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¿A alguien le sobra un ojo?

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¿A alguien le sobra un ojo?

Por allá por los años 50 del siglo 1, Saulo de Tarso, mejor conocido en la historia como San Pablo, llega a Corinto, ciudad portuaria griega de gran poder económico y comercial para la época. La comunidad cristiana que deja luego de dos años de estadía, tuvo una primera fase de entusiasmo y crecimiento. Pero al cabo de un tiempo, como suele pasar, comenzó a experimentar desaliento y conflictos internos. Y uno de los primeros síntomas fue la amenaza de división, producto de la discusión sobre cuáles ministerios o tareas eran más importantes, y cuáles acciones resultaban más valiosas y decisivas que otras. La pelea era sobre quiénes estaban haciendo lo correcto y quiénes no.

 

Tratando de orientar, Saulo les dirige una carta a finales de la década de los 50, en las que les recuerda algunas de esas cosas que, como muchas de las que después nos resultan obvias, suelen pasar delante de nosotros sin ser vistas: «las partes del cuerpo son muchas, pero todas son importantes. El ojo no puede decir a la mano: no te necesito. Ni tampoco la cabeza decir a los pies: no los necesito. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? Y si todo el cuerpo fuera oído, ¿cómo podríamos oler? Si todos fueran el mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Por muchas que sean las partes del cuerpo, todas forman parte de él y todas hacen falta»

 

En la Venezuela de nuestros días, la inmensa masa humana que se opone al modelo militarista de dominación en el poder, lo hace desde varios frentes, a veces tan disímiles y distintos como la propia naturaleza heterogénea y diversa de los venezolanos. Así, la oposición se expresa por igual en el tortuoso y difícil camino de las conversaciones con el gobierno, en las luchas de calle, en las protestas de las comunidades, en el avance del empresariado criollo por superar el cerco económico que les impide producir y generar bienestar y empleo, en la lucha organizativa de los partidos políticos, en el combate y creatividad de los movimientos estudiantiles, en la presión internacional, en la pelea de los diputados por cambios institucionales, en el trabajo de la enorme red de 77 alcaldes y más de 700 concejales repartidos en casi 250 municipios del país, y en el trabajo -callado y sin estridencias- hacia adentro de los movimientos populares y de acompañamiento a las luchas ciudadanas. Ninguna de estas modalidades de acción política puede decirle a la otra que es inferior, que no es importante ni mucho menos que sobra.

 

Salvo la recurrencia a las llamadas «guarimbas», que se constituyen en expresiones de lo que precisamente se quiere combatir, todas estas formas de lucha son complementarias e incluyentes. Es psicológicamente normal y previsible que los ejecutantes de cada modalidad de acción consideren que la suya es la mejor y que quien no la comparta está equivocado, o no esté haciendo lo que hay que hacer. Tal creencia, sin embargo, no es otra cosa que lo que se conoce en Psicología Social como una «ilusión perceptual de endogrupo», una distorsión explicable pero errónea que lleva a pensar que las actividades y naturaleza del grupo al que se pertenece son siempre mejores y más acertadas que las del resto. Los humanos funcionamos así, lo cual no impide que se aprenda a actuar distinto, pues al fin y al cabo la inmensa mayoría del repertorio conductual humano es producto del aprendizaje.

 

En política, como en el cuerpo, cada quien tiene un rol que cumplir. Es inconveniente, además de falso, desdeñar alguna de las partes porque no es necesaria, o pensar ilusoriamente que sólo con una de ellas haremos que el cuerpo funcione.

 

El concepto de «estrategia» hace referencia a un conjunto de acciones planificadas sistemáticamente para lograr un determinado fin. La estrategia política, por definición, incluye varias modalidades de lucha social y de acción pública. En el mundo opositor, a pesar de su inevitable y al mismo tiempo deseable diversidad, el «qué» es el mismo, aunque haya sobre la mesa varios «cómos» posibles. Hace falta diseñar instancias de comunicación y diálogo entre los defensores de todos los «cómos» que actualmente existen, no sólo para fortalecer la opción de la alternativa democrática, sino para aumentar su fuerza de presión sobre un gobierno que, sin eso, permanecerá –como hasta ahora- actuando exclusivamente en función de la defensa de sus propios intereses y beneficios.

 

Pero así como a nadie le sobra un ojo porque ya tiene uno, o renuncia a un pie porque la mano es más importante, es crucial no olvidar que en este combate todos valemos, cada uno y cada grupo desde su particular naturaleza y función. La lucha, como el país, es plural y es de todos. Sin que nadie sobre y sin que nadie crea que puede prescindir del otro, sólo porque la haga desde su propia y distinta especificidad.

 

@angeloropeza182

Por Ángel Oropeza

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