se basa en su autoridad moral y en su capacidad de lograr obediencia, no sólo acatamiento. Y este gobierno es tan débil que su única fuente de autoridad es su capacidad de represión.

 

Hoy en día, el madurocabellismo puede amenazar, prohibir, reprimir, encarcelar, torturar, violentar los derechos humanos, perseguir y sembrar terror a diestra y siniestra, pero lo que seguramente no podrá logar, si hacemos las cosas bien, es ganar elecciones. De hecho, lo que realmente le preocupa no son las alicaídas guarimbas ni las amenazas de «marchas sin retorno» al estilo Escarrá, sino la pérdida de su mayoría electoral. Por eso, quienes estamos cansados de esta pesadilla devenida en gobierno, y no queremos esperar más, no debemos permitir que se repitan los carísimos errores y atajos del pasado que resultarían en un fortalecimiento del gobierno y extenderían lamentablemente su permanencia en poder.

 

La ruta es trabajar todos los días para que los venezolanos asocien sus innumerables penurias y tragedias con el gobierno que es quien las genera. No separar las protestas sociales de las políticas, que es una forma de hacerle un favor al régimen. Porque cuando la gente tranca una vía por falta de agua, o los conductores de transporte público paralizan el tránsito porque le asesinaron a un compañero, o los pacientes reclaman a las puertas de los hospitales su derecho a no morirse antes de tiempo, todas son protestas contra el gobierno. Acompañar estas expresiones de molestia, identificarse con los problemas y las luchas del pueblo explotado, que la gente sufra menos y sepa que hay quien la defienda, es la única ruta que funciona.

 

Cuando logremos transformar la enorme molestia social en apoyo político a la causa del cambio, y repolaricemos al país, ya no entre partidarios del gobierno y de la oposición, sino entre las víctimas de la crisis y sus beneficiarios, el cambio será simplemente inevitable. Lo demás es una trampa.

 

 Angel oropeza

@angeloropeza182

Chataing y nosotros

Posted on: junio 18th, 2014 by lina No Comments

La semana pasada, el gobierno logró finalmente sacar a Luis Chataing del aire. Su programa televisivo se había convertido, gracias a un agudo humor negro y un inteligente manejo de la ironía y la crítica, en una piedrita en el zapato para nuestros delicados burócratas, tan prestos a reprimir como indigentes en cuanto a la tolerancia y aceptación de cualquier escrutinio –así sea en clave de humor- sobre su gris desempeño. La desaparición del espacio de Luis es un eslabón más en la tenebrosa estrategia de cercenamiento a la libertad de expresión de todos los venezolanos.

 

¿Por qué el veto a Chataing, la compra compulsiva de medios, la desaparición forzosa de los programas de opinión y la estrategia de cooptación progresiva de los espacios radioeléctricos e impresos, significa en la práctica una disminución de la libertad de todos? Sencillamente porque la libertad de expresión es una herramienta de liberación y fortalecimiento social frente a los poderosos, y un dique de contención a las pretensiones de dominación de los gobernantes.

 

En efecto, la libertad de expresión irrumpe históricamente como respuesta frente a los absolutismos y despotismos. Es en la Europa del siglo XVII donde aparecen las primeras expresiones de lo que hoy se conoce como «opinión pública», cuando la burguesía urbana alfabetizada inicia su papel de fuerza política enfrentada a la nobleza tradicional, la cual responde –al igual que el madurocabellismo de hoy- utilizando los poderes del Estado para reprimir estos avances mediante la censura.

 

La génesis de la «opinión pública» y la aparición de la libertad de expresión como modalidad distintiva y característica de libertad se fundamentan, siguiendo a Habermas, en la contraposición entre lo privado y lo público. El desarrollo de la sociedad civil como genuino ámbito de la autonomía privada, contrapuesta al poder absoluto del Estado es, en ese sentido, determinante. Aparece un espacio –la sociedad- distinto y diferenciado del ámbito del Estado, y el lento proceso histórico de separación entre ambos propicia el surgimiento de la opinión pública y de las exigencias de libertad de expresión.

 

Así las cosas, es con la aparición de la opinión pública cuando el poder del Estado se ve limitado y sometido al escrutinio del pueblo. La vieja sociedad estamental es sustituida por una sociedad centrada en los individuos, en la que el sistema de privilegios, típico de aquella, desaparece para dar paso a la igualdad de todos ante la ley. La relación política se transforma radicalmente como consecuencia del cambio en la titularidad de la soberanía, que pasa del rey al pueblo, del Estado a las personas.

 

De esta manera, el poder ilimitado del absolutismo da paso a un poder limitado y dividido. A partir de ahora, la finalidad de la política será la libertad de los ciudadanos y no la gloria de los monarcas y poderosos. Un poder así concebido está obligado a rendir cuentas, a responder de sus actos que, por eso mismo, están sometidos a control.

 

La libertad de expresión, en otras palabras, constituye un contrapeso a los poderes hegemónicos: obliga al poder ilimitado a limitarse, y frena las potenciales intenciones del hegemón de extender su dominio sin control, al crear y defender un espacio social de autonomía popular, distinto y diferenciado del ámbito del Estado. No en balde, los regímenes estatólatras como el nuestro ven siempre en la opinión pública una constante amenaza, e intentan por todos los medios, lícitos o no, restringir, tutelar o domesticar la libertad de expresión.

 

Los esfuerzos por estimular y defender la libertad de expresión constituyen, entonces, una forma de promover más complejas y modernas concepciones de libertad, que a su vez sean más acordes con las nociones actuales de democracia. Es necesario recordar que las definiciones contemporáneas de democracia ponen el énfasis no sólo en la forma de selección de los gobernantes, sino –y sobre todo- en la presencia de los necesarios contrapesos de poder en manos de los ciudadanos.

