Nelson Chitty La Roche: Jesús de Nazaret y del mundo

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Nelson Chitty La Roche: Jesús de Nazaret y del mundo

 

“Si Jesucristo no fue Dios, merecía serlo»
Anónimo o acaso de un pensador comunista

Hoy es Viernes Santo y dedico unas letras a esa efeméride que después de más de 2.000 años se sigue recordando con respeto y devoción. Se evoca la muerte del más extraordinario de todos los hombres, Jesús, Dios además por mérito propio, por las maravillas que realizó y por el amor y la generosidad que ofreció a todos sus congéneres sin excepción.

Dios, que hurgó en la ontología humana, convivió y padeció como uno más, ofendido, vejado, humillado, traicionado por sus pares, lo que no le impidió erigirse como Dios y hombre del perdón, que no es cualquier cosa. Perdonar es barrer al instinto y consagrarse a la espiritualidad de una definición existencial con legítimo derecho al porvenir. Para ello, conoció el sueño de la muerte, descendió a los infiernos, de donde regresó tres días después. Cristo resucitado es la victoria del bien, del amor, de la bondad.

Otras religiones monoteístas también adoran a su Dios quizá con más temor que afección. Cristo y el cristianismo y aun desafiando la naturaleza humana en la que a menudo prevalece el lobo, se hizo el cordero para demostrar que solo en la misericordia y en la caridad resalta nuestro espíritu y, trascendemos a las demás hechuras que se alojan en la creación.

Hacerse responsable de los hombres y asumir sus culpas solo podía ser posible en un ser diferente pero similar a los otros. Dios y hombre al mismo tiempo con capacidad para sufrir y asumiéndolo, elevarse entre los sentimientos que propone el bajo psiquismo y el rencor, la venganza legítima quizá, para desde ese plano mostrarnos que debemos ser más que eso.

Ese es el legado, un reto. Vivir imponiéndonos a nosotros mismos una manera de existir para trascender. Domeñando el instinto que también nos habita y nos presiona a diario en numerosos escenarios del tránsito vital.
Confrontando a los seres humanos y todas sus manifestaciones, buenos y malos, por cierto, amigos y enemigos, pero, asumiéndolos como hermanos y desde luego, tratándolos con humildad y sencillez, concibiendo cada relación como iguales y si desnudaren falencias, acudiendo a ese encuentro con el ademán fraterno y la disposición a comprender y asistir solidariamente.

No se trata solamente entonces de creer en lo que Jesús afirmó. Apunta a algo mucho más exigente, complejo y definitivo. Es menester vivir como él nos mostró, demandándonos a nosotros mismos una autolimitación y una sobriedad articulada en la alteridad y en la confianza en que Dios no está nunca demasiado lejos para oírnos si le hablamos con sinceridad.

Empero, la doctrina de Cristo y de la Iglesia que se construyó, conoce en este tiempo de materialismo, vanidad, tecnología, despersonalización, perversa alienación al poder temporal y solipsismo, la mayor crisis de su historia. Debe responder al absurdo de una progresión que le ha puesto a un lado y se envalentona hacia el futuro, prescindiendo de los valores espirituales.

Occidente como civilización y cultura, tiene en su definición un trazo de humanismo que lo marca y que proviene del cristianismo que lo ha nutrido desde hace dos milenios. Cuenta en su ingeniería social e institucional lo que ya antes lo distinguió de Asia y del mundo musulmán. Una cosmovisión en la que cada ser humano es una entidad a la que se le reconoce la condición y la cualidad de libre, igual y digno.

Lamentablemente todo eso está bajo una fuerte presión. Se tuerce el poder y se torna autoritario. Cada uno importa a cada uno y solamente a él. Todo es relativo y la libertad es más bien aislamiento. Desconoce, una parte fundamental de Occidente, sus valores y se desvincula de sus fortalezas, creyéndose más fuerte si es más flexible ante su némesis.

El fin del mundo, que con ligereza menciona el liderazgo de los autócratas de esta ominosa hora, no tiene que ser instantáneo, pero sería la última obra del hombre que se aparta definitivamente del más importante precepto que nos dejó Jesús: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado.”

No obstante, como dijera Toynbee, aún estamos librando ese “tour de force” por el cual nuestra civilización se juega su permanencia en el sitial cimero o una acelerada decadencia que quizá nos postre ante los ateos, los agnósticos o los fanáticos o, peor aún, ante el conclusivo de nuestra historia.

Jesús mío, señor y Dios mío, en ti confío, me oigo en mi interior decir y en este Viernes Santo pido por los míos y por los que no lo son, como Jesús nos enseñó.

Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@hotmail.com
@nchittylaroche

 

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