«Ningún hombre es una isla, entero en sí mismo;
cada hombre es un pedazo del continente,
una parte de la tierra firme…»
John Donne (1572-1631)
He aquí los hechos: en atención a las prioridades domésticas, el llamado “mundo libre” se va desembarazando de la secular responsabilidad con el fortalecimiento de la democracia global. A merced de un contexto cada vez más competitivo, las naciones centran sus afanes en salir bien libradas de la guerra comercial. En potencias como EE. UU., cuya deriva intervencionista se sostuvo en la idealizada visión del “guardián del orden liberal internacional” que siguió a la posguerra, el gobierno hoy restringe a oficinas diplomáticas y consulares la emisión de opiniones sobre “la justicia o integridad de un proceso electoral, su legitimidad o los valores democráticos del país en cuestión»; lo que, según cable oficial emitido por el propio secretario de Estado, Marco Rubio, y publicado por The Wall Street Journal, instaría a tratar las disputas sobre libertades políticas ajenas como distracciones innecesarias. Así que, ojo: “no utilice eufemismos para intentar eludir esta orientación”. De lo que se trata es establecer “alianzas internacionales con base en intereses estratégicos”; el consabido “America first” que implica, sobre todo, cortarle el paso a China. Todavía no sabemos qué alcances tendrán estos reacomodos. Pero lo cierto es que, mientras todo eso ocurre, no se explica cómo en Venezuela hay quienes insisten en asegurar a que la “salvación” llegará en primoroso empaque desde otras latitudes.
La disonancia cognitiva no sería tan grave si esta no encontrase reflejo en una presunta estrategia que desecha el potencial de la gestión local para promover algunos cambios sociopolíticos a mayor escala. Cambios que según parecen entender tanto habitantes del municipio Villalba en isla de Coche, Nueva Esparta, como del municipio Maracaibo en el Zulia o el municipio Baruta en Caracas, estarían primero comprometidos con una realidad distintiva y diversa, con las urgencias de sus espacios de vida antes que con los intereses gruesos que hoy se disputan en el marco de la dinámica internacional.
Si bien el concepto de lo “glocal” -que remite a la interconexión de factores y problemáticas globales con las realidades locales- hoy invita a pensar y actuar considerando ambas escalas, a adaptar estrategias globales a contextos particulares en el marco de la globalización, lo cierto es que ello resulta esquivo cuando aún no se han resuelto asuntos básicos para la gobernanza efectiva. Contar con un ciudadano glocal, un sujeto consciente de que “ningún hombre es una isla” (como reza el célebre poema de John Donne) es sin duda una aspiración política deseable. Trabajar para ello, sin embargo, exige no menospreciar la consciencia de la integración a pequeña escala, la fuerza del liderazgo local, la base que sustentará el edificio de las transformaciones más complejas.
Quizás cabe identificar allí un problema recurrente de la política venezolana y de la visión opositora en específico: apostar todo a la estrategia macro y unilateral, sin considerar sentar bases que permitan desarrollar estrategias sostenibles a largo plazo. El abordaje cortoplacista, por lo general atado a los dramáticos, puntuales gestos de un líder con manejo absoluto del presente, suele quitar peso a una tarea que requiere siembra y espera, cultivo y vigilancia, riego, crecimiento y cooperación amplia desde lo micro. El impacto de los llamados movimientos o comunidad de base(s) -también conocidos como grassroots– que han brindado piso organizativo y ethos a procesos de democratización en diversos países, por ejemplo, no parece contar acá con el mismo protagonismo y valoración. La figura del ciudadano termina así reducida a su ocasional aparición en la arena electoral, -prácticamente el único espacio de lucha institucional con el que cuenta la oposición en contextos autoritarios-. O, por el contrario, empujada a desaparecer de ese ingrato coto cuando la impotencia ofrece justificación para el “Gran Rechazo” (y con él, la “Gran Dimisión”), el no-hacer, el des-activismo, la abstención.
Pero “la vida municipal es la vida diaria”, como advierte la doctora Lila Vega, vecina de Baruta, Caracas. He allí lo perentorio. Y en atención a esa consciencia de la magnitud y relevancia de lo micro, la responsable entrega del miembro de la comunidad sigue bullendo. Incidir en tomas de decisiones que afectan la cotidianidad se vuelve fuente de ciudadanía democrática, y recuerda la pertinencia de grados de autonomía con asiento en los territorios locales. Hace algunos años, ilustra la doctora Vega, el ministerio de Educación resolvió que desde su despacho en Caracas debía decidirse “el presupuesto de cada escuela privada del país”; algo que fue rechazado, “pero tomó diez años restituir esa potestad. Son las escuelas quienes conocen su realidad específica y se plantean sus propios proyectos”. Lo mismo ocurre con la gestión municipal: “puedes tener políticas nacionales para el bienestar y protección de los más vulnerables, pero eso se vuelve realidad en cada vecindario”, entre familias que necesitan adquirir destrezas para enfrentar escenarios retadores. “Es ahí dónde se identifican las necesidades, se piensan y ejecutan las soluciones”. Incluso competencias no municipales como el suministro de agua o electricidad “encuentran respuesta a nivel municipal”.
En el municipio Villalba, Isla de Coche, ocurre otro tanto. Aún a sabiendas de que los déficits sociales cunden y se multiplican, eso sí, la voluntad de ciudadanos glocales surge en los lugares más insospechados, vecinos ávidos de anexar su “trozo querido de suelo” al mapamundi, de ser un pedazo del continente, una parte de la tierra firme e interconectada. “Once mil habitantes, siete pueblos, cada uno cuenta con su colegio, su plaza Bolívar… todos los espacios públicos, escuelas y universidad, disponen de internet gratuito provisto por el municipio”, comenta con orgullo Ronnier Lunar, vecino de la zona, licenciado en turismo y guía turística. Refiere además historias de encuentro y desencuentro político, de exitosa unidad opositora para ganar en 2021 la alcaldía de Villalba, de abstención sin precedentes en las regionales de este año, y también de movidas poco promisorias para atender el desafío electoral del próximo 27J. “Pero los cochenses no podemos darnos el lujo de dejar de hacer”, remata. Al calor del lema “Yo voto por la democracia”, un grupo de vecinos copaba las calles de una isla tan próxima y tan distante al mismo tiempo de los feroces pulsos de los agentes supralocales, los paladines de la política nacional o global.
PD: No cuesta ver en nuestro caso los efectos de un centralismo político-administrativo de larga data que, como precisa Raúl González Meyer (2009), acaba amplificándose bajo la forma de un “centralismo intelectual” tendiente a desestimar la capacidad de procesos y agentes más locales, subalternos o periféricos para influir en el conjunto de la realidad social. Las asimetrías de poder impelen, sin embargo, a romper con paradigmas de imposición vertical y externa. Si bien poco o nada garantiza que esa estima por lo pequeño, por la política que se construye de abajo hacia arriba, tendrá en lo inmediato una respuesta en consonancia, seguro no faltarán vecinos movidos por la urgencia de asociarse y definir estrategias para el desarrollo local, de regular la acción e impacto de las dinámicas autoritarias supralocales. Ojalá que el sensato afán del ciudadano que también se sabe parte de algo mayor, “un pedazo del continente”, encuentre entonces posibilidad de trascender la trágica circunstancia.
@Mibelis