 

Porque lo verdaderamente definitorio para que un sistema sea calificado con propiedad como democrático, es la cantidad de impedimentos populares para evitar la concentración del poder. Es por ello que cada limitación a la libertad de expresión, no es otra cosa que una migración de derechos del pueblo hacia los poderosos, haciendo a éstos más fuertes y a los primeros más débiles y explotables.

 

Para los venezolanos, una tarea crucial es la de generar progresivamente las condiciones actitudinales e institucionales que conduzcan progresivamente a construir estadios más adultos, modernos y maduros de democracia, donde el poder resida y se ejerza efectivamente en y desde la gente, a través del fortalecimiento de espacios sociales ciudadanos que hagan contrapeso al poder del Estado. Y ese objetivo sólo puede ser logrado sobre la base de la promoción de libertades positivas, entre las cuales la de expresión es la más visible y políticamente transformadora.

 

 Angel Oropeza

@angeloropeza182

¿Para qué sirve el magnicidio?

Posted on: junio 11th, 2014 by lina No Comments

Partamos cuanto antes de 2 premisas. En primer lugar, todo «cidio» –ese sufijo que entra en la formación de palabras con el significado de «muerte», «destrucción» o «exterminio»– es de suyo malo. Esto lo decimos de arrancada no sólo por convicción personal, sino por si acaso alguno de nuestros burócratas de piel sensible y cerebro escaso decide llevarme a juicio por haber mencionado en el título la palabra «magnicidio», la cual dicha por cualquiera que no ejerza cargos en el gobierno, convierte automáticamente a quien la pronuncie en cómplice, terrorista, mal nacido y cuanto epíteto despreciable se encuentre registrado en los manuales de la contrainsurgencia cubana.

 

La segunda premisa es igualmente obvia: en los magnicidios del madurocabellismo no cree nadie. Bueno, siempre hay algunos ingenuos que creen tanto en eso como en las predicciones de Hermes, en la sabiduría del brujo Dos Santos, en la virginidad de Madonna, en la inteligencia de Giordani y en que Chávez vive. Nuestros respetos, pues al fin y al cabo toda creencia es legítima. Pero es realmente un acto de fe darle credibilidad a una denuncia que se ha repetido en 13 ocasiones los últimos 15 meses, casi una por cada mes que Maduro lleva al frente del gobierno, sin que hasta ahora haya aparecido al menos una prueba que levante lo que llaman ahora «duda razonable».

 

La pregunta entonces es: ¿para qué sirve seguir recurriendo a la tesis del magnicidio? Pues porque ella constituye el eje central de una estrategia de profundización de la radicalización política, que incluye otras acciones tales como la decisión de mantener encarcelado a Leopoldo López, Sairam Rivas y otros estudiantes, la posible detención de la diputada María Corina Machado, la amenaza de juicio contra personalidades políticas, y la continuación de las prácticas de represión y de cooptación progresiva de medios de comunicación impresos y radioeléctricos.

 

Esta estrategia de subir el volumen a la radicalización política obedece a 3 motivaciones fundamentales:

 

1) Como la base de apoyo del gobierno está fracturada entre moderados y radicales, y en medio de la aplicación de un paquete de ajuste económico salvaje, las tesis del magnicidio, la conspiración y el «golpe continuado» le permiten al Ejecutivo «darle de comer» a los sectores radicales del oficialismo –esos que todavía creen que esto es una revolución y no un trágico ensayo bananero– y compensar de esta forma las acusaciones y señalamientos dentro de sus propias filas de que se estaría abandonando el «legado de Chávez».

 

2) De cara ya no a los sectores radicales internos sino al país, el relanzamiento de la radicalización política persigue centrar la atención opinática sobre la agenda política, para que ella no gire en torno a la situación económica nacional, cuya severidad no puede ser ocultada ni siquiera por los propios dirigentes oficialistas. No hay nada mejor para que no se hable tanto de economía sino de política, que «revelar» un nuevo atentado contra la vida del presidente, anunciar –cual miniserie de suspenso– los detalles y protagonistas del golpe de Estado o meter preso a cualquier alto dirigente opositor. Ni los medios ni la opinión pública pueden fácilmente sustraerse a este encanto.

 

3) Finalmente, el gobierno busca intentar neutralizar el costo político y social del paquete de ajustes, introduciendo en la agenda nacional el mayor ruido político posible. Esto incluye la reutilización del viejo pero siempre útil expediente antiimperialista y un intento por retomar las hostilidades –aunque sean sólo verbales– con EEUU. Ya, de hecho, se anuncian para los próximos días «pruebas» que involucrarían a funcionarios del gobierno norteamericano en los planes de asesinato a Maduro.

 

Sin embargo, esta nueva estrategia del gobierno no luce muy promisoria. En primer lugar, la tesis de los magnicidios ha sido tan utilizada cada vez que el Ejecutivo siente el agua al cuello, que ha perdido toda credibilidad, y eso, por supuesto, atenta contra los cálculos oficiales.

 

En segundo lugar, el deterioro de la popularidad y de la evaluación del gobierno continúa su ritmo. Y, finalmente, el gobierno parece desconocer que el éxito esperado de cualquier plan económico pasa por la creación de un clima de confianza y tolerancia entre los actores sociales (incluyendo los políticos), clima justamente que estas viejas estrategias no ayudan a establecer.

