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El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, fue la nueva víctima de las emboscadas mediáticas a las que Donald Trump somete a los dignatarios extranjeros que visitan la Casa Blanca. Se ha vuelto costumbre del presidente de EE. UU confrontar frente a las cámaras y transformar las acostumbradas ruedas de prensa conjuntas en circos mediáticos.
En una hábil maniobra defensiva, Ramaphosa ironizó sobre el avión que teóricamente “donó” Qatar a la fuerza aérea norteamericana. Al ser contrariado, el republicano aseveró que, si algún país quisiera regalarle un avión a los EE. UU, no habría oposición de su parte. No es casualidad este frío tratamiento por parte de Trump a su homólogo. Sudáfrica es miembro fundador de los BRICS en un momento de reconfiguración de las alianzas geopolíticas tradicionales.
EE. UU ha intentado ponerle precio a la influencia durante estos primeros 4 meses de administración Trump. Basta recordar la filtración del “Signalgate” en donde el vicepresidente Vance mostraba su hartazgo por “tener que rescatar a Europa una vez más” entre otros gentiles comentarios hacia aliados naturales de EE. UU. Aparentemente, los europeos son menos atractivos para la política exterior de EE. UU que las monarquías del golfo pérsico.
La diferencia entre ambos grupos es que en Europa la democracia es la norma y en los países árabes es la excepción, pero para un presidente que todo lo monetiza, por supuesto que los saudíes lucen más simpáticos que los británicos o los franceses. Para que no quedará lugar a dudas, Trump fue recibido en su reciente gira por la región con toda la pompa que el dinero puede comprar. Como era de esperarse, todo fue televisado para que el resto del mundo entienda de qué va el nuevo orden mundial.
La constitución norteamericana prohíbe a altos funcionarios recibir regalos a título personal de potencias extranjeras. Tal “tecnicismo” no iba a ser un impedimento para las buenas intenciones de Qatar por lo que decidieron hacer la particular donación de un avión originalmente previsto para la familia real de ese país al Pentágono. El secretario de Defensa entonces podría asignarlo a la presidencia y equiparlo con todos los equipos de seguridad necesarios. Al terminar su periodo, la aeronave será parte de la biblioteca que por ley debe tener cada presidente de EE. UU al culminar su término y por ende existe la posibilidad de que Trump se mantenga usufructuando el jet valorado en unos 400 millones de dólares.
En otras latitudes la percepción de la riqueza cambia conforme a otros criterios. Para la Rusia de Putin lo realmente importante es la percepción que tengan de su país las potencias mundiales. La gran rusia es un proyecto que probablemente tenga en números rojos al Kremlin al tener que dejar de percibir grandes compras energéticas a causa de las sanciones europeas. Sin embargo, están dispuestos a continuar con la empresa, volviéndose peligrosamente dependientes de China.
Pekín, al contrario de Washington, no busca ser retribuido en metálico por sus apoyos diplomáticos o militares. Ciertamente aspiran tener beneficios económicos, pero comunicacionalmente no lo proyectan en la forma en que lo hace Trump. Si un país necesita de la protección china no deberá adular a Xi Jinping con una aeronave, solo tendrá que unirse al proyecto de la nueva ruta de la seda y por ende ceder la influencia sobre sus puertos a su novio socio.
La segunda presidencia de Donald Trump pondrá el acelerador hacia el aislacionismo estadounidense, creyendo que solo basta con la disuasión del arsenal militar para continuar presentándose como la potencia hegemónica global. Los europeos saben que no cuentan con el otrora paragua estadounidense por lo que deben velar por su seguridad, ya que U.S.A cada vez se comporta más como un mercenario que como un socio. El culto al caudillo se ha expandido por el globo terráqueo. Las instituciones y sus ciudadanos son el último bastión de la libertad.
Por: Tomás Chitty