En política energética la necesidad está demostrando ser la madre de la reinvención.
“Odio el viento”, dijo el entonces candidato presidencial Donald Trump en 2024, refiriéndose al uso de turbinas eólicas como fuente de energía. La hostilidad del presidente hacia las turbinas eólicas ha sido prolongada y mordaz. En su primer día en la Oficina Oval, el presidente firmó una orden ejecutiva para frenar el crecimiento de la capacidad de generación eólica en los Estados Unidos.
El antagonismo de Trump hacia el viento contrasta marcadamente con su positiva actitud hacia el carbón. En abril de 2025, firmó varias órdenes ejecutivas destinadas a fortalecer la industria del carbón. Estas órdenes especifican acciones para proteger las centrales eléctricas de carbón y agilizar las concesiones para la minería de carbón. “Yo lo llamo hermoso y limpio carbón. Le dije a mi gente: nunca usen la palabra carbón a menos que pongan ‘hermoso y limpio’ antes”, dijo el presidente.
Estas posiciones contrastantes ilustran una tendencia más amplia: gobiernos que creen que pueden promover selectivamente ciertas fuentes de energía mientras suprimen activamente otras, basándose en preferencias políticas en lugar de necesidades prácticas.
Esta era está llegando a su fin.
La demanda global de energía se está disparando, impulsada en gran parte por la rápida popularización de la inteligencia artificial (IA). Este inédito aumento obligará a los Gobiernos a utilizar todas las fuentes de energía disponibles, independientemente de las preferencias políticas. Eric Schmidt, el ex-CEO de Google, ha dicho que “La IA devora electricidad. Una sola consulta de ChatGPT requiere diez veces más que una búsqueda convencional en la red”. Los centros de datos, la infraestructura física que alberga computadoras, servidores y equipos de red, se han convertido en los principales impulsores del aceleradísimo aumento de la demanda de electricidad.
Según la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep), los centros de datos del mundo consumieron aproximadamente 500 teravatios-hora de electricidad en 2023, equivalente al consumo anual de países como España o Australia. Esta cifra podría triplicarse a 1.500 teravatios-hora para 2030.
Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), los centros de datos ya consumen tanta electricidad como toda Alemania, por ejemplo.
Esta demanda de energía sin precedentes ya está remodelando la política energética. Estamos presenciando los primeros signos de un cambio fundamental: Gobiernos que alguna vez rechazaron confiadamente ciertas fuentes de energía ahora las están adoptando silenciosamente por necesidad.
El primer ministro británico Keir Starmer ejemplifica este nuevo pragmatismo. A pesar de la fuerte plataforma ambiental de su partido, Starmer reconoció en febrero de 2025: “Seré sincero, el petróleo y el gas serán parte de nuestra mezcla energética durante las próximas décadas”. Esta declaración representa un cambio radical con respecto a los acelerados cronogramas para eliminar los combustibles fósiles que habían caracterizado los planes energéticos anteriores.
Los centros de datos, la infraestructura física que alberga computadoras, servidores y equipos de red, se han convertido en los principales impulsores del aceleradísimo aumento de la demanda de electricidad
La intensificación de la competencia entre fuentes de energía está creando una situación paradójica. A corto plazo, la necesidad urgente de aumentar la capacidad energética está obligando a los gobiernos a reconsiderar opciones previamente descartadas, incluidas aquellas que se había prometido serían inminentemente eliminadas. Las plantas de carbón programadas para su desmantelamiento ahora están recibiendo extensiones de vida.
Sin embargo, esto no significa que todas las fuentes de energía serán tratadas por igual. Los factores económicos y las preocupaciones ambientales continúan favoreciendo algunas tecnologías por encima de otras. Es probable que las energías renovables y la energía nuclear basada en nuevas tecnologías tengan ventajas. Lo que está cambiando es el absolutismo con el cual algunos líderes políticos han abordado la política energética.
La feroz competencia entre fuentes de energía no solo está por venir, ya ha llegado. Y está alterando fundamentalmente el panorama de la política energética. Los Gobiernos están descubriendo que las preferencias energéticas basadas en posiciones políticas son un lujo que ya no tienen.
Presenciaremos así el surgimiento de un nuevo pragmatismo energético. Los debates políticos binarios sobre qué fuentes de energía son “buenas” o “malas” están dando paso a discusiones más matizadas sobre cómo implementar todas las tecnologías disponibles en las combinaciones más efectivas, basadas en realidades económicas y no en el populismo energético.
Esta transición no será fácil. Los líderes políticos que han apostado su reputación oponiéndose a fuentes de energía específicas resistirán este cambio. Los grupos industriales con intereses creados lucharán por mantener el ‘statu quo’ del favoritismo gubernamental. Pero las matemáticas de la demanda energética dejan poco espacio para la pureza ideológica.
La próxima década revelará qué naciones se adaptan más eficazmente a esta nueva realidad. Aquellas que adopten un enfoque pragmático y tecnológicamente neutral para satisfacer sus necesidades energéticas probablemente superarán a aquellas que sigan apostando por marcos ideológicos rígidos, independientemente de si esos marcos favorecen los combustibles fósiles o las energías renovables.
En política energética, así como en otros ámbitos, la necesidad está demostrando ser la madre de la reinvención.
MOISÉS NAÍM
En X: @moisesnaim
Miembro de Carnegie Endowment Internacional peace