 

¿Cómo nos enfrentamos al magnicidio? ¿Cómo evitamos que alcance sus objetivos? Pues haga su parte y no le pare. No se distraiga discutiendo sobre eso. No deje que ello tome el lugar en la agenda nacional que debería estar ocupando el proceso sistemático de empobrecimiento de nuestras familias, la lista de enfermos condenados a muerte por falta de medicamentos esenciales para su tratamiento, o el sangriento avance de la violencia e inseguridad contra los venezolanos. No ayude a que el ruido del circo oculte las protestas y la indignación de un pueblo cansado de sufrir tanto.

 

@angeloropeza182

Que la gente sufra menos

Posted on: mayo 28th, 2014 by lina No Comments

Todo el mundo sabe que el gobierno del madurocabellismo dista mucho de ser un ente homogéneo. La cacareada «unidad interna» del oficialismo no pasa de ser un cuento de hadas, solo útil para la propaganda y para convencer a los tontos y distraídos. Existe una tendencia que podría calificarse de más «civilista», que defiende los postulados de su modelo de dominación pero en el marco de reglas democráticas mínimas, y otro sector más militarista (no exclusivamente militar) que no compra la tesis de la solución política a la actual crisis.

 

Ambas tendencias están en la práctica enfrentadas, lo cual es una de las razones que explica tanto la parálisis del Gobierno en términos de rendimiento, como el discurso aparentemente esquizofrénico de Maduro, quien pasa de moderado a radical en cuestión de minutos, porque tiene que estar «tirándole algo» a 2 sectores antagónicos pero a ninguno de los cuales puede descuidar, so pena de poner la estabilidad de su régimen en alto riesgo.

 

Esto es muy distinto, tanto en naturaleza como en comportamiento, de lo que sucede en la acera de la oposición venezolana. A pesar de las legítimas y esperables discusiones que existen a lo interno, ellas difieren no en el qué de la lucha sino en el cómo llevarla adelante.

 

Ninguna de las distintas perspectivas de la alternativa democrática, por ejemplo, ha planteado salidas violentas o extraconstitucionales. Quienes hayan asomado tan terrible como estúpida idea no pertenecen ni se identifican con la verdadera oposición venezolana organizada. Hay diferencias en la lectura de la coyuntura, en el diagnóstico de la situación, en las actividades necesarias y en los tiempos. Pero más allá de la pugna normal entre tendencias, la oposición –como un todo- parece estar entrando en un proceso de redefiniciones, donde se está entendiendo cada vez más la importancia de conquistar el país antes de conquistar el poder, la necesidad de transformar el enorme e innegable descontento social en fuerza y apoyo político a la alternativa del cambio democrático.

 

En esta etapa de redefiniciones, mucha gente en la calle, incluyendo algunos dirigentes de la oposición, se preguntan: ¿y qué hacemos? Sin embargo, puede que esa pregunta no sea la correcta. De hecho, una cosa es preguntar qué podemos hacer y otra cuál es el objetivo, qué es lo que se quiere lograr. La primera pregunta lleva simplemente a elaborar una lista desordenada de acciones, muchas de las cuales pueden no tener el impacto deseado. En cambio, la segunda implica una estrategia, donde las acciones que de ella se deriven persiguen de manera ordenada y sistemática la obtención de un objetivo.

 

El objetivo último de la alternativa democrática es, sin ambages, cambiar de Gobierno y cambiar de modelo en la primera oportunidad que sea políticamente posible. Pero para que ello sea viable, hay un objetivo previo que es producir un cambio político. Pero, contrario a lo que algunos puedan pensar, no se trata de esperar llegar al Gobierno para que ocurra el cambio político. Se trata de construir el cambio político para que sea inevitable llegar al Gobierno.

 

El gobierno del madurocabellismo está agotado y además es malo como ninguno de sus antecesores. Pero eso no es suficiente para que se despida del poder. Hay que reemplazarlo a través de un cambio político, que comienza no solo cuando la gente está insatisfecha y en desacuerdo con el rumbo de la nación (lo cual ya está ocurriendo), o cuando está molesta con la forma como el régimen dirige el país (lo cual también está ocurriendo), sino cuando siente y se convence que cuenta con otra opción política que sufre con ella, le ayuda, le conoce, es a ella a quien le habla, y la percibe como suya, porque le defiende de los ataques de un gobierno explotador e insensible. Construir progresivamente ese cambio en la población es el reto que nos queda por asumir, el camino que hay que recorrer, para que sea indetenible e inevitable la superación del actual modelo de dominio.

 

¿Cuál es el gran reto hoy por hoy de la oposición? Que la gente sufra menos, acompañarla en desarrollar estrategias para que padezca menos, ayudarla a defenderse del Gobierno y, en último caso, que entienda que su sufrimiento no es por casualidad sino que está asociado a las políticas y acciones de un gobierno indolente, solo preocupado en la conservación del poder y sus propios beneficios.

 

Que la gente sufra menos pasa por construir junto con el pueblo alternativas creíbles y viables para superar la crisis, acompañar a la gente en sus demandas y luchas cotidianas, plantear desde todos los frentes propuestas (leyes, iniciativas, acuerdos) que sirvan para aminorar el enorme sufrimiento popular.

 

Cuando la gran mayoría de la población esté convencida que tiene una oposición que la defienda y cuya labor principal en la crisis es que el pueblo sufra menos, ese cambio político hará indetenible un cambio de Gobierno. Lo demás es sólo cuestión de tiempo. Pero sin eso, el tiempo puede ser muy largo.

 

@angeloropeza182

 

La hora de las agendas ocultas

Posted on: mayo 21st, 2014 by Super Confirmado No Comments

La política es esencialmente el cultivo de la persuasión, la tolerancia, el diálogo y la negociación para resolver las diferencias propias entre personas que piensan distinto, por encima de otros métodos como la represión, la violencia y la destrucción del contrario. La política es un producto de la civilización y el progreso de las sociedades. La represión, la brutalidad y la fuerza son lo primitivo, la barbarie. La primera representa lo propiamente humano, mientras las últimas son las peores expresiones de lo más bajo y salvaje de la naturaleza animal.

