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Los partidos italianos

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Los partidos italianos


 
El triunfo de los partidos italianos contra los intereses del personalismo populista merece especial comentario, por lo que significa para enderezar el rumbo de los negocios públicos en el país y por el ejemplo que ofrece a los venezolanos. La reunión de las organizaciones contra la desmesura de Mateo Salvini, hombre fuerte desde las últimas elecciones, abre posibilidades al retorno de los fueros republicanos pisoteados por el autoritarismo y comunica un mensaje elocuente para los antagonistas de las organizaciones políticas y para los enemigos de la política que abundan entre nosotros.

 

 

Partiendo del resultado de los recientes sufragios europeos, en los cuales su organización de derechas había obtenido un triunfo resonante, del buen viento de las encuestas y del imán de su mensaje contra la inmigración y cada vez más distante de la Unión Europea, Salvini se dispuso a derrocar el gobierno del que formaba parte principal para iniciar una nueva administración bajo su tutela. No solo contaba con el aumento de su celebridad y con el  malestar por la multiplicación de visitantes ilegales,  sino también con la debilidad que se le atribuía al primer ministro en ejercicio, Giusseppe Conte, cuyo mandato dependía de las decisiones de los partidos que había formado coalición para colocarlo en un inestable y fugaz sillón.

 

 

Tenía todo para salir adelante en el proyecto de su elevación, pero el amenazado republicanismo encontró dolientes en los partidos más importantes que se juntaron para evitar la aventura. Animado por la preocupación de las toldas más significativas, pero también porque no era el hombre de paja que parecía, Conte se convirtió en un salvavidas que libró a Italia de la peligrosa tendencia que se resumía en las agallas y en la desmesura de quien se proclamaba como salvador de la civilización de origen cultural romano y como restaurador de la pureza de la sociedad. Haciendo de la necesidad virtud, el primer ministro a quien todos veían haciendo maletas se convirtió en eje de una movilización partidista que paró en seco a Salvini y formó nuevo gobierno para que las aguas no se salieran de cauce.

 

 


Fue una tarea difícil por los desencuentros anteriores de los partidos, por las enconadas diferencias de sus líderes, por guerras de facciones, por los intrincados debates  en el Parlamento, cada vez más erizados, y por las simpatías que el mensaje nacionalista del populista Salvini había multiplicado, pero cumplió el objetivo de mantener la estabilidad del gobierno y de evitar una incertidumbre amenazadora. El milagro dependió del trabajo de los partidos, no solo para evitar una deriva del sistema democrático sino también para garantizar su sobrevivencia.

 

 

Estamos ante un asunto nacional, en primera instancia, pero se proyecta hacia nosotros por la lecciones de unidad que ofrece y porque reafirma la trascendencia de los partidos políticos en tiempos de necesidad. Los enemigos de los partidos que pululan en Venezuela, los combatientes de la antipolítica, antes de continuar su estéril lucha deben mirarse en el extraordinario ejemplo que ahora nos llega de una cultura  y de una cohabitación tan  entrañable como la italiana.

 

 

Editorial de El Nacional

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