“El diálogo es lo contrario del ruido que nos niega
y del silencio que nos ignora”
Octavio Paz
Una sensación me abruma en ocasiones, cuando observo la enorme distancia que pareciera mostrarse entre los que nos gobiernan y los que los padecemos. Los detentadores del poder y los destinatarios del susodicho, podría decirse, evocando a Karl Loewenstein.
Una brecha insalvable se fragua día a día. La gente del oficialismo no solo vive otra vida distinta a la nuestra, sino que se autoperciben diferentes a nosotros, lo cual enerva las comunicaciones más elementales.
Se diría en suma que, más que una Venezuela dividida, puede también considerarse que constituimos naciones distintas. Esto es grave, especialmente, si no lo asumimos como un obstáculo que hay que superar.
La situación descrita podría derivar en una patología perniciosa. En un seminario universitario hace dos años se leyó: “Para Max Scheler, el resentimiento es una reacción emocional enfermiza y reactiva que nace de la impotencia frente a la injusticia percibida, resultando en una inversión de valores y un juicio moral distorsionado. A diferencia de una ofensa normal que puede resolverse, el resentimiento se acumula y se disfraza de moralidad, desestimando la grandeza y la excelencia a favor de la mediocridad, y se convierte en un ‘veneno anímico’ que afecta la propia personalidad y a sistemas morales enteros”.
El odio hay que anticiparlo y evitarlo por su carácter malsano que, como dice el poeta, cava dos tumbas. Del resentimiento al odio no hay mucho trecho y se convierte paso a paso en una disposición de espíritu deletérea y gravosa. La gente que odia sufre tanto su odio que se lacera a sí mismo y solo a veces alcanza a irradiar al sujeto pasivo de esa relación, pero si lo alcanza, obtiene a su vez una reacción similar y obscura. Perder-perder nos da esa cuenta.
Se trata de entender el asunto en sus repercusiones últimas y no en el solo escozor que incita la crítica, para los hiperestésicos con alma epidérmica y ligera. Es comprensible que los opositores al régimen reclamen si no respeto, al menos tolerancia, pero ello supone mantener una pasarela espiritual entre ambos.
Pretender por la dignidad pública de la que gozan los dilectos de uniforme o los “egregios” electos por la soberanía popular que desconocen o adulteran regularmente en las consultas y elecciones, exigir el medro del tratamiento que a sus veleidades les provoca no puede ser posible si el uso del abuso es recurrente.
Como se han burlado de los interlocutores de la llamada disidencia y aun de los mediadores internacionales, los dirigentes del chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo, cuando han convertido las reuniones para buscar soluciones en Venezuela -y fuera también- en episodios vacuos, cuyos simulados avances en las negociaciones luego se desconocen, desvirtúan o simplemente incumplen, sin consideración, además.
El discurso del gobierno deviene con la oposición en un diálogo monológico que luego obviarán sin pestañear siquiera o aparentarán seguir hasta que hay que cumplir lo convenido.
No me canso de repetir aquello de Ernest Renan de que la nación es “un querer vivir juntos” y es allí donde se observa la sima automatizada de los que sabemos bien detentan el poder por la fuerza, la represión y el miedo.
Giorgio Agamben, cabe recordarlo, hacía notar que aun en guerra civil era menester poner límites a los radicales antagonismos porque a fin de cuentas se trataba del mismo pueblo, refiriéndose a las guerras entre los griegos. Lamento advertir que los que gobiernan no comprenden esto y solo exhiben su talante más displicente y segregacionista.
Que todos somos venezolanos no podría discutirse y se pone en entredicho en ocasiones y que nos merecemos el trato de ciudadanos también se nos niega a veces. Cuánto daño se le hace al país, al gentilicio, a la patria y a la nación con esas actitudes, pero las dictaduras, me temo, son así de cruentas e inhumanas y más aún si se pretenden dinásticas y eternas.
Finalmente, reflexiono sobre la responsabilidad de lo que pasa, la de todos y cada uno de nosotros y en particular, la de la cofradía oligárquica que se la juega como dictador obviando que a la larga o a la corta, se agota la impunidad.
Nelson Chitty La Roche
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@nchittylaroche