 

Una de las creencias más peligrosas es aquella formulada por Carl von Clausewitz, según la cual la guerra sería «la continuación de la política por otros medios». Nada más falso. La guerra y la violencia son la negación de la política, así como la enfermedad es la antítesis de la salud. La política es precisamente el antídoto contra la aniquilación entre humanos por el simple hecho, inevitable y al mismo tiempo deseable, de pensar distinto.

 

La anterior reflexión viene al caso a propósito de la decisión tomada la semana pasada por la Mesa de Unidad Democrática de retirarse temporalmente de las mesas de trabajo y conversaciones con el gobierno. La oposición organizada venezolana está decidida, y ha dado suficientes muestras de ello, a actuar siempre dentro del marco de la «política». Por eso, la decisión de levantarse de la instancia de conversaciones no se hizo en aquella oportunidad para «patear» la mesa, como algunos erróneamente interpretaron, sino justamente para que la mesa funcione, para que el sector civilista del oficialismo reaccione y evite que se bloqueen las soluciones políticas a la crisis. Porque una mesa de conversaciones que no ofrezca resultados, que no conduzca a nada, al final muere de mengua. Y justamente la oposición, para que no muera, exige que empiecen a aparecer productos tangibles de tal instancia de debate y encuentro.

 

El objetivo de la oposición está en mantener las soluciones a la crisis venezolana en el terreno de la política. En cambio, en la acera oficialista, es cada vez más evidente la existencia de un sector de mentalidad militarista –aunque no exclusivamente militar- que no está interesado en que la crisis tenga una salida política, y que parece ganado a la idea que esto se resuelva por la vía de la violencia, bien sea para no perder la influencia que hoy tiene, por no estar dispuesto a ceder beneficios o por propia vocación.

 

Un presidente de la República que llama a diálogo, y luego no puede implementar medidas mínimas para que ese diálogo funcione, habla de la existencia de una fuerza guarimbera en contra muy fuerte a lo interno del gobierno, que no sólo prefiere cualquier salida menos la salida política, sino que es tan poderosa que es capaz de neutralizar incluso a quien ocupa el mayor cargo público de la nación. Razón pareciera tener entonces Ramos Allup cuando califica a Maduro como un preso político más, en este caso rehén de grupos radicalizados a lo interno del oficialismo que prefieren cualquier otra solución menos una salida política.

 

Parte entonces de la explicación de por qué tanta parálisis en el gobierno en términos de rendimiento, del por qué la salvaje represión y también del por qué las conversaciones tienen tantos obstáculos, es la coexistencia de varias agendas ocultas que se solapan al interior del oficialismo, algunas de las cuales no son para nada democráticas y mucho menos pacificas.

 

Si Maduro piensa que la represión y el uso de la fuerza bruta es la salida, está cayendo en el juego del ala militarista y violenta del oficialismo, y ese juego a quien menos beneficia es a él. Maduro, como líder civil, debería hacer todo lo posible por mantener este juego en el ámbito de la política, del dialogo y la negociación, lo cual pasa por ceder en algunas cosas para evitar perder en todas, y no precisamente por la acción de la oposición.

 

El país tiene salida en la medida en que sus actores principales entiendan la necesidad e importancia que esto se mantenga en el terreno de la política. En esa esfera, se pueden tener visiones distintas, proyectos diferentes, y todos ellos coexistir. Pero el día que se olvide esto y caigamos en la búsqueda o aceptación de salidas no políticas, se abre la puerta de entrada a la violencia, y eso es el comienzo de la dimensión desconocida, esa donde nadie sabe qué puede pasar, pero en la que lo único seguro es que todos perderemos.

 

Cualquier salida no política implica la negación del otro y la primacía de la violencia y el salvajismo. Y eso, ya de arrancada, no es ninguna salida. Detener a los violentos que hacen vida dentro del gobierno es una tarea común de quienes, sean oficialistas u opositores, no quieren a Venezuela sumergida en más sangre. Porque, lamentablemente, más sangre, dolor y caos no sólo son siempre posibles, sino que además está previsto en algunas agendas ocultas.

 

@angeloropeza182

Por Ángel Oropeza

¿Cuánto dura la fase terminal de esto?

Posted on: mayo 14th, 2014 by Super Confirmado No Comments

Haga la prueba. Quizás con algún amigo o conocido que milite en el PSUV o que simpatice con la causa oficialista. Atrévase. Simplemente pregúntele si se considera «madurista». «Fuerte a locha», como se decía antes, que su respuesta no sólo será negativa sino además acompañada con alguna expresión gestual de desagrado. ¿Quiere ir más allá? Llámelo «cabellista», y lo más seguro que usted se gane un muy buen condimentado insulto. Porque si ser llamado «madurista» da vergüenza, «cabellista» es un agravio que muy pocos aceptarían tolerar. ¿Por qué esto?

 

No se trata sólo que estemos en presencia de una clase política que provoca pena ajena en quienes comparten con ella intereses, conveniencias o creencias, dado su escandaloso desempeño en el poder. Delincuencia, inflación, decrecimiento económico, pobreza, escasez, corrupción, hambre e insensibilidad social son los productos cotidianos de la siembra oficialista. Lo grave es que a esta ristra de tragedias se suma una política sistemática de violación a los derechos humanos y de represión abierta y generalizada, con su inseparable ingrediente de torturas, crueldad y abuso de poder.

