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¿Estamos todos echaítos a perder?

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¿Estamos todos echaítos a perder?

Una de las características más relevantes y típicas de la retórica oficialista es la recurrencia permanente al tema de los «valores» y la «moral», como piedras angulares de cualquier reflexión, idea o planteamiento.

 

Para el gobierno, cualquier cosa que se le ocurra está inspirado por los más «nobles valores», mientras que lo que motiva al resto del país son, por supuesto, «antivalores». Además, la explicación única de los problemas que sufrimos casi todos los venezolanos, no es otro que la proverbial «falta de valores», o una gaseosa y supuesta «descomposición moral» que padecemos todos cual criolla pandemia social.

 

De esta manera, el discurso oficialista privilegia constantemente argumentos etéreos y vaporosos que le permiten explicar sus conductas por cualquier vía, menos la objetiva, que es la relacionada con la acción del Poder Público, y así intentar tanto proteger sus apoyos políticos como esquivar cualquier responsabilidad sobre lo que acontece.

 

Así, por ejemplo, la altísima inflación es culpa de los valores consumistas de los venezolanos. La escasez existe porque la gente tiene valores egoístas que le llevan a comprar dos potes de leche en vez de uno cuando la consigue, retando de esta manera los valores ascéticos del buen revolucionario, que le indicarían que si consigue leche, debe abstenerse de comprarla para que la gente no critique que no hay. Los continuos cortes de luz son culpa de los antivalores del despilfarro energético de los hogares. La matanza en las cárceles es porque los presos, en vez de hacerle caso a Iris Varela y quererse como hermanitos panas, tienen sembrado los antivalores de la desobediencia y prefieren matarse entre sí. Si el pueblo protesta, no es porque tiene hambre y está ahogado en problemas, sino porque los antivalores del egoísmo no le dejan ver que primero hay que atender a los hermanos del gobierno cubano, que para eso son nuestros jefes.

 

Maduro, al igual que lo hacía su antecesor, le encanta adjudicar los altísimos índices de delincuencia que sufren los venezolanos desde la llegada de Chávez al poder en 1999, a la invasión de los «valores egoístas del capitalismo». En la misma tónica, una diputada de nombre Tania Díaz se refirió al brutal ataque de paramilitares fascistas del gobierno a la UCV el jueves pasado, como una consecuencia del «clima psicológico de violencia entre venezolanos».

 

Estos gastados clichés de la «pérdida de valores», la «crisis ética» o la «descomposición moral» de los venezolanos para aplicárselos sin discriminación a cuanto problema nos azote, no son más que fetiches argumentales para intentar escurrir el bulto de la inmensa y en ocasiones casi exclusiva responsabilidad del gobierno en que esas mismas tragedias existan.

 

No es verdad que el país que en mala hora tenemos sea culpa de que estemos todos «echaítos a perder», que los venezolanos de repente nos «descompusimos moralmente» y a todos nos pegó la luna. La recurrencia discursiva a tan espirituosos como falsos argumentos, lamentablemente repetidos por mucha gente de buena fe que no consigue otra explicación a nuestra inusual colección de penurias, sólo sirve para vender la trampa de que «todos somos culpables», y así excusar a quien sí tiene la principal responsabilidad en el caos cotidiano que hoy padecemos. Por el camino que vamos, si a usted le secuestran será porque perdió los valores de la prudencia en la calle y se dejó secuestrar. Y si lo matan, como a cualquiera de las 150 mil víctimas hasta ahora del experimento militarista de dominación, será porque usted extravió el valor de la supervivencia y se dejó arrebatar la vida.

 

Es necesario comenzar a rebelarse contra las manipulaciones argumentales que ubican la causalidad de nuestros problemas en un plano metafísico, por supuesto imposible de retar o siquiera modificar una vez que ha sido aceptado como explicación. La esclavitud duró hasta que se cuestionó la supuesta supremacía moral de los blancos esclavistas, y los esclavos entendieron que su situación no era un asunto de «órdenes morales», sino de cálculos de dominación de personas concretas que los explotaban en su propio beneficio.

 

Lo que vivimos en Venezuela no es un asunto de «pérdida de valores» de los ciudadanos ni de ninguna ridícula «descomposición moral» del pueblo. Es, por encima de todo, la consecuencia trágica e inevitable de un modelo fracasado que sólo sirve para enriquecer a unos pocos, a costa del dolor y desdicha de la mayoría de nuestros hermanos.

 

@angeloropeza182

Por Angel Oropeza

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