“Si no conviene, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas» Marco Aurelio
Nada es peor, se oye decir, que un bruto o un ignorante con iniciativa, a lo que yo agregaría un megalómano.
Barbara W. Tuchman, muy talentosa, estudiosa, historiadora, publicó en 1984 un libro que tituló La marcha a la locura: de Troya a Vietnam, entre otras obras de calidad especial y en el cual la hoy difunta destacaba cómo los liderazgos podían conducirse y conducir a sus pueblos al desastre.
Confieso que el texto citado suele venirme a la memoria y lo he recordado antes, cada vez que aparece uno de estos fenómenos que seducen y cautivan a los ciudadanos y los llevan por un despeñadero, insolentes y aclamados. Me temo que pudiéramos estar en presencia de uno de estos elegidos del errático destino, al referirnos al presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
De lo que dice y hace el vigoroso líder del más poderoso país del mundo no podemos prescindir. Debemos ponderarlo y, más aún, poniendo atención sobre su significación más allá de lo inmediato y tomando en cuenta que para justificarse o legitimar racionalmente sus dichos no le incomoda mentir y aunque luego sea desmentido, no se turba en lo más mínimo.
Paralelamente, cabe anotar que el orden mundial, como ya se ha dicho, conoce en lo político, en lo militar, en lo financiero y en lo comercial, un auténtico cataclismo que sacude lo edificado y sostenido desde 1945. En todos los aspectos se verifica el sacudimiento y la severa perturbación.
Me referiré, no obstante, al tema soberanía porque fue -y para muchos es- el pilote más importante que se asumió con la creación de la ONU y la Declaración de los Derechos del Hombre de 1948.
En efecto, la misma Corte Internacional de Justicia aprovechó el contencioso entre Albania e Inglaterra en el canal de Corfú para fundadamente enarbolar como valor y principio paradigmático el respeto a la soberanía de los Estados y los pueblos y el alcance que contenía ese concepto.
Sin ahondar y en términos asaz sencillos diremos que un Estado es soberano cuando se gobierna a sí mismo y además, en el ejercicio de sus competencias, sin interferencias de otros Estados. De otro lado, una nación se tiene como soberana cuando se autodetermina.
No obstante, en un mundo hipervinculado por elementos globalizantes, la dinámica postula un elevado grado de intereses reunidos en torno a decisiones del colectivo que, por disposición de este, constituyen una afirmación soberana.
Ni siquiera me estoy refiriendo a las experiencias comunitarias como la Unión Europea, lo cual es obvio; me refiero al comercio que gira en torno a la Organización Internacional de Comercio que en 1995 tomó el relevo del Acuerdo General de Aranceles y Comercio, que desde 1945 venía cimentando un régimen creciente de intercambios que indubitablemente trajo beneficios a todos y cada uno, en mayor o menor medida.
Pues el presidente Trump ha decidido dinamitarlo y piensa él que la economía interna y doméstica de su país saldrá favorecida y en el proceso de su separación de los más sacros principios del capitalismo mundial y de las políticas comerciales practicadas “urbi et orbi” encontrará el camino de la expansión y el relanzamiento de la nueva república imperial.
En paralelo, trastoca el orden político y militar planetario no solo cuando traiciona las políticas que por décadas sostuvieron sus predecesores, sus aliados, sus valores, ideas y principios, sino que se acerca como no había pasado jamás a su enemigo jurado Rusia, al tiempo que solivianta a China, que calladamente va igualando y desplazando a ambos inclusive, como lo va demostrando con su arsenal espacial.
Groenlandia, el canal de Panamá, Canadá, Gaza, entre otras pretensiones de anexarse, menciona el Hegemón a cada rato. Para el Titán del norte solo hay una fuente de soberanía, la fuerza económica y la potencia militar y allí se encuentra con Putin, que por cierto es otro mitómano pendenciero, inescrupuloso e informal que trae de cabezas a Europa y que ha logrado su cometido de dividir a los que juntos podrían pararle el trote.
Un artículo reciente de Fernando Mires señala a Trump y solo lo parafraseo como una suerte de Armagedón que impúdicamente se presenta como un emperador que, por cierto, pone a prueba las muy debilitadas fortalezas de la república que otrora se admitía por doquier como tierra de libertad.
Leonid Brézhnev y su asesor ideológico Mijaíl Andréyevich Súslov justificaron sus desafueros en Hungría, Polonia y Checoslovaquia con el argumento de la soberanía de los países satélites que se limitaba por el dogma ideológico. Veremos qué nos traerá a la vuelta de la esquina el señor Trump.
En un año sabremos de qué está hecho el nieto de inmigrantes que detesta ominoso a los extranjeros y a aquellos que, aunque nacidos en suelo norteamericano, tienen sangre de otro origen o, quizás a la postre diga, de otro color precisamente.
Verificaremos si la economía creció como para hacer grande otra vez a los Estados Unidos de América o si tantas loqueteras simplemente acelerarán la inevitable decadencia, si no será acaso el sujeto el temido 666.
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