 

Esta represión desatada y sistemática –actualmente el atributo más característico y definitorio del madurocabellismo- está provocando repulsión y rechazo no sólo en las bases populares del oficialismo, sino en sectores del aparato burocrático y hasta en componentes de las propias fuerzas del orden público.

 

La represión y la militarización son los últimos extremos de la cadena de control social. Cuando se recurre a ellos es porque ninguno de los mecanismos que usualmente se usan en democracia –basados en la obediencia social voluntaria y en la «autoritas» de los gobernantes- funcionan. Ante la carencia o déficit de estos últimos, la única opción para obtener acatamiento es el uso de la fuerza y el miedo.

 

La recurrencia a la represión y la violencia como mecanismo de control de la ciudadanía es un rasgo distintivo que evidencia lo que llama Fernando Mires la fase de declive del fascismo como modalidad de dominación. En esta etapa terminal – o fase del «gansterismo político» como lo denomina el filósofo chileno- los gobernantes acuden a la violación metódica y continua de la Constitución, la misma que garantiza los derechos que la represión y los abusos de poder anulan en la práctica, con el objetivo de fortalecer su poder y sus privilegios. Es el caso de nuestro país, donde –de nuevo citando a Mires- la política ha vuelto bajo Maduro a su condición primaria: a la del imperio de la fuerza bruta.

 

Ahora bien, el hecho que el madurocabellismo haya entrado en su fase de declive no significa que pueda predecirse su fin, ni siquiera que no pueda mantenerse artificialmente en el tiempo a pesar de su estado agónico. El calificativo «terminal» no hace referencia a una realidad cronológica sino a una condición situacional, asociada con el desgaste de la autoridad, la declinación de los apoyos populares, y el ocaso de la emoción –ya lejana y superada- que caracterizaba los inicios del actual modelo político.

 

Las condiciones históricas indican que esto debe cambiar, pero no cambia solo y la dirección del cambio no está determinada. Ni cuándo. Por tanto, lo que hay que hacer en esta fase terminal es reforzar y acelerar el trabajo de la micropolítica, esa que nos debe llevar, donde quiera que estemos y nos movamos, a asumir la tarea de ayudar a transformar el enorme descontento social que hoy existe en fuerza política. Sin ese transitar por el arduo camino de la organización popular no hay cambio posible. Las salidas mágicas suelen conducir siempre a dolorosas trampas, que alejan más las posibilidades de transformación que se desean. Como afirmábamos en un artículo anterior, nuestro deber es nunca dejar de hablar, de denunciar, de conquistar gente para nuestra causa, de convencer a quien piensa distinto, solidarizándose con sus problemas pero ayudándole a entender qué y quiénes están detrás de su desdicha.

 

Frente a la etapa terminal del madurocabellismo explotador y represivo, nuestro reto es unir al país, pueblo con pueblo, pueblo opositor y pueblo oficialista. Conectar ambos torrentes de descontento, protesta estudiantil y lucha popular, y conformar así un gigantesco movimiento social que no pueda ser detenido ni dividido.

 

No siempre se tiene la oportunidad de ser testigos de la trascendencia. Hoy la historia nos bendice al permitirnos trabajar para producir inflexión y cambio. Pero hay que ser inteligentes, perseverantes y sobre todo no errar el objetivo. Ello pasa, por ejemplo, por no prestarse al juego del gobierno y caer en la estupidez de torpedear la necesaria unidad de los factores de oposición. El costo de tal error puede ser tan caro, que se convierta en el oxígeno que tanto necesita un gobierno en fase terminal. Hay que recordar la dura pero acertada frase de Leon Blum: «La política es un juego severo, donde no todos los aciertos se cobran, pero donde todos los errores se pagan doble».

 

@angeloropeza182

Por Ángel Oropeza

¿A alguien le sobra un ojo?

Posted on: mayo 7th, 2014 by Super Confirmado No Comments

Por allá por los años 50 del siglo 1, Saulo de Tarso, mejor conocido en la historia como San Pablo, llega a Corinto, ciudad portuaria griega de gran poder económico y comercial para la época. La comunidad cristiana que deja luego de dos años de estadía, tuvo una primera fase de entusiasmo y crecimiento. Pero al cabo de un tiempo, como suele pasar, comenzó a experimentar desaliento y conflictos internos. Y uno de los primeros síntomas fue la amenaza de división, producto de la discusión sobre cuáles ministerios o tareas eran más importantes, y cuáles acciones resultaban más valiosas y decisivas que otras. La pelea era sobre quiénes estaban haciendo lo correcto y quiénes no.

 

Tratando de orientar, Saulo les dirige una carta a finales de la década de los 50, en las que les recuerda algunas de esas cosas que, como muchas de las que después nos resultan obvias, suelen pasar delante de nosotros sin ser vistas: «las partes del cuerpo son muchas, pero todas son importantes. El ojo no puede decir a la mano: no te necesito. Ni tampoco la cabeza decir a los pies: no los necesito. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿cómo podríamos oler? Si todos fueran el mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Por muchas que sean las partes del cuerpo, todas forman parte de él y todas hacen falta»

 

En la Venezuela de nuestros días, la inmensa masa humana que se opone al modelo militarista de dominación en el poder, lo hace desde varios frentes, a veces tan disímiles y distintos como la propia naturaleza heterogénea y diversa de los venezolanos. Así, la oposición se expresa por igual en el tortuoso y difícil camino de las conversaciones con el gobierno, en las luchas de calle, en las protestas de las comunidades, en el avance del empresariado criollo por superar el cerco económico que les impide producir y generar bienestar y empleo, en la lucha organizativa de los partidos políticos, en el combate y creatividad de los movimientos estudiantiles, en la presión internacional, en la pelea de los diputados por cambios institucionales, en el trabajo de la enorme red de 77 alcaldes y más de 700 concejales repartidos en casi 250 municipios del país, y en el trabajo -callado y sin estridencias- hacia adentro de los movimientos populares y de acompañamiento a las luchas ciudadanas. Ninguna de estas modalidades de acción política puede decirle a la otra que es inferior, que no es importante ni mucho menos que sobra.

 

Salvo la recurrencia a las llamadas «guarimbas», que se constituyen en expresiones de lo que precisamente se quiere combatir, todas estas formas de lucha son complementarias e incluyentes. Es psicológicamente normal y previsible que los ejecutantes de cada modalidad de acción consideren que la suya es la mejor y que quien no la comparta está equivocado, o no esté haciendo lo que hay que hacer. Tal creencia, sin embargo, no es otra cosa que lo que se conoce en Psicología Social como una «ilusión perceptual de endogrupo», una distorsión explicable pero errónea que lleva a pensar que las actividades y naturaleza del grupo al que se pertenece son siempre mejores y más acertadas que las del resto. Los humanos funcionamos así, lo cual no impide que se aprenda a actuar distinto, pues al fin y al cabo la inmensa mayoría del repertorio conductual humano es producto del aprendizaje.

 

En política, como en el cuerpo, cada quien tiene un rol que cumplir. Es inconveniente, además de falso, desdeñar alguna de las partes porque no es necesaria, o pensar ilusoriamente que sólo con una de ellas haremos que el cuerpo funcione.

 

El concepto de «estrategia» hace referencia a un conjunto de acciones planificadas sistemáticamente para lograr un determinado fin. La estrategia política, por definición, incluye varias modalidades de lucha social y de acción pública. En el mundo opositor, a pesar de su inevitable y al mismo tiempo deseable diversidad, el «qué» es el mismo, aunque haya sobre la mesa varios «cómos» posibles. Hace falta diseñar instancias de comunicación y diálogo entre los defensores de todos los «cómos» que actualmente existen, no sólo para fortalecer la opción de la alternativa democrática, sino para aumentar su fuerza de presión sobre un gobierno que, sin eso, permanecerá –como hasta ahora- actuando exclusivamente en función de la defensa de sus propios intereses y beneficios.

 

Pero así como a nadie le sobra un ojo porque ya tiene uno, o renuncia a un pie porque la mano es más importante, es crucial no olvidar que en este combate todos valemos, cada uno y cada grupo desde su particular naturaleza y función. La lucha, como el país, es plural y es de todos. Sin que nadie sobre y sin que nadie crea que puede prescindir del otro, sólo porque la haga desde su propia y distinta especificidad.

 

@angeloropeza182

Por Ángel Oropeza

¿Cómo es posible que no se den cuenta?

Posted on: abril 23rd, 2014 by Super Confirmado No Comments

Objetiva y demostrablemente, nuestro país está muy mal. No hay un área de la vida nacional –sea salud, infraestructura, seguridad, educación, economía- que no esté en estado calamitoso. Vivimos en un caos disfrazado de país.

 

Esta realidad la percibe, según todas las encuestas serias, casi 8 de cada 10 venezolanos. Sin embargo, sólo un poco más de 50% asocia esta tragedia con su principal causante, que no es otro que el gobierno nacional. ¿Cómo es posible que poco menos de la mitad del país no se dé cuenta que esto no es ni gratuito ni por casualidad, sino que es consecuencia directa de un gobierno explotador de los pobres, y de un modelo fracasado que condena a la población a un proceso de empobrecimiento y ruina inevitables?

 

La pregunta anterior surgió la semana pasada en una discusión de trabajo con algunos estudiantes universitarios. De hecho, el «¿cómo no se dan cuenta?» es tema recurrente en la mayoría de las asambleas ciudadanas, estudiantiles y de organizaciones populares en las que nos toca participar. Pero esa última vez recordé un episodio que me ayudó a explicar por qué no darse cuenta es perfectamente posible.

 

En el año 2005 fui invitado por la Alcaldía de Río Chico a un foro sobre la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Tv. que estaba entonces en plena discusión. La sala Ateneo, al lado de la Plaza Bolívar, estaba repleta con una extraña pero deseable combinación, casi en igualdad numérica, de seguidores del gobierno y de simpatizantes de la oposición. Mientras esperaba mi turno de hablar, caí en cuenta que las intervenciones de mis compañeros panelistas eran aplaudidas o pitadas, no según su contenido, sino dependiendo de su identificación ideológica o política. De manera automática, ambos públicos aplaudían a los suyos y rechazaban al contrario, sin importar los argumentos. Fue entonces cuando decidí ensayar un sencillo experimento masivo de psicología social.

 

Saqué de mi cuaderno un artículo, todavía sin terminar, sobre mis opiniones acerca de lo que estaba detrás de dicha ley y la importancia de la comunicación de masas. Pero en vez de leerlo como mío, engañé a la audiencia diciéndoles que iba a recitar unos extractos de las últimas intervenciones de Chávez sobre el tema, y que lo hacía para luego explicarles por qué yo opinaba lo contrario. Ocurrió entonces lo que suponía iba a pasar.

 

Al terminar de leer lo que yo había escrito, pero que todos pensaban eran expresiones del entonces mandatario, y preguntarles qué les parecía antes de continuar, la sección oficialista de la asamblea se desvivió en halagos y reconocimiento a la «veracidad» y «profundidad» de lo que habían oído. Por supuesto, al revelarles que aquello que aplaudían y ante lo cual mostraban tal grado de identificación era en realidad algo que había escrito yo, hubo por igual reacciones de incredulidad en algunos, perplejidad en otros y hasta acusaciones de irrespeto y burla por haber engañado a la asamblea. Pero el objetivo estaba logrado. A quienes terminaron de oírme, les insistí que aquello era una simple demostración de la trampa de reaccionar, no ante argumentos y criterios, sino de manera irreflexiva dependiendo de quién los diga. Salvo por la piedra lanzada después al taxi que me llevaba de vuelta a Caracas, y que rompió el vidrio del asiento donde se suponía que iba, el foro fue todo un éxito.

 

La moderna psicología social ha comprobado reiteradamente cómo las personas no perciben de manera objetiva e imparcial la realidad, sino que su visión del mundo está generalmente mediada por sus creencias y prejuicios. Los prejuicios funcionan así como «atajos cognitivos» para interpretar la información social, y explican cómo las personas procesan la realidad de un modo diferente a cómo la procesan individuos de grupos contrarios.

 

En un estudio realizado por Vallone y colaboradores en 1985, se presentó a estudiantes proisraelíes y propalestinos una serie de noticias de televisión que describían las masacres de 1982 contra palestinos refugiados en Líbano. A los estudiantes se les pidió que juzgaran si las noticias estaban sesgadas a favor de Israel o a favor de los palestinos. Los resultados mostraron que cada grupo percibió las noticias como contrarias a su posición. Trabajos como éste, sólo a manera de ejemplo, han demostrado cómo la interpretación de lo que percibimos no consiste en asimilar de manera objetiva la realidad, sino que posee una fuerte dimensión social, relacionada con las creencias y prejuicios de los individuos.

 

Desmontar la creada arquitectura de prejuicios entre venezolanos es hoy una de las tareas más urgentes por emprender. Y esa labor comienza por acercarnos a quienes piensan diferente, y apostar por una inteligente y necesaria despolarización política que ayude a derribar el andamiaje artificial de estereotipos y prejuicios entre hermanos de un mismo país. De lo contrario, seguirá la explotación impune a una población que, en un porcentaje importante, no se dará cuenta de por quiénes están siendo víctimas.

 

@angeloropeza182

Por Angel Oropeza

¿De regreso a 1998?

Posted on: abril 16th, 2014 by Super Confirmado No Comments

La percepción popular –equivocada, exagerada o cierta- sobre el desempeño de los gobiernos anteriores a 1998, socavó la fe en los encargados de conducir hasta entonces el sistema político. Pero desde el punto de vista psicológico, la variable singular que más contribuyó al desenlace electoral de ese año crucial fue la preeminencia de una actitud de rechazo no sólo a los partidos políticos sino, lo que verdaderamente importa, a la política.

 

Los venezolanos de entonces, en un porcentaje importante, pensaban que la «política» era sinónimo de corrupción y asquerosidad. De hecho, se comenzó a escoger a gente para ocupar cargos públicos sobre la única credencial que no fueran «políticos». Y es así como en 1998 la mayoría de la población –cansada de la «política» y de los «políticos»- decide entregarle el gobierno a quien resultaría a la postre el político que más le ha hecho daño a Venezuela en el último medio siglo.

 

De este modo, la hegemonía del proyecto político más nefasto de nuestra historia reciente se origina irónicamente a partir del estímulo a la antipolítica, entendida como la desconfianza en la capacidad de la «política» para generar los cambios sociales necesarios. Y cuando hablamos de la política, nos referimos a la preferencia de la persuasión, la tolerancia y el diálogo para resolver las diferencias, por encima de la destrucción del adversario.

 

Parte del rechazo a estos métodos de negociación y diálogo propios de la política, y a la preferencia por «salidas» inmediatistas que terminan alimentando populismos radicales y totalitarismos, tiene que ver a su vez con la adopción de ciertos principios éticos. De hecho, se habla mucho de los «principios» para sustentar posiciones de antipolítica, y para acusar a otros de carecer de ellos.

 

Como bien lo expresaba Mikel de Viana, la política es un «arte de lo posible», y por tanto tiene que medírsela con las posibilidades. Y parte de las reticencias frente a la política y sus métodos, obedece a que en algunas personas hay un componente de idealismo y purismo que les hace ver en el juego del posibilismo político una claudicación permanente de los principios morales.

 

Es necesario, sin embargo, distinguir aquí entre 2 actitudes éticas: la de quienes se guían por principios absolutos sin preguntarse por las consecuencias, y la de quienes deciden, responsablemente, en función de las consecuencias de las acciones. A menudo, las personas temiendo caer en un supuesto cinismo oportunista de decidir en función de las consecuencias –y las posibilidades reales del momento-, se refugian en los principios absolutos. Su idealismo les hace ser sensibles hacia los planteamientos éticos, e insensibles a las condiciones y consecuencias –muchas veces ambiguas- de las decisiones políticas.

 

Es un principio ético entendible que con delincuentes ni se dialoga ni se negocia. Ahora bien, supongamos que ud. sufre la desgracia que le secuestren un hijo, y los secuestradores le llaman por teléfono para negociar. ¿Se aferra ud. a su principio originario y se resiste a atender, porque «usted no habla con malandros»? ¿O la importancia de la vida de su hijo le lleva responsablemente a intentar lo posible, y a aceptar hasta sentarse con los delincuentes, porque la vida de su muchacho es el más valioso de los principios?

 

En Venezuela están matando a nuestros hijos. Se está generando dolor y pobreza por doquier. Rechazar a priori la posibilidad de sentarse con los responsables de ello como parte de la lucha por enfrentarla –la lucha de los movimientos estudiantiles, de los partidos políticos, de las organizaciones populares- es políticamente irresponsable.

 

No se trata de crear falsas expectativas. Atender al secuestrador no es garantía que le devuelvan a su hijo. Pero no por ello ud. deja de intentarlo. Tampoco se trata de creer o no en el gobierno. Usted tampoco cree en el secuestrador, pero la vida de su hijo vale demasiado como para no intentar tocar todas las puertas. Si protestamos en la calle para ser visibles y se nos oiga, ¿cuál es el sentido de negarse a ser visibles y que se nos oiga en cadena nacional, frente a los causantes del caos, y ante la parte oficialista de los venezolanos? ¿No son complementarias la presión de calle y la utilización de otros medios de mediación política?

 

Decía Ezio Serrano hace pocos años que una cosa era salir de Chávez y otra salir del imaginario que lo soporta. La ingenuidad, el voluntarismo y la antipolítica son parte de ese imaginario psicológico todavía por superar. Una cosa es la crítica necesaria a los planteamientos y acciones de la oposición democrática, o tener visiones distintas sobre las mejores estrategias para enfrentar la actual tragedia, y otra la intolerancia, las descalificaciones y la agresión hacia quienes propugnan el arduo camino del trabajo político por encima de los atajos, el azar y las falsas soluciones rápidas.

 

@angeloropeza182

Ángel Oropeza

¿Estamos todos echaítos a perder?

Posted on: abril 9th, 2014 by Super Confirmado No Comments

Una de las características más relevantes y típicas de la retórica oficialista es la recurrencia permanente al tema de los «valores» y la «moral», como piedras angulares de cualquier reflexión, idea o planteamiento.

 

Para el gobierno, cualquier cosa que se le ocurra está inspirado por los más «nobles valores», mientras que lo que motiva al resto del país son, por supuesto, «antivalores». Además, la explicación única de los problemas que sufrimos casi todos los venezolanos, no es otro que la proverbial «falta de valores», o una gaseosa y supuesta «descomposición moral» que padecemos todos cual criolla pandemia social.

 

De esta manera, el discurso oficialista privilegia constantemente argumentos etéreos y vaporosos que le permiten explicar sus conductas por cualquier vía, menos la objetiva, que es la relacionada con la acción del Poder Público, y así intentar tanto proteger sus apoyos políticos como esquivar cualquier responsabilidad sobre lo que acontece.

 

Así, por ejemplo, la altísima inflación es culpa de los valores consumistas de los venezolanos. La escasez existe porque la gente tiene valores egoístas que le llevan a comprar dos potes de leche en vez de uno cuando la consigue, retando de esta manera los valores ascéticos del buen revolucionario, que le indicarían que si consigue leche, debe abstenerse de comprarla para que la gente no critique que no hay. Los continuos cortes de luz son culpa de los antivalores del despilfarro energético de los hogares. La matanza en las cárceles es porque los presos, en vez de hacerle caso a Iris Varela y quererse como hermanitos panas, tienen sembrado los antivalores de la desobediencia y prefieren matarse entre sí. Si el pueblo protesta, no es porque tiene hambre y está ahogado en problemas, sino porque los antivalores del egoísmo no le dejan ver que primero hay que atender a los hermanos del gobierno cubano, que para eso son nuestros jefes.

 

Maduro, al igual que lo hacía su antecesor, le encanta adjudicar los altísimos índices de delincuencia que sufren los venezolanos desde la llegada de Chávez al poder en 1999, a la invasión de los «valores egoístas del capitalismo». En la misma tónica, una diputada de nombre Tania Díaz se refirió al brutal ataque de paramilitares fascistas del gobierno a la UCV el jueves pasado, como una consecuencia del «clima psicológico de violencia entre venezolanos».

 

Estos gastados clichés de la «pérdida de valores», la «crisis ética» o la «descomposición moral» de los venezolanos para aplicárselos sin discriminación a cuanto problema nos azote, no son más que fetiches argumentales para intentar escurrir el bulto de la inmensa y en ocasiones casi exclusiva responsabilidad del gobierno en que esas mismas tragedias existan.

 

No es verdad que el país que en mala hora tenemos sea culpa de que estemos todos «echaítos a perder», que los venezolanos de repente nos «descompusimos moralmente» y a todos nos pegó la luna. La recurrencia discursiva a tan espirituosos como falsos argumentos, lamentablemente repetidos por mucha gente de buena fe que no consigue otra explicación a nuestra inusual colección de penurias, sólo sirve para vender la trampa de que «todos somos culpables», y así excusar a quien sí tiene la principal responsabilidad en el caos cotidiano que hoy padecemos. Por el camino que vamos, si a usted le secuestran será porque perdió los valores de la prudencia en la calle y se dejó secuestrar. Y si lo matan, como a cualquiera de las 150 mil víctimas hasta ahora del experimento militarista de dominación, será porque usted extravió el valor de la supervivencia y se dejó arrebatar la vida.

 

Es necesario comenzar a rebelarse contra las manipulaciones argumentales que ubican la causalidad de nuestros problemas en un plano metafísico, por supuesto imposible de retar o siquiera modificar una vez que ha sido aceptado como explicación. La esclavitud duró hasta que se cuestionó la supuesta supremacía moral de los blancos esclavistas, y los esclavos entendieron que su situación no era un asunto de «órdenes morales», sino de cálculos de dominación de personas concretas que los explotaban en su propio beneficio.

 

Lo que vivimos en Venezuela no es un asunto de «pérdida de valores» de los ciudadanos ni de ninguna ridícula «descomposición moral» del pueblo. Es, por encima de todo, la consecuencia trágica e inevitable de un modelo fracasado que sólo sirve para enriquecer a unos pocos, a costa del dolor y desdicha de la mayoría de nuestros hermanos.

 

@angeloropeza182

Por Angel Oropeza